🌦️ 60 🌦️

Primera parte

📝

Hola, Caín.

Volví a clases y enfrenté a cada alumno que ya sabe que soy gay.

Según Nora, la noticia se esparció por todo el colegio. En cada rincón se hablaba del chico de cabello gris que salió del clóset en pleno salón de clases, el mismo que golpeó a Hardy, uno de los idiotas más populares del establecimiento.

Tú no has ido al colegio en días. Esto me preocupaba tanto que apenas podía dormir por las noches. Ni siquiera contestabas mis mensajes o llamadas, así que imaginé lo peor. 

Al principio pensé que simplemente te sentías demasiado triste como para salir de casa, ya que perdiste un lugar que significaba mucho para ti, pero no podía evitar pensar en mil otras posibilidades aterradoras, como que tu padre cumplió su amenaza y que te envió a una escuela militarizada o que te amarró, te amordazó y te encerró en el sótano de tu casa. Y no, no estoy exagerando, porque con un monstruo como él todo es posible. Estuve a punto de visitarte con la policía como escolta.

Junto a tu ausencia, fue una de las semanas más incómodas y desagradables de mi vida. Tuve que soportar miradas despectivas, empujones en los pasillos e insultos y burlas sin una pizca de empatía. Incluso los maestros me miraban con una notable incomodidad tras enterarse de mi orientación sexual.

¿No se supone que estamos en el siglo XXI? ¿Es que retrocedimos en el tiempo hacia la época medieval?

Por suerte, hubo unos cuantos alumnos que se acercaron a felicitarme por mi valentía, en su mayoría mujeres. Detesto ser tan tímido como para limitarme a sonreír como respuesta en vez de intentar hacer nuevos amigos que me acepten como soy, pero aún no gano la confianza suficiente.

Si crees que todo fue humillaciones o halagos de pasillo, estás equivocado. Algo muy malo estuvo a punto de ocurrir cuando fui a orinar durante uno de los recreos en tu cuarto día de ausencia: tus amigos aparecieron en el baño segundos después de que entré. No estaba Luis entre ellos, lo que significaba que querían hacerme daño.

Me di cuenta de que me siguieron hasta ahí, conscientes de que andaba solo. Había dos chicos en el baño, los cuales fueron echados al instante por tu grupo de amigos. Intenté pararme lo más desafiante que pude, pero no logré la postura amenazante que deseaba. Me sentía muy cansado mental y físicamente como para pelear.

—¿Qué rayos quieren ahora? —pregunté con hastío. No logré sonar agresivo, el miedo retorcía mis entrañas.

—A él —se limitó a ordenar Hardy—. Aseguren la puerta.

Jonas y Ronaldo se acercaron a agarrarme de los brazos y a cubrir mi boca. Intenté ser valiente, pero el terror me debilitó al recordar lo sucedido con Joaquín.

Pensé, ¿acaso me pasaría lo mismo que a él? ¿Estaba a punto de vivir algo de lo que nunca me recuperaría?

Mi temor a ser abusado desapareció al notar que Hardy sacó una navaja desde alguna parte, pero fue sustituido por el miedo a resultar herido.

—Te haré un pequeño recordatorio de quién manda aquí —anunció Hardy en voz baja con una sonrisa macabra—. No te atrevas a intentar meterme en problemas otra vez, maricón, o lo pagarás mucho más caro.

Se acercó lentamente a mí con la navaja en alto. La giraba como si de un juguete se tratara, y yo respiraba con dificultad a causa del pánico y de las manos que me impedían gritar. No iba a sufrir el mismo destino que Joaquín, pero eso no me tranquilizaba en absoluto.

—Un paso más y llevaré este video a la policía —dijo alguien de repente.

Todos nos sobresaltamos y miramos hacia el lugar de donde provino la voz: un chico alto de tez morena y cabello negro había salido desde una de las casetas del baño. Tenía su teléfono móvil en las manos, cuya luz de flash estaba encendida.

—Tienen diez segundos para desaparecer de mi vista si no quieren quedar expuestos como los malditos cerdos abusivos que son —amenazó el chico.

Hardy y sus amigos se tensaron.

—Vámonos, Hardy —rogó Jonas. Lucía como si estuviera a punto de mearse en los pantalones.

—Esto no acaba aquí, rarito —me advirtió Hardy entre dientes y todos salieron corriendo.

El chico moreno se acercó a mí.

—¿Estás bien? —preguntó con una sorpresiva pero tierna preocupación.

Solo pude asentir como respuesta. Me temblaba el cuerpo entero. Una parte de mí ansiaba descubrir hasta dónde era capaz de llegar el idiota de Hardy, pero la idea de resultar herido por una navaja me pone los pelos de punta. Fue una suerte que mi inesperado salvador estuviera ahí para ayudarme.

—No estés asustado —susurró el chico con una sonrisa capaz de disipar mis inquietudes—. Mientras tenga este video a mano, nada malo te pasará. Por cierto, mi nombre es Jeremy.

—Soy Charlie —anuncié con timidez e hice un esfuerzo por sonreír.

Pasé el resto del recreo junto a mi nuevo amigo. Él me contó que ya tiene dieciocho años, saldrá del colegio al terminar el semestre. Es una pena, porque resultó ser un chico muy agradable, y fue de gran ayuda para soportar el resto de mi primer día fuera del clóset. 

Por la tarde, al finalizar las clases, Jeremy me acompañó de regreso a casa. Intercambiamos nuestros números telefónicos y prometimos mantener el contacto, pero no sentí el mismo entusiasmo que él. Lo único que me preocupaba era saber de ti.

Llegué a casa y lo primero que hice fue revisar mi cuenta de Facebook para enviarte otro mensaje. Mi corazón dio un vuelco cuando me di cuenta de que me habías bloqueado. Traté de hablarte por WhatsApp, pero tampoco logré enviarte nada. Incluso te llamé y tú teléfono figuraba como inexistente.

