Hoja IV. Consejo

—¿Te vas?

El corazón de Diska se volvió a romper. Iba a llevar tiempo que se recuperase de nuevo.

—El rey me ha llamado. ¡Es una oportunidad única! —exclamó Xane con los ojos llenos de ilusión.

—Sí, eso es increíble... —mintió sin convicción la joven pelirroja.

—No te preocupes, Diska. Te prometo que regresaré muy pronto. Me lleva mi padre. Y nadie mejor que tú conoce la velocidad a la que van esas yeguas.

Era cierto. Aquellos animales eran rápidos como el rayo.

—Oye, Xane. ¿Qué sientes cuando matas a alguien? —inquirió la muchacha.

Aquella pregunta parecía haber descolocado a la mujer.

—¿A qué viene eso ahora?

—Es decir, tú eres una especie de heroína. Pero, ¿vale la pena lo que haces? Apenas tienes reconocimiento por ello —aclaró Diska.

—Bueno, no es un sentimiento muy agradable. Aun así, siempre trato de evitar acabar con la vida de aquellos a los que he de atrapar —confesó Xane.

—¿Cambia en algo tu perspectiva de ti misma? ¿Duermes bien por las noches?

—Es tarde. Mi padre me está esperando. Nos veremos pronto, Diska.

Así de breve fue la despedida de las dos amigas.

La joven se sentó en la hierba. Tenía que tomar una decisión lo antes posible. Ansiaba ver a Siek otra vez para que le diera consejo.

—Vaya, Diska. ¡Cuánto tiempo! —una voz familiar habló a sus espaldas.

Giró la cabeza. Miró al suelo. Allí estaba Flopek, un buen amigo de la familia.

—Precisamente necesitaba un consejo —admitió.

—No hay mejor forma de aprender que la de beber del vaso de otro. Cuéntame, ¿qué te pasa, pequeña?

—Hay un cervatillo que está muy enfermo. Temo que vaya a morir en semejante agonía y he pensado algo aterrador, en acabar con su sufrimiento —dijo ella.

—Cuando el mal se prolonga, la vida se acorta.

A la muchacha le hacían gracia los proverbios y frases de aquel Simemonio.

—Así que, ¿crees que lo mejor es...matarlo? —inquirió.

—Las creencias solo sirven a las divinidades. Tú eres humana, Diska. Yo soy un demonio. Cuando crees, creas una visión. Una ilusión. Un espejismo de tu propia realidad. Una esperanza inútil —soltó Flopek.

—No estoy segura de entenderlo.

—No creas, Diska. Conoce. Aprende. Experimenta. Decide lo que grita tu esencia. Eres una humana de cabellos anaranjados, hija de criaturas inéditas, mas creadas. Busca. Encuentra. Prueba.

La joven frunció el ceño. ¿Por qué era tan complejo para aquella criatura expresarse en un lenguaje sencillo?

—¿Qué es lo que debo buscar? ¿Qué debo encontrar? —preguntó en tono suplicante.

—Por ejemplo, ¿conoces lo que hay al otro lado del bosque? ¿En los confines?

—La aldea —respondió sin miramientos.

—¿Y al otro?

Diska no pudo responder a aquella pregunta. Nunca se había alejado del corazón del bosque. Jamás había pisado la tierra que se hallaba más allá de la cueva.

—A eso me refería. Explora tu territorio. Los misterios, en el fondo, son incógnitas que pueden llegar a ser desveladas —sentenció el Simemonio.

—¿Y qué hay de mis padres?

—Eso déjamelo a mí. Yo me encargaré personalmente de contarles la historia de una princesa que abandona su castillo para vivir aventuras. Mi abuelo siempre la narraba cuando salíamos a pasear por la floresta.

—Bien, lo haré. ¡Haré que el bosque decida conmigo!

Para hacer énfasis en su determinación, Diska había cerrado sus puños.

—Ve, pequeña, y vuelve grande y viva.

La joven corrió a través de la maleza. Dejando tras de sí a un viejo y minúsculo demonio. Además, dejaba en su camino a su familia. Todo para resolver sus propios interrogantes. Adentrándose a cada paso en los secretos del bosque.

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