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Segunda parte

📝

Fue casi imposible que tu madre te permitiera salir de casa, pero finalmente accedió y nos trasladamos a la mía.

Nos topamos con mis padres en la sala de estar. Ellos te miraron con preocupación y se acercaron a nosotros para preguntar qué estaba pasando.

—Este es Caín —anuncié ante sus expresiones de confusión—. Mi... amigo.

Me sonrojé. Ya no sabía si seguíamos siendo amigos. ¿Se puede serlo después de besarse y tocarse como nosotros?

—Eres el hijo de Bastián Larsen, ¿no? —inquirió mi padre. Te estremeciste al escuchar su nombre.

—¿Lo conoce? —inquiriste, ceñudo.

—Trabajo para él —respondió papá con normalidad.

—¿En serio? —intervine—. ¿Por qué no lo sabía?

—Lo sabrías si prestaras atención a lo que conversamos en la cena —espetó papá. Sentí tristeza en su voz—. Nunca has mostrado interés en tus padres.

Agaché la mirada. Él tiene razón. Nunca me doy el tiempo de escucharlos, ni siquiera me esfuerzo en acercarme a ellos, pero no es como si me lo pusieran fácil. Me cuesta confiar en ellos sabiendo que son capaces de pensar que mi homosexualidad se debe a un trauma.

—¿Qué le pasó a tu rostro, Caín? —consultó mi madre para desviar el tema. Se aproximó a ti para examinar una de tus mejillas—. ¿Te duele? ¿Necesitas atención médica?

—Fui asaltado hace unos días —mentiste. Mis padres se horrorizaron.

—¡Ya no se puede andar tranquilo en esta ciudad! —exclamó papá junto a un exagerado movimiento de manos—. Malditos bandidos...

—No se preocupe, estoy bien —aseguraste, pero ambos sabíamos que mentías—. Solo fue una pequeña golpiza. Afortunadamente, ellos fueron encontrados y encarcelados.

—¡Me alegra escucharlo! —celebró mamá—. ¿Quieres que te cambie los parches de la cara? Tengo unos muy buenos.

—No se moleste, señora. —Le sonreíste—. Con que me permita dormir aquí esta noche será suficiente.

Mis padres compartieron miradas inquietas.

—¿Vas a dormir... aquí? —Papá desvió sus ojos a los míos; adiviné al instante lo que pensaba. No me molesté en aclararle lo equivocado que estaba si creía que te traje a casa para tener sexo. Ya no me importa lo que opine sobre mi sexualidad.

—Si no les molesta, claro. —Te encogiste de hombros. Tu naturalidad era un poco graciosa.

—Supongo que no hay problema, ¿cierto, cariño? —le preguntó mamá a papá con mirada de advertencia. Él acabó asintiendo.

—Siempre y cuando lo sepan tus padres —dijo papá. Sé que en realidad quiso decir "siempre y cuando lo sepa tu padre". Ha de conocer lo trastornado que es su jefe.

—Oh, ellos ya lo saben —mentiste otra vez. Solo tu madre lo sabía—. No es necesario que los llamen, todo está arreglado.

Mis padres asintieron con cierto recelo y nos ofrecieron algo de comer. Ambos nos negamos; lo único que quería era llevarte a mi habitación y disfrutar de tu compañía.

Subimos rápidamente y nos topamos con mi hermana en el pasillo. Ella te examinó de los pies a la cabeza sin pudor alguno.

—¿Así que este es tu novio? —preguntó de sopetón.

Casi me atraganté con mi propia saliva. A pesar de ser mayor, mi hermana es más inoportuna e inmadura que yo.

—¡No! —negué, pero me retracté—. Bueno... no lo sé.

Te vi y descubrí que tenías la mirada clavada en el suelo, como si quisieras evadir la pregunta. 

—No les quitaré más tiempo —dijo Amelia en tono burlón—. Veo que tienen ciertos... asuntitos que resolver, y yo tengo una cita. Nos vemos.

Se encaminó a las escaleras, pero se detuvo antes de bajar para decir:

—¡Ah! Por cierto, si van a hacer cosas sucias o algo por el estilo, procuren ser silenciosos. No quiero traumarme de por vida con los gemidos de mi hermanito cuando regrese a casa. ¡Adiós!

Abrí los ojos de par en par.

—¡¡¡Amelia!!! —grité, más avergonzado imposible.

—Es... agradable —dijiste entre risas con el ceño fruncido.

—Es una idiota —repliqué, hecho una furia—. Entremos de una buena vez.

Te conduje a mi habitación. A diferencia de la tuya, mi cuarto no es atractivo, espacioso ni lujoso. No hay posters en las paredes ni nada que diga que me pertenece. Me siento un invitado en mi propia casa.

