Capítulo 2

Arrastré la maleta y sujeté el asa de mi mochila evitando que cayera al suelo.

Era la primera vez que viajaba sola y eso me daba miedo. ¿Y si un terrorista decidía volar por los aires el avión en el que, casualmente, yo viajaba? ¿Y si me perdía y no encontraba a mi padre? ¿Y si el avión se estrellaba contra el mar? Tenía miedo, estaba muerta de miedo, viajar sola era una nueva y aterradora experiencia para mí.

 —April deja de morderte la uñas, vas a hacerte una maleza—ordenó mi madre.

Yo aparté la mano de mi boca y miré en la pantalla el tiempo que faltaba para que mi vuelo saliera.

Las dos nos colocamos en la cola y mi madre sacó un billete y varios documentos más que eran necesarios para embarcar. 

—Ten—dijo entregándomelos—consérvalos hasta que llegues a Los Ángeles  ¿Entendido?

—Entendido—repetí. 

Mi madre me sonrió y plantó un beso en mi frente.

—Estarás bien—aseguró —Creo que es una buena oportunidad para que tu padre y tú reforcéis los lazos "padre-hija" perdidos.

—No me llevo tan bien con él como contigo, ya lo sabes, pero prometo que haré un esfuerzo en ser amable con él—confesé. 

—Así me gusta—contestó satisfecha—Ahora ve—dijo—Nos vemos en septiembre cariño.

Yo la abracé y ella me devolvió el abrazo. 

—Llámame ¿vale?

—Todos los días—respondí.

Solté su mano y entregué el billete al hombre después de enseñarle mi documentación. 

—Que tenga un buen viaje—respondió cansado. 

Guardé mi pasaporte y mi billete en la mochila y entré en el avión destino Los Ángeles (California).

Por lo pegados que estaban los asientos unos de otros sospeché que una persona con sobrepeso no podría embarcar en el vuelo, me senté en mi asiento y abroché el cinturón con dificultad, una azafata me ayudó con ello pues mis dedos temblaban del terror que me daba viajar en en avión. ¿Cómo unos pocos trozos metálicos de cientos de toneladas unidos entre sí podían volar y desplazar a unos cien pasajeros con sus correspondientes equipajes de un continente a otro? Eso era un misterio sin resolver para mí.

El despegue hizo estremecerme, noté una opresión en el estómago que casi me hizo devolver el desayuno y como los oídos se taponaban al alcanzar una altura considerable y hacían un ¡plop!, muy desagradable, por cierto, al destaparse 

Mi asiento se encontraba al lado de la ventanilla pero esto para mí no significó nada pues solo habían nubes blancas y cielo azul, esperaba ver un paisaje debajo de mí, pero no, las nubes me impedían observar nada. 

Me alivió el hecho de no tener a nadie a mi lado, la verdad eso era una suerte, sentarme al lado de un extraño me haría sentir incómoda así que eso fue muy oportuno. 

Cuando la señal que indicaba que debíamos permanecer con el cinturón puesto se apagó, me lo quité y bajé los reposa brazos de los dos asientos contiguos, estiré las piernas y retomé mi lectura por donde la había dejado. 

Una mujer me miró como si ponerme de esa manera fuera un delito, alcé la vista de mi libro le lancé una mirada asesina que hizo que enseguida apartara la vista de mí y le comentara a su marido lo maleducada y grosera que eran las adolescentes de hoy en día.

Respiré hondo y continué leyendo durante gran parte del trayecto.         

Había leído un par de libros que se ambientaban en Los Ángeles y, aunque odiaba admitirlo, tenía curiosidad por ver con mis propios ojos sus famosas playas y embarcaderos de la ciudad.

El viaje duró casi once horas y, en ese tiempo, pude acabar de leer el libro que había comenzado en Painswick y otro más pues fui incapaz de dormir.

Cuando llegué a California me sentí una completa forastera, no me gustaba esa sensación, quería volver, coger el siguiente vuelo y regresar a casa.

Los Ángeles era una ciudad inmensa comparada con la aldea en la que yo vivía, caminé por el aeropuerto sin saber que hacer hasta que divisé a un hombre bronceado, de cabellos castaño claros con destellos dorados y mis mismos ojos claros que esbozaba una sonrisa y se acercaba hacia mí. 

