Hoja VI. Espíritu
El otro lado del bosque no era especialmente inusual. Todo lo contrario, era tan similar al que ya conocía que por un momento pensó que se había equivocado de camino o incluso que había estado caminando en círculos. Pero pronto descubrió que no era así.
Los árboles conservaban hojas de un fantástico color naranja, a pesar del invierno que desnudaba toda clase de plantas.
No sabía con exactitud el tiempo exacto que había estado deambulando. Las maravillas que la rodeaban le impedían pensar en eso.
A lo lejos divisó una especie de humareda. Corrió hacia ella. Seguramente hubiese alguien allí.
A medida que se iba acercando fue capaz de apreciar con más detalle la imagen que se presentaba ante ella. El humo salía de la chimenea de una cabaña de madera.
Una vez hubo llegado a la puerta, consideró llamar, pero no estaba del todo segura.
Sus dudas se disiparon al deducir que no existía problema ninguno. Es decir, para algo había llegado hasta allí.
Tocó la puerta. No hubo respuesta.
Al transcurrir lo que a ella se le antojó un eterno instante, optó por rendirse y continuar, decepcionada, su aventura.
Sin embargo, de un momento a otro, la puerta se abrió. Y ante la pequeña Diska apareció una imponente figura.
Una mujer de avanzada edad de cara amigable. Su piel morena contrastaba con su corto y rojizo cabello.
«Una bruja. O una humana pelirroja», resolvió la joven.
—Hola, pequeña. ¿Te has perdido? —Su voz sonaba amable, lo suficiente como para abrazar la inquieta alma de Diska.
—No, solo estoy de viaje. Quiero explorar el bosque. Siento molestarla, señora —se disculpó.
—Oh, entiendo. Bueno, entra, querida. Debes de estar cansada. ¿Te apetece tomar algo?
—Por casualidad... ¿no tendrá naranjas?
Para sorpresa de Diska, aquella mujer le enseñó una cesta repleta de naranjas que había colocado en la mesa. Entonces, la invitó a sentarse.
Ella aceptó. A continuación, disfrutó del sabor de su fruta preferida.
—No suelo recibir muchas visitas, la verdad —confesó aquella extraña—. ¿Cuál es tu nombre, pequeña?
—Me llamo Diska —contestó.
—¡Es un nombre realmente bonito! Significa «libre», ¿lo sabías?
—Sí, mis padres me lo contaron.
—¿Has descubierto algo interesante en tu viaje? —inquirió la mujer.
—Me llaman la atención los árboles de hojas naranjas. Estamos en pleno invierno y no es muy corriente encontrar algo semejante —comentó la muchacha.
—¿Te han gustado? Es cosa mía —reveló.
Diska no pudo ocultar su expresión de sorpresa.
—Eso significa que... ¿es una bruja?
—Era una bruja. Ahora soy humana —aseguró la anciana mujer.
—Y, ¿cómo perdió sus poderes?
—¡Qué chiquilla más curiosa! La verdad es que es una larga y vieja historia.
—¿Puede contármela? ¡Adoro las historias! —exclamó una ilusionada Diska.
—Me encantaría, pero me entristece mucho recordarla.
La joven pensó que sus preguntas habían incomodado a aquella amable mujer, por lo que decidió pedir perdón de nuevo.
—Lo siento, señora. La gente siempre me dice que tengo que respetar ciertos límites. No pretendía molestarla.
La mujer hizo ademán de sorpresa y, con una voz dulce y melosa, respondió:
—¡No! No me has molestado. Perdóname tú, pequeña. Quizá me expresé mal. Además, la verdadera maleducada soy yo, que se me olvidó presentarme. Llámame Volga, Diska, y no tengas miedo de tutearme. Me pareces una chica muy agradable.
A la muchacha le hubiese encantado quedarse más tiempo en aquella cálida cabaña, sin embargo, su hogar le aguardaba.
—Gracias por las naranjas, señ...Volga. He de regresar con mi familia —se despidió.
—Llévate algunas, cielo. Y, si te apetece, no dudes en volver. Serás bien recibida.
Tras tomar unas cuantas frutas y dirigirse a la puerta, que se cerró al salir esta, Diska emprendió el camino de vuelta a la cueva.
«Hasta la próxima, hojas naranjas».
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top