Hoja II. Decisión
Diska se estaba escondiendo de su madre, que se había transformado en loba para jugar con ella.
Había decidido que el mejor lugar era un arbusto en un rincón del bosque. Y allí se encontraba, esperando a que su madre la encontrara y deseando que no.
Lo que no esperaba en absoluto era ver cerca del arbusto a un individuo. No podía saber de qué o quién se trataba. Ni siquiera lograba distinguir si era hombre o mujer, pues una capa negra cubría todo su cuerpo.
¿Qué hacía allí aquel ser? ¿Era humano?
—Te encontré.
La voz de su madre la había sobresaltado. Se dio cuenta de que, por alguna razón, había regresado a su forma humana.
—¿Ocurre algo, mi vida? —preguntó con dulzura.
—No, mamá. Solo me has asustado —dijo Diska.
—Perdón, cariño. Este juego me trae tantos recuerdos... y este arbusto más todavía.
—¿Qué tipo de recuerdos? —inquirió la joven con cierta curiosidad.
—Uy, creo que tu padre ya ha hecho la comida, ¿vamos?
El apetito de la muchacha de cabellos rojos no dudó en asentir.
La ensalada estaba fresca. Como la brisa de la mañana. El hambre de Diska había sido saciada con éxito.
—¡Mamá! ¿Puedo ir a jugar con el tío Drec? —quiso saber la joven.
—Claro que sí, pequeña.
Y no tardó en salir corriendo de la cueva en busca del albino demonio.
De repente, una exclamación ahogada interrumpió sus pasos. El sonido provenía de unas rocas situadas justo frente a ella.
La joven de cabellos anaranjados se acercó a aquel sitio con aire de preocupación.
Se llevó las manos a la boca para retener un grito de horror. Allí no había nada más y nada menos que el Hiemonio que había conocido unos días atrás.
Estaba herido. Tenía magulladuras por todo el cuerpo.
—¡Siek! ¿Qué te ha pasado?
Diska intentó ayudarlo a incorporarse, pero lo único que consiguió fue sentarlo, no sin esfuerzo.
El demonio parecía haber perdido la capacidad de articular palabra alguna. En ese instante, la muchacha recordó que, la característica que tanto admiraba de aquella clase de criaturas, era la causante de tan insoportable dolor.
—¡Traeré algo de agua!¡Vuelvo enseguida! —prometió.
Sin más demora, Diska corrió en dirección a la cueva, donde tomó un cántaro y un viejo trapo. Entonces, se dirigió al río con la misma prisa para llenar el recipiente.
Al regresar junto al Hiemonio, humedeció el trapo en el agua del cántaro y, con mucho cuidado de no hacerle daño, fue limpiando las contusiones de Siek.
Una vez hubo acabado y el demonio se hubo recuperado volvió a repetir la pregunta.
—Ha sido una manada de Estremonios. Nos peleamos por comida y salí perdiendo —admitió él.
—Los ataques entre especies no son muy comunes.
—Cierto, pero cada vez las criaturas mágicas enloquecen más. Me temo que la magia se ha corrompido —explicó el demonio.
Diska no comprendía las extrañas palabras de aquel ser. No había visto ningún indicio de la corrupción de la magia hasta aquel momento.
—¿A qué te refieres?
—Anteriormente, la sociedad se dividía en servidores de la Esperanza y criaturas del bosque. Hace muy poco tiempo que estas diferencias se rompieron. El mundo humano nunca fue hecho para una sociedad igualitaria, tampoco lo fue el nuestro. Aunque nosotros dependemos de ellos para nacer. ¿Lo entiendes?
—La verdad es que...no muy bien.
—Es normal. Debe de ser mucha información para una bruja tan joven como tú.
«Soy humana», fueron las palabras que Diska pensó pero que no se atrevió a pronunciar en voz alta.
—Lo que quiero decir —continuó— es que las criaturas mágicas morirán pronto. Y de una manera horrible, con sufrimiento. Perderán su identidad y caerán en una locura atroz —finalizó.
—No, eso no puede ser verdad.
La muchacha de pelo naranja no podía creer lo que escuchaban sus oídos.
—Siento tener que decirte esto. Pero no hay nada que podamos hacer al respecto. Lo único que nos queda es esperar y contemplar la destrucción de la magia.
—¿No hay ninguna forma de ayudar? —preguntó, impotente.
—La hay. Aunque no creo que te guste. Olvídalo. Gracias por lo que has hecho por mí. Ahora, vete.
—No, quiero saber. Quiero ayudar a mis seres queridos. ¡Dime cómo puedo hacerlo! —exclamó.
—No tiene importancia, Diska. Sé que no querrás llevarlo a cabo.
—Yo sé muy bien lo que hago. La vida no se trata de lo que te guste o no, sino de enfrentarte a toda adversidad.
Unas gotas se precipitaban por las mejillas de la muchacha. Eran similares a las aguas del profundo río. En cuanto a su interior, sus emociones eran tan intensas y arrolladoras como la propia corriente.
—La única manera es acabar con los seres del bosque con nuestras propias manos, dándoles una muerte digna y sin angustia —sentenció Siek.
Los ojos de Diska, abiertos como platos, habían perdido todo indicio de alma que poseía la joven.
—No. No es posible. Tiene que haber otra manera. ¡No puedo matar a los míos! —gritó una rota humana pelirroja.
El Hiemonio se levantó del todo. A continuación, apoyó su mano en el hombro de la joven.
—De veras que lo siento. Para mí también fue duro asimilar la verdad. En fin, he de irme. Espero volver a verte, Diska.
Tras esta despedida, Siek se dio la vuelta y se alejó. A sus espaldas dejaba a una petrificada muchacha de quince años que sopesaba entre asesinar por amor o ignorar toda aquella información y recordar por siempre su infame egoísmo. Hasta el fin de los tiempos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top