Final

Ajenos a los asuntos personales de los propietarios o los empleados del Atthaphan's, los clientes del club siguieron llenando el local todas las noches, especialmente cuando se supo que ya no había posibilidad de hacerse miembro dado que el límite se estableció en dos mil quinientos. Quienes deseaban ser miembros, tenían que inscribirse en una lista de espera con la esperanza de que se produjera una vacante. El extraño emparejamiento de un vizconde sin dinero y un club de juego en decadencia habían producido una alquimia sorprendente. Los empleados se contagiaban de la dinámica energía de Off o eran despedidos.

El local era dirigido con una eficiencia implacable, inédita hasta entonces en el Atthaphan's. Ni siquiera Leo Atthaphan en sus buenos tiempos había dirigido su pequeño imperio con semejante mano de hierro. En el pasado, el resentimiento oculto de Leo Atthaphan hacia la aristocracia le había llevado a tratar a muchos miembros del club con una sumisión servil que los incomodaba vagamente. Off, en cambio, era uno de los suyos. Era tranquilo y aun así, tan gallardo que su presencia parecía infundir emoción al ambiente. Cuando estaba cerca, los miembros del club reían más, gastaban más, hablaban más, comían más. Mientras que en otros clubes servían el bistec y la tarta de manzana habituales, el variado bufé del Atthaphan's se reponía sin cesar con platos espectaculares: ensalada caliente de langosta, faisán a la cazuela, gambas con puré de apio, codorniz rellena de uva y queso, servida con salsa de crema. Y el favorito de Gunnie: un pastel de almendra recubierto de frambuesas y una gruesa capa de merengue. La comida y el entretenimiento mejoraron tan deprisa en el Atthaphan's que las mujeres empezaban a quejarse de que sus maridos pasaban demasiadas noches en el club. El carácter manipulador de Off había encontrado una salida perfecta en el Atthaphan's. Sabía cómo crear un ambiente en el que los hombres pudieran relajarse y pasárselo bien, y mientras lo hacían, les despojaba de su dinero casi inadvertidamente.

Se jugaba con una honestidad escrupulosa, dado que el juego era, en teoría, ilegal, aunque se practicaba abiertamente en todo Londres. Dirigir un club respetable era la mejor forma de evitar acciones judiciales. Si bien al principio Off tuvo que soportar algunos comentarios burlones de sus conocidos, su actitud cambiaba cuando tenían que pedirle crédito o que aplazara el cobro de sus deudas.

Para ser un hombre que nunca había tenido demasiado dinero, poseía una habilidad sorprendente para manejarlo. Como Plustor había dicho con admiración, Off tenía la habilidad de un terrier para descubrir un dudoso saldo bancario o cualquier cosa que afectara la capacidad de pago de un miembro.

Una noche, mientras Gunnie estaba junto a la mesa de Plustor en la sala principal viendo cómo Off presidía una partida de dados particularmente fuerte, fue consciente de que había un hombre mayor a su lado. Era lord Haldane, un caballero que Off le había presentado la semana anterior.

—Milord —murmuró Gunnie cuando él le dio un besamanos—. Me alegra volver a verlo.

—El placer es mío, Lord St. Jumpol —repuso lord Haldane con una sonrisa en su rostro mofletudo. Ambos dirigieron una mirada a la mesa de juego donde Off acababa de decir una ocurrencia para disminuir la tensión de la partida. Una carcajada recorrió el grupo y Gunnie se maravilló de la naturalidad con que su marido desempeñaba su papel, como si hubiera nacido para él. Aunque resultara extraño, parecía sentirse más en casa de lo que se había sentido nunca su padre.

A Leo Atthaphan, dado su carácter nervioso, siempre le había costado ocultar su preocupación cuando algún miembro del club tenía una racha extraordinaria que amenazaba con hacer saltar la banca. Off, en cambio, permanecía sereno e inmutable en cualquier circunstancia. Lord Haldane debió de tener pensamientos parecidos, porque observó a Off y dijo distraídamente:

—No creí que volvería a ver a otro así.