Una gota de sudor comenzó a descender por mi frente y yo me dí cuenta de que había escogido muy mal la ropa para venir a un lugar como lo era California. ¡Dios! ¡Hasta su propio nombre lo indica! Como podía haber sido tan tonta.

Llevaba una chaqueta encima de la camiseta fina de manga larga que había escogido. Me la quité y la anudé alrededor de mi cintura. 

—¿Que tal el viaje?—preguntó mi padre con un fuerte acento americano. 

—Bien, supongo—respondí—No me he caído del cielo.            

Mi padre rió y yo no entendí que es lo que le parecía tan gracioso.

 —Vaya, veo que no has perdido tu sentido del humor, April—dijo.

Yo me encogí de hombros y lo acompañé hasta su coche descapotable negro. 

El sol resplandecía brillante en medio del cielo, y aquello hizo que comenzara a sudar más, además, el jet-lag tampoco ayudaba a que me sintiera mejor.
Ni una sola nube lo molestaba al astro rey, poseía el cielo para el solo, y los rayos que me enviaba se clavaban en mi cuerpo como cuchillos. 

—¿Tienes agua por ahí?—pregunté desesperada para refrescarme y mantener la consciencia.

El asintió y me tendió una pequeña botella de agua. Para mi descontento estaba caliente y no sirvió para refrescarme pero me la terminé toda prácticamente de un trago pues sentía que me iba a deshidratar si no bebía un poco.

—¿Como se te ocurre venir aquí así?—preguntó mirando las prendas que llevaba puestas. 

—En Inglaterra hacía frío—respondí.

—Pero no estamos en Inglaterra, April.—respondió.—Tu madre debería haberte advertido.

Tenía razón, al parecer allí a la gente le gustaba vestirse con trapos en vez de jerséis y tejanos. La mayoría de adolescentes de mi edad llevaban camisetas de colores claros y llamativos las cuales dejaban entre ver su ropa interior, shorts extremadamente cortos y sandalias. 

Era completamente comprensible que se detuvieran a mirarme. Hacía un calor infernal y yo era la única que vestía de forma distinta.

—Pensé que no haría tanto calor...

—Tranquila, palomita. Ahora te llevo a casa y te cambias.—respondió.

Yo me mordí el labio e hice bailar la botella vacía entre mis dedos.

—El problema es que... yo no tengo ropa así—dije señalando a los adolescentes que dejábamos atrás conforme el coche avanzaba.

—Entonces supongo que tendré que llevarte de compras.—dijo esbozando una sonrisa.

Yo bajé la mirada y asentí.

—Bueno, de todas formas tenemos que ir a casa, no llevo demasiado dinero encima y además quiero que deshagas tu maleta.

—De acuerdo, gracias.—respondí tímidamente.

El sonrió y condujo su cohe hasta llegar a una casa blanca rodeada de muchas palmeras, al lado había otra casa también blanca muy parecida a la nuestra pero con una piscina bastante más grande a la de mi padre. No pude evitar preguntarme quién viviría allí.

—Espero que aquí lo pases bien, April. Tu madre y yo solo queremos lo mejor para ti—dijo repitiendo casi las mismas palabras que mi madre.—Podemos ir a pescar si quieres, hacer turismo por la ciudad... lo que tú me pidas.—confesó apretando las manos en el volante.

Yo lo miré y asentí con la cabeza.

—Solo quiero que las cosas vayan bien, April.—susurró.

Seguí a mi padre con el equipaje hasta el interior de la casa y lo acompañé hasta mi cuarto.

Lo único que se asemejaba a mi hogar eran las paredes pintadas de blanco, todo lo demás, los muebles y plantas, eran de colores luminosos y muy vivos. 

Vivir en Los Ángeles era muy diferente a vivir en Painswick: mientras en mi hogar los días eran tristes y fríos, en California por el contrario, eran luminosos y calurosos; Los Ángeles era una ciudad con casi cuatro millones de habitantes, en cambio, Painswick contaba solo con tres mil. Incluso la gente era muy diferente a mí, la mayoría lucían cuerpos bronceados y sus cabellos eran por lo general de tonos cálidos. 

