☀️ 69 ☀️

Primera parte

📝

Hola, Caín.

Ha pasado mucho tiempo desde la última carta. Bastante, en realidad. ¿Cuatro meses? ¿Cinco? No lo sé. Perdí la cuenta...

Porque la vida nunca fue más dulce.

No volví a escribirte por el simple hecho de que estuve demasiado ocupado disfrutando mil momentos a tu lado como para sentarme, tomar un lápiz o poner mis dedos sobre el teclado de la computadora y relatar nuestras vivencias en nuevas cartas. Antes era terapéutico, luego se convirtió en una manera de recordar viejas épocas en las que no estábamos juntos, en las que el destino se encargaba de separarnos, en las que el miedo levantaba muros enormes entre nosotros.

Pero hoy, necesito volver a escribir. Tengo que hacerlo.

Primero que todo repasaré lo que ocurrió luego de que fuiste dado de alta. Tras tu salida del hospital, ambos contamos con licencias médicas que nos otorgaron al menos catorce días de paz antes de volver a la rutina y vernos obligados a enfrentar el mundo real. Pasamos juntos las primeras dos semanas, algunos días en tu casa y otros en la mía. Tu madre no tenía reparos, mientras que mis padres ya sabían que eras mi novio y, aunque al comienzo fue incómodo para ellos, acabaron acostumbrándose. No les quedó otra opción, supongo. Eran conscientes de que su negación no bastaría para separarnos. Hasta ese momento, nada ni nadie podía hacerlo.

Los primeros días de tranquilidad los pasamos encerrados. No tenías permitido conducir ni ir a ninguna parte debido a los mareos que te provocaba la reciente contusión en tu cabeza, y a mí no me dejaban hacer nada que implicara mucho esfuerzo. Mi corazón seguía débil, pero al menos era feliz.

En uno de los tantos días que pasaste en mi casa, finalmente cumpliste tu deseo de pintar mi cuarto. Tu madre nos dio dinero suficiente para comprar pinturas de múltiples colores con las que creaste un cielo estrellado en mi techo y un bosque en las paredes de la habitación. Yo te ayudé en lo que pude, pero la mayor parte del trabajo la hiciste tú. Cuando acabaste de pintar, por poco liberé un par de lágrimas. Mi dormitorio ya no parecía eso, sino que, tal como el fuerte que construimos en tu casa cuando aún no éramos novios, el cuarto se convirtió en un pequeño universo que nos invitaba a quedarnos en él. No imaginas lo estimulante que era besarte bajo el firmamento que tú mismo creaste. Siempre te estaré agradecido por un regalo tan lindo como ese.

Al día siguiente, tuvimos la oportunidad de visitar a la tía Brenda en el retén en el que la mantuvieron encerrada durante lo que duró la investigación previa al juicio. Ella nos dijo que los policías la trataban bien, pero los dos nos dimos cuenta de que no era así. La tía tenía ojeras que demostraban que dormía poco, perdió peso en apenas unos días de cautiverio y le notamos varios cardenales en los brazos y en las muñecas. Ella no merecía recibir un trato tan inhumano. Era obvio que los policías no la maltrataban por tener un mal comportamiento, debía haber otra razón. No puedo imaginar a la tía Brenda causando problemas. Ella es una heroína, no una criminal.

En cuanto a tu padre, él sobrevivió al disparo. Reaccionó al cabo de unos días y, aunque al principio su estado era delicado, mejoró con el paso del tiempo. Me avergüenza decir esto, pero no me habría dolido que falleciera. Después de todo, es lo que merece por tantos años de abuso contra tu madre y contra ti. Estoy seguro de que ni siquiera pasar décadas en prisión bastaría para que se convirtiera en una buena persona. Él, tal como la tía Brenda, estuvo entre rejas durante la investigación, pero no en las mismas condiciones que su hermana. Por desgracia, tu papá es un hombre adinerado con los contactos suficientes para acceder a ciertos privilegios.

