Capítulo 11
Pasé las manos por mi cabello recién cortado y me miré en el espejo tratando de acostumbrarme a aquella nueva imagen de mí.
Mi cabello rubio ceniza caía a capas sobre mis hombros, y un flequillo de lado cubría esa frente que tanto odiaba mostrar al mundo.
Gabriel nos maquilló y peinó como quisimos y cuando salimos de la peluquería las tres nos sentimos como estrellas de cine.
Madisson se cortó las puntas y se tiñó, esta vez, la puntas de violeta y Evelyn simplemente observó.
—Me gusta—dijo Evelyn mientras caminábamos por las calles cargadas de bolsas.
—A mi también—admití acariciando de nuevo mi cabello.—Pensaba que me arrepentiría pero cuanto más lo veo más me gusta.
—Gabriel es un buen peluquero, nos conoce desde que eramos pequeñas.—dijo Madisson.—Estabas en buenas manos.
—Estoy cansada—confesó Evelyn.
—Ya estamos casi en casa—dije.
Madison torció en la esquina y nos adentramos en la calle dónde las dos casas, la de April y la mía, se encaramaban una en frente de la otra.
Cuando bajé del coche me dí cuenta de que ya eran más de las ocho de la tarde y que el sol ya comenzaba a ocultarse.
Las dos nos despedimos de Madisson y cuando esta se hubo marchado Evleyn dio media vuelta y subió las escaleras.
—A ella la podrás engañar pero a mí no—dije.
Evelyn se detuvo y sacó las llaves de su bolso.
—Lo que sea, puedes contármelo.—continué.
Evelyn introdujo las llaves en la cerradura y antes de entrar me miró fijamente y me indicó con una mano que pasara dentro.
Yo, sin preguntar nada entré en su casa y me senté en el sofá a su lado.
—No lo sabe nadie—comenzó a decir muy seria.
—No se lo contaré a nadie—prometí.
Ella suspiró y cerró los ojos durante un breve instante.
—Estoy teniendo problemas con Eric—confesó—Últimamente no hacemos más que discutir y al final... nosotros hemos roto.—dijo.
Me acerqué a ella y la abracé pues no sabía que más hacer para que se sintiera mejor.
—Por una parte me siento liberada y por otra me siento muy sola. Pensaba que nos casaríamos juntos, que tendríamos hijos y una bonita casa pagada al contado en primera línea de playa, que nos recorreríamos todos los rincones del mundo y que envejeceríamos juntos. Llevaba tanto tiempo con él que ahora soy incapaz de imaginar una vida sin él.
—Evelyn, tienes dieciséis años, juventud y belleza. El mundo a tus pies.—dije—Tiene gracia que seas tú quién tenga miedo de estar sola, todos te adoran y cualquier hombre con un mínimo de inteligencia sabe lo especial que eres y lo mucho que vales.—continué
—Todos los planes que hicimos ya no significan nada...
—La vida no se planea, Evelyn, se vive. Tú me lo enseñaste—le corté obligándola a mirarme a los ojos.—Sólo déjate llevar ¿vale?
Ella asintió y esbozó una sonrisa.
—Como hojas al viento—dijo.
—Como hojas al viento—repetí devolviéndole una sonrisa.
Tomé sus manos y las acaricié.
—Podemos hacer lo que queramos.
Y de pronto la puerta se abrió y Jason, el hermano de Evelyn entró en la casa.
Yo me aparté rápidamente de Evelyn y ella hizo lo mismo.
—¿Es que no tienes casa?—ladró Jason.
—¿Es que no sabes hacer otra cosa más que quejarte?—rebatió Evelyn cansada.
Jason lanzó las llaves a la mesa y se marchó a su cuarto sin decir palabra como antes había hecho y esta vez si lo seguiría y le exigiría una explicación a su comportamiento irascible e inestable.
—Necesito hablar con él—le dije en voz baja a Evelyn.
Ella asintió.
—Ve, yo voy a dar una vuelta a ver si puedo despejarme.
Subí las escaleras y busqué la habitación de Jason, no fue muy difícil pues Imagine Dragons estaba sonando en su cuarto a todo volumen.
