⛈️ 64 ⛈️
Quinta parte
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Entré en pánico. El miedo dominó cada centímetro de mi ser. Quería resistirme, tratar de gritar, pero no podía moverme. Estaba aterrado de lo que podría suceder.
—No grites. —Susurros en mi oído erizaron mi piel—. Esto es un asalto, voy a robarte el corazón.
Reconocí tu voz y te di un fuerte codazo en las costillas.
—¡Auch! —Te quejaste entre risas—. ¡Eso dolió!
—¡Me asustaste, pendejo! —chillé apenas me liberaste.
Respiraba con dificultad. Mi pánico no disminuía. Por un segundo creí que no eras tú quien me había asaltado y pensé que acabaría tal como Joaquín o incluso peor.
—Charlie, ¿estás bien? —preguntaste, preocupado. Ya no reías.
—¡No lo estoy! —exclamé. Hacía lo posible por no elevar la voz, pero me costaba—. ¡No vuelvas a hacer algo como eso!
Resistí como pude las ganas de salir corriendo. Por más que lo intento, no soy capaz de dejar de pensar en lo que ha protagonizado mis pesadillas durante años.
—Lo siento, pequeño, no quería asustarte —musitaste—. Soy un idiota.
—Nunca vuelvas a asustarme de esta forma, ¿bien? —Suavicé un poco mi tono enfadado al notar que tu arrepentimiento era sincero.
—Bueno. —Esbozaste una tímida sonrisa y me miraste a los ojos con ternura—. Ven aquí, bebé.
Me acerqué a ti para que me abrazaras y para que disiparas mis temores con tu contacto. Me envolviste en tus brazos con mucha fuerza, mi perturbación se convirtió en tranquilidad.
—Perdóname, ¿sí? —susurraste sobre mi oído.
—Está bien. —Hundí la cara en tu pecho. Tu suéter olía a tu colonia de siempre, un aroma que se convirtió en uno de mis favoritos.
Me hiciste levantar mi cara para darme un delicado beso en la frente. Tus ojos brillaban al contemplar los míos.
—¿Por qué me pediste que viniera? —te pregunté. Seguíamos abrazados.
—Porque ya no soportaba las ganas de tenerte cerca de mí —respondiste con una sonrisa—. Necesitaba abrazarte y recordarte lo mucho que te quiero.
Sonreí, pero fue imposible no recordar tu petición.
—¿Qué pasó con eso de que debíamos fingir que no sucede nada entre nosotros?
—Dudo que alguien nos vea aquí. —Tu sonrisa se volvió traviesa; rozaste mis labios con los tuyos—. Estamos completamente solos, Charlie.
Me excité instantáneamente. Tan solo oír tu voz susurrante bastó para que mi temperatura corporal se elevara hasta las nubes.
Nos besamos con una pasión que cualquiera envidiaría. Ya no quedaba rastro del pánico, lo único que sentía era placer y felicidad.
—Te amo —musité contra tu boca.
—Yo te amo más —susurraste sobre la mía.
Volvimos a abrazarnos por al menos dos minutos. Me sentía en paz al sentir tus latidos y escuchar tu respiración.
—¿Desde qué número enviaste el mensaje? —inquirí al recordar cómo acabamos en el cuarto de instrumentos viejos.
Me hiciste separarme de ti y sacaste de tu bolsillo un teléfono móvil diferente al habitual.
—Guardaba este teléfono para emergencias, pero prefiero usarlo para comunicarme contigo. Con él podremos hablar sin miedo a que mi padre o a que alguien más nos descubra. Estoy seguro de que, tarde o temprano, papá me pedirá que le entregue mi teléfono para revisar mis mensajes y mis llamadas. Sé que no le bastó con pedirme que te bloqueara de todas mis redes sociales.
La tensión provocada por aquel hombre amenazaba con reinar entre nosotros, así que cambié de tema.
—Es curioso que hayas querido verme. —Me reí—. Esta mañana pasaste junto a mí y ni siquiera me miraste.
Resoplaste con evidente cansancio y pasaste una mano por tu cara.
—Créeme, Charlie, lo mejor es que nos ignoremos ante los demás —susurraste, preocupado—. Solo intento protegerte.
—¿De qué intentas protegerme? —Fruncí el entrecejo—. ¿Qué escondes, Caín?
Tu rostro reflejó un miedo estremecedor.
