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Segunda y última parte

📝

—Todo pasó hace una hora, más o menos, no lo sé... —relató tu madre. Hablaba muy rápido y tartamudeaba de vez en cuando—. Caín llegó a casa con la tía Brenda después de desaparecer por más de una semana. El primer día de desaparición, mi hijo me envió un mensaje por teléfono informándome que estaría con la tía, pero no me dijo dónde. Mi esposo quería hacer una denuncia y rastrear a Caín, sin embargo, logré convencerlo de que esperáramos unos días. Aunque le doliera aceptarlo, Bastián sabía que Caín estaría a salvo en manos de la tía Brenda. Hoy mi hijo y su tía aparecieron en casa y... y...

—¿Y qué? —pregunté, más ansioso que nunca.

—Y Caín enfrentó a Bastián —prosiguió tu madre, quien rompió en llanto nuevamente—. Le dijo que le gustaban tanto los chicos como las chicas, que quería ser artista y que ya no volvería a obedecerlo. También le confesó que estaba enamorado de ti, que sería tu novio aunque él no estuviera de acuerdo y que visitaría a la tía Brenda tantas veces como quisiera.

Mi boca se abrió en señal de asombro. No podía creer lo que oía. Jamás pensé que serías capaz de enfrentar a tu padre de esa forma, al menos no siendo tan joven.

—¿Cómo reaccionó su esposo? —inquirí, a pesar de que ya sabía la respuesta.

—Bastián se volvió loco. —Tu madre se abrazó a sí misma y se puso a temblar al recordar los hechos—. Muy loco, Charlie; su rostro se distorsionó por completo, se veía rojo de rabia. En un acto de locura, él se acercó al mesón de la estancia, agarró un florero y golpeó a Caín en la cabeza con tanta fuerza que lo noqueó y lo lanzó al suelo.

—¿¡Qué!? —La ira incendió mis adentros—. ¿Es en serio? ¿Cómo pudo hacer algo como eso?

—No lo sé, Charlie, no lo sé. Bastián siempre tuvo actitudes muy violentas, pero nunca había hecho algo tan desquiciado. Definitivamente se volvió loco.

—¿Qué pasó después? —Las lágrimas mojaban mis mejillas, motivadas por la ira y a la vez por la tristeza. Imaginar el momento en el que fuiste herido me provocaba punzadas de dolor.

—Bastián se acercó a Caín a pesar de que cayó inconsciente —prosiguió tu mamá—. Se agachó junto a él con intenciones de golpearlo, tal vez matarlo, no lo sé. Fue entonces cuando Brenda sacó una pistola desde alguna parte y la apuntó hacia Bastián. Supongo que mi hijo y su tía sabían que las cosas se saldrían de control, así que se prepararon para lo peor. —Hizo una pausa. Hablar sobre lo sucedido le era muy difícil—. Brenda amenazó a Bastián con dispararle si no se alejaba de Caín. Bastián se puso de pie y se acercó a ella hecho una furia; Brenda volvió a amenazarlo, le advirtió que no diera un paso más, pero él no obedeció...

—Y la tía Brenda le disparó —completé.

—Ella no quería hacerlo, Charlie, pero su hermano no le dejó opción. Si Brenda no disparaba, Bastián nos habría herido a ambas y habría matado a Caín, o quizá nos habría matado a los tres. —Tu madre se estremeció—. Luego del disparo, lo primero que hicimos fue llamar dos ambulancias, una para Caín y otra para Bastián. Brenda quería traer a Caín al hospital en su auto, pero le sugerí que lo mejor sería no moverlo, pues el golpe en la cabeza fue demasiado fuerte. Su sangre se derramaba por el suelo, Charlie, fue una escena traumática...

Tu mamá no pudo seguir. Me acerqué a abrazarla, la envolví con toda mi fuerza. Tal escena en la que tu padre te golpeaba con el florero se reproducía una y otra vez en mi cabeza a pesar de que no estuve ahí para presenciarla. De haber estado, me habría vuelto mucho más loco que tu padre y lo habría aniquilado con mis propias manos. No soportaría que alguien te hiciera daño de una forma tan brutal delante de mí.

