⛅ 70 ⛅
Y con esta carta inauguro oficialmente la recta final de Hola, Caín.
* * *
Segunda parte
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Luego de culminar los minutos más placenteros que haya experimentado, nos quedamos en la cama mientras conversábamos sobre el futuro que anhelábamos tener. No dejábamos de besarnos, de abrazarnos ni de acariciarnos. Pensé que, tras nuestra primera vez, la incomodidad se apoderaría de nosotros, pero no fue así. Al contrario, nos unimos más que nunca.
Una confianza que no nos teníamos surgió entre ambos, realmente estábamos un paso adelante en nuestro amor. Sentí que establecimos una nueva conexión, una mucho más poderosa que las anteriores, una que creí que nada podría destruir.
—Quiero cinco hijos —contaste después de besar mi frente.
—¿Cinco? —Me reí—. ¿No crees que son demasiados?
—Bueno, bueno, tres y ya. —Pusiste los ojos en blanco y sonreíste.
—Si te soy honesto, no creo que pueda ser un buen padre —admití con algo de tristeza.
—¿Por qué no? —Hundiste el ceño.
—No lo sé. —Suspiré—. Quiero decir, ¿cómo podría darle a un hijo la infancia y la adolescencia que merece cuando la mayor parte de las mías fueron un infierno?
—Justamente por eso sabrás lo que necesita. —Pasaste una mano por mi cabello para ordenármelo. Me mirabas con una dulzura que me causaba cosquillas en el estómago—. Y nadie está listo para ser padre, Charlie, ni siquiera las personas más felices y estables lo están. No es algo para lo que puedas prepararte, es algo que se aprende con los años. Ya verás que, cuando llegue el momento, serás el mejor padre del mundo.
Te besé para dejar de lado el tema de los hijos. Era absurdo hablar sobre ello tan pronto, ni siquiera hemos cumplido los dieciocho años, aunque ya no falta casi nada. Sin embargo, hay mucho que debemos hacer primero, como seguir estudiando, lograr cierta estabilidad económica, explorar el mundo, casarnos y quién sabe qué cosas más. Puede que con el paso del tiempo nuestros sueños cambien y que ya no queramos casarnos ni formar una familia, sino ser solo tú y yo hasta el final. Lo que sea que vaya a suceder, lo haremos con tiempo y después de pensarlo con cuidado. Nos queda una vida por delante para cumplir cualquier sueño que formulemos desde hoy.
—¿En qué piensas? —te pregunté luego de un agradable silencio. Seguías acariciando mi cabello y mi cara con ternura, no parabas de mirarme.
—En que no te merezco. —Resoplaste con pesar—. Eres demasiado bueno para mí.
—¿Hasta cuándo insistirás con eso? —Me incorporé para verte mejor—. Caín, eres todo lo que siempre he deseado. Sé que soy muy joven y que me queda mucho por experimentar, pero dudo que algún día ame a otro hombre de la misma forma en la que te he amado a ti. El amor no se trata de merecerlo o no, se trata de ganárselo, y tú has sabido ganarte el mío mejor que nadie.
Exhibiste una sonrisa tan amplia como el lago y me diste un beso que se prolongó por al menos un minuto.
—Te amo, Charlie —declaraste a solo milímetros de distancia de mi boca—. Te amo como no imaginas.
—Y yo a ti.
Me abrazaste con tanta fuerza que por poco me cortaste la respiración. Me di cuenta de que te pasaba algo, pero no quise preguntar qué. No quería estropearlo todo con inseguridades y problemas. Por al menos un día, solo uno, necesitaba pretender que mi vida era perfecta y que no tenía nada de lo que preocuparme salvo de amarte con todas mis fuerzas.
—Te tengo otra sorpresa —me dijiste al separar el abrazo.
—No querrás vendarme los ojos otra vez, ¿o sí?
—No. —Te reíste—. De volver a vendártelos, será en otro contexto. —Hiciste una mueca sugerente.
—Eres un pervertido —espeté entre risas, pero la verdad es que la idea de que me amaras a ojos vendados me pareció muy excitante—. ¿Qué sorpresa tienes esta vez?
