𝗂𝗂. 𝗌𝗂𝗇 𝖺𝗆𝗈𝗋
Vanitas avanzó tranquilo, respirando en las cajuelas de sus pulmones. Sentía esa sombra detrás suyo. Respirando en su nuca.
Después de encontrarse con su amigo Roland, y que lo estuvo abrazando y hablando por unos diez minutos, se despidieron para él poder entrar a su respectiva facultad y aula.
Observando el paisaje montañoso por la ventana, suspiró con la mano bajo su barbilla. Sentía algo de inquietud en su pecho, no sabía si era ocasionado por el sueño extraño que vivió en la madrugada.
Poniendo su bolso sobre el escritorio, buscó su bálsamo e impregnó sus labios de aquella cremosidad con sabor a fresa. Eran los días de presentación, y por ende, los profesores hablaban por veinte minutos y se largaban. Como tenía otra clase después, estaría una hora y media haciendo nada.
Mirando su celular, le escribió a su amigo Dante, un chico de cabellos ginger, con lunares por su rostro, y estilo de la moda, algo anticuado. Estudiaba comunicación en otra facultad, pero solían verse con frecuencia para saltarse las clases o, simplemente para quedar, y compartir un café amargo tras el horario. Se conocían desde la secundaria, por lo que, podría decirse que eran mejores amigos.
Este le dijo que lo esperaría en la cafetería de siempre. Un rústico local apenas visitado por gente, pero era el mejor lugar para tomarse un café recién hecho.
Juntos habían vivido muchas locuras en su adolescencia, desde meter el bolso de un profesor en el baño de las mujeres, hasta el descubrimiento de ambas sexualidades. Dante resultó ser gay, y se dieron cuenta gracias a que se enamoró de su otro mejor amigo, con el que ya llevaba una relación como de tres o cuatro años.
Por su lado, en cambio, al principio se consideraba heterosexual; las mujeres son exquisitas, tan delicadas y fuertes a su forma de ser. No obstante, en su primer año de universidad, conoció a un chico de cabellos oscuros y tez morena, fue algo pasajero y no duraron mucho, pero ahí se dio cuenta de su bisexualidad, y versatilidad, lo cuál es importante.
Nunca, más sin embargo, le había contado a nadie de sus sueños..., y no lo haría jamás.
Una vez, consideró ir con un especialista de la mente..., o algo, pero nunca se atrevió a visitarlo, pese que incluso pidió cita a escondidas de su madre. Al fin y al cabo, esos sueños no hacían daño, ni veía extrañas figuras en su día a día, ni habían voces en su cabeza que le dijesen cosas. Solamente sueños que empezó a ver desde que cobró consciencia.
Mirando hacia un lado, se fijo en su compañera Jeanne. Una chiquilla de piel blanca, cabellos claramente teñidos de un rosa pálido, y unos ojos avellanas muy claros. Casi parecían cítricos. Sus regordetes labios suspiraban con gentilidad, se había dormido sobre la mesa. Vestía un sencillo traje, de chaleco y falda hasta sus rodillas, largas calzas, y zapatos de charol.
Parecía una preciosa muñequita de porcelana.
Y por si se lo preguntaban, sí, habían tenido tema entre los dos. Pero Vanitas se negaba a pedirle salir; no era que no le atrajese la chica, no obstante, no quería atenerse a nadie, ni enamorarse de otros. Eran amigos con derecho a roce, que podían verse muy seguido o no hablarse durante meses.
Su objetivo era sacar la carrera adelante, por lo que, lo demás eran ataduras. Estaba acostumbrado a ser un ser, sin amor.
Desviando sus azules ojos, se mantuvo durante media hora viendo tonterías en el móvil, pasó por muchos vídeos, y luego se mantuvo leyendo algún libro en pdf que hubiera descargado. Hastiado, tras ese tiempo, decidió tomar su bolsa e ir a comprar algo para beber.