Sobre tu madre, ella finalmente reunió el valor para denunciar a su esposo y consiguió una orden de alejamiento contra él. Así hubiera sido liberado de la prisión preventiva, tu papá no podía acercarse a ustedes. Solo espero que su distancia sea permanente y definitiva. Él no merece estar cerca de ti ni hacerse llamar tu padre.

El día que nos tocó volver al colegio, ambos estábamos nerviosos. Se sentía como un primer día de clases, como si fuéramos nuevos alumnos. Todo el mundo se enteró de lo sucedido en tu casa, así como se enteraron de nuestra relación. Nora me mantuvo al tanto de los cotilleos, me contaba con lujo de detalles lo que se hablaba sobre nosotros. Me dijo que muchos alumnos desaprobaban nuestro amor, pero había otros que nos apoyaban, como Luis. Él era el único de tus amigos al que no le molestaba que tú y yo estuviéramos juntos. Supongo que parte de su apoyo se debe a Nora, con quien mantiene su noviazgo hasta la actualidad.

Hardy, a diferencia de Luis, nos hizo la vida imposible desde nuestro primer día del regreso a clases. Su rostro enrojecía cada vez que nos veía juntos, o sea, casi todo el tiempo. Nunca nos despegábamos, ni tú ni yo queríamos pasar otro instante separados. Hubo días muy tensos en los que casi nos enfrentamos a un grupo de al menos diez bravucones y otro en los que acabaste a golpes con un imbécil que nos gritó estupideces, pero te mantuviste firme en cada oportunidad. Yo te regañaba porque me preocupaba que alguien te hiciera daño o que fueras tú quien se lo hiciera a otra persona, pero seguías reaccionando con violencia ante cada provocación. Te negabas a ignorar las humillaciones, enfrentabas a cualquier persona que tuviera algo malo que decir sobre nosotros.

No obstante, con el paso del tiempo, aprendiste a tomarte las cosas con calma y yo aprendí a ser valiente y a no permitir que nadie me pasara a llevar, ni siquiera Hardy. Ambos crecimos como pareja y como seres humanos. Ya no peleabas con cualquiera que nos molestara, pero porque la mayoría de nuestros acosadores comprendió que no obtendrían las reacciones de temor que esperaban de nosotros, lo que favoreció que nos dejaran en paz. Es lamentable que hayamos ganado el respeto a base de la confrontación. El mundo debería respetarnos porque sí, no por algún motivo en especial.

Como sea, el tiempo voló y todo mejoró. Nuestro amor crecía como la espuma, y, aunque discutíamos de vez en cuando por cosas sin sentido, nos las arreglábamos para ser felices. Por desgracia, nuestra felicidad corrió peligro el día del juicio de tu padre y de la tía Brenda. Si bien se comprobó que tu papá era un peligro para la sociedad, fue condenado a apenas siete años de prisión, esto gracias a sus poderosos abogados. Siete años de encierro no eran castigo suficiente para él, pero no pudimos hacer nada. Algún día pagará como corresponde.

En cuanto a la tía Brenda, ella no fue puesta en libertad; la condenaron a cuatro años de prisión. No es tanto, la verdad es que pudo ser peor. Lo malo de todo es que, tristemente, no la enviaron a una cárcel de mujeres, porque ante la ley no figuraba como una. La tía fue trasladada a una prisión de hombres ubicada en una ciudad cercana. Al menos no la transfirieron a la misma en la que encerraron a tu papá, pero que no respetaran su verdadera identidad fue algo inaceptable.

Saber que tu padre no recibió la condena que merecía y que tu tía sería encerrada en una cárcel para hombres te causó un daño tremendo. Lloraste cada noche desde el juicio por al menos dos semanas. Yo hacía lo que estuviera al alcance de mis manos para subirte el ánimo, pero no lo lograba. Después de al menos un mes, volviste a sonreír y retomaste el intento de ser feliz. "Es lo que mi tía, lo que mi madre y lo que tú desean, así que lo intentaré", dijiste. Hoy en día sigues lamentándote por lo sucedido, pero ya verás que los años pasarán volando y que pronto la tía Brenda será libre para siempre.

