Capítulo 10

Aquella mañana recuerdo que sonó el despertador a las nueve y cuarto y sonó tan fuerte que fue capaz de ponerme de muy mal humor. Me levanté de la cama y me encaminé al cuarto de baño como cualquier chica haría, abrí el grifo y lavé mi cara antes de comenzar a cepillarme los dientes. Mientras hacía esto me miré en el espejo y no dejé de hacerlo en ningún momento, pues, auto-evaluarme antes de salir de casa, se había convertido en una rutina para mí. 

Cabellos apagados, ojos grisáceos, tez pálida... seguía siendo yo por desgracia. Suspiré y negué con la cabeza.

—Hoy va a ser un buen día—traté de convencerme, pero aquella mañana me había levantado desganada sin razón alguna y cuando aquello pasaba, cuando un día te levantas y no tienes ganas de hacer nada, lo mejor era quedarse en casa. Quedarme en casa no sería posible, Evelyn y sus amigas habíamos quedado para ir de compras y a mí no me gustaba faltar a mis promesas. 

—Buenos días, April—me saludó mi padre desde la cocina. 

Yo me dí la vuelta extrañada de verlo en casa a esas horas y lo saludé como él había hecho conmigo.

—Buenos días papá.

Él sonrió y depositó en la encimera un plato con cinco tortitas mal hechas.

—Te he hecho tortitas—dijo.

Yo me encaminé hacia el salón y recogí rápidamente la mochila del suelo. 

—No tienen muy buen aspecto pero creo que saben bien—continuó posando sus ojos azules como el cielo sobre los míos. 

—Están genial papá—eché un poco de nata por encima y sirope de fresa.—Ahora si que parecen las de mamá—respondí con una sonrisa que me devolvió.

—Vaya... lo que puede hacer un poco de nata...—contestó asombrado. 

"Si, papá. Te sorprendería lo que puede hacer un poco de nata" pensé para mis adentros. 

—He pensado que podríamos ir al cine si te apetece, tengo el día libre y...

—He quedado—le corté con la boca llena.—con Evelyn, Madie y Alisson—aclaré. 

—Ah...—dijo un poco decepcionado—entonces pásalo bien, cariño.—respondió esbozando una sonrisa. 

—Lo haré papá, gracias—respondí dándole un beso en la mejilla.

Sabía que se estaba esforzando por ser un buen padre, que todo esto le resultaba nuevo y complicado y realmente lo valoraba pero no podía fallarles a mis nuevas amigas, no podía cancelar los planes así sin más. 

—Esto... me voy de compras, necesito ropa nueva y...

—¿Ropa nueva?—preguntó antes de dejarme acabar—Hace poco fuimos a comprar.

—Si, pero nada de eso se lleva...—respondí un poco avergonzada.

—Elegiste lo que quisiste, April—contestó sin entender por que necesitaba más ropa.

—Lo sé, pero era una estúpida, elegí ropa demasiado fea....

Mi padre me miró durante unos instantes y yo esperé a que dijera algo, cruzó los brazos y me examinó de pies a cabeza. 

—¿Entonces me vas a dar dinero?—pregunté con un hilillo de voz al ver que mi padre seguía sin responderme. 

Sus ojos volvieron a clavarse en los míos y chasqueó la lengua.

—¿Cuánto necesitas?—cedió finalmente sacando la cartera. 

—No lo sé... lo que tu creas...—dije. 

—¿Cuatrocientos dolares bastarán?—preguntó. 

Yo abrí los ojos como platos y asentí. Aquella cantidad de dinero me sorprendió, sabía que mi padre tenía dinero pero nunca pensé que fuera tan fácil conseguir semejante cantidad. Tomé los billetes y los guardé en mi cartera. Supongo que si a él no le dolía gastarse tanto dinero a mí tampoco me dolería. 

Cuatrocientos dólares... ¿Sabéis cuantos libros se pueden comprar con eso?

En ese momento no pensé en los libros que podría comprarme, la verdad es que ya apenas leía como antes. Ahora lo hacía las pocas noches que no salía por qué la vida que estaba llevando en California me tenía demasiado ocupada como para poder detenerme a leer las historias que antes parecían ser mi vida entera. 

—Gracias papá. Eres el mejor.—exclamé antes de guardar un par de cosas más en la mochila y salir por la puerta. 

Bajé las escaleras y miré la hora en la pantalla de mi móvil: las diez y media, un poco más temprano de la hora acordada pero, sospechaba que a ella no le importaría que llegara antes. 

Crucé el jardín de su casa y toqué al timbre.

—Hola, April—saludó Evelyn aún vestida con pijama y sin nada de maquillaje. 

