ɪ. sᴜᴇɴ̃ᴏ

La visión reverbera imágenes de las que aún no era consciente su mente; incapaz de comprenderlas. Las sombras removían el lugar, lo envolvían y lo hacían sentir seguro, bueno, si era posible sentir tal emoción en la absorta oscuridad. 

Unas perlas violetas lo detuvieron en el movimiento pétreo de sus pies; la imagen se movió y no era capaz de identificar con exactitud la escena. Había algo ahí. Lo sabía. Lo notaba.

Rasgó la piel de sus palmas, y cerró sus puños. Experimentó la poca saliva pasar con dificultad por su garganta, y entonces, fue testigo de cómo aquella presencia lo doblegaba; quería arrodillarse. Y pese al miedo, había cierta dulzura en ello. Como la flor que atrae al aberrojo, la de los jóvenes pétalos desnudos empapados de rocío. 

Se quedó dónde estaba. Y la sombra de una sonrisa apareció ante el ser de borrosa silueta. Eso consiguió hacerle dar dos pasos hacia adelante; queriendo enfrentar al que se ocultaba en lo negro del espacio. Ajeno al blanco de sus manos.

Con las afiladas puntas de sus dedos negros, lo señaló.

—Quedaos ahí —amenazó con la gravedad de su voz—, aún no.

Y entonces, se despertó con el sudor impregnado en su cuerpo. El aire salió de su cuerpo casi desesperado; tomó grandes bocanadas y cerró sus ojos, queriendo calmar la alteración de sus palpitaciones. No había sido más que una pesadilla.

Sujetando el filo de su camisón, a la altura de su pecho, limpió el sudor de su frente y salió de entre las mullidas cobijas. Desde su infancia siempre había tenido muchas clases de sueños extraños. 

Unos bonitos: en mundos fantásticos y mágicos; como en uno dónde era un brujo y, con su tanto poder, dominaba a las comunidades que regían el mundo. Los salvaba y también los destruía.

Otro dónde era un marqués, y en una noche de baile, entonado de máscaras y pisadas en el suelo, su mundo cambiaba. 

Bueno, para ser cierto, en ambos cambiaba. En todos.

Cambiaba siempre que se encontraba con aquellos ojos morados. 

Nunca podía verlo con facilidad, pero sabía que era otro ser. Uno que estaba a su lado, y que lo quería. Podía sentir lo feliz que era a su lado; pero más allá del color de sus irises, jamás era testigo de su real apariencia. 

Otros de sus sueños, al contrario, eran pesadillas. Horribles, llenos de dolor y angustia. 

En una era un feroz lobo; asesino y poseedor de la habilidad para arrebatar vidas humanas. En otro, era un tritón, dominado por los ecos hipnotizantes de ajenas voces.

En varios de ellos mataba al ser de ojos morados, en otros escapaban juntos y, en los restantes, era él quién moría. Suspiró exhausto, y mientras caminaba por el pasillo, se rascaba la sien.

No era que le disgustasen; fuera de todo ello, ya se había acostumbrado. Realmente no sabía quién podría ser ahora, en aquel instante de su vida, si cada noche, no lo viera en dichos sueños. Ya eran parte de él. Y él, era parte de ellos.

Se miró en el espejo del cuarto de baño. Sus azules ojos observaron con cuidado el blanco de su piel, la espesura de sus pestañas y el azabache propio de su cabello. Acomodó el pendiente en su oreja izquierda; dicho tintineó y dejó un pequeño destello en la arena que se balanceaba en su interior.

Se lavó el rostro, y regresó a su mundo real. Su único mundo. Uno llena de injusticias, personas buenas y, multitud de tormentosos sentimientos. Aún con tristeza, y una mueca de disgusto, sabía que en aquella tierra en la que vivía, no habían hombres capaces de convertirse en lobos o sirenas; vampiros o, brujos, líderes de comunidades.

Era el mundo real, y eso, solamente pasaba en las novelas o historietas.

No había cosas como el destino, la llamada a un último baile, o la transformación a su verdadero ser.








Tras su habitual y mañanero aseo, escucha el tono de su celular. Una pequeña melodía de cuatro notas; con desasosiego acercó sus delgados dedos para ver quién es el curioso que lo incordia tan temprano.

Su rostro toma una expresión de disgusto, y aún sin quererlo, contesta. Era Roland, un pesado compañero de universidad que estudia en una facultad cercana a la suya. Por azares del destino, un día coincidieron en una cafetería, y al estar pasando un mal rato, aceptó su compañía. 

Con sorna asintió a lo que le decía. "Encontrémonos en la entrada, quiero animarte en tu nuevo día". 

Cada vez se arrepentía más de haber entrado a aquel local, de haberle aceptado su ayuda, y de haberle dado su contacto.

Al final colgó con un "Si te veo, te saludo". Elocuentemente, Roland ya le había tomado mucho cariño, y no lo juzgaba por su actitud o forma de ser. Pocos eran los que lo aceptaban tan rápido.