Al llegar el verano y con él las vacaciones, se nos hizo mucho más fácil querernos. Ya no teníamos que enfrentarnos al desprecio de los alumnos del colegio, teníamos toda la libertad del mundo para amarnos sin preocuparnos por el escrutinio de la gente.

Tal como las dos semanas de compañía que tuvimos después de salir del hospital, decidimos que pasaríamos juntos las vacaciones. Fuimos a acampar a las montañas, fuimos al campo, fuimos al cine un montón de veces, construimos cientos de fuertes en tu casa y en la mía y pasamos un sinfín de tardes frente al lago que declaramos como nuestro lugar. Cada momento era más hermoso que el anterior, cada día me enamoraba un poco más de ti.

En cuanto al sexo, era algo que no lográbamos concretar, porque mis demonios del pasado no me permitían entregarme por completo. El recuerdo de Joaquín perpetuaba y me impedía dejarme llevar.

Eso sí, ya no me atormentaba tanto como antes, en parte porque poco después de salir del hospital comencé a ir a terapia con la doctora Soto, una talentosa mujer que ha sido de gran ayuda para sacarme de las arenas movedizas en las que estuve atrapado por más de siete años. Visito su despacho una vez a la semana desde la primera consulta; hemos tenido avances increíbles en los últimos meses. Ya no me pongo a tiritar cada vez que pienso o que hablo sobre Joaquín, pero aún me corroe la culpa que me ha acompañado desde los diez años.

Hoy, sin embargo, decidí soltar mis ataduras, liberar mi alma y dejar mis traumas atrás por al menos veinticuatro horas.

Sería otro de los tantos días que pasaríamos juntos. Nuestro plan era hacer un picnic frente al lago que ha sido testigo de nuestro amor. Aunque hemos ido decenas de veces a ese lugar, cada ocasión se siente como la primera. Apenas sonó el timbre de mi casa esta mañana, corrí hacia la puerta, la abrí y me lancé a tus brazos como si no nos hubiéramos visto en años.

—Te extrañé muchísimo, amor —susurraste sobre mi oído, provocaste descargas eléctricas por todo mi cuerpo.

—Solo pasaron siete días desde la última vez que nos vimos —te dije entre risas. Seguíamos abrazados.

—Siete días que se sintieron como toda una vida. —Te separaste de mí, tomaste mi cara entre tus manos y me diste un beso largo y cariñoso.

Como en cada oportunidad, mi corazón inició un baile frenético mientras mis labios saboreaban los tuyos. Fue solo una semana de distancia, pero sí, se sintió como toda una vida sin verte. No nos vimos porque tu madre y tú fueron a visitar a tus abuelos. Me pediste que los acompañara, pero decidí darles espacio. Lo necesitaban. Tienen muchas heridas que sanar.

—¿Todo listo para irnos? —preguntaste tras besarnos.

—Todo listo. —Levanté la canasta que preparé para el picnic.

Mi mamá apareció en la estancia y te saludó con una gran sonrisa; mis padres y tú se hicieron muy cercanos en el último tiempo. Te quieren como a un hijo más, no obstante, puedo notar su incomodidad de vez en cuando al demostrarnos nuestro afecto frente a ellos, pero ya no me molesta. No puedo esperar que nos acepten al cien por ciento cuando solo han pasado meses desde que dimos a conocer nuestra relación. Con que te quieran tanto como yo te quiero me basta para ser feliz.

—Cuida de mi niño, ¿eh? —te ordenó mi madre—. Lo quiero de vuelta sano y salvo. Y cuidado con agitarse demasiado, ya sabes que no puede.

—Descuide, su hijo está en buenas manos. —Me guiñaste un ojo—. ¿Nos vamos, amor?