Tu madre se liberó del abrazo y continuó su relato.

—Las ambulancias llegaron al cabo de unos minutos —contó—. Los paramédicos subieron a Bastián a una y a Caín a otra; nos permitieron a Brenda y a mí subir con mi hijo. Decidí no llamar a la policía, porque sabía que ellos se llevarían a Brenda apenas se enteraran de lo sucedido, pero tarde o temprano tendríamos que darles explicaciones. Además, no hizo falta que yo los llamara, pues los vecinos lo hicieron por mí. Imagino que el disparo les delató lo que pasaba y no tuvieron más alternativa que hacer algo al respecto.

—¿Qué pasó cuando llegaron al hospital? —pregunté. Por alguna razón, comencé a sentirme mareado y sofocado.

—Caín y Bastián fueron ingresados de inmediato a urgencias. Lamentablemente, no nos permitieron pasar con Caín; Brenda y yo tuvimos que quedarnos afuera. Minutos después de que Caín y su padre fueran ingresados, aparecieron los policías.

—Y se llevaron a la tía Brenda —adiviné, mortificado.

—En realidad, ellos no sabían lo que pasó. Fue la misma Brenda quien confesó todo.

—¿Por qué lo hizo?

—Para evitar que Caín o que yo fuéramos culpados. Además, Brenda me dijo que se cansó de luchar y de huir. Renunció a todo, Charlie. Dijo que ya no necesitaba su libertad, porque Caín finalmente obtendría la suya.

Tu madre y yo lloramos juntos en honor a la tía Brenda. Me duele que haya sacrificado su futuro por asegurar el tuyo. Si bien fue un acto de amor, es jodidamente injusto. Ella merece un final feliz, no pasar el resto de sus días en la cárcel.

—¿Dónde está el padre de Caín ahora? —le pregunté a tu mamá tras varios segundos de llanto silencioso—. ¿Está muerto?

—No lo sé. Está en el quirófano, al igual que Caín. Si te soy honesta, me da igual lo que le pase a mi esposo. Me preocupa mi hijo, Charlie, el golpe que recibió fue demasiado fuerte.

Una vez más, la idea de perderte me arrojó hacia un océano de desesperación. Entré en pánico, la ansiedad me dominó de tal manera que ya no podía respirar. Mi latido se aceleró lo suficiente como para demostrarme que algo no estaba bien. Me alejé de tu madre solo para recibir un poco más de oxígeno, pero no bastaba. Sentía que tenía agua en los pulmones, espinas en el cerebro y un motor descontrolado como corazón.

—Charlie, ¿estás bien? —preguntó tu mamá al notar que yo jadeaba—. ¿Charlie?

Vi un centenar de puntos negros en el aire, así como veía tu rostro dentro de mi mente. Recordé decenas de momentos a tu lado, momentos que se desvanecían tal como tú. Estabas falleciendo, lo percibía, podía sentir la presencia de la muerte deambulando por los pasillos del hospital en camino hacia donde te encontrabas para llevarte consigo, así como sentía que mi vida se escapaba junto a la tuya como si estuviéramos destinados a morir juntos, como si nuestros cuerpos fueran uno solo.

Mi corazón se convirtió en una bomba a punto de estallar. Oía estampidas dentro de mi pecho, incluso mis oídos palpitaban con locura. Mi cuerpo colapsaría dentro de poco. No lograba mantenerme en alto, pero ya no quería. El dolor físico que sentía era tan insoportable que creí que estaba muriendo.

Por un momento pensé que lo mejor sería que muriera, pues así no tendría que enfrentar tu partida, pero luego pensé en las personas a las que haría sufrir si abandonara este mundo y ya no me pareció una buena idea. Además, la culpa no me permitía morir. Tenía que afrontar que no te volvería a ver, porque eso era lo que quería, ¿no? Hice lo posible por alejarte de mí, el destino hizo su trabajo y me cumplió el deseo.

Era mi culpa, todo era mi culpa. Si no hubiera terminado nuestra relación, si tal vez hubiera intentado huir contigo y con la tía Brenda, nada de eso estaría pasando. Nos encontraríamos a cientos de kilómetros de distancia, siendo felices lejos de tu padre y de todas las amenazas que atentaran contra nuestro amor.