—No sabes lo que haría con estas paredes en blanco —dijiste. Casi pude oír los engranajes de tu cerebro en funcionamiento al pensar en todo lo que pintarías.

—Puedes decorarlas si quieres. Dudo que mis padres se molesten, y confío en que harás un gran trabajo.

Me sonreíste y me tomaste por sorpresa cuando te acercaste a besarme de forma apasionada.

De inmediato me transportaste hacia otro mundo. Tus besos saben como un delicioso caramelo de la infancia o a un fruto jugoso en un día de verano.

Apenas me di cuenta de que nos movimos en dirección a la cama sin siquiera despegar nuestros labios. Me preocupaba que te dolieran, pero no te quejaste en ningún momento, así que me dejé llevar. Me recostaste con suavidad en el colchón y, de un segundo a otro, tus labios liberaron mi boca y se trasladaron a mi cuello.

Sentí que la temperatura ambiental aumentó a cuarenta grados, o tal vez era mi cuerpo el que estaba incendiándose. Tú recorrías mi piel con tu boca y yo me vi obligado a cerrar la mía con fuerza para no dejar escapar algún gemido cargado de excitación que pudiera ser oído por mis padres.

De pronto, comenzaste a recorrer mi cuerpo con tus manos sin ninguna delicadeza. La euforia te estaba volviendo loco. Tus besos se tornaron mucho más hambrientos y, siendo sincero, ya no me sentía cómodo. Estabas tan fuera de sí que ni siquiera te dabas cuenta de que intentaba apartarme de ti.

Mil recuerdos dolorosos acudieron a mi mente mientras me tocabas sin medida. Pude reproducir a la perfección cómo ese grupo de lunáticos tocó a Joaquín en el bosque como si les perteneciera.

Experimenté su desesperación en carne propia. Sentía que tus manos eran las de esos abusivos y que no era yo quien estaba en la habitación, sino que me convertí en aquel niño cuya inocencia fue corrompida por monstruos descorazonados.

—¡Aléjate! —Te empujé con fuerza y corrí hacia un extremo de la habitación.

Ambos respirábamos con dificultad. Me miraste preocupado e intentaste acercarte, pero rehuí todo lo que pude. Odié que mi cuarto fuera tan pequeño. 

—Charlie, ¿qué pasa? —preguntaste, aterrado—. ¿Te hice daño? Si es así, perdóname, por favor, no me di cuenta de lo que hacía. —Te desesperaste—. Lo siento, lo siento...

Me di cuenta de que tenía los ojos cristalizados. Volviste a aproximarte, esta vez con cautela. Desesperado por un poco de consuelo, dejé que llegaras a mí y que me envolvieras en tus brazos.

—¿Qué pasa? —inquiriste sobre mi oído mientras me aferrabas con una mano y con la otra acariciabas mi cabello—. ¿Hice algo mal, amor?

Por poco me derretí cuando escuché que me llamaste "amor". Habría sonreído si no hubiera estado tan perturbado por lo que acababa de recordar.

—Es Joaquín —sollocé—. No puedo dejar de pensar en él.

—¿Por qué? ¿Quieres contarme qué pasó con él?

Decidí que era el momento de que conocieras uno de mis peores traumas.

Nos sentamos en la cama y te conté todo de golpe. Hubo momentos en los que no pude hablar a causa del llanto y otros en los que me quedé en silencio viendo un punto cualquiera de la habitación. Nunca será fácil hablar sobre Joaquín.

—Charlie, es... es horrible, no puedo creerlo. —Llevaste una mano a la boca. Lucías tan horrorizado como debía estar yo.

—Pienso en ello desde los diez años. ¿Sabes? Es irónico que me gusten los bosques, porque fue en uno en donde perdí mi felicidad. —Me reí solo para no llorar otra vez.

—Tranquilo, amor. —Me abrazaste y besaste mi cabeza—. Entiendo tus miedos, y te prometo que voy a respetarlos. No llegaré más lejos si no me lo permites.

A pesar de los recuerdos traumáticos, me sentí en paz. No sabes cuánto necesitaba oír palabras de consuelo como las tuyas.

—Gracias, amor —te dije en tono susurrante. La palabra "amor" sonaba insegura en mi voz.

—¿Quieres seguir hablando de ello?

—Prefiero que no. ¿Podemos simplemente tumbarnos en la cama y olvidarnos de los problemas por una noche? 