—¿Milord? —preguntó Gunnie con una medio sonrisa, porque en ese momento Off detectó su presencia y se dirigió hacia él. —Sólo he visto a otro hombre supervisar un club de juego de este modo —declaró Haldane, como ensimismado en el recuerdo de tiempos lejanos—. Como si fuera su coto de caza personal y él, el depredador más encantador del mundo.

—¿Se refiere a mi padre? —dijo Gunnie.

—No, por Dios —sonrió Haldane a la vez que sacudía la cabeza—. No era su padre.

—¿Quién...? —empezó Gunnie, pero su pregunta quedó sin terminar ya que su marido llegó junto a ellos.

—Milord —murmuró Off y puso una mano en la espalda de su esposo. Y mientras dirigía una sonrisa a Haldane añadió—: Tengo que advertirte, amor mío, que este caballero es un lobo disfrazado de cordero. Aunque él creyó que el comentario molestaría al hombre mayor, Haldane rió encantado, halagado en su vanidad.

—Si tuviera veinte años menos, joven, se lo quitaría. A pesar de su tan cacareado encanto, no puede compararse al mío de entonces.

—La edad no lo ha cambiado nada —comentó Off con una sonrisa—. Discúlpeme, milord, si llevo a mi esposo a un lugar más seguro.

—Es evidente que este hombre tan escurridizo ha quedado atrapado en sus irresistibles redes, Lord —dijo Haldane a Gunnie—. Vaya, pues, y aplaque sus celos.

—Lo intentaré —repuso Gunnie con timidez, sin saber cómo responder a semejante afirmación. Por alguna razón, ambos hombres rieron y Off se llevó a Gunnie de la sala principal sin retirarle la mano de la espalda.

—¿Va todo bien, cariño? —le preguntó mientras andaban.

—Sí. Yo... —Sonrió y añadió de forma poco convincente—: Sólo quería verte. Se pararon junto a una columna y él se inclinó para robarle un beso.

—¿Jugamos una partida de billar? —susurró con los ojos brillantes, y sonrió al ver cómo él se ruborizaba.

La popularidad del club aumentó todavía más cuando los periódicos empezaron a recomendarlo con comentarios rimbombantes:

«Finalmente, el Atthaphan's ocupa un lugar entre los clubes más frecuentados por los caballeros de la élite londinense, distinguiéndose como un local del que todos los miembros de la aristocracia aspiran a formar parte. La cocina satisface los paladares más exigentes, y la selección de vinos resulta atractiva para los gustos más refinados...» Y en otro editorial: «Nunca podrá elogiarse lo suficiente la calidad del local recientemente reformado, que proporciona un decorado espléndido a una clientela caracterizada por su superioridad personal e intelectual. No es extraño que la cantidad de solicitudes para convertirse en miembro del club supere con mucho el número de vacantes...»

Y uno más: «Muchos han sugerido que el renacimiento del Atthaphan's sólo podía ser obra de un caballero dotado de un extraordinario encanto, versado en moda, política y literatura, y familiarizado con la aristocracia. Se trata, por supuesto, del conocido lord St. Jumpol, actual propietario de un club que augura convertirse en toda una institución de la vida social del West End londinense.»

Sentado una noche en la oficina, Gunnie leía los editoriales con asombro. No había esperado la atención pública que se estaba prestando a Off y el club. Aunque estaba contento de que su marido triunfara, no podía evitar preguntarse qué ocurriría cuando él se quitara el luto y empezaran a frecuentar la alta sociedad de Londres. No le cabía duda de que los invitarían a muchos sitios. Y el caso era que, como era una de los floreros, no había tenido demasiadas oportunidades para aprender a tratar con la gente. Tendría que superar su torpeza y timidez y aprender a ser ingenioso, encantador y seguro de sí mismo.

—¿Por qué frunces el ceño, querido? —Off se sentó a la mesa y lo miró con una sonrisa—. ¿Has leído algo desagradable?