—Nada, Charlie. —Desviaste la mirada—. Solo confía en mí, ¿sí? Hardy y los demás son de temer por una razón, y no tienes idea de lo que son capaces. Créeme, lo mejor es que tú y yo nos alejemos todo lo que podamos ante los ojos de la gente, en especial ante los de mis amigos. Ellos son más malos de lo que crees.
—Si son tan malos como dices, ¿por qué eres su amigo?
—Ya no quiero serlo. Hoy ni siquiera me senté con ellos.
—Pero lo seguías siendo hasta ayer. No te entiendo, Caín. De no ser porque te rogué que te quedaras, anoche habrías ido a romperle la cara a esos imbéciles luego de que te conté lo que me hicieron. Esta mañana, sin embargo, me pediste que finjamos que no sucede algo más que una amistad entre nosotros, pero luego me abrazaste como si nada delante de Jeremy, de Nora y de Luis, y ahora me dices que el motivo por el que debemos alejarnos es que tus amigos son malos y que quieres protegerme. ¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que no me has contado?
Mordiste tu labio inferior y te removiste con incomodidad. Ya no me cabe duda de que hay algo peligroso que te mata por dentro y que no te atreves a revelarme.
—No hagas más preguntas, ¿sí? —Tomaste mi cara entre tus manos—. Te ruego que confíes en mí. Si te pido que finjamos que no pasa nada entre nosotros es por algo que lo amerita.
—Pero yo no quiero esconder lo nuestro toda la vida. —Se me quebró la voz—. Quiero ir al cine contigo, recorrer las calles tomados de la mano, contarle a mis amigos lo mucho que nos queremos y...
—Por favor, Charlie, no hagas esto más difícil. No es fácil para mí tener una relación con un chico, porque la última no terminó nada bien y...
Te diste cuenta de lo que habías dicho y abriste los ojos de par en par.
—¿Qué dijiste? —pregunté, impactado.
—Nada. —Te apresuraste a responder—. Debemos irnos, va a sonar el timbre...
Intentaste irte, pero te agarré de un brazo para detenerte.
—No, Caín. Sé lo que escuché. Explícame de qué estás hablando. ¿No soy el primer chico del que te enamoras?
Hiciste una mueca de desesperación y te moviste de un lado otro. Llevaste las manos a tu rostro y, cuando las quitaste, vi dolor en él.
—No, Charlie —respondiste finalmente—. No eres el primer chico con el que he tenido una relación.
Oh. Por. Dios.
Sentí como si atravesaras mi pecho con una espada.
—¿Hablas en serio? —Traté de tomármelo con calma, pero la tristeza hacía que me temblara la voz—. Hace tiempo dijiste que no te gustaba lo mismo que a mí, me juraste que no eras bisexual.
—Lo siento, Charlie. —Me mirabas con remordimiento.
—¿Sabes cuánto sufrí creyendo que nunca te fijarías en mí? —Se me aguaron los ojos—. ¿Por qué mentiste, Caín? ¿Por qué fingías ser heterosexual? ¿Por qué guardas tantos secretos?
—¡Porque no quería que te enamoraras de mí!
—¿Qué? —Apenas me salía la voz.
—No quería que me amaras, Charlie, y yo notaba cuánto me querías. —Un par de lágrimas brotaron desde tus ojos—. Eras muy evidente, joder. —Te reíste mientras llorabas—. Te notaba todo el tiempo mirándome en el colegio, veía cómo te acercabas a mí aunque no me hablaras y me daba cuenta de cómo te ponías cada vez que cruzábamos miradas. Sabía que te gustaba, lo supe desde hace mucho antes de que me enviaras una solicitud de amistad en Facebook. Lo sabía, y tú me gustabas también, a pesar de que tenías un aspecto poco agradable para el resto de la gente y de que eras extremadamente tímido...
—¿Yo... yo te gustaba? —El impacto me dejó sin aliento.
—Sí, Charlie. No te negaré que también sentí algo por Nora, pero lo que sentía por ti era más fuerte. Sin embargo, sabía que no podía acercarme a ti y hacerte lo mismo que le hice a...
Volviste a callar.
—¿Lo mismo que le hiciste a quién?
—No puedo decírtelo, no puedo, no puedo... —Llorabas como un niño aterrado—. Pero créeme, no quería hacerte daño, por eso intenté acercarme a Nora para olvidarte. Necesitaba que lo que sentía por ella fuera más fuerte que lo que siento por ti.
Me hallaba al borde del colapso. Por mucho tiempo creí que estar contigo sería algo imposible, pero no lo era y nunca tuviste el valor de decírmelo.
