6

Entreabrió los ojos, y en la luz tenue que entraba a través de las burdas cortinas beige, vio con sorpresa que había otra persona en la cama.

St. Jumpol. Su marido. Estaba desnudo, al menos de cintura para arriba. Dormía boca abajo, y rodeaba con sus musculosos brazos la almohada en que apoyaba la cabeza. Las líneas de sus hombros y espalda eran tan perfectas que parecían grabadas en ámbar pálido del Báltico y lijadas hasta lograr un acabado brillante. Su rostro parecía mucho más suave que cuando estaba despierto. Tenía cerrados sus calculadores ojos, y la boca, relajada, se veía sensual.

Gun cerró los ojos y pensó que era un hombre casado, y que podría ver a su padre y quedarse con él todo el tiempo que quisiera. Y, como era probable que a St. Jumpol no le importara demasiado lo que hiciera o adonde fuera, gozaría de cierta libertad. A pesar de que seguía preocupado, sintió algo parecido a la felicidad y, con un suspiro, volvió a dormirse. Esta vez soñó que avanzaba por un camino bañado por el sol y bordeado de áster y espigas doradas. Era un camino de Hampshire que había recorrido muchas veces y que atravesaba campos húmedos llenos de reina de los prados y hierbas largas de finales de verano. Andaba solo hasta acercarse al pozo de los deseos donde él y sus amigos habían lanzado una vez monedas al agua y formulado sus deseos. Como conocía la superstición local sobre el espíritu del pozo que vivía bajo tierra, Gunnie no había querido acercarse demasiado al borde. Según la leyenda, el espíritu esperaba capturar a algún doncel inocente para que viviera con él en el pozo. En su sueño, sin embargo, no tenía miedo y se atrevía incluso a quitarse los zapatos y a meter los pies en el agua. Para su sorpresa, no estaba fría, sino deliciosamente caliente. Se sentaba en el borde del pozo, sumergía las piernas en el agua y levantaba la cara hacia el sol. Sentía que algo le rozaba los tobillos. Se quedaba muy quieto, sin sentir ningún miedo a pesar de notar que algo se movía bajo la superficie del agua. Otro roce... una mano... unos dedos largos le acariciaban los pies y le masajeaban con ternura los doloridos arcos hasta que él suspiraba de placer. Unas grandes manos masculinas le iban ascendiendo por las pantorrillas y las rodillas mientras un cuerpo corpulento y bien formado emergía de las profundidades del pozo. El espíritu había adoptado la forma de un hombre para cortejarlo. Lo rodeaba con sus brazos y su contacto era extraño, pero tan agradable que seguía con los ojos cerrados, temeroso de que, si intentaba mirarlo, pudiera desaparecer. Tenía la piel cálida y sedosa, y los músculos de la espalda se le tensaban bajo sus dedos. Su amante soñado le susurraba palabras cariñosas al abrazarlo y le acariciaba el cuello con la boca. Notaba una sensación agradable dondequiera que le tocara.

—¿Te hago mío? —Murmuró mientras le quitaba con cuidado la ropa y dejaba su piel expuesta a la luz, al aire y al agua—. No tengas miedo, mi amor...

Y cuando él se estremecía y lo abrazaba a ciegas, él le besaba el cuello, el pecho y le rozaba los pezones con la lengua. Le deslizaba las manos cuello abajo para acariciarle el pecho mientras con los labios medio separados le tocaba los pezones. Le incitaba con la lengua una y otra vez hasta que a él se le escapaba un gemido de placer y le hundía los dedos en el pelo. El espíritu del pozo le cubría con la boca un pezón y tiraba con suavidad. Lo acariciaba después con la lengua y volvía a tirar de él para lamerlo y chuparlo.

Gun arqueaba la espalda, gemía y no podía evitar separar los muslos cuando él se situaba entre ellos, y entonces... Abrió los ojos de golpe.

Despertó confundido y jadeante, lleno de deseo. El sueño se desvaneció y comprendió, aturdido, que no estaba en Hampshire sino en la habitación de la posada de Gretna, y que el ruido de agua no procedía de ningún pozo de los deseos sino de la lluvia que caía en ese momento. Tampoco había luz del sol, sino el brillo de un fuego recién encendido en la chimenea. Y el cuerpo que lo cubría no era ningún espíritu del pozo, sino un hombre que tenía la cabeza en su vientre y le recorría la piel con la boca. Gun se puso tenso y gimoteó sorprendido al darse cuenta de que estaba desnudo, que St. Jumpol le estaba haciendo el amor y que llevaba en ello varios minutos. Él alzó los ojos hacia él. Con el ligero rubor que le cubría las mejillas, sus ojos parecían más claros e impresionantes de lo habitual. Sus labios esbozaron una sonrisa relajada pero picara.