El pánico volvió a apoderarse de mí. No me atrevía a ir a tu casa a preguntar por qué me eliminaste de tus cuentas; la razón era evidente: querías que te dejara en paz y que me alejara de ti.

No sabes cuánto sufrí sin verte. Cada día revisaba tus cuentas a través del teléfono de Nora, pero no publicabas nada, y tu última conexión correspondía a aquella noche en la que nos dimos nuestro primer beso oficial.

Los días pasaron hasta cumplirse una semana y media sin saber de ti, diez días que fueron una tortura peor que soportar casi dos semanas de humillaciones causadas por mi orientación sexual. Me estaba volviendo loco sin noticias tuyas. No me atrevía a ir a tu casa, porque no quería meterte en más problemas, pero ya no podía aguantar la incertidumbre ni la preocupación por más tiempo, así que decidí dejar atrás mis inseguridades e ir a visitarte.

Fui a tu hogar apenas salí de clases. La empleada doméstica más joven me recibió en la entrada y me rogó que me fuera antes de ocasionar problemas. Y yo, por supuesto, me negué a partir sin antes oír tu voz. No me marcharía sin verte al menos diez segundos y confirmar que estabas a salvo.

En eso llegó tu madre. Al verme, se mostró tan aterrada como la empleada.

—¿Qué haces aquí, Charlie? —preguntó—. Ya sabes que mi esposo te pidió que te alejaras de Caín.

—Lo sé, señora, pero necesito saber sobre él. —Le rogué con la mirada—. Estoy muy, muy preocupado. Por favor, permítame verlo.

Tu madre me escrutó con lástima, luego miró hacia las escaleras. Al cabo de unos segundos de meditarlo, suspiró y asintió.

—Está bien —dijo. Me volvió el alma al cuerpo—. Pero si mi esposo aparece de sorpresa, haznos el favor de esconderte por ahí. No quiero más líos de los que ya tenemos.

—Entendido. —Le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa con cierta tristeza.

—Puedes subir —musitó—. Caín está en su cuarto. No lo presiones, tampoco le hagas preguntas. Limítate a consolarlo, ¿sí?

Asentí y subí las escaleras con entusiasmo, pero se me formó un nudo en el estómago a medida que llegaba a tu habitación.

Toqué tu puerta con el corazón en la otra mano.

—Largo —escuché. Pude sentir la melancolía de tu voz.

Entré sin que me lo permitieras. Estabas acostado en tu cama; me dabas la espalda, no podía ver tu rostro.

—Vete, mamá —espetaste. A juzgar por tu voz, estabas llorando.

Me acerqué lentamente a ti, me senté en tu cama y te toqué un hombro.

—Soy yo, Caín —anuncié.

Te volteaste y yo di un respingo.

Tenías el rostro lleno de parches y hematomas, tan dañado que lucías irreconocible.

—Oh, Dios... —Fue todo lo que pude decir.

—Él me golpeó demasiado, Charlie —gimoteaste entre sollozos desesperados—. Nunca me golpea el rostro; siempre hace lo posible por no dejar marcas. Esta vez no le importó destruirme la cara, yo... yo...

Tu llanto se intensificó de tal manera que no pudiste seguir hablando. Rompí a llorar de ira y de tristeza. Tu hermoso rostro fue alterado por una bestia despiadada, una sin escrúpulos ni corazón.

Te abracé con fuerza contra mi pecho. Tus gimoteos fueron sofocados por mi suéter, pero podía escucharlos como si lloraras dentro de mi cabeza. Me dolía el corazón mientras te aferraba y te acariciaba con el máximo cuidado posible.

—Tranquilo, cariño —susurré—. No dejaré que nada malo vuelva a pasarte.

Me hacía añicos contemplar tu sufrimiento. Tú, que siempre lucías seguro de ti mismo, te convertiste en un niño herido y asustado por culpa del hombre que te arruina la existencia.

—Abrázame, Charlie —suplicaste entre llantos—. No dejes que me haga daño, no lo dejes, no lo dejes...

Lloraba tanto como tú, pero deseaba ser capaz de extraer tu dolor y de traspasármelo para que no tuvieras que lidiar con él. Me prometí a mí mismo que haría lo posible para evitar que siguieras sufriendo.

—Nunca te dejaré solo —prometí sobre tu oído. Tu respiración se ralentizó—. Siempre estaré contigo, amor mío.

Levantaste la cabeza de mi pecho para mirarme a los ojos.

—Te amo, Charlie —dijiste por primera vez.

Me robaste el aliento.

Necesitaba expresar de alguna forma la alegría que sentía, pero no quería faltarle el respeto a tu tristeza, así que me limité a celebrar en mi mente. Mi tristeza se transformó en una felicidad que no me cabía en el cuerpo. Otro sueño que parecía inalcanzable acababa de cumplirse. Al fin sentías lo mismo que yo, por fin nuestras almas se enlazaron por completo.

Unimos nuestros labios en un beso mucho más tierno que los anteriores.

—Yo también te amo, Caín —susurré sobre tus labios.

Volví a besarlos con suavidad. No me lo dijiste, pero me di cuenta de que te dolían, así que te besé con toda la delicadeza que pude.

Al separarnos, tú seguías llorando. Por más extraño que suene, me encantó ser el que protegiera en vez del protegido. Te vi como a un pequeño al que estaba destinado a cuidar.

—No quiero pasar la noche aquí, Charlie —dijiste tras muchos besos delicados—. ¿Puedo quedarme a dormir en tu casa?

Ni siquiera pensé en mi familia antes de responder:

—Claro que sí.



continúa


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top