—Vámonos.

Nos tomamos de la mano y caminamos en dirección a tu camioneta. Guardaste mi canasta en el maletero, nos subimos al vehículo y tú sacaste una tela negra desde la guantera.

—Te tengo una sorpresa —dijiste—. Déjame vendarte los ojos, ¿sí? Te prometo que no será por mucho tiempo.

Fruncí el ceño. Fue inevitable temer.

—¿De qué se trata, amor? —pregunté, nervioso—. Sabes que no me gustan mucho las sorpresas.

—Tranquilo, cariño, te prometo que te gustará esta. —Me tomaste una mano y la acariciaste con suavidad—. ¿Confías en mí?

—Claro que sí. —No lo dudaba—. Pero no me gusta andar a ciegas.

—Vamos, Charlie, no te haré nada malo. —Te reíste—. Si quisiera secuestrarte o algo así, lo habría hecho hace mucho. —Me miraste con malicia.

—No es gracioso —increpé—. ¿Es necesario que me vendes los ojos? ¿No puedo cerrarlos hasta que me indiques abrirlos y ya?

—No, porque sé que harás trampa. Vamos, amor, solo serán unos minutos.

—Está bien. —Rodé la mirada—. Pero como me des un susto, te juro que romperé contigo y que nunca volverás a verme.

—Oye, no me amenaces con eso, que solo de pensarlo se me rompe el corazón —dijiste con un puchero, pero volviste a sonreír—. Ven aquí.

Me pusiste la venda y echaste el auto a andar. Intenté adivinar las calles que recorríamos para orientarme, pero no lo logré. De pronto, encendiste la radio y la música de Guns N' Roses llenó el vehículo. Yo te preguntaba una y otra vez a dónde íbamos y si faltaba mucho para llegar, pero tú te limitabas a pedirme que fuera paciente.

Al cabo de media hora o quizá más tiempo, el auto se detuvo y tú saliste primero para ayudarme a bajar sin hacerme daño. Mi estómago era un revoltijo de nervios mientras me conducías por un camino de tierra. Aunque no veía nada, oía el característico sonido de las aguas de un lago en movimiento y el cantar de las aves que ya conocía, por lo que me percaté de que nos encontrábamos en nuestro lugar o al menos cerca de este, pero la sorpresa que me preparaste aún era una incógnita.

—Bien, ya llegamos. —Me quitaste la venda.

Me costó adaptarme a la luz del día. Tras recuperar la visión, me di cuenta de que nos hallábamos frente a una cabaña ubicada junto al lago en el lado opuesto al que solíamos visitar. Vi esa cabaña antes, pero no había estado en esa zona.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté con intriga.

—Esta cabaña es nuestra ahora, amor. —Tus ojos desprendían felicidad.

—¿Nuestra? —Sonreí al mismo tiempo que hundí el ceño—. ¿De qué hablas?

—La vi en venta hace unos días en internet y le pregunté a mi madre si podíamos ocupar parte de nuestros ahorros familiares para comprarla —contaste—. Ella dijo que sí enseguida, ya sabes... aún se siente culpable por nunca alzarse contra mi padre. Me ha llenado de regalos, como si fuera a cambiar las cosas...

Una profunda tristeza acabó con tu felicidad.

—Creí que su relación estaba mejorando —dije.

—Como sea, ¿te gusta o no? —Señalaste la cabaña y tu sonrisa regresó.

—¿Que si me gusta? ¡Me encanta, Caín! —Me reí—. Es hermosa. Me alegra que ya tengas tu propio lugar.

—Tenemos, Charlie —corregiste—. Estará a tu nombre también.

—¿Qué? No, Caín, no puedo aceptarlo. Es tuya.

—Nuestraaaaa —insististe entre risas y te acercaste a mí para envolverme en tus brazos—. Es de los dos, amor. Aquí es donde quiero que pasemos los veranos y en donde quiero que envejezcamos. Será nuestro hogar si así lo deseas.