Te diste la vuelta y estiraste una mano hacia la mesita de noche situada junto a la cama. Abriste el cajón y sacaste una cajita aterciopelada que luego acercaste a mí.
Se me desbocó el corazón.
—Dime que no estás a punto de pedirme matrimonio. —El pánico me dominó—. Sabes que somos demasiado jóvenes para casarnos, ¿no?
—Tranquilo, no te pediré matrimonio. —Reíste con ganas—. Pero me duele que tu reacción haya sido tan negativa. Lo pensaré mejor antes de pedírtelo en el futuro.
—Lo siento, amor, yo...
—No te disculpes. Tienes razón, somos demasiado jóvenes para casarnos, para tener hijos, para vivir juntos y para hacer todas esas cosas de grandes con las que tanto soñamos. Lo tengo claro.
—Entonces, ¿qué tienes ahí dentro? —Señalé la cajita con la mirada.
—Esto es un símbolo de posibilidad —respondiste.
—¿Posibilidad?
Abriste la caja y dentro de ella vi un brazalete plateado que tenía grabada una frase de letras pequeñas que no alcanzaba a leer.
—Sí, una posibilidad —repetiste—. No es una promesa, no es un compromiso, no es una obligación. Es un símbolo que representa la posibilidad de que, algún día, te convertirás en mi esposo.
—Caín, yo... —Intenté hablar, pero no pude hacerlo.
—No te estoy obligando a nada, Charlie. —Sonreíste—. No te pido que me prometas que nos casaremos, tampoco te exigiré que lo pienses. Solo quiero que conserves esto como un recordatorio de que nada me haría más feliz que casarme contigo.
No sabía si sonreír o si llorar. Me costaba creer que ser mi esposo fuera algo tan importante para ti, porque aún somos jóvenes que no tienen idea de lo que pasará el día de mañana, pero me hizo feliz saber que estabas tan dispuesto como yo a pasar una vida juntos. Sé que mil cosas malas podrían ocurrir en el futuro, pero no me importaría afrontarlas si las superaría a tu lado.
—¿Entonces, Charlie? —preguntaste, no dejabas de sonreír—. ¿Me permites la posibilidad de que, en algún futuro lejano, yo me convierta en tu esposo? Ya sabes, sin presiones, es solo una posibilidad. —Hiciste otro de tus característicos guiños.
No tuve que pensarlo dos veces para decidir una respuesta.
—Claro que sí. —Sonreí al mismo tiempo que mi mirada se empapaba—. Sería tu esposo en esta y en mil vidas más.
Me pusiste el brazalete, me quedaba bien. Leí la frase grabada sobre el metal:
"Hasta que el lago se seque".
—Nuestra frase —dije en susurros quebrados—. "Te amaré hasta que el lago se seque".
—Y hasta que el universo se extinga. —No dejabas de sonreír ni de acariciarme—. Y hasta mucho más que eso.
Volvimos a besarnos por enésima vez. Sentía cosquillas incluso en el cuero cabelludo.
—¿Qué hay de ti, cariño? —Me acariciaste el labio inferior con tu pulgar—. ¿Hay algo que desees para nuestro futuro?
Medité al respecto.
—Quiero perros y gatos —respondí—. Muchos de ellos.
—¿Quieres un montón de animales pero te aterra la idea de tener hijos? —Tu risa fue música para mis oídos.
—No es lo mismo y lo sabes —refunfuñé—. Un perro no me dirá que soy el peor padre del mundo por no permitirle ir a una fiesta.
Ambos reímos.
—Bueno, bueno, muchos animales entonces. —Me abrazaste nuevamente y ya no quería que me soltaras. Deseaba aferrarme a ti por tanto tiempo que acabáramos rompiendo el récord al abrazo más largo de la historia.
—No sabes lo feliz que soy en este momento —admití sobre tu pecho desnudo, el que besé con suavidad.
—Y yo. —Tu piel se erizó al sentir mis labios en ella—. ¿Podemos quedarnos aquí para siempre?
—¿Y perdernos la opción de mudarnos a otro lugar y de ir juntos a la universidad? —Enarqué una ceja—. Creí que estabas entusiasmado por convertirte en mi compañero de piso y por entrar a la facultad de artes.
