⛈️ 56 ⛈️
Primera parte
📝
Hola, Caín.
Esta mañana perdí la cabeza.
Mis padres imprimieron los mensajes anónimos y los llevaron al despacho del director Cifuentes. Les rogué que fueran primero a la estación de policía, pero no me hicieron caso.
El director, tal como esperaba, convenció a mis padres de no denunciar el caso con las autoridades y nos prometió que él mismo se encargaría de encontrar a los responsables. Una vil mentira, por supuesto. Muchas cosas pasan completamente inadvertidas en el colegio; yo mismo he sido víctima de abuso desde que llegué hace poco más de seis años.
Si crees que eso fue lo peor, estás equivocado. El director me preguntó si tenía algún sospechoso en mente, y por supuesto mencioné a Hardy.
Cifuentes mandó a su secretaria a buscarlo y él llegó con cara de niño inocente.
—¿Qué sucede, director? —preguntó con falso desconcierto—. ¿Hice algo malo?
El director le explicó lo sucedido y le mostró los mensajes que me llegaron. Hardy llevó una mano a la boca y puso expresión de asombro.
—¡Esto es horrible! —exclamó—. ¿Qué clase de monstruo podría enviar mensajes como esos? ¡No puedo creerlo!
Y yo no pude evitar volverme loco.
—¡Tú los enviaste! —acusé, histérico—. Hace días me llamaste "maricón" y aseguraste que harías de mi vida un infierno. ¡Es obvio que fuiste tú, y dudo mucho que lo hayas hecho solo! ¡Di la verdad, cobarde!
Intenté lanzarme sobre él, pero papá me detuvo.
—¡Basta, Charlie! —increpó el director—. Reaccionar de esta forma no solucionará nada. Debemos abrir una investigación y encontrar pruebas antes de culpar a Hardy.
—Ah, ¿y usted las encontrará? —Me reí con sarcasmo—. No me haga reír. Usted no hace nada que no involucre dinero de por medio, es un maldito cerd... —Papá cubrió mi boca antes de que pudiera seguir despotricando contra el director.
—¡Charlie! —regañaron mis padres al unísono.
El director lucía más furioso que nunca. Hardy, por su parte, observaba todo con una pequeña sonrisa triunfal.
—¡Discúlpate con el director! —exigió mi madre, pero no obedecí.
—¿Van a ponerse de su lado? —pregunté a papá y a mamá una vez que me liberé de su agarre—. ¿Es en serio?
—Discúlpate, Charlie —ordenó papá entre dientes, y fue suficiente para que estallara.
—¡Váyanse a la mierda! —grité a todo pulmón—. ¡Todos ustedes pueden irse a la mierda!
Salí corriendo del despacho. Mis padres gritaron mi nombre, pero no miré atrás.
Me topé contigo en el corredor, Caín. Choqué con tal fuerza contra ti que por poco nos caímos.
—Charlie, ¿estás bien? —preguntaste. Lucías preocupado.
No me molesté en responder; seguí corriendo lo más lejos que pude. Algunos funcionarios del colegio me miraban al pasar. Unos cuantos intentaron detenerme, pero nadie lo consiguió.
Corrí hasta el patio trasero y me escondí entre unos árboles cercanos al muro que delimita el colegio. Me senté contra un tronco y hundí mi rostro entre mis piernas, hacía un esfuerzo sobrehumano por no gritar ni llorar.
Llegaste corriendo y te agachaste junto a mí. Tenías la respiración agitada y una expresión de lástima que solo me hizo sentir peor.
—Vete, Caín —dije sin levantar la mirada—. Quiero estar solo.
—¿Qué pasó, Charlie? —preguntaste, preocupado—. ¿Por qué mandaron a llamar a Hardy? ¿Fue por la pelea del otro día?
—Vete —insistí—. Quiero estar solo.
—Por favor, Charlie, dime qué...
—¡¡¡Vete!!! —grité y me atreví a mirarte. Lágrimas de ira cayeron por mis mejillas—. ¡No te quiero cerca de mí!
—¡No me iré! —vociferaste, y yo me sobresalté—. ¡Puedes insultarme, gritarme o incluso golpearme otra vez, pero no te dejaré solo!
—Por favor, Caín —supliqué entre sollozos—. Déjame so...
—Ven aquí —interrumpiste y me envolviste en tus brazos.
Sentí que el mundo volvió a girar con normalidad. Debo admitir que me moría de ganas de que me abrazaras, incluso si estaba empeñado en olvidarte.
—Nunca te dejaré solo, Charlie —prometiste sobre mi oído, y yo me estremecí—. Siempre estaré contigo.