—Al contrario —dijo Gunnie con tristeza—. Todo el mundo está entusiasmado con el club.

—Comprendo —aseguró mientras le acariciaba la mandíbula con el índice—. Y eso te preocupa porque...

La explicación le salió impulsivamente:

—Porque te estás haciendo muy fa... famoso, por algo distinto a ir detrás de todas las faldas, me refiero. Y por tanto estarás muy solicitado y algún día yo... yo me quitaré el luto, lo que significa que iremos a bailes y veladas y no creo que pueda evitar esconderme por los rincones porque to... todavía soy el típico florero inseguro. Tengo que aprender a ser ocurrente y sereno y a hablar con la ge... gente. Si no te enfadarás o, peor aún, te avergonzarás de mí y yo...

—Gunnie, por Dios... —Acercó una silla y se sentó en ella con las rodillas por fuera de las de él. Le tomó ambas manos y le sonrió—. No puedes estar veinte minutos sin preocuparte por algo ¿verdad? Sólo tendrás que ser como eres. —Se agachó para besarle las manos y cuando levantó la cabeza, había dejado de sonreír y lucía una mirada sensual. Le puso un pulgar sobre la alianza y frotó suavemente las palabras grabadas—. ¿Cómo iba a avergonzarme de ti? —prosiguió—. Soy yo quien fue un completo granuja. Tú no has hecho nada censurable en toda tu vida. Y en cuanto a la afectación de salón, espero que jamás te vuelvas un tonto superficial que charla sin cesar sin llegar a decir nada interesante. —Lo acercó más hacia él y le acarició el cuello con los labios justo donde está el cuello de la camisa. Luego suspiró sobre el punto que había humedecido, lo que hizo estremecer a Gunnie—. No eres el típico florero inseguro. Pero tienes mi permiso para esconderte por los rincones, cariño, siempre y cuando me lleves contigo. De hecho, insistiré en ello. Te advierto que me porto muy mal en esas situaciones. Es probable que te pervierta en glorietas y balcones, bajo escaleras y detrás de macetas con plantas variadas. Y si te quejas, te recordaré que no deberías haberte casado con un calavera incorregible.

—No me quejaré —aseguró Gunnie, arqueando un poco el cuello mientras Off se lo acariciaba con los dedos.

—Veo que conoces tus deberes —susurró con una sonrisa y le mordisqueó el lado del cuello—. Voy a ser una influencia terrible para ti. Dame un beso y sube a tomar un baño. Cuando hayas terminado, estaré ahí contigo.

La bañera estaba a medio llenar cuando Gunnie entró en la habitación. Jennie y otra criada recogían unos aguamaniles para efectuar un viaje más a la planta baja. Acalorado y distraído tras los besos de Off, Gunnie empezó a desabrocharse la camisa.

—Le ayudaré a desvestirse cuando vuelva con el agua que falta, milord —se ofreció Jennie.

—Gracias —sonrió Gunnie. Se acercó al tocador y cogió un frasco de perfume, un regalo que le había enviado Gulf hacía poco. A su amigo le encantaba entretenerse con perfumes y fragancias y recientemente había empezado a experimentar sus propias combinaciones. Este aroma era exuberante y equilibrado, con rosas y especias acres mezcladas con ámbar. Gunnie vertió con cuidado unas gotas en el agua de la bañera e inhaló con placer el vapor fragante que se elevó. Se sentó en una silla, se agachó para quitarse los zapatos y las medias.

De pronto un escalofrío le recorrió la columna y unos pasos suaves en la moqueta le erizaron la nuca.

Vio cómo una sombra avanzaba deprisa por el suelo.

Se volvió y soltó un grito ahogado al ver una figura andrajosa. Se levantó de un brinco, volcando la silla.

El intruso habló con voz rasposa:

—Ni una palabra. O le rajo del cuello a la entrepierna.

Empuñaba un cuchillo largo.

Estaba tan cerca de él que podría alcanzarlo con un solo movimiento.

Ninguna pesadilla o temor infantil podría compararse con aquel horripilante hombre.