—Podríamos postergarlo por un par de años —sugeriste—. No me molestaría pasar unos cuantos meses en esta cabaña.
Siendo honesto, la idea de quedarme en este lugar por al menos un año me parecía tentadora, pero había muchas cosas que quería que hiciéramos antes de establecernos en nuestro nido de amor.
—La verdad es que a mí tampoco me molestaría, pero prefiero que lo hagamos más adelante —admití—. Ahora quiero que cumplas tus sueños, Caín, no que tu mundo se limite a esta cabaña ni a tu relación conmigo. Quiero que vivas la vida, ¿sí? Incluso si rompemos el día de mañana, me gustaría que disfrutes cada día como si fuera el último.
—Solo digo que me encantaría que disfrutáramos unos cuantos meses más de calma antes de que nuestras vidas pasen por un gran cambio como la universidad. —Tu semblante se volvió melancólico—. ¿Y si en la facultad de música conoces a otro chico que te robe el corazón? ¿Y si te enamoras de algún maestro? ¿Y si...?
—¡Ya basta, Caín! —Me reí—. Eso no pasará. ¿Acaso piensas que un maestro podría fijarse en mí? ¿Tan atractivo crees que soy?
—Hasta el mismísimo diablo se enamoraría de ti y se volvería bueno si te conociera.
No pude evitar volver a reír. Me encantaba que tuvieras esa impresión de mí. Si bien me he convertido en un chico un poco diferente a aquel joven inseguro que fui en el pasado, sigue aliviándome que me mires de la misma forma en la que yo te miro.
—Como sea, iremos a la universidad y ya —dije con firmeza—. No podemos tirar a la basura lo que planeamos durante meses.
—Está bien. —Exhalaste con pesar.
La sensación de que te pasaba algo volvió a retorcer mis entrañas. Podía notar que tenías un gran peso en los hombros.
—¿Qué pasa, Caín? ¿Hay algo que no me has dicho?
Tu silencio dubitativo me lo confirmó.
—No es nada —dijiste al cabo de un rato.
Mentías.
Lo dejé pasar solo porque insistía en mi decisión de no arruinar el momento, pero estaba seguro de que algo raro ocurría.
Como sea, seguimos besándonos y acariciándonos sin volver a preocuparnos del futuro. Minutos después, el hambre de ambos ya era insoportable, así que nos levantamos, nos vestimos y comimos los sándwiches y la fruta que llevé en mi canasta, pero seguíamos hambrientos. Decidimos volver a la ciudad en tu vehículo para hacer unas compras en el supermercado. El mal presentimiento que me invadió en la cabaña se había esfumado, la felicidad reinaba entre nosotros nuevamente.
Llenamos nuestro carro de víveres. Teníamos provisiones para al menos una semana en la cabaña. Puede que no pudiéramos pasar un año entero en ella, pero siete días no serían un problema. Nos merecíamos un tiempo a solas antes de regresar al mundo real.
En todo el trayecto en el supermercado y en el regreso a la cabaña bromeamos y reímos como novios normales y felices. Nos imaginaba como una de esas parejas de las películas de amor después de que superaban cada obstáculo y llegaban al final de la historia. Quizá nuestro final feliz no perduraría como en la ficción, pero con que durara más de lo que duraron nuestros meses de sufrimiento me bastaría para sentir que todo valió la pena.
Una vez que regresamos a la cabaña, preparamos papas fritas en la cocina ya amoblada y nos sentamos en un sofá ubicado frente a un televisor de la estancia. Lo encendimos y vimos películas por horas, pero apenas les prestamos atención. No hacíamos más que besarnos, tocarnos, tontear como niños y pasar las horas riendo.
Al llegar la tarde, salimos de la cabaña y recorrimos los bosques cercanos, los cuales se tiñeron de naranjo gracias al sol crepuscular. Echamos una carrera hacia la cima de una colina que permitía una vista sorprendente del lago y de la foresta y, al llegar a lo más alto, tal como hicimos en nuestras primeras semanas de amistad, gritamos a viva voz con la intención de que el mundo entero nos escuchara, pero ya no vociferamos en nombre de la sociedad, sino que anunciamos lo mucho que nos amábamos. Ya no teníamos miedo de que el universo se enterara de nuestros verdaderos sentimientos.
