🌪️ 59 🌪️

Cuarta y última parte

📝

Ambos entramos en pánico. La somnolencia desapareció al instante, mi corazón comenzó a latir a toda velocidad.

—Mierda —susurraste, horrorizado—. Dejamos el armario abierto.

El terror recorrió mi sistema. Quería abrazarte, besarte o hacer cualquier otra cosa para protegerte y para calmar tus nervios, pero estaba tan alarmado como tú.

—¿Qué rayos es esto? —preguntó tu padre desde abajo. De inmediato escuché que se adentró en el armario. Adiviné que estaba ebrio por el tono de su voz, pero no tan ebrio como para no captar la abertura secreta que conducía al ático.

—¡Rápido, al techo! —sugerí, desesperado por salvarte.

Te incorporaste con lentitud. No hacías esfuerzo alguno por huir o por esconderte, ni siquiera por defenderte. Se sintió como si dejaras caer una espada tras una larga batalla.

—No, Charlie. —Te tembló la voz, pero pusiste la frente en alto—. Es tiempo de enfrentar a mi padre.

No supe cómo reaccionar. Desconocía qué iba a suceder, pero obviamente no esperaba nada positivo. 

Tu padre subió las escaleras con cierta dificultad e ingresó en el ático que dejó de ser secreto. Miró a su alrededor, sus ojos estaban a punto de reventar. Casi podía sentir el calor de la ira ardiendo en sus venas. Examinó cada detalle del cuarto sin decir una palabra, pero, cuando su mirada recayó en tu rostro manchado con pintura, su rabia encontró la salida.

—¿¡Qué mierda es todo esto, Caín!? —demandó con fluidez. Fue como si la furia disminuyera el efecto del alcohol.

—¿Qué haces aquí, papá? —preguntaste para desviar el tema. Hacías lo posible por que no te temblara la voz—. ¿No deberías estar en tu viaje de negocios?

Noté sarcasmo en tu voz. Claramente querías preguntar: "¿No deberías estar con tu amante?".

Tu padre caminó hacia nosotros con lentitud y ambos retrocedimos hasta la pared del fondo. Él se detuvo en medio del ático, apretaba los puños de tal forma que sus nudillos emblanquecieron.

—Hace horas me llamó el director del colegio para informarme que te fugaste —acusó entre dientes y se aproximó un poco más a nosotros—. ¡¿Puedes explicarme qué está mal contigo?! ¡Primero te escapas del colegio y ahora me encuentro con toda esta basura! ¡Exijo una buena explicación!

—Me fugué porque Charlie me necesitaba —respondiste con franqueza. Me estremecí cuando los ojos rojos e iracundos de tu padre se cruzaron con los míos—. Y este es mi taller, papá. Amo pintar. Amo el arte. Amo la música. Amo todo lo que tú odias.

—¡¡¡Eres un deportista, no un pintor!!! —gritó el hombre hasta desgarrar su garganta—. ¿Crees que permitiré que desperdicies tu tiempo en estas tonterías? ¿Pensaste que nunca me daría cuenta de que has gastado mi dinero en un cuartito tan afeminado como este?

Tu papá acortó la distancia entre ustedes hasta detenerse a escasos centímetros de ti. Hiciste tu mayor esfuerzo en mantener una postura firme, pero el temor se reflejaba en tu mirada.

No sabías qué agregar en tu defensa. Ya lo dijiste todo: amas el arte. Tan simple como eso. Eres un artista y estás dispuesto a cualquier cosa con tal de expresarlo.

Sentí la necesidad de acabar con el peligroso silencio que reinó en el ático.

—Señor, trate de entender a su hijo —supliqué—. Él simplemente ama pintar, no le hace daño a nadie con su arte.

Tu padre me dirigió una mirada asesina que me revolvió el estómago.

