25
Cuando Gunnie despertó solo en la cama, lo primero que vio fue unas salpicaduras rosa esparcidas por las sábanas blancas, como si alguien hubiera derramado vino rosado en ellas. Parpadeó medio dormido y se apoyó en un codo para tocar una mancha con un dedo. Era un pétalo de rosa, arrancado de la flor y dejado con cuidado en la cama. Al echar un vistazo alrededor, descubrió que habían diseminado los pétalos sobre él.
Esbozó una sonrisa y se recostó de nuevo en la cama fragante.
La noche de embriagadora sensualidad parecía haber formado parte de un largo sueño erótico. Apenas podía creerse las cosas que había permitido hacer a Off, intimidades que jamás había imaginado posibles. Y en el adormilado período posterior a su acto apasionado, él lo había recostado en su pecho y habían hablado durante lo que parecían horas. Gunnie incluso le había contado la historia de la noche en que él, Bas y los hermanos Kanawut se habían hecho amigos, sentados en una hilera de sillas durante un baile.
—Hicimos una lista de posibles pretendientes y la anotamos en nuestros carnets de baile vacíos —le explicó—. Lord Suppasit estaba el primero de la lista, por supuesto. Y tú estabas el último, porque no eras de los que se casan. Off rió con voz ronca a la vez que entrelazaba íntimamente las piernas desnudas con las suyas.
—Estaba esperando que tú me lo pidieras.
—Ni siquiera me mirabas —puso morritos Gunnie—. No eras la clase de hombre que baila con los floreros del baile.
Off le acarició el pelo y guardó silencio un momento.
—No, no lo era —admitió al fin—. Fui un imbécil por no haberme fijado en ti. Si me hubiera molestado en pasar sólo cinco minutos contigo, no te me habrías escapado.
Y lo habría seducido como si fuera aún el virginal doncel, lo habría engatusado para que le dejara hacerle el amor otra vez, tal como habían hecho. Gunnie efectuó sus abluciones matinales recordando las horas de ternura apasionada como si fueran un sueño. Se vistió y bajó para reunirse con Off, quien seguramente estaría en la oficina del club ojeando los recibos de la noche anterior.
En el club sólo había los empleados que limpiaban el local para la próxima noche y los contratistas, que estaban instalando una moqueta nueva y pintando el enmaderado. Al entrar en la oficina, vio a Off y Plustor en lados opuestos de la mesa. Ambos examinaban libros contables, tachaban algunas entradas con una pluma y efectuaban anotaciones en los márgenes. Los dos alzaron los ojos cuando él cruzó el umbral. Gunnie sólo sostuvo brevemente la mirada de Off, pues le resultó difícil conservar la compostura delante de él después de la intimidad de la noche anterior. Off se detuvo en seco al verlo, como si hubiera olvidado lo que estaba diciendo a verlo. Al parecer, ninguno de los dos se sentía aún cómodo con unos sentimientos que eran demasiado nuevos y fuertes.
Tras darles los buenos días, se situó junto a la silla de Off.
—¿Has desayunado ya? —le preguntó.
Él sacudió la cabeza con los ojos brillantes al mirarlo.
—Todavía no. —Iré a la cocina a ver qué hay.
—Espera un momento —le pidió Off—. Ya casi hemos terminado.
Mientras Ambos hombres comentaban unos últimos aspectos del negocio, referidos a una posible inversión en la construcción de una galería comercial en St. James' Street, Off tomó la mano que Gunnie había apoyado en la mesa. Distraídamente, se acercó el dorso de los dedos a la mandíbula y la oreja mientras contemplaba la propuesta por escrito. Aunque él no era consciente de lo que revelaba ese despreocupado gesto de familiaridad, Gunnie se sonrojó cuando su mirada se cruzó con la de Plustor por encima de la cabeza de su marido.
El joven le dedicó una expresión de regaño simulado, como una niñera que pillara dos niños jugando a besarse y sonrió al ver cómo Gunnie se ruborizaba aún más.
Ajeno al intercambio, Off entregó la propuesta a Plustor que se puso serio al instante.
—No acaba de gustarme —comentó Off—. No está claro que haya negocio suficiente en la zona para sostener una galería comercial, especialmente con estos alquileres. Sospecho que en un año se habrá convertido en un elefante blanco.
—¿Un elefante blanco? —preguntó Gunnie.
Desde la puerta les llegó otra voz: lord Suppasit.
—Un elefante blanco es un animal poco común —explicó el conde con una sonrisa—. No sólo es caro sino también difícil de mantener. Históricamente, cuando un rey quería arruinar a alguien, le regalaba un elefante blanco. —Suppasit entró, dio un besamanos a Gunnie y se dirigió a Off—. En mi opinión, tu valoración de la futura galería comercial es correcta. No hace mucho me propusieron invertir en este proyecto y lo rechazaré por los mismos motivos.
—Seguro que resultará que los dos estamos equivocados —repuso Off—. Nadie debería intentar predecir nada relacionado con las mujeres y sus compras. —Se levantó para estrechar la mano al conde—. Gunnie y yo íbamos a desayunar. ¿Nos acompañas?
—Tomaré un café —asintió Suppasit—. Perdona que haya venido sin avisar, pero tengo noticias. Finalmente pude reunirme con lord Belworth esta mañana —prosiguió bajo la atenta mirada de Off, Gunnie y Plustor—. Admitió haber sido el propietario original de la pistola. Me contó en confianza que, hará unos tres años, había dado el juego de pistolas de duelo al señor Nat Sakdatorn, junto con algunas joyas de la familia y otras bagatelas, para conseguir un nuevo plazo para saldar sus deudas con el club.