Ya no soportaba el tambaleo de mi pecho. Las luces desaparecieron, no podía ver ni escuchar nada. Caí de bruces y me rendí a la penumbra de la inconsciencia.

Al despertar, lo primero que vi fueron las luces blancas del techo. No estaba muerto, pero me sentía fatal. Me dolía cada centímetro del cuerpo. Me percaté de que estaba acostado en una habitación que no reconocía, me tomó al menos treinta segundos darme cuenta de que me encontraba en un cuarto de hospital.

Miré hacia un lado y vi a un chico sentado a unos centímetros de distancia: era Jeremy. Tenía una revista en sus manos y unas ojeras muy marcadas.

—¡Despertaste! —celebró al darse cuenta de que abrí los ojos.

—¿Qué pasó? —pregunté con dificultad.

—Sufriste un pre infarto, Charlie.

—¿Qué?

De modo que no sentí que mi corazón estallaba debido al dolor causado por tu pérdida. Realmente estaba explotando.

—No es posible. Nunca he tenido problemas al corazón.

—Lo más probable es que los tengas. —Jeremy suspiró—. Tuviste suerte, eso sí. No fue nada demasiado grave, pero podrías sufrir un ataque cardíaco verdaderamente intenso si no te cuidas.

—¿Qué hay de mis padres? ¿Saben lo que me pasó?

—Por supuesto. —Jeremy rio—. Tu padre fue por un café, y tu mamá... —Me miró con fijeza y dudó antes de seguir—. Ella fue a hablar con la madre de Caín.

Tras oír tu nombre, la ansiedad volvió a carcomer mis entrañas.

—¿Sabes algo de...? —Me aterraba preguntarlo y recibir una respuesta negativa—. ¿Sabes algo de Caín?

Mi temperatura descendió al escrutar la inquietud en el rostro de Jeremy. Él vaciló antes de responder y de inmediato quise llorar como anticipación a lo que me temía que escucharía salir de su boca.

—Por favor, dime que está bien —rogué con la voz quebrada.

—No lo sé, Charlie, no sé nada. —Jeremy resopló—. Lo último que supe fue que Caín tenía un traumatismo severo en la cabeza y que sería sometido a una cirugía, pero no sé más. He pasado la noche a tu lado, no he ido a conversar con su madre.

Me enterneció su preocupación por mí, pero me preocupabas mucho más tú en ese momento.

—Tengo que ir a verlo. —Intenté incorporarme y el mundo me dio vueltas. Estaba conectado a monitores y no vestía nada más que una bata de hospital, pero me dio igual. Necesitaba verte.

—¿Qué haces? ¡No puedes moverte! —Jeremy se acercó a mí para tratar de retenerme—. Sufriste un maldito pre infarto, Charlie, debes ser cuidadoso.

—Debo ir a comprobar cómo está Caín. —Me incorporé hasta sentarme, el esfuerzo me puso a sudar—. Me necesita.

—Charlie, si hubiera pasado lo peor, ya lo habríamos sabido. —Jeremy no me dejaba moverme—. Y... tenemos que hablar.

—No tengo tiempo para hablar, Jeremy, tengo que ver a Caín.

—Espera. —Jeremy me obligó a recostarme—. Tengo algo muy importante que decirte, Charlie, algo que cambiará la imagen que tienes de Caín.

—¿De qué hablas? —Fruncí el ceño—. ¿Qué sabes tú sobre él?

Jeremy dudó como si no estuviera seguro de contármelo.

—No es algo exclusivamente sobre Caín, pero está relacionado con él —dijo con una expresión tensa—. Charlie, si voy a contarte esto es porque me importas y porque no quiero que acabes como Manuel.

—¿Manuel? ¿Qué tiene que ver mi antiguo compañero de clase en todo esto?

—Veo que Caín no te ha contado nada. —Jeremy se acercó tanto a mí que creí que iba a besarme, pero en realidad solo quería tener más privacidad—. Supongo que tampoco sabes nada sobre el secreto de Hardy.

—¿Hardy? —La confusión me mareó—. ¿De qué secreto hablas? 

