7

Off se levantó y se dirigió al palanganero con piernas temblorosas. Se sentía aturdido, inseguro, como si fuera él quien acabara de perder la virginidad. Después de tantas aventuras amorosas, creía que ya no le quedaba nada por experimentar. Estaba equivocado. Para un hombre para quien hacer el amor era una mezcla experta de técnica y coreografía, había sido toda una sorpresa encontrarse a merced de su propia pasión. Tenía intención de retirarse en el último momento, pero el deseo lo había cegado tanto que se había olvidado. Mierda. Eso no le había pasado nunca. Tomó con torpeza una toalla de lino para mojarla en el agua fría de la jofaina. Para entonces, su respiración había recuperado la normalidad, pero no estaba nada tranquilo. Después de lo que acababa de pasar, debería olvidarse del sexo por unas horas. Pero no había tenido suficiente. Había tenido el orgasmo más largo, persistente y espectacular de su vida, y aun así no había colmado su necesidad de poseerlo, de penetrarlo. Era una locura. Pero ¿por qué? ¿Por qué con él? Él tenía la clase de figura que siempre le había gustado, voluptuosa y firme, con unos muslos bien torneados que lo rodearan. Y su piel era tan suave como el terciopelo, con pecas doradas esparcidas como chispas festivas. El vello púbico aunque escaso, era tan rojo y rizado como el cabello... Sí, eso también era irresistible. Pero las bondades físicas de Gun Atthaphan no explicaban del todo el extraordinario efecto que ejercía en él.

Excitado de nuevo, Off se restregó bien con la toalla fría y tomó otra para llevársela a Gun, que yacía medio acurrucado de costado. Para su alivio, parecía que no iba a haber lágrimas ni quejas virginales. Parecía más pensativo que afectado. Lo miraba intensamente, como si intentara resolver un misterio. Él le musitó que se volviera boca arriba y le lavó los fluidos entre las piernas y la sangre que había salido al desgarrar los pliegues del ano al entrar con fuerza. A él no le resultaba fácil estar desnudo delante de él. Off vio el sonrojo que le subió a las mejillas en una rápida oleada. Había conocido muy pocos hombres que se ruborizaran como mujeres, por ese motivo. Siempre había elegido hombres y mujeres expertos, ya que no le gustaban demasiado los ingenuos. No por una cuestión de moralidad, por supuesto, sino porque los vírgenes eran, por norma, bastante sosos en la cama, pero no por eso había desaprovechado la oportunidad de desvirgar algunos. Aquélla era una notable excepción.

Dejó la toalla y apoyó las manos a cada lado de los hombros de Gun. Se estudiaron con curiosidad. Se percató de que a él no le incomodaba el silencio; no intentaba llenarlo como a la mayoría después del sexo. Un punto más a su favor. Se inclinó hacia él sin dejar de mirarlo a los ojos, pero al agachar la cabeza, una especie de gruñido interrumpió el silencio. Era el estómago de su flamante esposo, que protestaba de hambre. Más sonrosado aún, si eso era posible, él se cubrió el vientre con las manos como para acallar el terco ruido. Una sonrisa iluminó el rostro de Off, que le besó el ombligo y anunció:

—Pediré el desayuno, cariño.

—Gunnie —murmuró Gun a la vez que se tapaba con las sábanas hasta las axilas—. Así es como me llama mi padre.

—Llámame Off —repuso él con una sonrisa. Gunnie alargó la mano despacio, como si él fuera un animal salvaje que fuera a echar a correr si se asustaba, y le toqueteó los rizos del pecho con suavidad.

—Ahora somos realmente esposos.

—Sí. Que Dios te ayude —dijo Off, bajando un poco la cabeza, encantado con sus caricias—. ¿Salimos hoy hacia Londres?

Él asintió.

—Quiero ver a mi padre.

—Será mejor que elijas las palabras con tacto cuando le expliques que soy su yerno —dijo—. Sino, la noticia podría acabar con él.

—Démonos prisa —insistió Gunnie a la vez que le apartaba la mano del pelo—. Si el tiempo mejora, quizá podamos ir más rápido. Quiero ir directamente al club de mi padre y...