Caminé con sigilo y me acerqué a su puerta entreabierta.
—Jason...—dije con timidez posando mis ojos sobre su cuerpo tendido sobre la cama.
—¿Que quieres?—gruñó.
—Hablar.
—Yo no quiero hablar, vete.—dijo.
Yo me tomé la libertad de entrar en su cuarto y sentarme a un lado de su cama. Me esperaba un cuarto desordenado y con un montón de pósteres de chicas semi-desnudas pero, en vez de eso, me encontré con una habitación sencilla e impecable, con la cama perfectamente bien hecha y un par de pósteres de grupos que yo conocía y adoraba pegados en las paredes.
—Lárgate—volvió a decir.
—Jason, sé que no hemos empezado con buen pie pero...
—Ni seguiremos con buen pie—me cortó incorporándose y mirándome a la cara—Tú y yo nunca seremos amigos—dijo clavando sus increíbles ojos verdes sobre los míos.
Sentí una punzada en el corazón pero seguí impasible y por una vez su palabras hirientes no hicieron efecto en mí, al menos no lo mostré.
—Vaya, te has cortado el pelo—se burló.
—Sí y me da igual lo que me digas no vas...
—Me gusta.—confesó volviendo la mirada. hacia mí.
No me esperaba aquello. Jason entornó los ojos y abrió un cajón buscando un paquete de cigarros. Abrió la ventana y encendió uno.
—No te vas a ir nunca ¿verdad?—preguntó.
—Hasta septiembre no.—contesté.
El rió.
—¿Qué te hace tanta gracia?—pregunté sin entender.
—Tú—respondió.
De nuevo el corazón se me encogió. ¿Por qué seguía allí? Estaba claro que con Jason no se podía hablar.
—No entiendo por qué.—dije.
Él le dio una calada al cigarro y me miró fijamente a los ojos.
—El primer día que bajaste del coche venías con tu padre—comenzó después de lanzar el cigarro por la ventana—recuerdo que llevabas una enorme sudadera negra en la cual debían caber tres como tú y el pelo recogido en el moño más feo y descuidado que jamás he visto a ninguna chica.—dijo sonriendo—Estabas sudando y te habías arremangado las mangas de aquella sudadera tan horrible por que te estabas asando. Parecías una muerta viviente y sospecho que hasta tú llegaste a pensar que morirías de calor antes de llegar a casa.
Arrugó la nariz y se sentó en un sillón enfrente de mí.
—Pero a ti no te importaba estar fea y sudorosa, no te importaba llevar el pelo como una loca o una ojeras de espanto, no nada de eso te importaba. Cuando llegaste a tu cuarto y abriste la maleta comenzaste a colocar los libros sobre las baldas de la estantería vacía de tu cuarto y, cuando acariciabas el lomo de los libros y sus portadas esbozabas una casi imperceptible sonrisa. Lo que realmente te importaban eran ellos, cada libro, cada página.
<Y luego te vi en la fiesta, estabas preciosa, todos te miraban y tú no parecías darte cuenta. Estabas preciosa, eso es innegable, pero no eras tú, eras como las demás, un clon... un clon de ella.>
—Me puse tan furioso—confesó apretando ligeramente el puño—pensaba que eras especial, que contigo se podría hablar de algo más que de la nueva falda que vas a estrenar.
—No sabes nada sobre mí, Jason.—dije comenzando a sentirme ofendida.
—Te vistes diferente, te pones demasiado maquillaje en la cara, te emborrachas hasta perder el conocimiento y todo para gustarle a los demás, todo para gustarle a mi hermana.—finalizó.
—¿Quieres saber que es lo que pienso yo de ti?—dije molesta.
—Lo típico ¿no?—preguntó—Que soy un capullo malhumorado sin sentimientos que trata a las chicas como trapos y no olvidemos tampoco el hecho de ser un narcisista conflictivo.—dijo.—¿Eso era lo que ibas a decir?
No contesté.
—Lo suponía—dijo levantándose de la silla—No importa, a mi no me duele, sé lo que soy.
—¿Por qué eres así?—pregunté.