—¿Quién te crees para dirigirme la palabra? —espetó, colérico—. Y ¿qué diablos es ese cabello que traes ahora? ¿Acaso eres tú el que está llevando a mi hijo por el mal camino y quien le está enseñando homosexualidades como estas? —Señaló los alrededores y se acercó a mí en aire amenazante.

Apenas dio unos pasos, tú te paraste frente a mí para protegerme.

—No te atrevas a tocarlo —advertiste entre dientes.

Y tu padre perdió la cabeza.

Él te dio un puñetazo que te lanzó directamente al suelo.

—¡Y tú no te atrevas a desafiarme! —gritó con un dedo apuntado hacia ti—. ¡Soy tu papá y debes respetarme como tal!

No pude hacer nada salvo tiritar de miedo, tragar saliva y abrir los ojos al máximo. Me gustaría haber tenido el coraje para defenderte, pero tu padre es demasiado aterrador. Estoy seguro de que incluso la persona más valiente del mundo temblaría ante él.

—¡Y yo soy tu hijo y debes tratarme como tal! —replicaste desde el suelo con la voz quebrada y con lágrimas en los ojos. Sangre fluía desde tu boca—. Puedes golpearme todo lo que quieras, pero eso no cambiará quién soy. Amo el arte y quiero dedicarme a él.

No debiste decir eso.

Si te lo hubieras callado, quizá tu padre no habría destrozado tu preciosa galería.

Él se acercó a las pinturas de la pared y, una tras una, comenzó a golpearlas, arrancarlas y romperlas. Lucía como un monstruo lleno de odio que no sabía hacer nada más que destruir.

—¡Irás a la escuela militarizada! —anunció mientras destrozaba la pintura de los chicos besándose—. ¡He soportado bastante; esto sobrepasó mis límites!

Me quedé petrificado. No conseguía creer que tu padre fuera capaz de montar un espectáculo como ese a causa de un simple ático repleto de pinturas.

¿Acaso hay una razón detrás de tanto odio? ¿Será que detesta el arte por algo en concreto y no solo porque lo considera una "homosexualidad"? ¿Por qué tanto desprecio hacia los homosexuales de todas formas? No lo entiendo.

Te limitabas a llorar mientras tus tesoros eran destruidos. Tu padre atacaba contra todo como si de un deporte se tratara, solo se detuvo cuando se quedó sin aliento.

—Voy a volver al maldito bar —jadeó—. Si para mi regreso no has limpiado este ático ni tirado estas pinturas a la basura, acabaré contigo.

Se encaminó hacia la salida, pero se detuvo antes de salir y se dio la vuelta para dedicarme una mirada gélida e inquisitiva.

—Ah, y no quiero volver a verte cerca de este chico. —Me señaló—. No quiero malas influencias en tu vida.

Dicho aquello, abandonó el ático y nos dejó a solas en medio del caos y de la destrucción.

Permaneciste sentado en el piso con la mirada perdida en un extremo del cuarto. Las lágrimas ya no descendían por tu rostro, la resignación superó a la tristeza. El huracán en el que tu padre se convirtió ya se había esfumado, pero tú seguías sin reaccionar.

Me agaché junto a ti. Llevé una mano a tu rostro para limpiar las lágrimas que quedaban en tus mejillas, pero la retiré al oírte susurrar:

—Vete, Charlie.

—Caín, yo...

—Vete —insististe entre dientes.

—Lo siento mu...

—¡Lárgate! —gritaste a todo pulmón y ambos nos pusimos de pie.

—No —dije con firmeza—. Tú no me dejaste solo, así que yo tampoco lo haré.

—¡¡¡Que te largues!!! —insististe con locura—. ¡¡¡Lárgate de mi casa!!!

No comprendía por qué me tratabas así. ¿Qué hice mal? ¿Acaso pensabas que lo sucedido era mi culpa?

Quise preguntártelo, pero me tragué las palabras al presenciarte caminar hacia las pinturas intactas que restaban en el cuarto para destruirlas por tu cuenta. Gritabas en el proceso. Te veías tan monstruoso como tu padre, parecía como si hubieras heredado su ira y esta saliera a la luz por primera vez.