Gunnie se movió despacio para intentar colocarse al otro lado de la bañera. El loco iba vestido con poco más que harapos y mostraba su perfil izquierdo de un modo extraño, como si fuera una marioneta descentrada. En cada centímetro de piel visible (manos, cuello, cara) tenía llagas purulentas. Pero lo más horroroso eran los repulsivos restos de lo que tiempo atrás había sido una nariz. Aquel hombre parecía una quimera, un revoltijo de carne, extremidades y rasgos que no pertenecían a un mismo cuerpo.

Entonces Gunnie lo reconoció a pesar de la suciedad, las llagas y la destrozada cara. Le costó mucho conservar la calma en medio del pánico que lo atenazaba.

—Señor Way-ar... —Dijo con asombro—. En el hospital di... dijeron que había muerto...

—Me marché de ese maldito agujero —refunfuñó con la cabeza ladeada de un modo extraño—. Rompí una ventana y me escapé de noche. Ya estaba harto de que esos imbéciles me hicieran tragar sus malditos brebajes. —Avanzó hacia él con pasos desacompasados. Gunnie rodeó la bañera despacio mientras el corazón se le desbocaba—. Pero no iba a fallecer en ese hoyo de mierda sin mandarlo antes al infierno.

—¿Por qué? —preguntó Gunnie procurando no dirigir la vista hacia la puerta, donde había visto movimiento con el rabillo del ojo. Pensó que debía de ser Jennie. La forma borrosa desapareció sin hacer ruido y Gunnie rogó que la criada hubiera corrido por ayuda. Mientras tanto, lo único que podía hacer era mantenerse alejado de Joss Way-ar.

—Usted me lo quitó todo —gruñó él—. Se lo dio todo, el muy cabrón. El sólo quería a un tartamudo feo, pero yo era su hijo. ¡Su hijo! Sin embargo, me escondió como si fuera un orinal sucio. —Se le crispó la cara—. Hice todo lo que me pidió. Habría matado para complacerlo, pero daba igual. ¡Sólo lo quería a usted, zorro asqueroso!

—Lo siento —dijo Gunnie y su pena sincera pareció desconcertarlo. Se detuvo y lo miró con un gesto extraño—. Señor Way-ar... Joss... Mi padre sí le quería. Su última voluntad fue que lo ayudáramos y lo cuidáramos.

—¡Es demasiado tarde para eso! —exclamó él y se llevó las manos a la cabeza como si le doliera insoportablemente—. Maldita sea... Que se pudra en el infierno...

Gunnie vio una posibilidad de huir y salió disparado hacia la puerta. Pero Way-ar lo atrapó y lo lanzó de bruces contra la pared. El golpe en la cabeza le redujo la visión a una titilante nube negra. Parpadeó y gimió mientras intentaba enfocar los ojos. Sintió una opresión en el pecho y el cuello. Poco a poco comprendió que tenía el brazo de Way-ar alrededor del cuello, con el cuchillo a unos centímetros de la garganta. Notaba la presión de la hoja afilada cada vez que inspiraba. Way-ar respiraba con dificultad y su aliento apestaba a descomposición. Gunnie percibió los temblores de su cuerpo y sus esfuerzos por controlarse.

—Iremos a verlo juntos —le dijo cerca de la oreja.

—¿A quién? —masculló Gunnie, aturdido.

—A nuestro querido padre. Iremos a verlo al infierno... usted y yo. —Soltó una carcajada—. Estará jugando al póquer con el mismísimo diablo.

—Le apretó el cuchillo en el cuello y pareció disfrutar de verlo estremecerse—. Lo mataré... Y después me suicidaré. ¿Qué le parecerá a Atthaphan vernos llegar del brazo al infierno?

Mientras Gunnie buscaba con desesperación una respuesta que lo calmase un poco, se oyó una voz tranquila desde la puerta:

—Way-ar. —Era Off, con un aspecto frío y sereno. Aunque el peligro no disminuyó, Gunnie sintió un enorme alivio al verlo. Su marido entró en la habitación despacio—. Al parecer, los registros del Tottenham dejan mucho que desear —comentó sin mirar a Gunnie. Tenía la vista puesta en Way-ar, al que observaba con ojos brillantes e hipnotizadores.