Minutos después, nos recostamos sobre el césped de la cima de la colina para contemplar las nubes teñidas de naranjo.
—Quiero que elevemos cometas desde la muralla china —dijiste mientras mirabas el cielo. Seguíamos revelando nuestros sueños del futuro, la mayoría no tenía sentido.
—Pues yo quiero gritar palabrotas desde las alturas de la Torre Eiffel.
Ambos reímos.
—Definitivamente tenemos que hacerlo —dijiste, luego guardaste silencio para pensar en algo más—. Quiero que sobrevolemos el Amazonas en globo aerostático.
—Quiero que nos besemos en la cima del Monte Everest —añadí.
—Quiero que bailemos en las ruinas de Machu Picchu. —Tomaste mi mano y la llevaste a tu boca para besarla, luego te pusiste a girar el brazalete que me diste.
—Quiero que corramos desnudos en medio de la Antártida.
—¿Y morirnos de frío? —Reíste—. Creo que eso no podremos hacerlo.
—Bueno, entonces... —Te miré fijamente—. Quiero que hagamos el amor bajo las estrellas.
—Eso es algo que podemos cumplir pronto —susurraste, te acercaste a mí y me diste un beso apasionado.
Nos separamos y seguimos contemplando el cielo anaranjado. Revelamos mil sueños y, aunque sabíamos que no lograríamos cumplir ni siquiera la mitad, amé soñar con tantos momentos inigualables a tu lado.
Al caer la noche, regresamos a la cabaña y llamamos a nuestros padres para decirles que pasaríamos la noche ahí, luego fuimos al muelle e hicimos realidad mi fantasía de ver las estrellas desde él. El canto de las cigarras se mezclaba con el susurro de las aguas que reflejaban la luna creciente. No sentía frío, tanto mi cuerpo como mi espíritu permanecían cálidos junto a ti.
Nos sentamos en el borde del muelle. Recosté mi cabeza sobre tu hombro, tú me abrazaste con firmeza.
—Creo que, de todos los días que hemos vivido, este ha sido el mejor de todos —dijiste. Pensé lo mismo.
—Ha sido memorable —asentí. Clavé la mirada en el cielo y vi pasar una estrella fugaz, a la que le pedí que nunca nos separáramos.
Dejaste de abrazarme y me tomaste la mandíbula con delicadeza para darme un beso más de los miles que compartimos.
—Eres el mejor regalo que la vida pudo darme, Charlie —musitaste, mirándome a los ojos—. Pase lo que pase el día de mañana, quiero que sepas que nunca te olvidaré. Mi corazón te pertenecerá hasta el fin de los tiempos.
—¿Solo hasta entonces? —bromeé—. Me parece muy poco.
Te reíste, pero tus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Qué pasa? —pregunté con preocupación.
—Nada. —Sorbiste por la nariz y te secaste los ojos—. Son lágrimas de felicidad.
Pero no lo eran.
Observamos las estrellas por al menos media hora más y luego fuimos a la cama. Tras acostarnos, volvimos a hacer el amor; disfruté mucho más la segunda vez que la primera. Me dolía no haber vencido a mis demonios antes, pues me perdí un montón de momentos de intimidad contigo por culpa de ellos, pero ya recuperaríamos cada momento con el tiempo.
Me encantó descubrir lo buen amante que eres, no obstante, me incomodó a la vez, pues eso me restregaba en la cara que no fui yo con quien descubriste los placeres sexuales. El título del primer chico al que te entregaste en cuerpo y alma siempre le corresponderá a Manuel.
—¿En qué piensas, amor? —me preguntaste minutos después de acabar.
Ambos seguíamos sudando. Las sombras de la noche envolvían el dormitorio, pero la luz de la luna se colaba por la ventana para combatirlas. Tus ojos se veían hermosos siendo iluminados por el astro luminoso.