Luego de un buen rato meditándolo, Jeremy confesó lo siguiente:

—Hardy y yo tuvimos una relación.

Mi asombro fue tan intenso que me sobresalté. Esperaba que Jeremy dijera cualquier cosa, incluso algo tan difícil de creer como que Hardy es un extraterrestre o un vampiro, pero no algo así.

—Estás bromeando, ¿no? —Me reí. Me dolió el pecho al hacerlo.

—Desearía estar bromeando. —Jeremy hablaba con seriedad. Era obvio que no bromeaba—. Hardy y yo tuvimos un romance secreto hace un tiempo.

No podía reponerme de lo que acababa de escuchar. ¿Hardy, el chico que repudiaba mi orientación y el mismo que le hacía la vida imposible a medio mundo?

Bueno, pensándolo bien, no era tan improbable después de todo. Alguien tan lleno de odio como él debe tener una poderosa razón para estar roto.

—Pero ¿cómo? —inquirí—. ¿Por qué con él? ¡Es un monstruo, Jeremy! ¡Tú mismo fuiste testigo de que quiso hacerme daño!

—Créeme, tengo más que claro que Hardy no está bien de la cabeza. —Jeremy suspiró y desvió la mirada hacia el techo—. Pero conmigo era diferente, ¿sabes? O al menos fingió serlo.

—¿Cómo fue que se acercaron? —Se me revolvió el estómago. No me imagino estando con alguien tan repugnante como Hardy.

—Coincidimos en el equipo de básquetbol del colegio —respondió Jeremy—. Éramos compañeros, pero nunca hablábamos... hasta que un día se torció un tobillo en uno de los entrenamientos y el entrenador me pidió que lo llevara a su casa. Cuando llegamos a ella, nos dimos cuenta de que sus padres no estaban, así que Hardy me pidió que me quedara con él hasta que llegaran. Acepté quedarme solo porque apenas podía moverse. Prácticamente lo cargué hacia su casa, incluso tuve que acompañarlo al baño. —Jeremy se rio, pero con tristeza. Le dolía recordar aquella historia.

—¿Y qué pasó en su casa? —Aunque me costaba creerlo, necesitaba saber más.

—Lo típico. —Jeremy se encogió de hombros—. Jugamos en su consola, conversamos, bromeamos... Hardy mostró una versión de sí mismo que no exhibía en el colegio, una que no parecía estar llena de oscuridad. Me sorprendí mucho, la verdad, porque ya sabes lo insoportable que es todo el tiempo.

—Y que lo digas.

—Como sea, el punto es que esa tarde conocí a un Hardy que, aunque no lo creas, me agradó. Fue una tarde muy agradable, reímos hasta que llegaron sus padres. Pero, al día siguiente, Hardy actuó como si no me conociera. Imagino que sabes el porqué.

—Porque eres abiertamente gay —adiviné—. Conozco el sentimiento.

—Lo que callamos los homosexuales, ¿no? —Se rio.

—¿Qué pasó después? —Estaba muy intrigado.

—No volvimos a conversar en semanas, hasta que se atrevió a hablarme después de clases. Me preguntó si quería ir a su casa, pero me negué. Me rehusaba a ser amigo de alguien que se avergonzaba de mí. Días después, volvió a insistir, solo que a través del teléfono. Y, no sé por qué, pero me causó lástima. Yo también estuve en el clóset, sé lo difícil que es salir de él... así que acepté su invitación y todas las que siguieron.

—¿Cuándo pasaron de la amistad a algo más?

—Al menos tres meses después desde que comenzamos a ser amigos en secreto. —Jeremy agachó la mirada. Sus palabras contenían un profundo pesar—. A mí me gustaba mucho, y notaba que yo le gustaba también, pero no quería presionarlo. Después de que me besó, todo cambió entre nosotros. Cuando estábamos solos, Hardy era una persona completamente diferente. Seguía siendo alguien complicado, pero nos queríamos. Me dolió mucho terminar con él.

—¿Por qué tomaste esa decisión? —Estaba tan concentrado en la historia de Hardy y de Jeremy que por un momento olvidé que te encontrabas en riesgo de muerte.