Dejando a su compañera aún durmiente, bajó al segundo piso. Ahí se encontraban las máquinas expendedoras, las cuáles no era que tuviesen mucho, pero se compraría un zumo de naranja y, quizá una bolsa para picar, no importaba lo que fuera; pero no le gustaría probar nada que fuese dulce. No era muy fan del azúcar.
Había un extraño aroma en el aire, no el habitual a taquillas oxidadas, y café recién hecho. Era..., un adictivo olor, como a azufre y amapola. Nunca las había olido, pero aseguraba que era a eso.
Girando la esquina, se fijo en cómo había alguien más, comprando en la máquina. Se quejó en el silencio de su cabeza, no le gustaba socializar o interactuar con otros. Pero, extrañamente juraba que nunca lo había visto.
Y eso que era muy detallista, sobre todo a lo respecto de personajes tan..., exóticos.
Elegante porte, gran altura, quizá unas dos cabezas le sacaba; cabello blanco, que formaba pequeños rizos en su nuca. Vestía un blazer de color blanco, y por el largo de este, no alcanzaba a ver más que sus zapatos elegantes, también blancos. Se le hacía extraño ver a alguien tan de ese color, como un ángel. Solo le faltaban las alas.
Al llegar detrás de él, mantuvo la distancia, esperando a que terminase de comprar lo que quería. Le escuchó meter unas monedas, pulsar los botones, y agachándose, tomó una botella de agua. Seguido, y pese a la urgencia que tenía Vanitas, este giró lentamente; sus ojos se encontraron en la corta distancia.
Por inercia, Vanitas sostuvo más fuerte la manga de su bolso, y removió con la lengua, el piercing de su labio. Sus azules recorrieron de arriba a abajo, el aspecto del muchacho. Con bastante probabilidad, tendrían la misma edad.
Piel morena, pulcra y sin si quiera alguna marca de acné o cicatriz. Llevaba una camisa de cuello negro, con pantalones a la altura de su cintura, también negros, aunque parecían de traje. Destacaban con el blanco de su gabardina y hebras níveas.
No obstante, también poseía cejas, y pestañas blancas. Eso le hacía dudar de que se hubiera teñido aquel vello de su rostro, ¿entonces el color de su cabello, era natural?
Los ojos regresaron a conectarse, e indudablemente, se sintió atraído al amatista de su mirada. Nunca había visto unos mirares tan adictivos.
El chico, por otro lado, también se había detenido al verlo. Vanitas denotó el agarre fuerte en la botella, como si se estuviera conteniendo de algo. Hundiendo sutilmente el plástico entre sus febriles dedos.
El de cabellos de ébano, removió su fleco, y sonrió ladinamente.
—¿Me dejas? —inquirió, con un timbre suave y delicado.
Acción pedida, y realizada, pues el otro pareció reaccionar a la petición y se apartó apenas unos centímetros para dejar al externo. Vanitas, por supuesto, notó que habían tenido cierta conexión en su mirada, y no tardó en pedir a la máquina con una postura, ciertamente, cuestionable.
Cadera salida, mientras su mano libre, realizaba círculos con uno de sus mechones, coquetamente. Sus ojos azules se posaban de vez en cuando, en el albino, y agachándose a tomar lo que había comprado, le dedicó una sonrisa.
»¿Quieres algo más? —preguntó, de nuevo, el más blanco de los dos.
El chico pareció ser tomado desprevenido, y respingando, rascó su nuca, aparentemente nervioso. Con su mano derecha, llena de anillos, sujetaba la botella.
—No —respondió con un grave tono de voz, y carraspeó seguido—. Estaba viendo..., lo que tomabais. Es mi primera vez en la facultad, y no sabía bien que elegir.
Por eso no lo había visto nunca, era nuevo. Posiblemente se había trasladado de otra ciudad.
Vanitas desvío sus ojos a los labios delgados del moreno, y con sorna, dijo:
—¿Y..., lo único que se os ha ocurrido tomar ha sido una botella de agua?