—Creí que le había metido una bala en el cuerpo —soltó Way-ar con brusquedad.

—No fue más que un leve rasguño —replicó Off y se encogió de hombros—. Dígame ¿cómo logró entrar en el club? Tenemos hombres en todas las puertas.

—Por la carbonera. Hay un depósito que da al Rogue's Lañe. Nadie lo conoce. Ni siquiera ese gitano. —Al ver que Off se acercaba, añadió—: Retroceda o lo atravieso como a una paloma en un asador.

La mirada de Off se centró en el cuchillo que Way-ar había colocado como si fuera a clavárselo en el pecho.

—De acuerdo —concedió Off y retrocedió—. Tranquilo. Haré todo lo que me pida. —Su voz sonó suave y cordial y su expresión, calmada, aunque unas gotas relucientes de sudor le resbalaban por la cara—. Joss... escúchame. No tienes nada que temer. Estás entre amigos. Lo único que pretendemos tu hermano y yo es ayudarte como pidió vuestro padre. Dime qué quieres. Puedo conseguir morfina para aliviar el dolor. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, dispondrás de una cama limpia y de gente que te cuide. Todo lo que quieras.

—Intenta engañarme, maldito petimetre —espetó Way-ar.

—No. Te daré lo que quieras... salvo que lastimes a Gunnie, porque entonces no podré hacer nada por ti. —Mientras hablaba, Off se dirigió despacio hacia la ventana, lo que obligó a Way-ar a volverse—. Suéltalo y hablemos de hombre a hombre...

—¡Ni un paso más! —le advirtió Way-ar y sacudió la cabeza con impaciencia. Un temblor le sacudió el cuerpo y soltó un gruñido—. Este maldito ruido en los oídos...

—Puedo ayudarte —insistió Off—. Necesitas medicinas. Y descanso. Baja el cuchillo, Joss. No es necesario que lastimes a nadie. Baja el brazo y podré ayudarte. Gunnie notó con incredulidad cómo el brazo de Way-ar empezaba a relajarse al influjo de aquella voz tranquilizadora, al mismo tiempo que iba volviéndose hacia Off. De repente, una detonación ensordecedora rasgó el aire. Gunnie quedó libre con una fuerza que lo hizo tambalearse hacia atrás. En su aturdimiento, sólo alcanzó a ver cómo Plustor, en la puerta, bajaba una pistola humeante. Off había entrado en la habitación para situar deliberadamente a Way-ar de modo que Plustor pudiera dispararle. Antes de que Gunnie pudiera dirigir la vista hacia el guiñapo del suelo, Off lo volvió y lo estrechó contra su pecho. Liberó entonces toda la tensión contenida y se estremeció mientras lo abrazaba y le palpaba la espalda, los brazos y los mechones de pelo.

Él, sin aliento, no logró articular palabra. Sólo podía estar de pie, entre sus brazos, mientras él maldecía y gemía.

—Jennie fue a... a buscarte —logró balbucear Gunnie por fin.

Off asintió y lo estrechó más con manos temblorosas.

—Me dijo que había un hombre en tu habitación —explicó. Le inclinó la cabeza hacia atrás y vio el pequeño corte que el cuchillo le había hecho en el cuello. Al percatarse de lo cerca que Way-ar había estado de seccionarle la garganta, palideció. Se inclinó para besarle la herida—. Dios mío, Gunnie... —susurró.

Él se volvió entre sus brazos para mirar a Plustor, que acababa de tapar la cabeza y los hombros de Way-ar con su chaqueta.

—Plustor, no tenías que dispararle —dijo conteniendo un sollozo—. Iba a soltarme. Estaba bajando el brazo...