—Porque tomé su teléfono y vi un video que me puso los pelos de punta. —Su expresión se ensombreció—. Le pedí su teléfono para llamar al mío, porque no sabía dónde lo dejé. Después de hallarlo, husmeé en el suyo por curiosidad... y lo que vi me dejó pasmado. Fue algo horrible, verdaderamente horrible.

—¿Qué era? —Me temblaba la voz—. Por favor, dime.

—Me encantaría decírtelo, pero no soy yo quien debe hacerlo... porque Caín está involucrado. Él debería ser quien te revele todo. Solo te diré que Caín hizo algo muy malo, Charlie, y lo mejor que podrías hacer es mantenerte alejado de él.

—Mientes. —Me negaba a creerlo—. Caín nunca haría lo que sea que hayas visto en ese video. Ni siquiera quieres decirme qué es lo que se supone que viste, tampoco tienes pruebas. ¿Por qué debería creerte?

—Porque me importas. —Jeremy sonaba sincero. Aun así, me negaba a tragarme sus palabras—. Caín es una mala persona, tarde o temprano te darás cuenta.

—No te creo. Caín es una buena persona.

Jeremy se burló en mi cara.

—No miento, Charlie, y tengo cómo probártelo.

—¿Y cómo, si se puede saber?

—No tengo el video en mi poder, pero juntos podríamos conseguirlo. Solo tienes que estar dispuesto a desenmascarar la verdad y a aceptar que Caín no es el ángel que te empeñas en creer que es.

No era capaz ni de pensar que podrías matar a una mosca, así que me negué a aceptar su propuesta.

—Lo siento, pero no quiero. 

Jeremy negó con molestia.

—Te arrepentirás por no haber creído en mí —espetó—. En algún momento descubrirás que siempre dije la verdad y me suplicarás que te perdone.

—Eso no pasará —dije, pero no estaba convencido. Las dudas me atormentaban—. Confío en Caín.

Jeremy negó con la cabeza y se puso de pie. Caminó hacia la puerta como un animal rabioso, pero se detuvo en el umbral y se calmó un poco para decir:

—Si aún quieres descubrir la verdad sobre Caín, búscame y con gusto te ayudaré.

Abandonó el cuarto. Quería levantarme e ir en tu búsqueda cuanto antes, pero las declaraciones de Jeremy me dejaron tan confundido que ya no sabía qué hacer. Aunque me cueste admitirlo, una parte de mí sí cree que podría haber cierta maldad dentro de ti.

Cuando finalmente hice a un lado las dudas y traté de incorporarme para ir a verte, mi madre entró en la habitación y me obligó a quedarme en la cama. La obedecí solo porque esperaba que ella me diera noticias tuyas.

—Caín está vivo —dijo, y mi mundo se estabilizó.

—¿En... en serio? —Mis ojos se empaparon de lágrimas de felicidad.

—Sí, hijo, lo está... pero no sabemos si despertará.

Mi felicidad murió tan rápido como nació.

—¿A qué te refieres con que no saben si despertará? 

—El golpe fue severo, Charlie. Lo siento.

—No es cierto. —Me reí solo porque no sabía qué más hacer—. Es una broma, ¿no? Él está bien, y me está esperando.

—Charlie, cálmate, por...

—¡No es cierto! ¡Tengo que ir a verlo, me está esperando!

—¡Cálmate, Charlie! —exigió mamá—. Podrías sufrir otro infarto. Relájate, por favor.

—No, no, no, tengo que ir a verlo, ¡tengo que ir a verlo! —No lograba serenarme. Ya no entendía qué estaba pasando, lo último que recuerdo es que traté de ponerme de pie y que me caí de la cama, me regresaron a ella, sentí un pinchazo y me fui a negro.

Desperté y me sentí un poco mejor. Ya no tenía el pecho oprimido, pero la preocupación seguía intacta. Mis padres se turnaron para vigilarme todo el tiempo, no me permitieron ir a verte. 

Los días pasaron y yo me estaba volviendo loco de la desesperación. Necesitaba comprobar con mis propios ojos que seguías con vida. Estaba tan aterrado de perderte que llegué a pensar que en realidad moriste y que mis padres me mintieron para no preocuparme.

