Capítulo 12
—¿Tenía que quedar así?—preguntó Evelyn preocupada.
Me acerqué a su posición y observé la masa aguada y apestosa.
—¿Qué le has echado que huele tan mal?—dije tapándome la nariz.
—Lo que aquí pone, leche, yogur, aceite, huevos...
—¿Esto es aceite?—pregunté señalando la botella de vinagre que Evelyn había confundido.
Ella se acercó y miró la etiqueta con detenimiento.
—¡No me fastidies! Seré tonta—exclamó.
—No importa, haremos más masa—dije vaciando el contenido del bol que mi amiga había echado a perder a la fregadera.
Evelyn se quitó el delantal y se sentó en una de los taburetes que habían junto a la barra profiriendo un largo suspiro, aceptando su derrota.
—Me rindo, la cocina no es lo mío. Soy una inútil—dijo.
—Eres despistada, no inútil—respondí esbozando una sonrisa.
—Que es... casi lo mismo—dijo.
—Bueno, sí pero inútil o no yo te quiero igual—respondí.
Evelyn me miró muy seria y más tarde ambas comenzamos a reír.
Evelyn miró la pantalla de su móvil y más tarde alzó la mirada hacía mi.
—¿Crees que estarán listos para el almuerzo?—preguntó.
—Sí—confesé—Se tarda cinco minutos.
Evelyn puso los ojos en blanco y yo le saqué la lengua burlándome cariñosamente de su "gran habilidad para la cocina".
—¿Y tu padre?—preguntó Evelyn—¿Nunca está en casa o qué?
—Trabajando, siempre está trabajando—contesté.
—Que aburrido—dijo—¿Para que quieren los adultos tanto dinero si no tienen tiempo para gastarlo?—preguntó.
—Yo también me lo pregunto a veces—admití.
Evelyn se acercó a la nevera y sacó una botella de agua, desenroscó el tapón y vertió el líquido hasta llenar medio vaso.
—Cuando era pequeña mi padre solía contarme cuentos antes de irme a dormir. Recuerdo que mi favorito era "La Bella Durmiente". Una y otra vez le pedía que me leyera ese cuento y... lo hacía—dijo Evelyn con la mirada perdida mientras esbozaba una leve sonrisa de medio lado.—Mi madre se sentaba a mi lado y escuchaba como mi padre leía. Me acurrucaba a su lado y dejaba que acariciara mi pelo.—continuó.—A los ocho años mamá y papá se marcharon a China durante seis meses, por fin habían conseguido trabajo.-aclaró. Bebió un poco de agua y me miró fijamente a los ojos durante unos segundos.—Jason y yo pensamos que volverían al cabo de unos meses y se quedarían otra vez en casa, pero no fue así, a los dos meses de volver, un hombre importante de la empresa en la que ambos trabajaban llamó a mi padre y les propuso otro nuevo proyecto en Russia, esta vez se marcharon por un año más. Hacían buen equipo y la gente, para mi desgracia, comenzaba a darse cuenta de ello.—dijo—Siempre surgían nuevos edificios que diseñar y nuevos lugares a los que viajar y, mientras ellos estaban fuera del país, sus hijos crecían y olvidaban que en algún momento de sus vidas habían poseído unos padres cariñosos y comprensivos que les ayudaban con los deberes de matemáticas, regañaban por ponerle calcetines al perro o que leían cuentos a su hija de ocho años que, sin darse cuenta, ya era demasiado mayor para ellos.—dijo con nostalgia—Entiendo que quieran darme un buen futuro, que quieran pagarme los estudios en una buena universidad y hacer de mí una mujer éxitosa pero ... me siento tan sola... —miró el vaso de cristal por un momento y lo giró sobre su mano.—tan... vacía.—finalizó.
Hablar de su infancia había apagado su mirada y su relato me hizo querer abrazarla y decirle que jamás volvería a estar sola, pero, como sus padres, yo me marcharía y no sabía si quiera con certeza si alguna vez volveríamos a vernos. Le había prometido no volverle a mentirle nunca y, decirle que estaría siempre a su lado era una mentira que incluso ella sabía.
Yo sentía esa sensación de soledad. En Painswick nunca llegué a tener amigos de verdad, era un pueblo pequeño dónde todo el mundo se conocía y todo el mundo ocupaba un lugar excepto yo, quién me encontraba al margen sumergiendo la cabeza entre montañas y montañas de libros que cogía prestados de la biblioteca.
Pero... ¿por qué ella se sentía sola? Tenía un montón de amigos que la adoraban y la hacían reír, su nombre nunca pasaba desapercibido y poseía un vida estupenda. Eveyn era, en definitiva, la envidia de cualquier adolescente de su edad y, sin embargo era desdichada. ¿Por qué?
Cuando los crêpes estuvieron hechos unté en ellos un poco de nutella y puse un poco de nata por encima después de servirlos en un plato.
Evelyn probó un bocado y lo saboreó.
—¡Qué bueno!—exclamó volviendo a ser la misma de siempre e ignorando todos sus problemas—¿Cómo es que no lo había probado antes?—se preguntó.
Yo me encogí de hombros y me serví a mi misma dos mientras trataba de encontrar una respuesta a mis preguntas.