No podía creerlo. Uno de mis más grandes sueños dejaba de ser un imposible. Quería ponerme a saltar de felicidad, pues por mucho tiempo soñé con una vida a tu lado. Saber que estabas tan comprometido como yo a tenerla me hacía inmensamente feliz.

—¿Quieres vivir aquí conmigo en el futuro, Charlie? —inquiriste sobre mi boca.

—Claro que quiero —respondí y te besé como si firmáramos una declaración.

Los restos de la tristeza que tanto sentí en el pasado se quedaron ahí. Al fin respiraba lo que era la paz interior. No quería que el sentimiento acabara, pero sabía que lo bueno nunca dura para siempre.

—¿Entramos? —invitaste luego del beso.

Accedí e ingresamos al que sería nuestro hogar en el futuro si el destino lo permitía.

La cabaña por dentro era bastante acogedora y más espaciosa de lo que parecía por fuera. El lugar ya tenía tu marca: había pinturas colgando en las paredes. Algunas eran tan abstractas que no tenían sentido para mí, otras eran un fiel reflejo de tu pasado, de tu presente y quizá del futuro. Lo mejor de la cabaña, además de tus creaciones, era un enorme ventanal que permitía una vista privilegiada del lago que tanto amábamos.

Mientras guiabas un recorrido por la estancia, me contaste que planeabas pintar las paredes de color crema, pero que podíamos escoger otro si no me gustaba el que elegiste. Hablabas con mucho entusiasmo, realmente querías pasar la vida en ese lugar. Pensé en el futuro y me temblaron las manos de expectación. Nos imaginé haciéndonos cada vez más grandes entre las paredes de la cabaña e incluso nos visualicé criando a un niño o a una niña. No era un lugar demasiado grande, pero podríamos ampliarlo y, de cualquier modo, no necesitábamos de grandes lujos para ser felices.

—Y bien, ¿te gusta? —inquiriste con una sonrisa en medio de la estancia.

—Me fascina. —Devolví la sonrisa—. Tú me fascinas.

Me besaste por tercera vez en el día y me tomaste de una mano para conducirme hacia un estrecho corredor.

—Ven, te mostraré las habitaciones —dijiste, y yo te seguí.

Entramos al primer cuarto que resultó ser un dormitorio. No era muy extenso, la mayor parte del espacio la ocupaba una cama matrimonial, un armario y una mesita de noche, pero era precioso. Tal como la estancia, tenía una ventana que dejaba ver el lago. Era un paisaje que nunca me hartaría de admirar. No podía esperar a que pasaran los años y tuviera que despertar cada mañana con la inigualable vista del agua reflejando el sol matutino.

—Aquí es donde dormiremos —anunciaste y, al ver tus ojos, sentí que querías decir algo más.

—Y aquí es donde nos amaremos —susurré por ti, avergonzado.

Abriste los ojos de par en par.

—Charlie, yo... —Comenzaste a decir, pero el pánico me venció.

—¿Por qué no me muestras el patio? —pregunté, me costaba hablar sin tartamudear—. Estamos muy cerca del lago, ¿hay una forma de llegar hasta él desde aquí?

Esbozaste una sonrisa que en realidad era triste y me tomaste de una mano.

—Sí, vamos. —Me condujiste fuera del dormitorio.

Salimos por una puerta trasera que daba paso a un camino de tierra que descendía hasta un pequeño muelle de madera. Sonreí con entusiasmo, me fascinaba la idea de tener un acceso propio a la laguna y un muelle para nosotros solos. Desde ya proyectaba en mi cabeza cada alba, cada ocaso y cada noche estrellada que contemplaríamos desde él.

—Nos falta el bote y todo será perfecto —dijiste una vez que nos hallamos en medio del muelle. Sonreías con tanto entusiasmo como yo; la incomodidad que vivimos en la cabaña quedó atrás—. Podemos ahorrar y comprar uno, o incluso podemos juntar dinero con los años y adquirir una mejor vivienda.