Me quedé un rato mirándola, era extraño verla así, al natural y sin arreglar. Sus pestañas ya no eran tan largas, su nariz era menuda y sus facciones eran generalmente redondeadas, sus labios seguían siendo carnosos y su tez ligeramente bronceada. Era hermosa, como siempre o incluso más.

—Hola—respondí. 

—¿Qué haces tan pronto aquí?—preguntó abriendo la puerta para dejarme pasar.—No habíamos quedado hasta las once y media.

—Bueno, pensé que no te importaría...—dije.

—No me importa, pero me sorprende.—confesó—Anda, pasa ¿O prefieres quedarte ahí fuera?—preguntó.

Yo negué con la cabeza y pasé dentro de aquella casa que ya conocía como si fuera la mía.

—Jason no está, por si te lo preguntabas.—dijo con una sonrisa—creo que está en casa de una chica, Lara creo que se llama.

Yo ignoré el comentario, al menos lo intenté, pero la verdad es que hacía dos días que no pensaba en él y en su beso, en ese primer y último beso que nunca más volvería a darme.

—Hoy es martes—dije.

—Lo sé, eso es lo extraño. Me dijo que como el miércoles pasado no había estado con ninguna chica debía compensarlo.

El miércoles pasado lo besé, el miércoles pasado se iba a acostar con esa chica de cabellos negros como el carbón, la que bebía boca abajo, la que poseía un cuerpo envidiable ¿Por qué aquella noche no compartió la cama con nadie? ¿Por qué no se fue con aquella chica tan guapa?

—Quiero ignorarlo, Evelyn. Parece que quieras restregármelo.—dije un poco molesta. 

—Mi intención no era hacerte daño, April...—respondió verdaderamente arrepentida. 

La observé a los ojos y me acerqué a ella sintiendo como el estómago se me revolvía.

—Lo siento, no quería contestarte así. Es solo que no quiero pensar en él más. 

—April... yo quiero que estés bien, no quiero que él te haga lo mismo que a las demás.—confesó acariciando mi mejilla y esbozando una sonrisa. 

—No me hará daño...—respondí pestañeando con rapidez. 

Evelyn se apartó de mí y se encerró en el cuarto de baño antes de que la puerta principal se abriera y entrara Jason en la casa. 

—Ah, otra vez tú.—masculló al verme. 

Jason dejó las llaves en la mesita y se fue desabotonando la camisa mientras subía las escaleras y desaparecía de mi vista. 

Me senté en el sillón y apreté los puños contra los muslos. 

Esperé unos pocos minutos a que mi amiga saliera del baño y, durante ese espacio de tiempo, recé por que su hermano no saliera de su cuarto, afortunadamente no lo hizo, se limitó a permanecer en él escuchando música de Nirvana a todo volumen, un grupo que me encanta. 

Me mordí el labio, jugueteé con mi pelo y acaricié las palmas de mis manos en un intento de distracción, pues, cuando mi mente sabía dónde estaba exactamente ese chico, mi corazón quería estar cerca de él pero, cuando me levanté dispuesta a exigirle explicaciones, Evelyn abrió la puerta y se colocó a mi lado. 

—¿Bien?—preguntó señalándose las trenzas que se había hecho. 

Yo negué con la cabeza al ver como un mechón de cabello había quedado fuera del trenzado. Me acerqué a ella y con un par de movimientos le arreglé una de las trenzas. 

—Ahora sí.—respondí esbozando una sonrisa.—¿Nos vamos?—pregunté deseando abandonar aquella casa antes de cometer alguna estupidez. 

—Tenemos que esperar aún a Ali y Madie—respondió un segundo antes de que el timbre sonara y Madie apareciera al otro lado de la puerta.

—Chicas, Alisson no vendrá. Se encuentra mal, acaba de vomitar.—anunció ella.

—Entonces ya estamos todas—respondió Evelyn sin preocuparse mucho sobre el estado de su amiga.

Las tres salimos y Madisson se colocó en el asiento del conductor, Evelyn en el del copiloto y yo detrás observando como las palmeras se difuminaban y el sol hacía arder el cristal de la ventana. 

Primero fuimos a una tienda bastante conocida allí y que tanto Evelyn como Madisson amaban, cosa que yo no entendía por que casi todo allí era de color blanco y beige y en otras tiendas, mucho más baratas, podías encontrar lo mismo que allí. 

Salí de allí con tres prendas: una camisa de volantes que dejaba al descubierto mis hombros, una camiseta blanca de tirantes asimétrica que por detrás era mucho más larga y un pantalón beige que poseía unos cuantos rotos por la parte de delante. 