—Es difícil despertarte —musitó con voz ronca antes de volver a agachar la cabeza mientras le recorría furtivamente un muslo con la mano. Gun, escandalizado, protestó y se movió bajo su cuerpo, pero él lo tranquilizó acariciándole las piernas y las caderas y volvió a colocarlo en la posición adecuada—. Estate quieto. No tienes que hacer nada, mi amor. Deja que yo me encargue. Sí. Puedes tocarme si te... Mmm... Sí... —susurró al notar los dedos temblorosos de Gun en su pelo, en su nuca, en la curva de sus hombros.

Descendió, y Gun sintió cómo sus piernas desnudas se deslizaban entre las de él hasta que se percató de que él tenía la cara justo frente a su parte íntima. Avergonzado, alargó una mano para taparse.

La erótica boca de St. Jumpol se deslizó hacia su cadera, y notó que sonreía contra su piel suave.

—No deberías hacer eso —le susurró—. Si me escondes algo, lo deseo más. Me temo que me estás llenando la cabeza de ideas lascivas, así que será mejor que apartes la mano, cariño, o podría hacerte algo realmente depravado.

Cuando Gun apartó la mano temblorosa, St. Jumpol paseó la yema de un dedo por el escaso vello púbico, buscando con delicadeza su tersura carnosa.

—Así me gusta, que obedezcas a tu marido —prosiguió con picardía en voz baja mientras le acariciaba—. Especialmente en la cama. Qué bonito eres. Separa las piernas, cariño. Voy a tocarte.

No, no tengas miedo. Te irá mejor si antes te beso aquí. No te muevas...

Gun sollozó al notar cómo la boca de su marido le exploraba el pubis de vello pelirrojo. Su lengua, cálida y paciente, se deslizó desde la base a la punta del pene, encontrándose con una cristalina gota de pre semen en la punta. Sitió un dedo, largo y ágil, deslizándose por el perineo hasta la entrada de su ano, pero él se lo descolocó al moverse de repente, sorprendido. St. Jumpol le susurró palabras tranquilizadoras mientras lograba introducir la punta del dedo y a deslizarlo en el interior de su cuerpo, más profundamente.

—Mi niño inocente —murmuró en voz baja mientras le excitaba con la lengua aquel punto tan sensible. Gun se estremeció y gimió. A la vez, el dedo le acariciaba el interior siguiendo un ritmo lánguido.

El apretaba los dientes para no hacer ruido, pero no podía evitar gemir de placer.

—¿Qué crees que pasaría si siguiera haciendo esto sin parar? —preguntó St. Jumpol. Sus miradas se cruzaron y a Gun se le nubló la vista. Sabía que tenía la cara contraída y ruborizada. Le abrasaba hasta el último centímetro de piel. St. Jumpol parecía esperar una respuesta, y a duras penas logró que las palabras le salieran de la garganta.

—No lo sé —dijo débilmente.

—Vamos a probarlo ¿te parece? No pudo contestar, no pudo hacer nada salvo observar asombrado cómo él le presionaba más el dedo y abría su boca, para recibir completamente su pene, mientras continuaba acariciándolo con destreza. Gun echó la cabeza atrás y su corazón se aceleró. Notó un ligero ardor cuando él le deslizó un segundo dedo y los movió con ternura a la vez que le chupaba la erección, lamiéndosela despacio al principio y aumentando el ritmo mientras él se retorcía. Siguió así, efectuando movimientos controlados con los dedos y tocándolo de modo imperioso con la boca hasta que el placer lo invadió en oleadas cada vez más rápidas y, de repente, se quedó paralizado. Arqueó el cuerpo en tensión, gritó, gimió y volvió a gritar. St. Jumpol suavizó el contacto con la lengua pero siguió su juego con destreza para alimentar su clímax y embestir su cavidad con los dedos, mientras él temblaba violentamente. De pronto lo invadió un enorme cansancio y con él, una euforia física, como si estuviera borracho. Incapaz de controlar sus extremidades, se retorció tembloroso bajo su cuerpo y no ofreció ninguna resistencia cuando St. Jumpol lo volvió boca abajo.