—No quiero vivir en otro sitio, este es ideal para mí —aseguré y lo decía en serio—. No imagino un mejor lugar en el que pasar la vida contigo.

Me alejé para mirarte y tu sonrisa me iluminó el alma. No me cansaba de verte sonreír, era el mejor remedio para cualquier mal.

—Te amo como no imaginas. —Me diste un dulce beso en la frente—. ¿Te apetece darnos un chapuzón? —Señalaste el lago con una mirada traviesa.

—No tengo traje de baño en este momento.

—¿Quién necesita traje de baño? —Guiñaste un ojo, te apartaste y comenzaste a quitarte la ropa.

—¿Qué... qué haces? —inquirí, avergonzado e impactado a la vez.

—Desnudarme. —Te encogiste de hombros mientras te quitabas los pantalones.

—¡Caín, no puedes desnudarte! —Mi cara ardió al igual que mi estómago—. ¡Alguien podría verte!

—Relájate, no hay nadie cerca. —Te reíste como si nada—. Y descuida, no me quitaré toda la ropa.

En efecto, no te la quitaste por completo, pero quedaste solo en bóxer. No era la primera vez que te veía en ropa interior; varias veces nos quitamos casi toda la ropa cuando tratábamos de intimar, pero aún no me acostumbraba a verte así.

—¿Qué esperas? —me preguntaste—. ¿O acaso quieres lanzarte vestido?

—Caín, no deberíamos...

—Vamos, amor —interrumpiste—. Solo será un rato.

—Está bien. —Puse los ojos en blanco y me dispuse a liberarme de mis prendas.

Me miraste en todo momento mientras lo hacía; traté de evadir tu mirada para no arrepentirme. No sabía por qué sentía tanta vergüenza, ya habíamos nadado juntos en la playa semanas atrás. A decir verdad, mi inquietud no se debía a que llevábamos traje de baño en aquella ocasión y en la de hoy solo ropa interior, sino que se debía a otra cosa. Estaba nervioso por algo que quería hacer desde hace mucho tiempo, pero que no podía evitar postergar.

—¿Listo? —consultaste cuando ambos nos acercamos al borde del muelle. Era un día muy caluroso, pero, por alguna razón, yo sentía un poco de frío.

—Listo.

Nos tomamos de la mano y pegamos un salto. Ambos reímos a todo pulmón al emerger y recuperar el aire. En ningún momento nos soltamos, solo nos dejábamos ir para tirarnos agua a modo de broma o para disfrutar de la libertad que ofrecía el lago, pero casi todo el tiempo lo pasamos besándonos.

Regresamos a la superficie al menos media hora después. Ambos teníamos hambre, por lo que decidimos volver a la cabaña para devorar el contenido de mi canasta. Tal como al lanzarnos al agua, subimos de la mano el camino que dirigía al que algún día sería nuestro hogar definitivo. Es imposible describir con palabras lo que sentía. Estar contigo y reír como si no hubiera problemas en nuestras vidas me causaba una felicidad tan poderosa como un volcán en erupción.

Llegamos a la casa y fuimos de regreso al dormitorio de la cama matrimonial para secarnos y ponernos la ropa, pero ninguno de los dos se vistió. Al contrario, nos miramos con fijeza sin movernos.

—¿Estás bien, Charlie? —preguntaste a pesar de que noté que leías lo que pasaba por mi mente.

En vez de emitir una respuesta, lancé mi boca a la tuya y nos besamos con una lujuria desenfrenada.

Dentro de mí lo sabía: era el momento. Por fin era hora de dar otro paso en nuestra relación y de hacer lo que fallidamente intentamos concretar en el pasado.

Me tomaste de la cintura con tus manos y sentí que me quemaba a pesar de que mi temperatura corporal seguía baja debido a los minutos dentro del lago. El escaso frío que aún sentía tras salir del agua se convirtió en calor. Aunque no llevaba nada más que un bóxer mojado, tenía la urgencia de desnudarme por completo lo más pronto posible.