—Llegaremos pronto —dijo Off con calma— pero no viajaremos a la velocidad endemoniada con que lo hicimos al venir. Pasaremos por lo menos una noche en una posada de posta. —Gunnie fue a protestar, pero él añadió— A tu padre no le servirá de nada que llegues a su club medio muerto de cansancio. —Era el inicio del ejercicio de la autoridad del marido, y de la obligación de obedecer del esposo. Era evidente que Gun ansiaba discutir, pero se limitó a mirarlo con ceño—. Te esperan tiempos difíciles, cariño —murmuró Off—. Tenerme por marido ya será bastante arduo. Pero cuidar de un tísico en la última fase de su enfermedad... Necesitarás todas tus fuerzas. No tiene sentido que las malgastes antes de llegar.

Él lo observó con una intensidad renovada que le hizo sentir incómodo. ¡Qué ojos tenía! Era como si alguien hubiera reunido capas de cristal azul para hacer pasar por ellas un rayo de sol.

—¿Te preocupa mi bienestar? —preguntó.

—Claro que sí, precioso. Me conviene conservarte vivo y sano hasta que pueda cobrar tu dote.

Gunnie averiguó pronto que Off se sentía tan cómodo desnudo como vestido. Intentó actuar con naturalidad ante un hombre que se movía por la habitación sin nada de ropa. Pero, siempre que pudo, le dirigió miradas discretas hasta que sacó un traje del baúl. Tenía piernas largas y esbeltas, y amplias zonas del cuerpo tonificadas mediante la práctica de ejercicios de caballeros como la equitación, el pugilismo y la esgrima. Tenía la espalda y los hombros muy desarrollados, con músculos que se flexionaban bajo la piel tensa. Por delante era más fascinante aún, e incluía un pecho no lampiño como el de las estatuas de mármol o bronce, sino ligeramente cubierto de vello. El vello pectoral, y el de otros sitios, le había sorprendido. Era otro de los muchos misterios que se le habían revelado, la diferencia entre ambos era notoria, en sentido literal. Incapaz de andar por la habitación, desnudo, se envolvió con una sábana antes de dirigirse a su bolsa de viaje. Extrajo de él un conjunto de lana marrón, una muda de ropa interior y —lo mejor de todo— un par de zapatos secos y limpios. El otro par estaba tan sucio y húmedo que se estremecía de sólo pensar en ponérselo.

Mientras se vestía, notó la mirada de Off fija en él. Se bajó con rapidez la camisa para ocultar su torso.

—Eres precioso, Gunnie —comentó él en voz baja.

Como había crecido rodeado de parientes que se lamentaban del color estridente de su pelo y de la proliferación de pecas en su piel, le dirigió una sonrisa escéptica.

—La tía Piglet siempre me daba una loción decolorante para eliminar las pecas. Pero no hay forma de librarse de ellas. Off se acercó a él con una sonrisa. Le tomó los hombros y le recorrió el cuerpo medio desnudo con una mirada apreciativa.

—No te quites ni una sola peca, cariño. He encontrado algunas en sitios de lo más encantadores. Ya tengo mis favoritas. ¿Quieres saber dónde están?

Gunnie, desconcertado, sacudió la cabeza e hizo un movimiento para liberarse de su sujeción. Pero él no se lo permitió. Lo acercó más hacia él, agachó la cabeza y le besó el lado del cuello.

—Aguafiestas —susurró sonriente—. Voy a decírtelo de todos modos. —Le subió la camisa despacio. Él contuvo el aliento al notar cómo le acariciaba las piernas desnudas mientras le decía con los labios en el cuello—. Como descubrí antes, tienes unas cuantas en la cara interna del muslo derecho que conducen hacia... —Los interrumpió una llamada a la puerta. Off levantó la cabeza con una exclamación de enojo—. El desayuno —masculló—. Y no me atrevería a darte a elegir entre mis artes amorosas o una comida caliente, ya que lo más probable es que la respuesta fuera poco halagüeña para mí. Ponte el traje.

Una vez él lo hubo hecho lo más rápido que pudo, Off abrió la puerta a dos camareras con un par de bandejas llenas de platos tapados. Al ver al atractivo huésped de rostro angelical y cabellos color trigo, soltaron una exclamación ahogada y risitas picaras. No mejoró las cosas que vieran que iba sólo parcialmente vestido, con los pies descalzos, el cuello de la camisa blanca desabrochado y un pañuelo de seda colgando a ambos lados del cuello. Las alteradas muchachas casi volcaron dos veces las bandejas antes de lograr dejar los platos en la mesa. Observaron la cama revuelta y les costó contener chillidos de regocijo al especular sobre lo ocurrido allí durante la noche. Gunnie, enojado, las despachó sin cortesías y cerró la puerta. Miró a Off para comprobar su reacción ante la admiración de las camareras, pero parecía no haberse dado cuenta. Era evidente que el comportamiento de aquellas muchachas le resultaba tan habitual que le pasaba inadvertido.