Me sonreíste con ternura y asentiste. Te recostaste y estiraste los brazos hacia mí para invitarme a tumbarme en ellos. Me acerqué y me envolviste en un abrazo cálido y reconfortante que me hizo sentir seguro, luego me diste uno tras otro besito en la frente. Sentí que la oscuridad de mi corazón era reemplazada por la luz de tus caricias.

—Y bien, ¿cómo ha estado el colegio sin mí? —inquiriste minutos después para hablar de algo diferente.

—No muy bien. Pensé que salir del clóset sería algo liberador, pero ha sido un dolor de cabeza. He tenido que soportar un montón de burlas e incluso empujones en los pasillos.

—¿Por qué no me contaste que lo estabas pasando tan mal?

—No tenía cómo. Me bloqueaste de Facebook y WhatsApp, y no contestabas mis llamadas...

—Fue mi padre quien me obligó —suspiraste—. Decidí obedecerlo porque tenía miedo de que me enviara lejos. Prefiero que piense que no somos amigos a que haga lo posible por alejarme de ti. Eso sí me mataría.

Debería haberme quedado con la sensación de felicidad al saber que no querías alejarte de mí, pero lo único que se repetía en mi mente como un eco era "no somos amigos".

—¿Qué somos, Caín? —Me aventuré a preguntar—. Quiero decir... no es que quiera presionarte, pero ya no sé qué hay entre tú y yo.

—Somos amigos, Charlie.

Auch.

—¿Solo eso? —Te rogué con la mirada.

Miraste hacia el techo y exhalaste con pesar.

—No puedo prometerte nada —lamentaste—. Si mi padre se entera de que tengo una relación con un hombre, acabará conmigo. No podemos ser novios ni nada parecido, Charlie. Lo siento mucho.

Me dolía, pero no me quejé. Después de todo, comprendía tus motivos.

—Está bien. Solo prométeme una cosa, ¿sí? Solo una.

—¿Qué cosa?

—Que no dejarás de amarme. Me da igual si tenemos que vernos en secreto y ocultarle lo nuestro a todo el mundo, lo único que te pido es que no te alejes de mí. Por años soñé con algo como esto, y me destruiría perderlo.

Parpadeaste una y otra vez como si quisieras ahuyentar el llanto. Tu boca se curvó en una hermosa sonrisa que me infundió algo de alivio.

—Lo prometo —susurraste—. Te amaré hasta que te aburras de mí.

Nos pusimos a reír y firmamos la promesa con un delicado beso, después nos quedamos en silencio por al menos cinco minutos. La tensión provocada por tu padre y por los cientos de obstáculos en contra de nuestro amor se hizo permanente entre nosotros, pero al menos contábamos con una noche de calma antes de la próxima tormenta.

—¿Qué más ha pasado en el colegio durante mi ausencia? —preguntaste para romper el silencio—. ¿Algo bueno que rescatar?

—Pues... la verdad es que hice un nuevo amigo. —No sé por qué dudé al contártelo—. Su nombre es Jeremy, y es muy simpático... —Hice una pausa, nervioso—. Y es gay.

—¿Gay? —Enarcaste una ceja.

—Sí, gay.

—Ah, qué bien —dijiste con brusquedad.

—¿Algún problema?

—No. ¿Por qué habría de haber uno? —Noté bastante disgusto en tu voz.

—¿Estás celoso? —Me reí.

Pusiste los ojos en blanco. Lo tomé como un sí.

—Pregúntale a tu amigo si lo estoy —espetaste en lugar de admitirlo.

—¡Estás celoso! —señalé entre risas.

—¡Cállate! —Cubriste mi boca con una mano—. Si te burlas de mí, me largaré en este instante.

Aguanté la risa lo mejor que pude. Me mirabas fijamente y con rostro de advertencia para asegurarte de que no me riera. Me causaba mucha gracia tu reacción.

—No estoy celoso, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dije bajo tu mano. Vi que estabas reprimiendo una sonrisa.

Quitaste tu mano de mi boca y en su lugar me cubriste los labios con un beso.

—Solo por si acaso —susurré al separarnos—, estoy locamente enamorado de ti. No podría fijarme en nadie más. Quiero pasar la vida entera contigo.

Esperaba que sonrieras o que reaccionaras con el mismo entusiasmo que yo, pero te limitaste a mirar hacia la nada y a restarle importancia a mis declaraciones.

—Vamos, Charlie, solo tienes diecisiete años —recordaste, sin mirarme, junto a una risa que adiviné como forzada—. No puedes estar tan enamorado de mí como para querer morir a mi lado.

—¿Por qué no? ¿Acaso actuarás como mis padres y dirás que lo que siento no es real?

—Es solo que somos muy jóvenes para proyectarnos tanto y no...