—No podía estar seguro —observó el joven con voz inexpresiva—. Tenía que disparar apenas lo tuviese a tiro. Su rostro no reflejaba ningún sentimiento, pero sus ojos estaban arrasados en lágrimas. Gunnie comprendió que se había visto obligado a matar a un hombre al que había conocido desde niño.

—Plustor... —empezó compasivamente, pero él sacudió la cabeza dándole a entender que no era necesario que siguiera.

—Ha sido lo mejor para él —soltó sin siquiera mirarlo—. Ningún ser vivo debería sufrir de este modo.

—Sí, pero tú...

—Estoy bien —afirmó Plustor con la mandíbula tensa.

No era verdad. Estaba pálido y agitado. Gunnie no pudo evitar acercarse a él y rodearlo con los brazos para ofrecerle consuelo. El muchacho lo dejó hacer, aunque no le devolvió el abrazo y poco a poco sus temblores remitieron. Gunnie presionó brevemente los labios contra el pelo del romaní. Al parecer, eso fue todo lo que Off estaba dispuesto a permitir. Avanzó hacia ellos, recuperó a Gunnie y ordenó con brusquedad a Plustor:

—Ve a buscar al de la funeraria.

—Sí—contestó el joven mecánicamente. Vaciló un momento—. En la sala de juego habrán oído el disparo. Tendremos que darles alguna explicación...

—Di que alguien estaba limpiando un arma que se disparó accidentalmente —dijo Off—. Diles que nadie resultó herido. Cuando llegue el de la funeraria, hazlo subir por la parte de atrás. Págale para que guarde silencio.

—Sí, milord. ¿Y si el policía hace preguntas?

—Mándamelo a la oficina. Yo me encargaré de él.

Plustor asintió y se marchó. Off sacó a Gunnie al pasillo, cerró la puerta con llave y lo llevó a otra habitación. Él lo acompañó aturdido, intentando asimilar lo que acababa de ocurrir. Off estaba callado y mantenía una expresión dura mientras intentaba recobrar la calma.

—Enviaré a una criada para que te atienda. Bébete una copa de vino.

—¿Vendrás después? —quiso saber, ansioso.

—Primero tengo que encargarme de algunas cosas.

No volvió en toda la noche. Gunnie lo esperó en vano y finalmente, se acostó solo. Se despertó con frecuencia y cada vez palpó a oscuras el lado vacío de la cama buscando en vano el cuerpo cálido de su marido. Por la mañana estaba preocupado y exhausto y miró con ojos empañados a la criada que había ido a encender la chimenea.

—¿Ha visto hoy a lord St. Jumpol? —preguntó con voz ronca.

—Sí, milord. El señor y el señor Pronpiphat han estado levantados casi toda la noche, hablando.

—Dígale que me gustaría verlo, por favor.

—Muy bien, milord. —La criada dejó el aguamanil con agua caliente en el palanganero y salió de la habitación.

Gunnie se levantó, efectuó sus abluciones matinales e intentó alisarse su indómito cabello. Tenía el cepillo y los peines en la otra habitación, donde... Al recordar lo sucedido la noche anterior, se estremeció de pena. Se alegraba de que su padre no hubiera vivido para ver el triste final de Joss Way-ar. Se preguntó cuáles habrían sido sus verdaderos sentimientos por aquel desdichado, si realmente había creído que era hijo suyo.

—Papá —murmuró mientras se observaba los ojos azules en el espejo. Los mismos de Leo Atthaphan. Se había llevado tantos secretos a la tumba con él y había dejado tantas cosas sin explicar. Siempre lamentaría no haber podido conocerlo mejor. Pero se consoló pensando que a Leo le habría complacido saber que el Atthaphan's alcanzaría por fin el lugar que él consideraba que se merecía.

Off entró en la habitación, todavía con la misma ropa de la noche anterior. Tenía el pelo alborotado y los ojos ensombrecidos. Parecía cansado pero resuelto, con el aire de un hombre que ha tenido que tomar decisiones desagradables.

—¿Cómo estás? —le preguntó él. Gunnie habría corrido a su encuentro, pero algo en su expresión lo refrenó. Se quedó junto al palanganero, mirándolo.