No encajaba, saltaba a la vista. ¿Dónde demonios me había metido? 

Descargué mi equipaje en la cama y abrí la cremallera de la maleta rápidamente, saqué los libros, los coloqué en la estantería de caoba de mi cuarto y puse en los cajones de la cómoda la poca ropa que había traído. 

Observé un jersey gris y reí.

—¿En que estarías pensando?—pregunté guardándolo en el último cajón con toda la ropa que no iba a usar—Esta gente probablemente no conozca lo que es un jersey—murmuré.

Me hice con la camiseta más fina que encontré y me la puse, cambié los largos tejanos por unos que cubrían mis blanquísimas piernas hasta la rodilla y me senté junto a la ventana. La abrí y  dejé que la brisa acariciara mis cabellos, cerré los ojos y permití que el sol bañara mi rostro.

Tampoco lo iba a pasar tan mal allí ¿no?, podía leer igualmente. 

Me calcé unas deportivas y bajé las escaleras. 

Mi padre estaba esperando abajo con las llaves del coche en la mano.

  —April, estás muy delgada ¿te estás alimentando bien últimamente?—preguntó observando mis clavículas marcadas y mis piernas esqueléticas. 

—Sí, papá, es mi constitución—respondí.

Odiaba que pensaran que tenía algún problema con la comida, yo era la primera que deseaba tener unos muslos más gruesos y unos pechos más grandes, quería poseer unas caderas más pronunciadas y que los huesos de mi columna vertebral y de mi pelvis no se marcaran tanto. 

Mientras algunas chicas de mi edad se mataban de hambre para tener el cuerpo perfecto de las modelos, de apariencia insana, usar una talla treinta y dos y eliminar cualquier rastro de grasa, yo quería engordar unos quilos y poder llenar una treinta ocho, quería poseer curvas, no parecer una tabla de planchar. 

—Bueno ¿vamos?—pregunté molesta. 

Mi padre asintió y ocupó el asiento del piloto.

Me llevó a varias tiendas y acabé volviendo a casa con unas ocho bolsas, la verdad es que necesitaba de todo. 

Me compré diez camisetas, cinco blusas, seis shorts -todos de diferentes colores-, dos vestidos-por si alguna vez salíamos a cenar a un restaurante-, dos trajes de baño y tres pares de zapatos. 

Todo aquello era necesario, dos meses era mucho tiempo y con la ropa que me había traído no hubiese sido capaz de soportar ni un solo día allí. 

Los dos llegamos agotados a casa, además, yo, que había fingido que me encontraba bien y le había dicho a mi padre que había dormido mucho en el avión, me encontraba exhausta a causa del jet-lag. Me dejé caer en la cama en cuanto llegué con las bolsas tiradas a un lado y cerré los ojos automáticamente dejando que Morfeo me llevara con él.

Dormí más de trece horas, me alegró que mi padre entendiera como me encontraba y me dejara descansar. Cuando desperté eran casi las diez de la mañana. 

Encontré una nota pegada en la nevera, era de mi padre y decía lo siguiente: 

  He ido a trabajar, volveré sobre las seis.

  Papá.

Arrugué la nota y la tiré a la basura, después de eso me preparé un bol de leche con cereales y me hice unas pocas tortitas que decoré con sirope y unas pocas onzas de chocolate blanco. 

Tomé el desayuno en el jardín pues hacía un día espléndido, una de las pocas ventajas de California. Mientras me acababa la primera tortita, oí como, en la casa de al lado, la música a todo volumen sonaba al tiempo que varias voces reían, escuché cinco para ser exactos, dos parecían ser masculinas y las otras tres femeninas. 

Cuando acabé de tomar mi desayuno me acerqué a los setos y observé a través de un hueco que quedaba sin cubrir  un grupo de adolescentes que se lanzaban a la piscina alegremente. 

Dos chicas bebían cerveza desde la piscina mientras la otra no hacía más que enrollarse con un chico moreno de cabellos castaños que la sujetaba con firmeza. 

  "Parecen de mi edad" pensé. 

El otro chico también bastante moreno y de cabellos castaños, más oscuros que el de su compañero, se acercó a una de las chicas, concretamente a la que poseía el pelo de color rosa, y la trató de besar, pero esta, en vez de eso se apartó y rió de una forma bastante desagradable.