—Menos mal que no sé hacerlos, me pondría gorda enseguida.—dijo con entusiasmo.
¿Cómo era capaz de recuperar la vitalidad después de contarme una historia tan triste?
Me olvidé de todos mis pensamientos y me centré en la compañía de mi amiga, ignorando su relato y esbozando una fingida sonrisa que ni yo misma me creí.
Me senté a su lado y me comí los crêpes en silencio mientras ella hacía lo mismo.
—Esta noche hay una fiesta en la playa-anunció—¿Te apetece ir?
Yo proferí una mueca y llevé los platos al fregadero.
—No mucho la verdad—respondí.
—Lo pasaremos bien.—quiso convencerme.
Lo que ella ignoraba era la causa de por qué no quería asistir a ninguna fiesta. No le había contado lo que había pasado en su casa hace unos días, no le había contado que me había vuelto a enrollar con su hermano y que me había ido llorando a la cama, no le había contado que llevaba días intentando olvidar el recuerdo de sus manos acariciando mi piel y su lengua bailando junto a la mía. No, no lo había hecho y, por supuesto, tampoco le había contado que mi tonto corazón se había permitido caer en las garras de Jason.
—No, Evelyn—dije finalmente—Necesito descansar.
Ella asintió y se dejó caer en la silla.
—Yo iré, por si cambias de opinión...—dijo un tanto decepcionada.
No iba a cambiar de opinión. Aquella noche me quedaría en casa y leería, por una vez me permitiría volver a ser la April de Painswick que, en el fondo, tanto añoraba ser.
—Y... ¿esta tarde te apetece venir con las chicas al cine o también pasas?—preguntó un tanto cortante.
La miré fijamente a los ojos y contesté a su pregunta.
—No me apetece.
—¿Por qué?—preguntó.
—Ya te lo he dicho, necesito descansar.
—¡Estamos en verano!—exclamó —¡Descansas todos los malditos días!
—Tú no lo entiendes, Evelyn—dije comenzando a molestarme su actitud—Yo no soy como tú.
Ella se enderezó y respiró hondo.
—Necesito unos días para mí sola, eso es todo.—dije tratando de suavizar las cosas.
—No sé que demonios te ha pasado pero no pienso preguntarte, cuando quieras ya me lo contarás.—comenzó—Al parecer no confías lo suficiente en mí como para hacerlo.—dijo recogiendo sus cosas y encaminándose hacia la puerta enfurecida.
—No es eso Evelyn...—pero, antes de que dejara explicarme, ella ya se había marchado dando un fuerte portazo.
Suspiré y me encerré en el baño.
Miré a la chica del espejo y le pregunté que es lo que debía hacer. Pero, a juzgar por su expresión, ni ella misma lo sabía.
¿Tendrá razón Jason? ¿Soy un bicho raro tratando de aparentar algo que no soy? ¿Una sorda que trata de moverse al ritmo de una música que todo el mundo, excepto yo, parece escuchar?
Al principio pensaba que lo había conseguido, que había conseguido ser una más, integrarme, pero cada vez eran más quienes se daban cuenta de lo diferente que era y de lo mucho que desentonaba en aquel lugar.
Mi lugar estaba entre los libros, no en absurdas fiestas dónde no era importante para nadie. En el mundo de los libros, en mi cuarto, mientras sostenía un libro, era infinita y libre. Ellos me daban el poder de ser otra persona, esa que nunca me atrevía a ser. Desde el comienzo fueron mi consuelo, mi vía de escape e incluso mis mejores amigos, en los que ahogar las penas y dejar volar mi imaginación. Sin ellos no era nada, no era nadie pero, Evelyn, me había dado un motivo por el que querer cambiar. Cada vez tenía menos miedo a vivir, ella y su vitalidad, me estaban sacando del pozo en el qual yo misma me había dejado caer.
Me había abierto su corazón, había confiado en mí y tratado como a una hermana desde el primer día. No me había juzgado en ningún momento y tampoco me había desplazado como todos en Painswick hicieron. Me había incorporado a su vida, enseñado a comportarme como una adolescente normal y a divertirme, y, sin embargo, yo era incapaz de contarle que no me sentía a gusto conmigo misma y que tenía un terrible miedo al rechazo y, sobretodo, a mis confusos sentimientos hacia su hermano.
A pesar de que odiaba decepcionar a Evelyn, aquella vez la dejé marchar, y aquel portazo me hizo más daño de lo que jamás un me había hecho ninguno.
Así que respiré hondo y subí las escaleras sin prisa. Cerré la puerta de mi cuarto, el que solamente había ocupado por las noches, y me acerqué a la estantería para reencontrarme con mis viejos e incondicionales amigos: los libros.
Tomé uno y acaricié el lomo, después pasé la mano por la portada y más tarde lo abrí por la primera página mientras me dejaba caer sobre un pequeño sillón blanco. Acerqué mi nariz al libro e inspiré hondo, dejando que el olor a libro nuevo inundara mis fosas nasales.
Comencé a leer y, pronto, todos mis problemas desaparecieron, mi nombre desapareció, mi vida, el mundo entero, el sol y los demás planetas desaparecieron.
Aquí soy Dios—me dije. Esbocé una media sonrisa y pasé la página con suavidad—Me gusta ser Dios—pensé.
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