Los demonios del pasado aparecieron en mi mente como de costumbre, pero decidí ignorarlos. No porque quisiera complacerte, sino porque quería complacerme a mí. Estaba harto de pasar los días con cadenas que me impidieran avanzar. Necesitaba aprender a vivir con el mal recuerdo de Joaquín y a dejar la culpabilidad en el pasado. Supongo que lo merezco, después de todo. Cometí errores por los que nunca me perdonaré, pero no puedo pasar la vida entera culpándome por las equivocaciones del niño inocente que alguna vez fui. Tenía la oportunidad de gozar la vida de mis sueños a tu lado y ya no estaba dispuesto a desperdiciarla.

Sin separar nuestras bocas ni nuestros cuerpos, me condujiste hacia la cama y me acostaste delicadamente sobre ella. Los besos se sentían mucho más íntimos que cualquiera que nos dimos en el pasado. Tu lengua jugueteaba con la mía, tus manos recorrían mi piel y tu cuerpo ardía con la misma intensidad que el mío. Ambos jadeábamos aunque no hiciéramos esfuerzo alguno. Sentí que me sofocaba y mi corazón comenzó a latir con rapidez, pero le rogué que se comportara. No quería que nada arruinara nuestro momento especial.

Dejaste ir mi boca y luego descendiste tus labios por mi cuello. Me dabas besos muy tiernos, pero, al mismo tiempo, demasiado excitantes. Besaste mis clavículas mientras yo acariciaba tu espalda con mis manos, después te apreté contra mí como si fuera la única forma de que te quedaras a mi lado para siempre. Una vez que volviste a besar mi boca, presionaste tu cuerpo contra el mío, sentí lo duro que estabas y poco a poco fui venciendo la timidez y me decidí a tocarte y a besarte con un atrevimiento que nunca me permití tener. Saboreé tu lengua como si fuera un caramelo, tú pasaste tus manos por mi pelo y yo te abracé con mis piernas para sentirte aún más pegado a mí.

Decidido a tomar las riendas de mi destino de una vez por todas, nos hice girar hasta que yo quedé encima de ti. Luego, sin pudor, besé tu cuello tal como hiciste tú, pero no mantuve mis labios en él, sino que di un recorrido de besos por tu cuerpo hasta terminar debajo de tu ombligo.

—Charlie —jadeaste, la euforia te dominaba. Tus manos acariciaban y jalaban mi cabello mientras mi lengua lamía tu abdomen.

Aún con un valor que ni yo esperaba, me levanté y me dispuse a quitarte la ropa interior, pero tú me detuviste.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —preguntaste, mirándome con fijeza.

—Completamente —respondí y me mordí el labio inferior. No lo hice para verme sensual ni nada parecido, pero a ti te volvió loco.

No volviste a preguntar si estaba seguro, porque mi atrevimiento lo dejó más que claro. En lugar de seguir hablando, te levantaste de la cama, yo te seguí y ambos nos quitamos la ropa interior.

No voy a negar que sentí una inseguridad tremenda al desnudarme en cuerpo y alma frente a ti, pero la convicción por cumplir otro de mis sueños fue más fuerte y me permitió continuar sin miedo a nada.

Verte desnudo aumentó mi calor. Volvimos a besarnos, pero me alejé de tus labios y me atreví a agacharme mientras tú estabas de pie. Me arrodillé frente a ti e hice cosas con mi boca de las que tenía cero experiencia, pero no me importó y al parecer a ti tampoco. Tu solo me mirabas con asombro, no esperabas que yo me aventurara a tanto.

Sin embargo, apenas acabó tu estupefacción, levantaste la cabeza y soltaste un gemido que expresó el placer que sentías. Tus manos regresaron a mi cabello y me tomaste con algo de fuerza, pero tu agarre nunca dejó de ser dulce.