—En nada —mentí. Pensaba en tu primer amor, pero no quería hablar del tema. Siempre te incomodaba charlar sobre Manuel—. Solo en lo mucho que te amo.
Tu sonrisa derrotó la oscuridad nocturna e iluminó cada centímetro del cuarto.
—Yo te amo mucho más. —Bostezaste. Estabas exhausto, y yo también.
—¿Y si dormimos? —propuse—. Ambos estamos cansados.
—¿Cansado? ¿Yo? Pff, para nada —dijiste, pero tus párpados te delataban—. Solo déjame cerrar los ojos por unos segundos y ya verás que recobraré las energías.
—Como quieras. —Reí, el sueño me ganaba—. Te amo, Caín.
—Yo más. Sabes que yo más.
—No, yo... —Me callaste con tus labios.
La somnolencia se apoderaba de ambos.
—Yo más y punto —insististe, soñoliento.
—Yo más... —Creo que dije, o tal vez lo pensé.
Continuamos nuestra lucha hasta que nos dejamos vencer.
Mientras dormía, soñé que nos casábamos.
La ceremonia tenía lugar en medio de un bosque. Desde los árboles caían pétalos de flores, lo que no tenía sentido, pero eran la decoración perfecta. Nos hallábamos en un claro, tú y yo de pie sobre una tarima, tomados de las manos mientras nos mirábamos a los ojos.
Frente a la tarima había filas de asientos en las que se hallaban personas que no conocía y otras que sí, como mis padres, mi hermana mayor, Nora, Luis, la tía Brenda, tu madre e incluso tu padre, pero en una versión bondadosa. Él sonreía con cariño mientras nos veía en el improvisado altar.
Era un sueño demasiado irreal, pues nunca en la vida tu papá aprobaría nuestra unión de esa manera y menos me gustaría que lo hiciera, pero se sintió bien imaginar por unos minutos que él podría ser el padre amoroso que tanto mereces.
Creo que entre los presentes también vi al resto de tus amigos; fue cuando me di cuenta de que mi sueño era una proyección de la vida que podríamos tener si no hubiéramos crecido en un mundo tan intolerante como el nuestro. En otra dimensión, nuestro casamiento sería un motivo de festejo para todos nuestros cercanos, no solo para los que nos aceptan tal cual somos. Me duele pensar que, de casarnos realmente, solo unos pocos se alegrarían.
Mi fantasía sobre nuestra boda se vio interrumpida cuando oí susurros lejanos que me obligaron a despertar. Abrí los ojos y, tras recuperar la lucidez, me percaté de que no te hallabas a mi lado. Tú te encontrabas afuera de la cabaña, o eso inferí debido a lo lejos que sonaba tu voz.
Comprobé la hora en mi teléfono y descubrí que eran las dos de la mañana. Me puse de pie y me dirigí a la estancia con la intención de salir por la puerta principal para preguntarte con quién hablabas a esas alturas de la noche, pero me detuve junto a la puerta al escucharte decir lo siguiente:
—¡Déjame en paz! —Hacías lo posible por bajar la voz, pero la rabia no te lo permitía—. ¿Por qué no puedes olvidar lo que pasó? ¡Supéralo de una maldita vez! ¡Nunca seré tuyo, nunca!
No entendía qué estaba pasando, pero no me gustaba nada lo que oía. Evidentemente alguien te hostigaba, ese "nunca seré tuyo" lo dejó más que claro. Me moría de celos y de rabia, pero lo que más me dolía era saber que sí mantenías cosas en secreto después de todo.
Entraste en casa hecho una furia, sin embargo, suavizaste tu expresión al verme en medio de la estancia.
—¡Charlie! Creí que dormías. —Sonabas muy tenso y nervioso.
—¿Con quién hablabas? —pregunté, hacía lo posible por no demostrar las emociones que me volvían loco por dentro.
—Hablaba con... mamá.
—¿A las dos de la mañana?
—Sí, es que tuvo una pesadilla. —Tu mentira fue tan poco creíble que me habría puesto a reír si no me sintiera tan dolido—. Estaba muy asustada y, como estaba sola en casa, quería escuchar mi voz.