Me dolía verte tan devastado, también que no recurrieras a mí en busca de consuelo...

Pero lo que más me dolió fue cuando te aproximaste a mi pintura y la destruiste con las manos y los pies.

—¡¡¡Ahhhhhhh!!! —gritaste mientras destrozabas la creación que motivó nuestro primer beso oficial—. ¡Lárgate, Charlie! ¡Déjame solo!

Me miraste como un animal salvaje y por primera vez sentí miedo de ti, pero no me alejé. Reuní coraje, di un par de pasos en tu dirección y dije:

—Escúchame bien, Caín. No volveré a permitir que me trates como la mierda. Si quieres que me vaya, tendrás que echarme a patadas, pero te lo advierto: si lo haces, deberás olvidarme para siempre. He soportado malos tratos durante años, y ya no los seguiré tolerando. Ambos sabemos que no quieres que me vaya, solo sientes rabia contra tu padre e incluso contra ti mismo. Trata de calmarte, respira y piensa bien lo siguiente: ¿Realmente quieres que te deje solo? Si la respuesta es sí, me iré de inmediato, pero no volveré arrastrándome hacia ti cuando te des cuenta de lo mal que me trataste y te arrepientas por ello.

Lo pensaste mejor y tu enfado fue sustituido por tristeza. 

Rompiste a llorar con mayor intensidad que antes y corriste en busca de mis brazos.

—No te dejaré solo —insistí sobre tu hombro—. Aquí estaré para ti.

—Estoy harto, Charlie —sollozaste. Me dolía tu pesar—. Ya no quiero vivir.

El pánico congeló mi sangre. No quiero imaginar un mundo sin tu presencia.

—No digas eso, por favor —imploré—. Tenemos una vida por delante.

Sonaba irónico viniendo de alguien que tantas veces pensó en el suicidio.

—Es que ya no puedo más. —Apenas lograba entender tus palabras—. No puedo con tanto sufrimiento, Charlie. No puedo con tanto dolor.

Me puse en tu lugar y me percaté de que no solo yo he sufrido en silencio. Solía pensar que eras el típico chico guapo y adinerado con una vida perfecta, pero me equivoqué. Las personas que más felices parecen son las que peor lo han pasado.

—Aquí estaré para ayudarte a soportar el dolor —te dije—. Nunca te dejaré solo, Caín. Puedes contar conmigo.

—Debes irte, Charlie —pediste sin rabia ni exigencia—. Mi papá podría volver en cualquier momento. Tengo que quitar las pinturas antes de su regreso.

—¿Qué pasará con lo nuestro? —No pude evitar preguntarlo. Necesitaba saberlo.

Me miraste con lástima y agachaste la mirada. Otra pequeña lágrima descendió por tu rostro.

—Vete, por favor. Ya tendremos tiempo para hablar sobre nosotros, ahora solo quiero limpiar y luego descansar.

Ya no me veías a los ojos. Al parecer, mirarme te hacía sentir peor.

Tomé tu rostro entre mis manos para musitar:

—Te amo. No lo olvides.

Te limitaste a asentir y a limpiar tus lágrimas.

—Te pediré un taxi. —Sacaste tu teléfono de un bolsillo.

Mientras el taxi llegaba, te ayudé a quitar cada una de las preciosas pinturas restantes que decoraban tu ático.

—¿Puedo quedármelas? —pregunté en el proceso.

—No —respondiste—. No quiero volver a saber de estas pinturas. Me traerán malos recuerdos.

—No provocarán malos recuerdos en mí.

—Lo siento, pero quiero quemarlas.

Hice lo que pude para no llorar.

—Está bien. —Mi voz sonó gris, vacía.

No me atreví a volver a mirarte.

—Ven aquí. —Te acercaste y me diste otro abrazo apretado—. No te sientas mal, por favor. Solamente quiero avanzar y dejar el dolor atrás, y para ello necesito deshacerme de estas pinturas. Prometo hacerte una nueva.