Las tres prendas las eligió Evelyn.

Después fuimos a otra tienda que me gustó más, casi todo era de colores oscuros: negro, granate y verde militar era los únicos colores que parecía conocer esa tienda. 

Salí de allí con cinco prendas: unos shorts negros muy rasgados con tachuelas decorando los bolsillos traseros, una camiseta de tirantes bastante ceñida de color verde militar, otra igual en granate, una falda vaquera de color negro y una camiseta de los Rolling Stones

Las cuatro primeras prendas las escogió Madisson, la camiseta de los Rolling Stones la elegí yo. 

La tercera y última tienda a la que entramos fue mi favorita, rompía con la monotonía de las demás y habían faldas, camisetas, vestidos y pantalones de cualquier color forma y estilo. El establecimiento era enorme y Evelyn y Madisson se volvieron locas probándose y comprando ropa allí. Habían muchas cosas que me gustaron, pero tan solo compré un vestido de flores que Evelyn eligió en diferente color y una camiseta azul que dejaba al descubierto parcialmente la espalda. 

Las dos prendas las escogí yo. 

Después de salir de la tercera tienda Madisson se detuvo delante de una peluquería y se miró las puntas de su cabello, que estaban estropeadas por el tinte. 

—Necesito cortármelas—anunció.

—Entra entonces, nosotras te esperamos fuera—dijo Evelyn. 

Madisson alzó la mirada reacia a quedarse sola y miró mi cabello abriendo la boca en forma de o.

—April ¿No te apetecería un cambio de look?—preguntó acercándose a mí. 

—No creo que eso sea para mí, no creo que...

—Te quedarían genial unas mechas de colores.

—No quiero colores en mi pelo—dije.

—¿Ni siquiera cortarte el pelo?—preguntó.

—No. 

—Madisson—irrumpió Evelyn—déjala en paz, no quiere hacerse nada en el pelo. 

Ella asintió y yo me mordí el labio indecisa. 

"A la April de California no le asustan los cambios" susurró una voz en mi interior.

Había cambiado mi forma de vestir, de actuar e incluso de pensar. Tal vez un corte de pelo tampoco estuviera tan mal...

—Madisson...—susurré deseando a partes iguales que me hubiese oído y que no lo hubiese hecho. Pero la amiga de Evelyn se dio la vuelta y esperó mis palabras esperanzada. 

—He cambiado de opinión—confesé. 

Madisson comenzó a dar saltitos y varias personas se dieron la vuelta preguntándose por qué demonios hacía tanto ruido. 

—¡Vamos!—exclamó tirando de mi brazo y arrastrándome al establecimiento. Yo le eché una última mirada a Evelyn y le devolví la sonrisa que, una vez más, me había dedicado. 

—¡Hola Gabriel!—saludó Madie a uno de los peluqueros, concretamente al delgado y alto hombre que se encontraba dándole los últimos retoques a una clienta.

—¡Hola cariño! ¿Cómo estás?—preguntó el hombre con un fuerte acento español. 

—Yo genial pero mi pelo no ¿Que puedes hacer para ayudarme?—preguntó Madison preocupada. 

—Ya está, ve a esa silla. Doreah te peinará.—le dijo Gabriel a la mujer antes de girarse hacia Madisson y tomar un mechón. Pegó un gritito de horror y miró escandalizado a la muchacha de cabellos dorados y puntas azules—¡Esto es un espanto! ¡Más seco que la paja!—exclamó—siéntate, querida. Necesitas un tratamiento de hidratación y un retoque. 

Madisson le hizo caso y se sentó en la silla que este le hubo indicado, después Gabriel se dirigió hacia mi y observó mi cabello con fascinación.

—Un color precioso para una chica preciosa—dijo—¿Cuál es tu nombre?—preguntó. 

—April, me llamo, April.—dije tímidamente. 

—Oh, Abril. Yo tengo una prima que se llama Abril—dijo.

—Me llamo...

—Oh cariño, tienes un pelo perfecto—dijo.—¿Que te apetecería hacerte, Abril?

—Bueno... yo no tengo ni idea... solo algo no demasiado llamativo. Nada de tintes, algo discreto. —pedí.  

Gabriel asintió y volvió a pasar un mano por mi cabello. 

—Acompáñame, creo que sé exactamente que es lo que te quedará bien.—respondió. 

Yo le hice caso y lo seguí hasta una silla para lavarme el pelo y solo cuando sentí la tijera detrás de mi nuca sentí miedo pues no tenía ni idea de como iba a salir de allí. 

Pero lo que más miedo me daba de todo era: ¿Le gustaría a Jason así? 



   

                           

                

    

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