La única visita que recibí además de mis papás y de los enfermeros que me cuidaban fue la del doctor que estaba a cargo de mí. Él trajo los resultados de mis exámenes y me confirmó lo que temíamos: tengo problemas al corazón. No voy a mentirte, Caín, me aterró descubrirlo, pero he hecho lo posible para resistir el miedo.

Sobre tu padre, me enteré de que seguía con vida, pero que lo más probable es que irá a la cárcel apenas mejore. Será acusado por parricidio frustrado y por maltrato intrafamiliar. La investigación tomará algo de tiempo, pero confío en que esa bestia recibirá su merecido.

Sobre tu tía Brenda no supe mucho, solo que, tal como tu padre, enfrentará un juicio dentro de poco. Nunca he sido religioso, pero he rezado cada noche por ella desde entonces.

Fui dado de alta al séptimo día. Mi corazón ya funcionaba con normalidad, pero me advirtieron mil veces que mi condición podría empeorar si no soy cuidadoso. Yo dije que sí a todo solo para salir cuanto antes de esa habitación e ir a la tuya. Necesitaba estar a tu lado cuando despertaras. Quería tomar tu mano apenas abrieras los ojos y susurrarte al oído que nunca me alejaría de ti.

Le pedí a mis padres que me llevaran al área en la que te encontrabas. Me encontré con tu madre en la recepción, ella me ayudó a entrar afirmando que yo era tu hermano. Tu mamá, si te soy sincero, estaba hecha un desastre. Se veía como si no hubiera dormido en días, e incluso parecía más delgada. No puedo imaginar lo mal que se ha sentido. Prácticamente perdió a su familia.

Al atravesar la primera puerta que me separaba de ti, mi corazón volvió a acelerarse a causa del miedo a descubrir que ya no formabas parte de este mundo. No quería aceptar tu partida, no cuando nos quedaba una vida por delante.

Cuando llegué a tu habitación y te vi a través del cristal, el llanto cubrió mi rostro de inmediato. Estabas recostado en una cama y, para mi desgracia, no estabas despierto. Tenías un parche gigantesco en la cabeza en donde debía estar la herida provocada por tu padre, pero apenas le presté atención. Solo podía fijarme en tu rostro, en aquellos hermosos ojos cerrados que tal vez nunca volverían a abrirse para ver las estrellas junto a mí.

Entré en el cuarto y miré a tu madre buscando aprobación. Ella asintió como respuesta y yo caminé hacia ti con un temblor de piernas. Llegué a tu lado y tomé una de tus manos, luego me senté en una silla que se ubicaba junto a tu cama y lloré, lloré tanto que me dolió el pecho. Lloré tan fuerte que podría haber formado un mar con mis lágrimas. Apenas me di cuenta de que tu madre abandonaba el cuarto para dejarnos solos. No lograba hilar más de dos pensamientos, estaba muy descolocado como para que mi cerebro funcionara con normalidad. Tú, mi gran amor, estabas entre la vida y la muerte y no había nada que yo pudiera hacer para remediarlo.

—No me dejes, por favor —te supliqué mientras lloraba—. No me dejes, Caín. Quédate conmigo, ¿sí? Quédate conmigo. Nos queda mucho por vivir, amor mío. Quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo...

Esperaba que, tal como sucede en las películas, despertaras milagrosamente, me miraras a los ojos y me dijeras que me amabas, pero no sucedía. Presioné mi cara sobre el espacio libre de tu cama y lloré con mayor intensidad, e incluso grité, pero la sábana sofocó mis gritos. Me negaba a dejarte ir, no quería vivir en un mundo en el que no existieras. Mi ahora delicado corazón amenazaba con apagarse en el instante en que el tuyo dejara de latir.

—No te vayas, por favor —rogué con la cara aplastada contra la cama—. No te vayas, Caín, no te vayas...

—¿Y a dónde iría si no es a tu lado?

Abrí los ojos por completo y, no sé por qué, pero me asusté. Lo que oí no debía ser real, tenía que tratarse de una alucinación porque, cuando levanté el rostro y te miré, tenías los ojos abiertos.

—¿Caín? —Apenas me salía la voz.