—Oh, Charlie, Charlie, Charlie... —repetías mientras yo te provocaba una satisfacción que me hizo sentir orgulloso.

Me alejaste de tu miembro y me ayudaste a ponerme de pie. Mi boca volvió a unirse a la tuya y, nuevamente, regresamos a la cama sin separar nuestros labios. Tú estabas extasiado, ni siquiera en nuestros intentos anteriores te pusiste tan candente como hoy.

Una vez en la cama, rompiste nuestro beso y luego tu lengua recorrió mi piel de arriba abajo con lentitud. Sentí que me incineraba, mi corazón daba estocadas contra mi pecho.

—¿Estás bien, amor? —preguntaste al notar que jadeaba mucho más que antes.

—Sí. —Fue todo lo que pude decir. Quería que continuaras, lo necesitaba.

—Si sientes alguna molestia en el pecho, me avisas, por favor. —Me enterneció que pasaras de la excitación a la preocupación en segundos, pero lo que menos quería en ese momento era que te preocuparas por mí, solo deseaba que me tocaras como nunca nadie me tocó.

Asentí y el Caín eufórico volvió a la vida. Te bajaste de la cama, te arrodillaste en el suelo y luego pusiste mis piernas en alto con tus manos. No sabía qué ibas a hacer, así que me ganó el nerviosismo y la poca experiencia, pero me dejé llevar. Estaba harto de sentir miedo.

Cuando tu lengua ingresó dentro de mí, liberé un gemido que no me avergonzó en absoluto. Estaba disfrutando cada momento, cada roce, cada beso. Ya no sentía los temores que tanto me atormentaban meses atrás, solo podía sentir una plenitud que no creía posible.

Apenas alejaste tu lengua de mí, te pusiste de pie y me acercaste hacia el borde de la cama. Me miraste como si esperaras aprobación, y al ver que yo volví a asentir, te alejaste otra vez.

—¿Qué pasa? —pregunté, entrando en pánico—. ¿No quieres hacerlo?

—Por supuesto que quiero, amor. —Sonreíste, te costaba respirar—. Pero necesitamos protección.

Sentí un alivio tremendo. Por un momento creí que me rechazarías, me calmó descubrir que no.

Sacaste un sobrecito plateado desde el bolsillo de tus pantalones, los que estaban tirados en el suelo. Me di cuenta de que ya estabas preparado porque esperabas ese momento tanto como yo. Sabías que pasaría tarde o temprano, y eso me hizo sentir mucho más decidido.

Una vez que estuvimos listos para comenzar, me hiciste el amor con una ternura mezclada con la pasión más desbordante del mundo.

Sentí que creábamos un nuevo universo, uno en el que éramos los únicos habitantes, en el que no existían los obstáculos, en el que figuras como tu padre no estaban permitidas. Me sentí más vivo que nunca; en realidad, fue como si apenas naciera, como si no hubiera nada antes de nuestra primera vez. Mi verdadera vida apenas comenzaba.

Mientras lo hacíamos, me besabas con hambre, con desesperación. Tu aliento jadeante me golpeaba el rostro, lo sentí como una fuerte caricia. El dolor físico fue inevitable, pero no tan terrible como esperaba. La verdad es que no pensé que lo disfrutaría tanto. Sentirte dentro de mí conectaba nuestras almas en un lazo irrompible, nos fundía en uno solo. Me mirabas a los ojos en todo momento, los tuyos emanaban fuego. Mi corazón palpitaba como un taladro fuera de control, pero no me importaba morir en ese preciso instante. Al menos moriría sintiendo una dicha superior a cualquier otro sentimiento.

Y aunque horas después pasó algo que amenazaría con arruinar uno de los días más hermosos de mi existencia, nunca olvidaré que me hiciste volar hacia constelaciones lejanas. Nuestra primera vez fue algo que recordaré con amor por el resto de mi vida.


continúa ➡


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