Exhaló con fuerza.

Estaban empezando el nuevo año; y aunque aún había resquicios de verano, ya empezaba a hacer algo de fresco. Se miró, nuevamente, en el espejo. Pero esta vez de su cuarto; uno curveado y muy largo. 

Vestía un crop top de tirantes azules. Unos pantalones negros descaderados, con una hebilla de metal en forma de estrella. Rodillas rotas, con redes sobre sus blancas piernas; y unas botas gigantescas, que pesaban más de lo que nadie creería. Con una plataforma de pintas moradas. Acomodó su larga coleta negra de mechones azules más claro, y el colgante de cuero ceñido a su cuello.

Tenía un piercing en su labio inferior, cerca de un lunar bajo su labio, en su lado derecho; dicho arete lo removía con la lengua cuándo le gustaba mucho su outfit. Joder. Podría tirarse a quién quisiera con guiñarle el ojo.

Pegó una estruendosa risotada en la soledad de su cuarto, y tras escuchar los gritos de su madre, tomó su bolsa negra, con multitud de pines y cadenas, y salió de la casa sin despedirse de un alma.

Vanitas. Vanitas era su nombre. No era uno muy bonito a su parecer; no al menos para ser propio de alguien tan mediocre y más del montón como él. Hubiera sido mejor para un pintor famoso, o siquiera un cuadro de arte y barniz que la gente pudiera alabar.

Encendiendo el cigarrillo entre sus dedos, con uñas pintadas de negro, tomó una calada.

Recordó extrañamente la voz que le había hablado en su cabeza antes de despertar. Si hubiera tenido algo más de tiempo, podría haberse dado un poco de amor con dicha voz tan excitante, que su, esquizofrénica mente, había creado.

Sí que tenía que estar loco para, aparte de imaginar universos dónde era mucho más que su actual ser, fuera siquiera capaz la existencia de un ser de ojos violetas, capaz de amarlo y enfrentarse al mundo por él. 

¿Ponerle hasta una voz sexy y demasiado varonil, no era ya suficiente?

«Basta. Si sigues pensando en esa voz, tendrás que esconderte al menos unos veinte minutos en el baño más cercano», fulminó su cabeza de forma imperiosa.

Hizo la mueca de una sonrisa, y acabando el cigarrillo, lo aplastó con la punta de su bota. 

La facultad estaba a unos quince minutos andando desde su casa. Desde dónde estaba podía ver la cabellera rubia de Roland Fortis, un inglés que había ido a estudiar su sueño en Japón. 

«¿Qué pensaría su amigo si supiera que tenía extrañas y excitantes alucinaciones con una voz que oía, desde la obtención de su consciencia?». 

Porque, tenía que admitirlo, también había soñado teniendo relaciones con aquel ser de alta estatura, grandes manos y profunda mirada violácea. No podía ver más que sus ojos, pero sabía que era alto, y que sus manos eran más prominentes a las propias. 

Uno de los sueños eróticos que más le gustó, fue en dónde se vio así mismo de brujo. Si pudiera revivirlo de nuevo en su cabeza, lo disfrutaría aún más. 

Ese había sido totalmente excitante; con la lluvia tras las ventanas, la cabaña de madera que los resguardaba del frío; su dulce atención y amables palabras que calmaban su corazón. La forma en la que aquel enorme ser lo estrelló contra la pared..., eran tan vívidos que inevitablemente, no pudo evitar levantarse mojado.

Arrugó la punta de su nariz al sentir el viento golpearlo tan temprano, y se dio la vuelta al experimentar una respiración en su nuca. No había nada ni nadie en la calle. Más que la acera recién pintada, y la sombra de árboles y locales aún cerrados. 

Era extraño.

Por primera vez, sentía que había una presencia observándolo. Incluso creía haber escuchado pasos detrás suyo. Un molesto pitido en su oreja izquierda lo despertó. Ignorándolo, acomodó la tira de su bolso y removió el piercing de su labio.

«Vanitas. Esto no es otro de tus sueños, y no hay nadie en las sombras, acechando a extenderte la mano y acabar con este dolor». Declaró, apretando sus puños y continuando, con pesadez, su camino. 




「 ya tenemos el capítulo introductorio de esta novela, aaaa. ¡qué emoción! 

no me resistía a subirlo ya, omg. 

más tarde subiré las decoraciones y/o moodbords que van antes de este capítulo. ¡y espero que estén tan emocionados como yo, aaaa, vanoé my life is yours!

y...., para los que son seguidores de mis otras novelas vanoé, espero que hayan entendido esas referencias, y spoilers, especialmente de una y de, ¿qué era? ¿sexo en una cabaña? 

aaaaaaaaaa. btw, gracias por su constante apoyo, no dejemos que vanoé muera y, bestie, gracias por esa portada y separador tan bellos aaaaa.

all the love, ella.

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