Las mujeres debían de contemplar y perseguir a un hombre de su atractivo y posición. Gun no tenía ninguna duda de que sería terrible para un esposo que lo amara. Él, sin embargo, no iba a permitirse nunca tener celos ni temer una traición. Off lo hizo sentar a la mesa y le sirvió a él primero. Había gachas sazonadas con sal y mantequilla, ya que para los escoceses era un sacrilegio endulzarlas con melaza. También había panecillos, lonchas de beicon hervido frío, abadejo ahumado y un cuenco con ostras ahumadas, así como rebanadas de pan tostado cubiertas de mermelada y té fuerte. Gun comió con avidez. Era un desayuno sencillo, difícilmente comparable a los opíparos desayunos ingleses de la finca de lord Suppasit en Hampshire, pero estaba caliente y era abundante, y él tenía demasiada hambre para criticar nada. Siguió desayunando un poco más mientras Off se afeitaba y terminaba de vestirse. Tras meter un estuche de piel con los útiles de afeitar en el baúl, cerró la tapa y dijo:

—Haz el equipaje, cielo. Voy abajo a pedir que nos preparen el carruaje.

—El certificado de matrimonio del señor Chanagun...

—También me encargaré de eso. Cierra la puerta con llave cuando salga.

»En aproximadamente una hora volvió para recoger a Gunnie. Un muchacho musculoso transportó el baúl y la bolsa de viaje hasta el carruaje. Off esbozó una leve sonrisa al ver que su Gun había cogido uno de sus pañuelos de seda para recogerse el pelo en la nuca.

—Pareces demasiado joven para casarte —murmuró—. Eso añade una nota de libertinaje a la situación. Me gusta. Como empezaba a acostumbrarse a sus comentarios indecentes, él le dirigió una mirada resignada. Descendieron a la planta baja y se despidieron del señor Prince.

Cuando se dirigían hacia la entrada, el posadero soltó con alegría:

—¡Que tenga buen viaje, Lord St. Jumpol! Sorprendido al darse cuenta de que se había convertido en vizconde, Gunnie le dio las gracias tartamudeando. Off lo ayudó a subir al carruaje, mientras los caballos piafaban y soltaban vaho por los ollares ensanchados.

—Sí —comentó irónicamente—. A pesar de lo mancillado que está, el título también es tuyo ahora.

—Lo ayudó a poner un pie en el codillo y a entrar en el vehículo—. Una vez sentado a su lado, añadió: Además, algún día nos elevaremos aún más, ya que soy el primero en la línea de sucesión del ducado. Aunque has de tener paciencia. Los hombres de mi familia son lamentablemente longevos, lo que significa que no heredaré nada hasta que ambos estemos demasiado decrépitos para disfrutarlo.

—Si tú... —empezó Gun, y se detuvo sorprendido al ver un bulto en el suelo. Era un recipiente grande de cerámica, con una abertura en un lado. Era redondeado, pero plano por debajo. Miró desconcertado a Off mientras tocaba tímidamente el objeto con la suela del zapato y era recompensada con una ráfaga de calor que le subió por las piernas—. ¡Un calientapiés! —exclamó. El calor del agua hirviendo que contenía el recipiente de cerámica duraría mucho más que el ladrillo caliente—. ¿Dónde lo conseguiste?

—Se lo compré a Chanagun cuando lo vi en su casa —respondió Off, a quien parecía divertirle su mezcla de agitación y desconcierto—. Como es lógico, estuvo encantado de poder cobrarme el doble de su valor. Impulsivamente, Gunnie medio se levantó del asiento para besarle la mejilla.

—Gracias. Es todo un detalle. Off le sujetó la cintura para impedir que se separara de él, hasta que tuvieron las caras tan juntas que casi se tocaban. Él notó su aliento cuando le murmuró:

—Me parece que me merezco un agradecimiento mejor.

—Es sólo un calientapiés —protestó Gunnie.