—No, tú ya no me vas a follar más ¿vale? tú ya no me vas a follar más.—repitió, su amiga rió y ambas siguieron descontroladas. ¿Estarían borrachas?

—¡Oh vamos, Alisson! Sabes que lo estás deseando.—replicó el joven volviendo a rodearla con los brazos.

—Adam, no vas a conseguir nada conmigo—contestó la joven de cabellos rosas. 

—Venga nena.—dijo apoyando su nariz en la suya mientras apretaba su cuerpo mojado contra el de la chica.—Perdóname.—pidió.

La muchacha miró a Adam durante unos distantes y posó su mirada sobre los labios del apuesto joven, finalmente cedió y enredó sus dedos en los cabellos mojados. 

Parecía que estuvieran haciéndolo en medio del agua, no había ni una pizca de amor en eso, solo un incontrolable deseo. 

Aparté la mirada. Ya había tenido suficiente. "¿Así era como las chicas americanas pasaban el rato?" me pregunté. 

—No tienen ni una pizca de amor propio—mascullé recogiendo los platos. 

Pero parecían que se lo estaban pasando muy bien, y a pesar de que aquello no iba conmigo, me imaginé formando parte de aquel grupo de chicas. ¿Cómo sería tener una amiga de verdad? ¿Cómo seria tener novio? ¿Cómo sería sentirse deseada?

Sacudí de la mente todos aquellos pensamientos, cogí un libro de la estantería,  salí al jardín de nuevo y me tumbé en una hamaca junto a la piscina. 

Las risas y chapoteos no cesaron y yo me imaginé formando parte de aquella pandilla, pero aquello no sería posible, aquellas chicas eran preciosas, poseían un bronceado increíble y tenían toda la seguridad en sí mismas que a mí me faltaba, que me aceptaran sería imposible.

Además, yo no quería formar parte de un grupo de chicas vacías que solo se preocupan de liarse con chicos ¿no? Yo era mejor que eso.

Cerré el libro pues era incapaz de concentrarme y, sin darme cuenta, me vi caminando silenciosamente de nuevo hasta los setos que separaban mi casa de la de los vecinos. 

No soy de esa clase de chicas que se dedican a espiar pero... sentía una tremenda curiosidad por descubrir la vida de aquellas muchachas tan diferentes a mí. .

Las chicas habían salido de la piscina y ahora, la joven de cabello rosa y la que antes la acompañaba, de cabellos rubios, tomaban el sol. Pero no fueron ellas las que me llamaron la atención, fue la tercera, la que antes no paraba de darse el lote con el chico de cabellos castaño claro. 

La joven era alta y bastante más delgada que sus amigas, poseía los cabellos castaños pero, bajo el sol, reflejos dorados se manifestaban de la misma manera que le ocurría a mi padre. Su rostro era ovalado y sus ojos color café, tenía las pestañas largas y espesas y sus labios eran rosados y carnosos. Ella era, sin duda, la que más destacaba del grupo.

No sabría explicar que es lo que tenía que la hiciera diferente a sus amigas, saltaba a la vista que ella era la más guapa de las tres pero no era eso lo que me había llamado la atención, la cuestión es que parecía ser especial. Tenía algo en su forma de mirar, de caminar y de hablar que la hacían única. 

Las chicas se levantaron de sus toallas y se marcharon cuando los dos chicos que las acompañaban volvieron a por ellas esta vez vestidos. La chica morena, que debía ser la que vivía en aquella casa, se despidió de sus amigas y le dio un beso de despedida a quien parecía ser su novio. Una vez se quedó sola suspiró y tiró a la basura las latas de cerveza que habían bebido sus amigos.

Esperé a que saliera de la casa pero extrañada me dí cuenta de que no salía, así que, me aparté un poco del seto y suspiré. 

De pronto unas manos retiraron un poco los setos haciendo el agujero más grande y yo me sobresalté al encontrarme la cara de mi vecina observándome divertida.

—¡Te pillé!—exclamó la joven con una sonrisa. 

Yo me asusté tanto que me caí de culo. Mi vecina comenzó a reír.