—Yo tengo claro lo que siento por ti, así sea muy joven —interrumpí—. No pongas en duda mis sentimientos, Caín. Tú más que nadie deberías saber que son auténticos.

En ningún momento me miraste a los ojos. Sentí que te daba vergüenza hacerlo y admitir que no me amas tanto como yo a ti, pero lo cierto es que no espero que sientas lo mismo que yo. Recién estamos comenzando una extraña relación sin nombre, y no pasó tanto tiempo desde que el destino decidió cruzar nuestros caminos.

Sin embargo, yo te amaré hasta la muerte, y estoy total e irremediablemente seguro de ello.

—No quiero romperte el corazón, Charlie —musitaste luego de otro largo silencio. Tenías la voz quebrada.

—Pues no lo hagas.

Otro silencio incómodo que parecía nunca acabar, pero que superamos cuando me diste otro beso que inhibió mis inquietudes.

—Haré lo posible por hacerte feliz —prometiste tras separar tus labios de los míos—. Te lo juro.

Mi sonrisa fue involuntaria.

—Con que me seas fiel me basta —bromeé.

Te reíste.

—Lo mismo digo. —Besaste mi frente—. Así que ten cuidado con ese tal Jeremy, no quiero compartirte.

—No soy tu novio —comenté con dobles intenciones—. Quizá si lo fuera tendrías el derecho a la exclusividad...

Entrecerraste los ojos.

—Está bien, sin presiones —dije entre risas—. Y no tienes nada de qué preocuparte, Jeremy es solo un amigo. Le debo mucho, sobre todo después de que me salvó de ser herido por Hardy y...

Me callé de golpe al darme cuenta de lo que estaba diciendo. Frunciste el ceño y te incorporaste sobre un codo.

—¿Qué dijiste? —preguntaste, sobresaltado—. ¿Hardy quiso hacerte qué?

No sé por qué estaba callando lo que pasó. Tal vez no quería que tus lazos afectivos se vieran afectados por mi culpa, porque ya había complicado bastante tu vida, pero no podía guardarme lo sucedido por más tiempo, así que te conté todo: cómo Hardy y tus amigos me llevaron a rastras a un baño luego de que los descubrí manchando los casilleros, cómo me golpearon y motivaron mi drástico cambio de aspecto y cómo me siguieron hasta el baño y me sometieron por segunda vez.

Cuando mencioné que Hardy sacó una navaja con intenciones de herirme, tú te volviste loco.

—¡Voy a matarlo! —Te levantaste de la cama con furia. Yo me incorporé—. ¡Le romperé la cara!

—¡Por favor, Caín, baja la voz! —supliqué en voz baja—. Mis padres están abajo, no quiero más problemas.

—¡Será mejor que me escuchan y que se enteren de lo que esos imbéciles quisieron hacerte! —vociferaste—. ¿Cómo se atreven a golpearte y a amenazarte de esa forma? ¿Qué tenía en la cabeza cuando me acerqué a esos enfermos?

—Tranquilízate, Caín. No me pasó nada.

—¡Porque el tal Jeremy te salvó! —replicaste, furioso—. ¿Qué habría pasado si no hubiera llegado? Mierda, Charlie, yo debí estar ahí para ti, no él. Esto es mi culpa.

—¡No lo es! —Me acerqué y tomé tu cara entre mis manos—. Todo es culpa mía. Yo decidí callar lo que estaba pasando. Quería vengarme con mis propias manos, pero ya no. Debí decírtelo todo.

—Voy a matarlos —insististe—. Quiero mis puños en sus caras. Vuelvo enseguida.

Te dirigiste a la puerta de la habitación, pero te agarré de un brazo para detenerte.

—¡Por favor, Caín! —Te retuve con toda la fuerza que pude—. No vayas a ningún lado, ¿sí? Piensa con la cabeza: si ven que me defiendes con tanta devoción, tarde o temprano descubrirán que existe algo más que amistad entre nosotros.

Abriste los ojos de par en par y agachaste la mirada, consciente de que tenía razón. Debemos ser muy cuidadosos de ahora en adelante.

—No dejemos que nadie arruine esta noche —supliqué—. Olvidémonos de Hardy, de Jeremy, de nuestros padres, de Joaquín y de cualquier otra persona que pudiera interferir entre nosotros. Disfrutemos la que probablemente será una de las pocas noches tranquilas que tendremos y dejemos de lado el mundo real, ¿bueno?

Cerraste la boca con fuerza y pasaste una mano por tu cara. Resoplabas con mucha rabia, pero acabaste cerrando los ojos y serenándote para decir:

—Está bien, amor.

Y con un beso regresamos a la cama.


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