Lloré con mayor intensidad tras escuchar tu promesa. No sé si fue de rabia, de pena o de felicidad, pero no me importó averiguarlo.
—¿Fuguémonos? —inquiriste mientras me abrazabas, y yo me separé de ti para verte a los ojos.
—¿Qué? —pregunté entré lágrimas.
—El muro no es tan alto —señalaste con una sonrisa traviesa—. Vámonos, Charlie.
—Te meterás en problemas. Creo que no deberíamos...
—A la mierda todos —cortaste con entusiasmo—. Fuguémonos y ya. ¿Qué dices? ¿Nos vamos?
Sonreí por primera vez en muchos días.
—Vamos —asentí.
Te incorporaste con más ilusión que un niño en una dulcería y me tendiste una mano para ayudarme a ponerme de pie.
Ambos comprobamos los alrededores para asegurarnos de que nadie nos veía. Por suerte, estábamos completamente solos en el patio trasero.
—A la cuenta de tres —anunciaste, sonriéndome—. Uno... dos...
A las tres, ambos corrimos hacia el muro y lo saltamos lo mejor que pudimos. Caí sobre tierra tras cruzar al otro lado, y tu rostro sonriente y entusiasmado volvió a convertirse en uno preocupado.
—¿Estás bien? —preguntaste.
—Creo que no. —Me reí y miré mis manos: las tenía heridas y con piedrecillas incrustadas.
—¿Te duele? —Tomaste mis manos para inspeccionarlas mejor y mi corazón latió con locura.
—Me duele más por dentro. —Agaché la mirada.
Tú solo sonreíste con incomodidad y susurraste:
—Ven, vamos a mi casa. Allá no hay nadie; podré curarte en paz.
Me ayudaste a ponerme de pie y nos dirigimos a la parada para tomar el autobús que deja cerca de tu casa. Durante el viaje, ninguno de los dos dijo nada, pero no nos incomodamos, o al menos yo no. Cada día me siento un poco menos nervioso al estar junto a ti.
¿Recuerdas que en los primeros días de nuestra amistad apenas podía hablarte sin tartamudear? Mis mejillas arden al pensar en ello. Ni siquiera era capaz de mirarte a los ojos por más de tres segundos, pero hoy pude admirarte durante todo el trayecto a tu casa sin sentir vergüenza.
Fue tal mi comodidad que, de pronto, recosté mi cabeza en tu hombro mientras tú contemplabas las calles que dejábamos atrás. Te removiste al sentirme sobre ti, pero no dijiste nada.
—¿Caín? —te pregunté con cierta timidez.
—¿Sí?
—¿Me perdonas por haberte golpeado? —supliqué, más arrepentido que antes.
—No tengo nada que perdonar, Charlie. La verdad es que lo merecía.
Me incorporé para mirarte.
—No, Caín. La violencia no resuelve nada. Por favor, dime que me perdonas.
Sostuviste mi mirada y esbozaste una sonrisa débil pero sincera.
—Te perdono, Charlie. Ahora, ¿puedes perdonarme tú por haber dicho algo tan feo como mari...?
—No hace falta que lo repitas. Y sí, te perdono. ¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que quieras.
—¿Por qué lo dijiste en realidad? Sentí que lo hiciste a propósito solo para herirme.
Desviaste la mirada y jugueteaste con tus dedos.
—No lo sé —respondiste—. Estaba molesto, pero no tengo claro el porqué. Quizá fue porque decidiste irte de la habitación sin importarte que te advertí que no lo hicieras, o que besaste a Alina como si fueran novios y...
Te quedaste callado de repente, como si te hubieras dado cuenta de que dijiste algo de más.
—Y ¿qué? —presioné.
—Y me puse celoso —admitiste, sin mirarme a los ojos.
Abrí los míos de par en par.
—¿Celo...?
—¡Llegamos! —interrumpiste y te pusiste de pie.
Mordí mi labio inferior y te seguí. Bajamos del autobús y nos encaminamos a tu casa. Nuevamente, ninguno de los dos dijo nada. Las dudas no me permitían hablar.
¿Estabas celoso por Alina o por mí?
¿Acaso era posible que yo te gustara?
No lo sabía entonces, pero no tardaría en descubrir la respuesta.
Llegamos a tu hogar. Nos recibieron tus empleadas domésticas, quienes preguntaron el motivo de tu regreso temprano a casa, y me sorprendió que les hubieras dicho la verdad.
—Tienen que guardar el secreto, ¿eh? —Les guiñaste un ojo y sonreíste.
Ambas asintieron y nos dejaron solos en la estancia.
—¿Qué haremos ahora? —te pregunté.
—Iremos a Narnia —respondiste en voz baja y cómplice.
Entendí de inmediato a qué te referías.
continúa ⬇️
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