—¿Por qué querías evitar que me enamorara de ti? —Me dolía el pecho al preguntarlo—. ¿Cuál es el problema en que te ame?
—No quería arruinarte la vida. —Volviste a tomar mi cara entre tus manos—. Eres un chico fantástico, Charlie, y no mereces caer por alguien como yo. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso.
—Dime lo que necesito saber. —Quité tus manos de mi cara y retrocedí un par de pasos—. Quiero saberlo todo, no importa qué tan grave sea. ¿Acaso mataste a alguien?
Tu silencio me puso los pelos de punta.
—¿Es eso? —Me temblaba la voz.
—¡Claro que no! —negaste, pero no sabía si creerte—. Por favor, Charlie, no quiero hablar de ello por ahora, no quiero... —Llevaste las manos a la cara y te desplomaste en el suelo. Estabas tiritando como si tuvieras miedo de tus propios pensamientos.
Mi tristeza se transformó en preocupación.
—¿Qué sucede, Caín? —Me agaché junto a ti y acaricié tu cabello—. ¿Qué es lo que no quieres contarme?
—No puedo —repetiste bajo tus manos—. Por favor, Charlie, no insistas. Te lo diré cuando esté listo, ¿sí?
No pude negarme a aceptar. Tú entendiste cuando no quise contarte más sobre el abuso de Joaquín. Lo mínimo que podía hacer era comprenderte. Además, estabas muy angustiado.
No sé la razón, pero voy a averiguarla.
—Está bien —susurré y besé tu cabeza—. No te pediré que me cuentes qué te complica si respondes solo una pregunta más.
Levantaste la cara para mirarme. Estaba roja debido al llanto y a la presión de tus manos.
—¿Qué pregunta? —inquiriste, un poco más calmado.
—¿Por qué decidiste renunciar a la idea de que no me enamorara de ti? ¿Por qué cambiaste de opinión?
Esbozaste una pequeña sonrisa, acariciaste una de mis mejillas y respondiste:
—Porque me enamoré profundamente de ti y ya no podía vivir con ello sin hacer algo al respecto. Me estaba matando el no poder besarte, tocarte, abrazarte y confesarte lo mucho que te necesito. Yo sé que no te quieres tanto a ti mismo, pero créeme, eres hermoso. No solo hablo del exterior, porque sin duda eres muy guapo, pero por dentro eres alguien bueno, dulce y sensible. Nunca imaginé que encontraría a una persona con un alma tan noble como la tuya.
No sabía qué sentir. Quería llorar, reír y gritar a la vez.
—Hablas como si tuvieras sesenta años y hubieras conocido a miles de personas a lo largo de tu vida. —Elegí reír.
—Siempre he creído que tuve otra vida antes de esta. —Te encogiste de hombros y reíste conmigo—. Y, en esa vida, conocí muchas personas diferentes, pero ninguna tan especial como tú. No te das cuenta, Charlie, pero eres más fuerte de lo que crees. Has aguantado abusos y humillaciones durante años y aún eres capaz de amar y de sonreír. Si me molestó tu cambio del último tiempo fue porque sé que no necesitas ser el chico malo que no tiene sentimientos. El verdadero Charlie, del cual me enamoré, no es así.
Agaché la mirada. Puede que tuvieras razón, pero no del todo.
—Ya no sé quién soy —admití—. No sé quién quiero ser, Caín. No estoy seguro de nada.
—Con que seas mío, todo bien.
Ambos reímos.
—Sabes lo posesivo que suena eso, ¿no?
—No me importa. Eres mío y ya.
Me reí tan fuerte que tuviste que taparme la boca para que nadie me escuchara.
—¡Silencio! —pediste, también riendo—. No quieres que nos descubran, ¿o sí?
—Claro que no.
Pero, en el fondo, sí me gustaría.
—Debemos irnos. —Acariciaste mi cabello—. Ya va a sonar el timbre.
—Bien, vámonos —suspiré con pesar.
Nos pusimos de pie. Caminé hacia la puerta del cuarto, pero me tomaste de una muñeca y me diste la vuelta.
—¿Adónde crees que vas sin darme un beso de despedida? —Sonreíste con picardía. No pude evitar sonreír también.
Nos besamos con mucha pasión. Esta vez uniste mi cuerpo al tuyo y deslizaste tus labios hacia mi cuello de tal forma que me volví loco.
—Te amo —susurraste en mi oído—. Nunca lo dudes.