—¿En serio? —Me alejé para ver tus ojos.

—Las que tú quieras. —Sonreíste a pesar del tormento que dominaba tu mirada.

—Eres el mejor. —Sonreí también, pero ambos nos enseriamos al oír el toque de una bocina. El taxi había llegado—. Cuídate, ¿sí? Y no dudes en llamarme a mí o a la policía si tu padre intenta lastimarte otra vez. No tiene derecho a tocarte.

No dijiste nada, simplemente asentiste y guardaste silencio. Te di un beso de despedida en la mejilla y te dejé en el ático quitando cada pintura que fue testigo de nuestra unión.

Tenía el corazón acelerado al bajar cada peldaño de las escaleras. Estaba seguro de que tu padre no se quedaría de brazos cruzados; la sola idea de que te enviara fuera de la ciudad o incluso fuera del país me mortificaba.

Me encontré con tu madre deambulando por la sala de estar. Se veía alarmada, pero, de cierto modo, un tanto resignada.

—¿Cómo está Caín? —me preguntó con una mezcla de cansancio y de preocupación.

—Físicamente bien, supongo. La herida de su boca sanará. Por dentro, en cambio, está tan destrozado como sus pinturas.

Tu madre estalló en un llanto doloroso. Se tapó la cara con las manos para ocultarlo, pero podía ver las lágrimas deslizarse por su cuello.

—Me siento una cobarde por no subir al escuchar los gritos —dijo más para sí misma—. Me escondí porque sabía que mi esposo me golpearía si me lo topaba y no... —Hizo una pausa—. Ay, no sé por qué te digo esto. No debería.

Forzó una risa que en realidad me dio lástima.

—No se preocupe, señora. —Esbocé una media sonrisa para consolarla—. Esta no es la primera ni la última familia caótica que he conocido.

Y eso lo sé bien. Mis propios padres quieren someterme a una terapia porque me gustan los chicos.

—¿Quieres que te lleve a casa? —ofreció tu madre al tiempo que limpiaba sus lágrimas.

—No se preocupe, hay un taxi esperándome... y no creo que usted esté en condiciones de conducir.

Ambos reímos con incomodidad de fondo. Sus manos, tal como las tuyas, no dejaban de temblar.

—Buenas noches, Charlie. —Se despidió—. Subiré a ver a mi hijo.

—Buenas noches. —Me dirigí a la puerta—. Dígale a Caín que lo quiero mucho.

No me atreví a pedirle que te comunicara que te amo, porque todavía no sé si tu madre es lo suficientemente abierta de mente para saberlo.

—Se lo diré. —Me sonrió—. Adiós, Charlie.

Le sonreí por última vez y salí a tomar el taxi. Era una noche fría y silenciosa, ya no se sentía tan mágica como antes de que tu padre irrumpiera en el ático.

Al hallarme en camino a casa, me puse a recordar lo que pasó antes de la aparición del huracán en forma de hombre y no pude evitar sonreír. Mantuve la sonrisa cuando le pagué al conductor, cuando entré a mi casa y cuando escuché los sermones de mis padres. Era eso o sumergirme en la tristeza.

Hice oídos sordos a cualquier reprimenda y fui a ducharme. Mientras el agua acariciaba mi cuerpo, pensé en tus besos e imaginé tus manos recorriendo mi piel como hace horas. Podría haberme bañado con el agua más fría del mundo y de todas formas la habría evaporado con el calor que sentía al rememorar tu cuerpo pegado al mío.

Una vez que vine a mi habitación, lo primero que hice fue enviarte un mensaje de buenas noches que todavía no lees. No has de tener ánimos para nada.

Me aterra pensar en volver al colegio luego de declarar abiertamente mi homosexualidad, pero iré solo para saber de ti. Espero que lo que pasó con tu padre no signifique el fin de algo que apenas iniciaba.

Te ama,

Charlie.

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