—El mismo de siempre. —Me sonreíste y sentí electricidad de los pies a la cabeza.

Estabas despierto. Estabas vivo.

Lancé mis labios a los tuyos antes de descubrir si aquello era un sueño. Tu boca sabía a cielo, a felicidad.

—Al fin despertaste, amor mío —dije entre lágrimas sobre tu boca. Rompí nuestro beso solo para poder mirar tus ojos.

—En realidad, desperté hace días —informaste como si nada, aún con una sonrisa en el rostro—. Solo le pedí a mi madre que lo mantuviera en secreto para que nuestro reencuentro fuera más hermoso y dramático.

—Eres un imbécil. —Me reí, lloré, me enojé, me alegré, todo al mismo tiempo—. ¿Por qué me haces esto?

—Tú te acostaste con Jeremy. —Enarcaste una ceja—. Tenía que vengarme de algún modo, ¿no? —Te reíste.

—Sobre eso...

—Shhh, no hablemos de eso ahora. —Pusiste un dedo sobre mis labios—. Ahora solo bésame y prométeme que pasarás el resto de tu vida a mi lado, ¿sí?

Emití una risa cargada de la felicidad más poderosa del mundo.

—Te lo prometo. —Sonreí. Mis ojos seguían llenos de lágrimas, pero ya no quedaba ni un rastro de tristeza dentro de mí—. Te lo prometo, Caín.

Y nos besamos otra vez, pero, a diferencia de todas las ocasiones anteriores, esta se sintió diferente. Sentí el beso como si fuera el primero, como el inicio de una vida junto a ti.

—Te amo, Charlie —susurraste—. Pase lo que pase, digan lo que digan, hagan lo que hagan, te amo con todo mi corazón.

—Y yo a ti, Caín. Y yo a ti.

Pese a que no querías que habláramos de eso, te aclaré que no localicé a Joaquín y que no me acosté con Jeremy, pero te conté que lo besé el mismo día que fuiste herido por tu padre. Tú, dispuesto a empezar de cero, me pediste que fingiéramos que no pasó nada, y eso fue lo hicimos. Después de todo, ya nada importaba salvo que estábamos juntos y que ya no teníamos impedimentos para ser felices. 

Aún nos falta saber qué pasará con tu padre y con la tía Brenda, y a mí me falta descubrir qué es eso tan malo que hiciste según Jeremy, pero no quiero más preocupaciones. Lo único que quiero es pasar cada segundo de mi vida a tu lado.

Pasamos el rato besándonos, riendo y planeando mil cosas que haríamos apenas salieras del hospital. Estábamos tan felices que ni siquiera nos dimos cuenta de que el tiempo voló y de que el horario de visitas acabaría pronto. Una enfermera vino a pedirme que abandonara el cuarto, yo le rogué que me permitiera pasar la noche contigo, pero ella respondió que eso no era posible. Decidí dejar de insistir solo porque sabía que serías dado de alta en un par de días.

—Paciencia, mi amor —me dijiste delante de la enfermera. Ella se limitó a sonreír y a mirarnos con ternura—. Apenas salga de aquí, no me despegaré de ti ni un segundo.

Te besé por última vez antes de abandonar la habitación. Sonreí durante todo el camino de regreso a mi casa, así como sonrío ahora mientras escribo estas cartas que espero entregarte pronto. No me avergüenza que leas lo que he escrito o que alguien más lo haga, porque ya no tenemos nada que esconder. Finalmente somos libres de amarnos sin que nadie se interponga.

Te amo, Caín. Te amo y ya no volveré a ocultarlo. Te amo y te seguiré amando mañana, y el día después de mañana, y así sucesivamente hasta que la vida se me agote.

Y algún día, después de que hayamos formado una familia y una vida de recuerdos inolvidables, seguiremos amándonos en el más allá, porque no hay ni espacio ni tiempo que limiten lo que sentimos. Seremos amantes hasta que no quede nadie con vida en este planeta, hasta que la laguna frente a la que vimos las estrellas se seque y hasta que el universo, el que nuestras almas recorrerán en un viaje sin retorno, llegue a su fin.

Eternamente tuyo,

Charlie.

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