El moreno se rio, algo avergonzado.
«Qué preciosidad de risa», divagó la mente del más bajo.
—Soy alguien que, se mantiene saludable —le respondió con su tono de voz grave y muy varonil.
—Se nota, se nota... —respondió sonriente Vanitas, acomodando un cabello tras su oreja; guardó lo que compró en su bolsa, y regresó la atención al moreno—. ¿En qué curso estáis?
—Tercero, clase B.
Esa respuesta había sido muy rápida. Sonriendo aún más, el chico más blanco cruzó sus manos sobre su pecho.
—¡Qué pena! —simuló decir con tristeza— ..., yo estoy en la A. Por eso no os había visto antes.
—Tengo algunas horas en el A, quizá podamos vernos en esas aulas —pestañeó suavemente con sus hebras blancas, y marcó la nuez de su garganta—. Soy Noé.
Le pegaba el nombre. Algo etéreo y bíblico para su extraña apariencia, corto y fácil para pronunciar.
Vanitas, con su esbozada mueca, desvío sus ojos, por las manos morenas, eran gruesas y con las venas algo marcadas. Los anillos eran plateados, pero el que más llamó la atención estaba en su anular; tenía la forma de un cráneo, perfectamente detallado en el centro de este.
Tragó grueso, y regresó a verlo al rostro. Facciones finas, mandíbula tensa, y expresión suave. Totalmente su tipo, y sino estaba equivocado, por la forma en la que lo veían sus violetas ojos..., podrían estar en la misma onda.
Un tipo de atracción flechada que sólo ocurre una vez.
Torciendo, aún con la sonrisa en sus labios, el de cabello oscuro se alejó unos pasos, para verlo de nuevo:
—Vanitas —se presentó, mordiendo su labio suavemente—, un gusto, hijo del arca. Ya os veré por ahí.
Y con ello, desapareció el pasillo para regresar a su clase. Tenía el corazón algo agitado y las manos le sudaban de pronto. «Joder. Está buenísimo, como para untarlo en miel y comerlo. Y eso que no soy fan de lo dulce». Declaró su, ahora, caliente mente.
Pero no era sólo eso; su mirada, el tono de su voz, la facilidad con la que lo había hecho hablar y presentarse, con alguien que solía ser siempre antipático y seco ante cualquier que le dirigiese la palabra.
Corriendo con sus botas negras y de mucha plataforma, avanzó al aula, queriendo contarle su experiencia a alguien. Sin darse cuenta, de cómo aquellos ojos morados lo seguían desde su lugar, inquietantes y serios.
Vanitas llegó despedido hacia el pupitre dónde Jeanne parecía estarse desperezándose de su matutina siesta. Se sentó de golpe, asustando a la chica, tomó su móvil y tecleando con rapidez, llamó a su mejor amigo, Dante.
No se dio cuenta, pero durante su charla con el chico, el pitido en su oreja izquierda había desaparecido. Sin embargo, poco a poco, volvía con más fuerza; y aquella sensación de aire frío en su nuca, volvía a respirarle.
—¡Mi calvo! —exclamó cuándo este le contestó—. ¡Acabo de enamorarme!
Tanto al otro lado del teléfono, como la chica, y algunos presentes en el aula, lo vieron extrañados, curiosos y exaltados. Pues ahí empezó a gritar el encuentro con un dios griego que había visto, y lo duro que se había puesto sólo escuchándolo presentarse.
Al final acabó en dirección por estar hablando de obscenidades, sin darse cuenta de la presencia del profesor en su pupitre, quién había escuchado todo.
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segundo capítulo, con primeras apariciones, aaa, estoy muy emocionada por este proyecto. Lamento lo corto, pero antes del domingo habrá otro, mucho más largo; es para ir adelantando. No duden en ir dejando sus comentarios y votos. muack, lxs amo.
all the love, ella.
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