Jason se colocó a mi lado y colocó un mechón detrás mi oreja.
—Yo también me lo pregunto a veces.—confesó—Es como si no encajaras, como si todos bailaran al ritmo de una misma canción y tú fueras sordo.—Jason acarició mi mejilla y descendió hasta mis labios—Pero eso no importa, nadie se molesta en conocer mi interior.
—Tampoco dejas que lo hagan—rebatí tratando de hacer caso omiso a las caricias que iban enciendo poco a poco cada fibra de mi cuerpo.
Él fijó sus ojos sobre los míos y tensó la mandíbula mientras examinaba mi rostro con detenimiento.
Mi respiración se agitó y él lo notó.
Acarició mi mejilla y acercó su rostro hacia el mío.
—No debería besarte—dije.
—Ninguna chica debería besarme—respondió.
Pero creo que eso fue lo que me hizo desearle más. Y entonces entendí por que Eva había probado la manzana, por qué Pandora había abierto la caja y por que yo había vuelto a besar a Jason.
Lo prohibido se vuelve una tentación y él era la mía.
Me tumbé en la cama y dejé que enroscara sus dedos en mis cabellos, que acariciara con su lengua la mía y que continuara tocándome cada vez de una forma más íntima.
Pasé mis manos por sus abdominales marcados y bien definidos y me maravillé por la forma en la que nuestros cuerpos reaccionaban, era casi instantáneo, autómático. No tenía que pensarlo, simplemente ocurría así que cuando se colocó encima de mí y pasó una de sus manos por debajo de mi camiseta acariciando mi vientre olvidé que era virgen.
Pero de repente lo recordé. Recordé aquella noche en la playa, aquel momento en concreto con aquel chico cuyo rostro no recordaba a punto de desnudarme en aquel descampado y obligarme a hacerlo.
—Para por favor.—dije apartándome de él. Jason hizo lo que ordené y se colocó a mi lado.
Yo me encogí y abracé mis piernas con fuerza mientras sollozaba.
—Lo siento—le oí decir.
—No estoy lista—dije.
—Por un momento se me había olvidado todo—dijo dejando que apoyara la cabeza sobre su hombro—no debí haberte besado.
—De todas formas hoy no es miércoles—dije.
Jason me miró a mirarlo a los ojos y sonrió.
—¿Miércoles?—preguntó—¿Eso es todo lo que te preocupa? ¿Que sea miércoles?
Yo me encogí de hombros me miré las manos.
—Un día a la semana, una chica distinta. Nunca repites.—dije—Así es como funcionas.
—¿Tienes miedo de que te deje tirada después de hacerlo?—preguntó.
Yo no respondí, me limité a seguir mirando mis manos, como si ellas fueran más interesantes que aquel chico tan atractivo que se sentaba a mi lado.
—Ey—dijo obligándome a mirarle—¿Que pasa?—preguntó preocupado.
—Nada, no me pasa nada, Jason.—contesté evitando su mirada.
—Espera un momento—dijo apartándose de mí—¿Pensabas que tú y yo seríamos algo? ¿Que después de ese beso seríamos felices y comeríamos perdices?—preguntó.
—No, Jason, no pensaba nada—dije notando como de nuevo mis ojos volvían a arder y mi corazón a encogerse aún más dentro de mi pecho.—Déjalo, no sé ni por qué he venido, siempre acabo empeorándolo más.
Me levanté de la cama y recogí mi mochila del suelo.
Jason no me detuvo, ni siquiera abrió la boca, se limitó a observarme y dejarme marchar, cosa que agradecí pues, aunque ya me había visto llorar, esta vez el causante era él y no por uno de sus insultos o comentarios, me había hecho daño sin proponerlo y no quería que lo supiera.
Cuando llegué a mi casa me lancé sobre la cama y lloré en silencio, pues no quería que mi padre, quien ya dormía, se enterara de que su hija estaba llorando por que el idiota de su vecino le había roto el corazón.
—Tonta, tonta, tonta—sollocé—Él jamás querría estar con alguien como tú—dije.
Pero, en el fondo, sabía que esa no era la razón por la que Jason no quería que yo fuera la única en su vida.
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