—¿Por qué la trataste con tanta prepotencia?
—¿Qué alcanzaste a oír? —inquiriste, tu nerviosismo era cada vez mayor.
—Nada —mentí. Quería que fueras tú quien revelara la verdad—. Pero te sentí muy molesto. ¿Qué pasa, Caín? ¿Por qué no quieres contarme lo que sucede?
Te quedaste callado y contuviste la respiración. Me mirabas con incertidumbre; querías decir algo, pero no te atrevías a hacerlo. Pasaste una mano por tu pelo, luego caminaste de un lado a otro, regresaste la mirada hacia mis ojos y dijiste:
—No pasa nada, Charlie. Todo está bien.
—Sé que mientes. —Ambos sabíamos que así era—. Vamos, Caín, dime la verdad.
Volviste a mirarme sin decir una palabra.
—Te juro que no pasa nada —sentenciaste tras un pesado silencio.
Sentí tu juramento como un golpe en el estómago. Definitivamente no ibas a contarme nada por las buenas.
—Como sea —dije, pero no me daba igual. No me quedaría de brazos cruzados.
—¿Podemos volver a la cama? —preguntaste con un intento de sonrisa. Tus ojos seguían reflejando una gran inquietud.
—Sí, vamos.
Volvimos a la cama. Fingí que dormía hasta que tú caíste dormido. No podía volver a pegar pestaña, no después de que mis instintos me hicieran pensar lo peor: estabas engañándome con otro chico.
El problema era ¿con quién? ¿Acaso Manuel, de quien me había acordado tan solo horas atrás, estaba de regreso? ¿O es que conociste a alguien más?
Me puse a pensar en que no tenía sentido que desearas quedarte conmigo en la cabaña por tanto tiempo si en realidad me eras infiel. ¿No era más fácil deshacerte de mí lo más pronto posible si querías estar con otra persona? ¿Por qué planear tantos proyectos conmigo si ibas a perder el tiempo con alguien más?
No entendía nada. Las dudas me carcomían el cerebro y no me permitían descansar. Las inseguridades que por mucho tiempo guardé en un baúl regresaron a la vida y me atormentaron tanto como antes. Necesitaba esclarecer lo sucedido, pero sabía que no me contarías nada aunque te lo suplicara. Debía desenmascarar la verdad por mi cuenta.
Decidido a llegar al fondo del asunto, pero sabiendo que me arrepentiría para siempre de lo que estaba a punto de hacer, metí la mano debajo de la almohada y busqué tu teléfono móvil, el que dejaste ahí cuando regresamos a la cama. Sé que lo que hacía era imperdonable, pero no aguantaba las ganas de descubrir la verdad. Saqué tu teléfono, oprimí el botón de encendido y me detuve antes de poner la clave. La sabía desde hace mucho, porque tú mismo me la dijiste, pero nunca cometí la insensatez de revisar tu teléfono, pues sabía que hacerlo era algo muy malo. Lo pensé por al menos media hora, hasta que por fin me tragué el asco que sentía por mí mismo y reuní el valor para desbloquearlo.
Me sentía sucio y arrepentido. Nunca esperé traicionar tu confianza de esta forma. Estuve a punto de bloquearlo y de dejarlo bajo la almohada para no seguir cometiendo un error del que no podría retractarme, pero me desesperaba descubrir quién era el chico que te hostigó hace horas. Sé que nunca me perdonarás esta invasión a tu privacidad, pero tampoco espero que lo hagas. Acepto mi error y asumo las consecuencias.
Antes de entrar al historial de llamadas, pensé en lo que causaría al revisar tus registros. Una de las peores posibilidades es que nuestro noviazgo llegue a su fin. Me destroza la idea de terminar contigo, pero no puedo hacer la vista gorda y fingir que no pasa nada. Mi corazón me exigía que obedeciera a mis instintos.
Luego de pensarlo por al menos diez minutos más, abrí el historial de llamadas y el nombre que apareció como la última llamada registrada no me sorprendió tanto como esperaba: Hardy.
No es una novedad que él te sigue molestando, pero que le dijeras que nunca serías suyo significa que su fijación contigo va más allá de una cuestión de maldad.
