Hoja I. Silvestre

—¡Baja de ahí, Diska!¡Te vas a hacer daño!

La joven podía escuchar la alarmada voz de su amiga desde lo alto del árbol. Tras unos largos segundos en los que se dedicó a reír de aquella situación, decidió hacer caso a Xane y comenzó a descender del robusto roble.

Los ojos de un verde claro de Diska se fundieron en una mirada con los ojos marrones de su amiga.

—Un día de estos te vas a matar, pequeña —le reprochó esta.

—No te preocupes, Xane. Tío Drec me ha enseñado bien a escalar las ramas de los árboles —le aseguró la muchacha.

La joven guerrera no dijo nada, simplemente se apartó un mechón cobrizo oscuro que nublaba su vista.

—¿Puedo ir contigo? —inquirió Diska.

Xane suspiró.

—Está bien. Pero antes debes prometerme que serás cautelosa.

La muchacha no pudo evitar mostrar su alegría efectuando un gran salto que hizo volar sus anaranjados cabellos.

—¡Sí!¡Gracias, Xane!¡Eres la mejor amiga del mundo!

—Tardaremos dos horas en llegar a la aldea, será mejor que avises a tus padres de que te vienes conmigo.

Y así lo hizo.

Arquio y Nilo se encontraban sentados alrededor de una hoguera. Diska era demasiado joven para sentir el frío invierno, pero su padre era demasiado sensible y podía caer enfermo con un soplo de aire fresco.

En ese instante, la joven, sin rodeos de ningún tipo, les preguntó si podía acompañar a Xane en una misión en el pueblo cercano. Ellos asintieron, con la única condición de que llegara antes del anochecer.

Sin más demora partieron rumbo a su destino. Según le había contado su amiga, los guerreros debían ir ojo avizor a causa de una posible nueva amenaza. No sabían a qué se enfrentaban. Se limitaban a esperar su llegada.

Diska observó cómo Xane se ajustaba el carcaj que guardaba sus preciadas flechas. Realmente la admiraba. Era una mujer muy fuerte y de gran coraje.

El camino no se le antojó nada tedioso con su mejor amiga a su lado. Habían mantenido varias conversaciones tan solo en la primera hora.

El sol acariciaba la blanca tez de la joven pelirroja, quien siempre agradecía a la vida el hecho de haber nacido humana.

Finalmente, llegaron a la aldea. No dejaron de caminar hasta detenerse en la puerta de una vieja casa.

—Espera fuera, Diska —le pidió Xane—. He de hablar en privado con el guerrero escarlata.

La puerta se abrió. Allí, de pie frente a ellas, se hallaba la figura de un hombre que poseía una espesa barba.

—¡Guerrera silvestre!¡Qué sorpresa! —exclamó con cierto aire melancólico.

—Guerrero escarlata, tengo un asunto que tratar con usted.

—Pase. —Entonces, miró a Diska— ¿La doncella no entra?

—No es necesario —sentenció su amiga avanzando hacia el interior.

A continuación, la joven pelirroja, tras contemplar cómo la puerta se cerraba delante de sus narices, acercó su pequeña oreja a la tabla de madera para calmar su ansiedad.

Lo primero que escuchó fue el sonido de los pasos que pronto se disipó. Luego, un incómodo silencio. Tras un breve instante, la voz de Xane llenó el ambiente.

—Me he enterado acerca del fallecimiento de su madre. De veras que lo siento mucho.

No hubo respuesta o, si la hubo, Diska no fue capaz de oírla.

—Escuche, guerrero escarlata, estoy segura de que en menos de un mes todos nosotros seremos convocados por la asamblea. Será cuestión de tiempo que nos ataque quien menos lo esperamos. El Consejo pretende confinar a la gente en sus respectivas viviendas durante la noche. Están tomando medidas muy severas —informó ella.

—¡Déjelos! Llevan así desde la caída del cuartel.

—¡¿No cree que es un disparate?! Las personas corrientes no deberían verse envueltas en nuestra propia incompetencia. —La voz de Xane trataba de mantenerse apacible.

—Es cierto que no estamos empleando todos nuestros recursos, pero la vida se ha vuelto mucho más amena estos quince años sin el cuartel. Por lo menos, las criaturas mágicas y los humanos pueden convivir en paz y harmonía.