—Un poco cansado. Pero parece que no tanto como tú. La criada me dijo que habías estado despierto casi toda la noche. ¿De qué hablasteis con Plustor?

—De varios asuntos. —Se masajeó la nuca—. Le cuesta asimilar lo sucedido. Pero lo superará. Gunnie lo observó indeciso. No entendía por qué se esforzaba por mostrarse distante. No obstante, lo tranquilizó comprobar que verlo con el camisón puesto encendía la llama del deseo en sus ojos.

—Ven, que quiero abrazarte —le pidió en voz baja. Sin embargo, Off se alejó en dirección a la ventana. Observó el tránsito matinal de peatones, vendedores ambulantes y barrenderos. Gunnie contempló su espalda larga y delgada y su postura tensa hasta que él, finalmente, se volvió para mirarlo con gesto cuidadosamente inexpresivo.

—Ya estoy harto —soltó Off—. He tomado una decisión irrevocable.

Te marcharás del club hoy mismo. Voy a enviarte al campo, a vivir un tiempo en la finca de mi familia. Mi padre quiere conocerte. Será una compañía agradable para ti y hay unas cuantas familias locales que te proporcionarán cierta distracción...

—¿Y tú? ¿Vas a quedarte aquí? —preguntó Gunnie con ceño.

—Sí. Te visitaré de vez en cuando. Gunnie se quedó patidifuso, incapaz de creer que le estaba proponiendo una separación.

—¿Por qu... qué? —preguntó débilmente.

—No puedes estar en un antro como éste —dijo Off con expresión adusta—. Aquí no estás seguro; lo dije desde el principio, y se ha demostrado con creces que tenía razón.

—En el ca... campo también le pasan cosas a la gente.

—No voy a discutirlo —dijo Off con brusquedad—. Irás donde yo diga y punto.

El antiguo Gun se habría acobardado, dolido y puede que hubiera obedecido a regañadientes. Pero el nuevo Gun era mucho más fuerte y además, estaba locamente enamorado.

—No podré vivir lejos de ti —dijo—. Más cuando no entiendo por qué debería hacerlo. Esto minó la firmeza de Off, que se tocó el cabello despeinándose aún más los relucientes rizos.

—Últimamente he estado tan ocupado que no he podido tomar ninguna decisión. No puedo pensar con claridad. Se me hace un nudo en el estómago y me duele el pecho. Me preocupo por ti. A veces... —Se detuvo y lo miró con incredulidad—. Maldita sea, Gunnie ¿por qué sonríes?

—Por nada —contestó y borró rápidamente la sonrisa de sus labios—. Es sólo que... es como si intentaras decirme que me amas.

—No —aseguró Off al punto. La idea pareció horrorizarlo—. No es así. No puedo. No estoy hablando de eso. Sólo necesito... —Se detuvo e inspiró hondo al ver que él se acercaba a él—. No, Gunnie —dijo cuando su esposo intentó tocarle la cara con los dedos—. No es lo que piensas. —Gunnie captó el miedo en su voz. El miedo que un niño debió de sentir cuando todas las personas a las que quería desaparecieron de su vida. No sabía cómo tranquilizarlo o aliviar ese dolor visceral. Se puso de puntillas y buscó sus labios. Él le puso las manos en los codos como para apartarlo, pero no pudo hacerlo. En lugar de eso volvió la cara con la respiración acelerada. Sin inmutarse, él le besó la mejilla, la mandíbula, el cuello...—. Maldita sea —masculló Off en voz baja—. Tengo que enviarte lejos.

—No intentas protegerme a mí, sino a ti mismo. —Lo abrazó—. Pero debes asumir el riesgo de amar a alguien. Sólo eso te curará.

—No puedo, yo...

—Sí puedes. Tienes que hacerlo —replicó Gunnie y cerró los ojos apretando la mejilla contra la de su marido—. Porque te amo, Off. Y necesito que me correspondas. Y no a medias.

Él le puso las manos en los hombros pero al punto las apartó.