No lo dudaba...
Bueno, lo dudé horas más tarde.
Salimos del cuarto de música. El pasillo estaba vacío, pero de todos modos nos aseguramos de que nadie nos viera.
—Adiós, amor —susurraste en mi oído poco antes de doblar el pasillo desierto.
Te alejaste antes de que pudiera responder. Me dolía volver a fingir que no sucede nada entre nosotros, pero ya tengo más que claro que es lo mejor.
El timbre sonó. Fui al salón de clases y me senté nuevamente junto a Nora, quien me acribilló de preguntas sobre Jeremy y sobre ti. Me hice el tonto y no respondí ninguna. Sé que tarde o temprano no seré capaz de callar por más tiempo.
La clase de geografía transcurría con normalidad, pero la calma acabó cuando se escucharon gritos provenientes del exterior al salón.
Todos nos giramos hacia la puerta para tratar de descubrir qué estaba pasando. De repente, la puerta se abrió de golpe.
El recién llegado era tu padre.
Lucía furioso, pero no me extrañó. A pesar de que solo lo he visto un par de veces, sé que es su estado de ánimo habitual.
Te miré y me di cuenta de que estabas tan aterrado como yo. Que tu papá entrara a la fuerza al salón de clases cuando no está permitido quería decir que algo muy malo estaba a punto de pasar.
—¿Qué hace usted aquí? —inquirió el profesor Adiles—. ¡No puede interrumpir mi clase de esta...!
—¡Vengo por mi hijo! —Tu padre se acercó a ti a pasos iracundos—. Arriba, Caín, tenemos que hablar.
El asombro era evidente en los rostros de los presentes. Tú y yo, a diferencia de los demás, estábamos aterrados.
—No puedes sacarme así de la clase —le dijiste sin pararte. Te temblaba la voz.
—Arriba —insistió tu padre entre dientes.
Dimas, el portero del colegio, apareció en la puerta.
—Señor, ya le dije que no puede entrar así como así... —farfulló, agitado.
—¡Cállese! —Tu padre no entendía de razones—. ¡Vámonos, Caín!
Él te agarró de un brazo y te sacó a rastras del salón. Ni siquiera esperó a que guardaras tus cosas en la mochila y tampoco te permitió tomarla, simplemente te arrancó de la clase como si fueras un objeto de su propiedad.
Sin pensar con claridad, me puse de pie y corrí tras ustedes. El profesor y el portero intentaron detenerme, pero no les hice caso. No pensaba en nada más que en protegerte.
—¡No puede llevárselo! —grité en el pasillo. Los pasos de tu padre y los tuyos cesaron—. ¡No puede tratarlo así!
Mi pecho se agitaba con furia. Tenía los puños apretados y listos para ser usados. Tu padre es más grande y más fuerte que yo, pero en ese momento no me importaba nada, solo quería ponerte a salvo.
Tu padre rio y se burló en mi cara. En ningún momento te soltó. Tú me miraste y negaste con la cabeza como si me pidieras que no me interpusiera en su camino.
—¿Quién te crees para enfrentarme así? —me preguntó la bestia de tu padre.
—Soy el mejor amigo de Caín —vociferé con tanta firmeza que no me reconocía—, y no voy a permitir que usted vuelva a hacerle daño.
Tu papá te soltó y se acercó a mí. Vacilé un poco, pero no retrocedí. Me paré lo más desafiante que pude dadas las circunstancias.
El hombre se detuvo a solo unos centímetros de mí. Estaba listo para recibir un golpe de su parte, pero en lugar de darme un puñetazo, llevó una mano a sus bolsillos y sacó un trozo de papel. Sonrió con tanta malicia que mis entrañas se retorcieron de miedo.
—Si eres su mejor amigo, supongo que Caín te contó que planea huir del país en unas semanas, ¿no?
—¿Qué? —Di un respingo. Te miré, pero no devolviste la mirada.
Tu padre me extendió el papel. Lo tomé y me di cuenta de que era un boleto de avión con destino a Suiza. La fecha indicaba que solo faltaban dos semanas para el viaje.
—Parece que Caín no te contó nada —dijo tu padre—. Tal vez no eres tan importante para él como crees.
No sabía cómo reaccionar. Te miré nuevamente e hicimos contacto visual. Esbozaste un "lo siento" que me partió en mil pedazos, porque confirmó lo que tu padre había descubierto:
Ibas a huir y me dejarías atrás para siempre.
continúa ⬇️
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