—¿Te gusta espiar a tus vecinos?—preguntó ella. 

Yo me llevé la mano al lugar dónde me había golpeado e hice una mueca de dolor. 

—Por cierto, ¿dónde has comprado esa camiseta tan guay?—preguntó señalando la camiseta de manga corta que llevaba puesta. 

Era una camiseta de "Juego de tronos" que ponía: "I'm not a princess, I'm a Khaleesi " una de las frases más célebres de mi personaje favorito de la serie, tanto televisiva como de libros, Danaerys Targaryen.

—Eh... bueno yo... la compré en Amazon.—respondí tímidamente. 

—Eres inglesa ¿verdad?—dijo percatándose de mi acento. 

Asentí.

—Se nota, eres tan pálida y tan mona...—respondió con una sonrisa. Yo me sonrojé sin poder evitarlo.—Yo soy Evelyn ¿Eres la hija del señor Young?—preguntó.

—Sí, m-me llamo April—dije. 

—Es un nombre bonito, como el mes del año ¿cierto?

Asentí.

—¿Naciste en abril o algo así?—quiso saber.

Volví a asentir.

—Vaya, primavera, yo nací en verano un día como hoy hace dieciséis años.—confesó.

—¿Es tu cumpleaños?—pregunté. 

—Sí, lo es.—dijo esbozando una sonrisa de oreja a oreja.—¿Te gustaría venir a mi fiesta de cumpleaños?—preguntó.

—¿Yo?—me extrañé—Verás, no creo que sea una buena idea... Yo no te conozco y tú tampoco me conoces...

—¿Como que no?—cuestionó—Estamos hablando ¿no?—dijo—Yo sé tu nombre, tú sabes el mío... Estamos teniendo una conversación. 

—Ya pero yo no sé nada de ti...—repliqué. 

Ella arrugó la nariz sin entender y yo tuve una ganas tremendas de huir y refugiarme en mi cuarto.

—Bueno, si vienes a mi fiesta de cumpleaños podrás conocerme tanto a mí como a mis amigos.—dijo volviendo a sonreír.—Estoy segura de que te caerán muy bien, además, eres guapa, seguro que ligas con algún chico.—dijo guiñándome un ojo. 

Yo dudé. Evelyn parecía tan abierta y sociable, no tenía problemas en hablar con desconocidos y hacer nuevas amistades pero yo, yo era muy distinta y a pesar de que todo, lo que me decía podía sonar muy bien para cualquier otra adolescente, pero para mí podía convertirse en el peor de los infiernos.

Jamás había asistido a ninguna fiesta, tampoco había dado aún mi primer beso ni bebido ni un solo sorbo de alcohol, bueno, una vez tomé champán en Noche Vieja pero recuerdo que no me gustó y lo rechacé. Era como un infante dando sus primeros pasos, tan inexperta e inocente...

Evelyn me miraba expectante aguardando mi respuesta, no sabía que hacer, estaba en un país distinto al mío dónde las personas no me conocían ni sabían mi historia ni forma de ser. En California podía forjar de cero una nueva reputación y ser una persona diferente. 

Tal vez aquello estuviera bien, beber, salir, asistir a una fiesta de verdad, saltarse las normas por una vez... 

Allí nadie sabía quien era April Young, nadie sabía que era una "friki" anti-social cuyos únicos amigos se encontraban en los libros. Evelyn me estaba dando la oportunidad de hacer algo diferente, de vivir mi propia aventura, era la primera vez en años que alguien se había interesado por mí, la primera vez que alguien me estaba invitando a una fiesta.   

Pensé en todas las protagonistas de las historias que leía, ninguna de ellas era una cobarde, ninguna de ellas se dejaba amedrentar ante una situación así. Al fin y al cabo solo era una fiesta, ¿qué podía salir mal?

Miré los cálidos y luminosos ojos de Evelyn y asentí.

Aprovecharía la oportunidad que el destino había puesto en mi camino.

—De acuerdo, iré—respondí esperando no arrepentirme.                                              
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Este capítulo me ha ocupado un montón!! Espero que os haya gustado. ¿Qué opináis? ¿Os gusta la protagonista? Dejadme vuestros comentarios y me gustas antes de marcharos para hacerme saber vuestra opinión :)

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