A continuación, le deslizó una mano entre los muslos, bombeó su pene unas cuantas veces y luego volvió a introducirle los dedos en el ano, dilatándolo. Tenía sus partes íntimas sensibles y para su vergüenza, empapadas. Eso, sin embargo, parecía excitar a St. Jumpol, que le jadeaba en la nuca. Sin retirarle los dedos, lo besó y le mordisqueó espalda abajo. Gunnie sintió el roce de su sexo entre las piernas, duro, hinchado y ardiente. No le sorprendió el cambio, ya que Bas le había contado bastante sobre qué le pasaba al cuerpo de un hombre durante el acto amoroso. Pero Bas no le había dicho nada sobre las demás intimidades que hacían que la experiencia no fuera meramente física, sino de una clase que podía transformarte el alma.

St. Jumpol, agachado sobre él, le provocó y le acarició hasta que elevó tentativamente las caderas.

—Quiero penetrarte —susurró, y le besó el lado del cuello—. Quiero estar muy dentro de ti. Seré muy tierno, amor mío. Deja que te dé la vuelta y... Dios mío, eres tan hermoso... —Se situó entre sus muslos abiertos y le dijo con voz tensa— Tócame, cariño... Pon la mano aquí.

Inspiró con fuerza cuando Gun le rodeó el turgente miembro con los dedos y se lo acarició vacilante, reconociendo por la aceleración de su respiración que le gustaba. St. Jumpol cerró los ojos con las pestañas temblorosas y los labios algo separados debido a sus jadeos. Gun se colocó con torpeza el miembro entre los muslos. Pero la punta se le deslizó y St. Jumpol gimió como si le doliera. Gunnie volvió a intentarlo, inseguro. Una vez en el sitio adecuado, St. Jumpol se lo introdujo, primero lento, con suavidad y poco a poco, para luego terminar introduciéndolo con fuerza. A él le dolió mucho más que cuando le había tocado con los dedos y se puso súbitamente tenso. Él lo rodeó con los brazos y empujó con fuerza una y otra vez hasta que lo penetró totalmente. Gun se retorció para evitar la dolorosa invasión pero parecía que cada movimiento suyo sólo servía para aumentar la profundidad de la penetración. Así que se obligó a permanecer quieto entre sus brazos. Le hincó los dedos en los hombros y, aferrado a él, dejó que lo calmara con la boca y las manos. St. Jumpol lo besó con los ojos cerrados y al notar la calidez de su lengua, él quiso introducírsela más con una succión ansiosa.

Él soltó un sonido de sorpresa y se estremeció con una serie de espasmos rítmicos de su miembro a la vez que un gemido le vibraba en el pecho y soltaba el aliento entre dientes. Gun le deslizó las manos por el pecho cubierto de vello dorado. Con los cuerpos aún unidos, él le tocó el costado, el contorno de las costillas y la espalda suave. St. Jumpol dejó que le explorara el cuerpo sin moverse hasta que por fin se le desorbitaron los ojos y dejó caer la cabeza en la almohada junto a él con un gruñido mientras lo embestía con fuerza y se estremecía como extasiado. Lo besó con un ansia primaria. Gun separó más las piernas y le presionó la espalda para apremiarlo e intentar, a pesar del dolor, que lo penetrara más profundamente y con más fuerza. Apoyado en los codos para no aplastarlo, St. Jumpol le puso la cabeza en el pecho y Gun sintió su aliento cálido y suave sobre el pezón. Su barba incipiente le rascaba un poco y la sensación le contrajo los pezones. Él seguía dentro, aunque su sexo se había suavizado. Estaba despierto, pero inmóvil. Gun también permaneció quieto mientras le rodeaba la cabeza con los brazos y le acariciaba el pelo. Notó que él movía la cabeza y buscaba el pezón hasta rodearlo con los labios y seguir despacio con la lengua el contorno, una y otra vez hasta que él se movió impaciente bajo su cuerpo. Él le lamió el pezón suavemente y sin descanso y el deseo le abrasó el pecho, el vientre y la entrepierna hasta que el dolor desapareció bajo una nueva oleada de deseo. St. Jumpol pasó al otro pezón y se lo mordisqueó y jugó con él, gozando, al parecer, con su placer. Levantó un poco el cuerpo para deslizar una mano entre ambos y acariciarle su pubis húmedo e incitarlo con destreza al aprisionar en su mano el pene, masturbándolo. Le provocó un nuevo clímax, y con su cuerpo frotó voluptuosamente la entrepierna de Gunnie.

Luego, jadeante, levantó la cabeza para mirarlo como si fuera una variedad de ser vivo desconocido.

—Dios mío —susurró con una expresión que no era de satisfacción sino de algo parecido a la alarma.


🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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