—Debo recordarte, cariño, que este trasto acabará enfriándose —comentó él con una sonrisa—. Y entonces volveré a ser tu única fuente de calor disponible. Y yo no comparto mi calor corporal indiscriminadamente.

—Según dicen, sí lo haces. —Gunnie estaba descubriendo un placer desconocido en aquel intercambio.

Jamás había bromeado así con un Lord, ni se había divertido negándole algo que deseaba, provocándolo con ello. Por el brillo de sus ojos, vio que a él también le gustaba. Parecía querer desnudarlo allí mismo.

—Esperaré —aseguró Off—. El maldito calientapiés no puede durar toda la vida. Dejó que se sentara bien de nuevo y lo miró mientras se acomodaba sobre el calientapiés.

Cuando el carruaje arrancó, Gunnie se recostó feliz en el asiento mientras la deliciosa sensación de calor le ascendía por las perneras del pantalón y se le colaba a través de las medias.

—Milord... Quiero decir, Off...

—¿Sí, cielo? —Si tu padre es duque ¿cómo es que eres vizconde? ¿No deberías ser marqués, o conde por lo menos?

—No por fuerza. Es una práctica relativamente moderna conceder varios títulos menores cuando se crea uno nuevo. Por norma, cuanto más antiguo es el ducado, menos probable es que el hijo mayor sea marqués. Mi padre lo convierte en una virtud, claro. No se te ocurra sacarle el tema, en especial cuando vaya bebido, o recibirás un discurso insoportable sobre lo fea que es la palabra «marqués», y cómo el título en sí es solamente un penoso escalón inferior al ducado.

—¿Es arrogante tu padre?

—Antes pensaba que era arrogancia —comentó con una sonrisa amarga—. Pero más bien es que se mantiene ajeno a todo lo que no pertenezca a su mundo. Hasta donde sé, nunca se ha puesto él mismo los calcetines, ni los polvos en el cepillo de dientes. Dudo mucho que pudiera sobrevivir a una vida sin privilegios. De hecho, creo que se moriría de hambre en una habitación llena de comida si no hubiera un criado que se la llevara a la mesa. Para él no tiene importancia usar un jarrón valioso como blanco para hacer prácticas de tiro ni apagar el fuego de la chimenea cubriéndolo con un abrigo de piel de zorro. Y siempre tiene antorchas y lámparas encendidas en los bosques que rodean la finca por si le apetece darse un paseo nocturno.

—No me extraña que tenga deudas —soltó Gunnie, horrorizado por tanto despilfarro—. Espero que no seas igual de derrochador.

—Nunca me han acusado de gastar en exceso. Rara vez juego, y no mantengo ningún amante. Aun así, tengo varios acreedores pisándome los talones.

—¿Has pensado alguna vez en dedicarte a alguna profesión?

—¿Para qué? —repuso con una mirada perpleja.

—Para ganar dinero.

—¡Por Dios! ¡Cómo se te ocurre! Trabajar sería una distracción inoportuna en mi vida privada. Pocas veces estoy en disposición de levantarme antes del mediodía. Eso no le gustará a mi padre. Si mi ambición en la vida fuera gustar a los demás, me preocuparía. Por suerte, no lo es.

A medida que el viaje proseguía, Gunnie fue consciente de una mezcla contradictoria de sentimientos hacia su marido. Aunque poseía un notable encanto, no encontraba en él demasiadas cosas dignas de respeto. Era evidente que tenía una mente muy despierta, pero no la usaba para nada útil. Además, el hecho de que hubiera traicionado a su mejor amigo fugándose con Gulf, su prometido, dejaba claro que no era de fiar. Aun así, de vez en cuando era capaz de mostrar una amabilidad que él valoraba. En cada posta, Off se ocupaba de sus necesidades y a pesar de sus amenazas de dejar enfriar el calientapiés, lo había hecho rellenar con agua hirviendo. Cuando Gunnie se cansó, le permitió echar un sueñecito apoyado en su pecho para sujetarlo cada vez que las ruedas del carruaje encontraban un bache. Mientras dormitaba entre sus brazos, se le ocurrió que aquello le permitía forjarse la ilusión de algo que no había tenido nunca. Refugio.

Le pasaba una y otra vez la mano por el pelo con ternura y oyó cómo le murmuraba:

—Descansa amor mío. Yo velaré por ti.


🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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