Hardy no solo te llamó una vez, sino que en tus registros había cientos y cientos de llamadas suyas. Muchas aparecían como perdidas porque quizá no las contestabas, pero había varias que sí atendiste y que se extendieron por minutos.
La curiosidad volvió a vencerme y no pude evitar abrir tus mensajes con Hardy para averiguar qué ocurre entre ustedes. Desearía no haberlo hecho, porque lo que descubrí me revolvió el estómago:
Hardy está enamorado de ti.
Quizás enamorado no es el término correcto: está obsesionado contigo. Te manda mensajes todo el tiempo diciéndote que piensa en ti, te envía fotos suyas bastante inapropiadas y te exige que des por terminada nuestra relación. No suele pedirlo sin una amenaza de por medio; Hardy asegura que, si no rompes conmigo, publicará un video que provocará que no vuelva a mirarte con los mismos ojos.
Fue tras leer eso que comprendí que Jeremy siempre tuvo la razón.
Me siento un imbécil. Ni siquiera le di el beneficio de la duda cuando me reveló que habías hecho algo que yo nunca te perdonaría. Debí aceptar que ayudara a desentrañar la verdad, no poner las manos al fuego por ti.
Seguí revisando el chat de Hardy hasta encontrar una foto que me rompió el corazón: ustedes aparecían besándose.
Se veían al menos dos años menores en la foto. Me produjo náuseas como cada mensaje que leía. Ansiaba despertarte y pedirte una explicación, pero sabía que me dirías de todo excepto la verdad, por lo que decidí ir mucho más lejos en mi búsqueda de respuestas.
Me puse de pie con el mayor sigilo posible y me dirigí a la estancia. Deambulaba de un lado a otro, la ansiedad se apoderó de mí. Tras meditarlo por mucho tiempo, encendí mi propio teléfono y llamé al número de alguien con quien no esperaba volver a comunicarme.
—¿Hola? —contestó Jeremy.
—Hola —le dije, me temblaba la voz.
—¿Charlie? ¿Qué pasa? Sabes que son las cuatro de la mañana, ¿no?
—Sí, sí, lo sé, yo... —Dudé por varios segundos, hasta que finalmente pregunté—: ¿Recuerdas que hace tiempo te ofreciste a ayudarme a descubrir la verdad sobre Caín?
Jeremy guardó silencio.
—De modo que al fin abriste los ojos —dijo al cabo de un rato—. Mi oferta sigue en pie, si eso es lo que te interesa. ¿Quieres descubrir la verdad, Charlie?
Dudé. Tenía miedo por mil razones diferentes: miedo a descubrir algo que nunca podría superar, miedo a perderte, miedo a ponernos en peligro... pero ninguno de esos temores me detuvo.
—Sí, Jeremy —proclamé con la voz quebrada—. Quiero descubrir la verdad.
Mi corazón inició la marcha frenética a la que ya me acostumbré. Me duele tener que actuar a tus espaldas, pero es necesario. Tengo que cerrar este capítulo de una vez por todas para avanzar en nuestra relación... si es que es posible seguir avanzando después de lo que vaya a descubrir.
Jeremy y yo planeamos cómo obtendríamos el video que tanto ansiaba ver. Después de ponernos de acuerdo, colgué la llamada y hurgué entre las cosas de la cabaña como un intento desesperado de calmar mi ansiedad, hasta que di con un cuaderno en blanco y un lápiz situados en un pequeño mueble de la sala de estar, luego me senté y me dispuse a escribir para tener un buen recuerdo de nuestra primera vez y para encontrar un poco de consuelo tras la revelación de lo que Hardy siente por ti.
No sé qué pasará el día de mañana. Puede que el video se trate de un malentendido, o quizá sentenciará el fin de nuestro amor. Pase lo que pase, nunca olvidaré los hermosos momentos que he vivido a tu lado.
Por lo que reste de esta noche, regresaré a la cama junto a ti y fingiré que no existen secretos entre nosotros. Atesoraré cada segundo que me quede en tu compañía por si nuestro adiós es inminente.
Te ama,
Charlie.
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