—Tendrás que dejar que establezca mis propios límites o... —dijo.

Gunnie acercó los labios y lo besó despacio, pausadamente, hasta que él sucumbió con un gemido y lo rodeó con los brazos para responder a su beso con ardor.

—A medias —dijo Off tras separarse de él jadeando—. Dios mío, te amo tanto que me estoy ahogando. No puedo evitarlo. Ya no sé quién soy. Lo único que sé es que si me entrego por completo... —Intentó controlar su respiración para concluir—: Significas demasiado para mí.

Gunnie le pasó la mano por el pecho para tranquilizarlo. Comprendía su desesperación, aquellas emociones tan fuertes que lo abrumaban. Recordó algo que Bas le había confiado: al principio de su matrimonio, la intensidad de lo que sentía por él turbaba al señor Itthipat, que había tardado cierto tiempo en adaptarse.

—Off, no será siempre así, ¿sabes? —Dijo entonces—. Pasado un tiempo te resultará más natural, más cómodo.

—No lo creo. Sonó tan seguro que Gunnie tuvo que ocultar una sonrisa en su hombro.

—Te amo —repitió y notó que su marido se estremecía de deseo—. Puedes ma... mandarme lejos, pero no puedes impedir que vuelva a tu encuentro. Quiero pasar todos los días de mi vida contigo. Quiero ver cómo te afeitas por la mañana. Quiero beber champán y bailar contigo. Quiero zurcirte los calcetines. Quiero dormir contigo todas las noches y tener hijos tuyos. —Hizo una pausa—. ¿Crees que yo no tengo miedo también? Tal vez una mañana te despiertes y digas que te has cansado de mí. Tal vez todas las cosas que ahora sobrellevas tan bien acaben resultándote exaspe... perantes: mi tartamudez, mis pecas...

—No seas tonto —lo interrumpió con brusquedad—. Tu tartamudez no me molestaría nunca. Y me encantan tus pecas. Me... —Se le quebró la voz. Lo estrechó entre sus brazos—. Mierda —masculló. Y tras una pausa añadió con amargura—: Me gustaría ser otra persona.

—¿Por qué?

—¿Qué por qué? Mi pasado es una cloaca, Gunnie.

—Menuda novedad.

—Nunca podré expiar todas mis fechorías. ¡Dios mío, ojalá pudiera volver a empezar! Trataría de ser mejor hombre para ti. Trataría de...

—Sólo tienes que ser como eres. —Gunnie levantó la cabeza para mirarlo a través de las lágrimas—. ¿No es eso lo que tú mismo me dijiste? Si tú puedes amarme sin condiciones, Off ¿por qué no puedo amarte yo del mismo modo? Sé quién eres. Creo que nos conocemos el uno al otro mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. No te atrevas a enviarme lejos de ti, no seas co... cobarde. ¿A quién más iban a encantarle mis pecas? ¿A quién más le preocuparía si tengo los pies fríos? ¿A quién más se le ocurriría seducirme en una sala de billar?

La resistencia de Off empezaba a resquebrajarse. Gunnie notó cómo su cuerpo se relajaba, cómo se inclinaba hacia él como si quisiera que sus cuerpos se fundieran en uno.

Off murmuró su nombre a la vez que le cogía una mano para acariciarle la palma con los labios.

—Mi amor es tuyo —susurró tras rozarle con los labios la alianza de oro y Gunnie supo que había ganado. —Aquel hombre apasionado, extraordinario e imperfecto era suyo; le había entregado el corazón para que lo guardara a buen recaudo. Era una confianza que él no traicionaría jamás. Con alivio y ternura, se aferró a él mientras una lágrima le resbalaba por la mejilla. Off se la secó con un dedo y lo miró a los ojos. Y lo que él vio en el brillo de su mirada lo dejó sin aliento—. Bueno —comentó Off, vacilante—. Puede que tengas razón en eso de la sala de billar.

Y... Cuando lo cargó en brazos para llevarlo hasta la cama, Gunnie sonrió.

🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: #offgun