La voz del guerrero escarlata, en cambio, todavía sonaba pesada, como si parte de su alma estuviese estrangulando su propio corazón.

—En fin, veo que no puedo hacer nada para que cambie de opinión por el momento. Aguardo que asista a la reunión. Ahora, si me disculpa, me voy —soltó la guerrera.

Diska escuchó de vuelta unos pasos, mas esta vez, en lugar de alejarse, se aproximaban a la puerta, la cual se abrió en cuanto la joven se hubo apartado.

—Hasta la próxima, guerrera silvestre —se despidió el hombre, quien se dio la vuelta para regresar al interior y cerró la puerta tras de sí.

La muchacha pelirroja habría jurado que el semblante de su mejor amiga se veía ensombrecido por el tedio.

—¿Todo bien, Xane? —le preguntó.

Esta hizo ademán de sonreír.

—Sí, no es nada, Diska. Deberíamos volver al bosque.

—¿No podemos quedarnos un poquito más?

Los labios de Diska no tardaron en mostrar su descontento. La guerrera silvestre suspiró.

—Bueno, siempre y cuando no te separes de mí...

De nuevo los saltos de alegría y las exclamaciones inundadas de ilusión. Si bien era cierto que Diska se divertía en el bosque, no había nada que la hiciera más feliz que la aldea.

Llevaban un largo tiempo dando vueltas por el lugar. La sonrisa de la joven crecía a cada paso.

Entonces, los ojos de Diska brillaron al contemplar unos frutos de forma redonda y gruesa cáscara.

—Déjame adivinar —habló Xane— ¿Quieres naranjas?

—Por favor...

Su amiga sacó un pequeño saco del cual salieron diez monedas de bronce al darle la vuelta que cayeron en su mano.

Mientras la mujer se encargaba de comprar las deliciosas frutas, la imaginación de Diska comenzó a emanar. Era como el humo que escapaba del ardiente fuego.

De pronto, se chocó contra algo o alguien y cayó al suelo.

—Disculpa.

Alzó la vista. Delante de ella se encontraba un ser con orejas puntiagudas. La pequeña pudo ver una cola negra que danzaba al son del viento.

—¿Estás bien? —inquirió él a la par que le tendía su mano.

Diska aceptó la ayuda de buen grado.

—Sí, no te preocupes —dijo una vez levantada, sacudiéndose la ropa.

—No, de verdad que lo siento. Soy muy torpe —siguió disculpándose.

—No es nada, en serio. Por suerte, soy una chica fuerte —comentó ella mientras mostraba su brazo al desconocido.

—Ya lo veo.

—Me llamo Diska. ¿Tú cómo te llamas? —quiso saber la muchacha de cabellos anaranjados.

—Soy Siek. Encantado, Diska —se presentó.

La voz de Xane interrumpió aquella breve conversación.

—¡Diska!¡Nos vamos ya!

—Me tengo que ir. ¡Hasta la vista! —exclamó la energética joven.

Durante el camino de vuelta, Diska solo pensaba en aquella criatura.

—Xane, los Hiemonios son realmente fascinantes, ¿no es cierto?

—¿Por qué crees eso? —se preguntó la mujer.

—Porque son seres con la capacidad de sentir mucho más elevada que la de las demás criaturas, humanas o no. Debe de ser increíble poder sentir doblemente un abrazo, una risa o un beso de buenos días —argumentó la muchacha.

—Si existe algo verdaderamente impresionante, Diska, eso es tu inquieta mente. No sé qué clase de pensamientos se te pasarán por esa cabecita tuya.

Diska rio. Y en ese instante supo que le hubiese gustado disfrutar infinitamente más de aquella emoción que la embargaba y la llenaba por dentro.

Un carruaje se detuvo a su altura.

—¿Os apetece que os lleve, señoritas?

Se trataba del padre de Xane.

—Gracias, padre. La verdad es que aún nos queda un buen trecho y estamos...—Observó a su acompañante de cabello naranja—...estoy bastante cansada.

La joven sentía gran admiración por los caballos. Sobre todo, por los de aquel carruaje.

Se metieron dentro y continuaron hablando hasta alcanzar su destino. El corazón del bosque.

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