—¿Está escondiendo Nat a Way-ar? —Gunnie había parpadeado de sorpresa al oír mencionar al antiguo director del club.
—Es probable.
—Pero ¿por qué? ¿Significa eso que Nat puede haber contratado a Way-ar para que atentara contra mi vida?
—Lo averiguaremos —aseguró Off—. Iré a ver a Nat hoy mismo.
—Te acompañaré —dijo Suppasit—. Mis fuentes me consiguieron su dirección. De hecho, no está lejos de aquí.
—Gracias por tu ayuda, pero no quiero causarte más molestias con este asunto —replicó Off—. Dudo que a tu esposo le gustara que te hiciera correr algún riesgo. Pronpiphat me acompañará. Gunnie se dispuso a objetar porque sabía que Off estaría más seguro si lo acompañaba Suppasit. Su marido apenas se estaba recuperando de su herida. Y si se le ocurría hacer algo insensato o desacertado, a Plustor no le sería fácil disuadirlo. Al fin y al cabo, Plustor era empleado suyo y por lo menos ocho años más joven. Suppasit conocía perfectamente a Off y podía influir en él. Pero antes de que Gunnie pudiera decir una palabra, Suppasit dijo:
—Seguro que Pronpiphat es un joven muy capaz. Por eso debería encargarse de la seguridad de Gunnie y quedarse con él. Off entornó los ojos para discutir, pero las palabras no le salieron de la boca ya que Gunnie le tomó un brazo y se apoyó en él con una presión ligera y confiada.
—Yo lo preferiría así —indicó. Off lo miró y su expresión se suavizó. Gunnie tuvo la emocionante impresión de que haría todo lo que estuviera a su alcance para complacerlo.
—Si la presencia de Pronpiphat te tranquiliza, así se hará —dijo él.
La objeción de Off a que Suppasit lo acompañara obedecía a lo violenta que todavía era la relación entre ambos. No era precisamente cómodo pasar el rato en compañía de un hombre cuyo marido habías raptado tiempo atrás. La paliza que Suppasit le había dado después había relajado un poco las cosas, y la posterior disculpa de Off también había ido bien. Y parecía que su matrimonio con Gunnie y el hecho de que hubiera arriesgado su vida por él, había predispuesto al conde a verlo con cierta aprobación que podría, con el tiempo, recomponer la vieja amistad. Sin embargo, su relación había adoptado una nueva forma que tal vez nunca alcanzaría la fluidez de antaño.
Para ser un hombre que se había dedicado a vivir sin arrepentimientos, Off estaba teniendo muchas dudas sobre su comportamiento en el pasado. En particular, su actitud hacia Gulf Kanawut había constituido un error garrafal. Había sido un idiota al estar dispuesto a sacrificar una sólida amistad por un doncel al que en realidad no deseaba. Si se hubiera planteado las alternativas, podría haber descubierto a Gunnie, que había estado ahí, delante de sus narices.
Para alivio de Off, Suppasit charló afablemente en el carruaje que los conducía a las afueras de Londres, donde estaban urbanizando campos para construir viviendas de clase media. La dirección de Nat era la de un hombre de una buena posición económica. Mientras reflexionaba con amargura sobre cuánto dinero habría obtenido Nat durante los años que había desfalcado al club, Off contó a Suppasit todo lo que sabía sobre el antiguo director.
El tema volvía una y otra vez a la situación de las finanzas del club en ese momento y a la necesaria reestructuración de las inversiones. Para Off fue un regalo del cielo poder confiarse a Suppasit, una de las personas con mejores aptitudes financieras del país y que le ofreció la opinión de alguien entendido en tales asuntos. Y a ninguno de los dos se le escapó que la discusión suponía una ruptura drástica con el pasado, cuando Off parloteaba sobre escándalos y aventuras, lo que siempre provocaba un sermón condescendiente de Suppasit.
Esta conversación discurrió en mayor igualdad de condiciones, entre dos hombres que de repente tenían más en común que antes. El carruaje se paró en una nueva plaza residencial. Todas las casas eran de tres pisos y estrechas, ya que no llegaban a los cinco metros de ancho. Una cocinera vieja de aspecto cansado abrió la puerta y se hizo a un lado cuando entraron a empujones. La casa parecía ser una de las que solían alquilarse amuebladas a profesionales solteros de clase media. Dado que toda la residencia consistía en tres habitaciones y un excusado, no fue difícil localizar a Nat.
El antiguo director del club estaba sentado en un sillón frente a la chimenea de un salón que apestaba a alcohol. Los alféizares de ambas ventanas estaban cubiertos de botellas y también había junto al hogar. Nat miró a sus intempestivos visitantes con los ojos vidriosos del borracho habitual. Tenía el mismo aspecto que cuando Off lo había despedido dos meses atrás, hinchado y descuidado, con los dientes cariados, la nariz roja y la cara rubicunda llena de venitas. Se llevó un vaso a la boca, bebió un buen trago, sonrió y los miró con ojos húmedos.
—Me habían dicho que le habían agujereado las tripas —dijo a Off—. Pero como no parece un fantasma, supongo que era un falso rumor.
—En realidad, es cierto —respondió Off con frialdad—. Pero el diablo no me quiso. La idea de que Nat pudiera ser responsable del intento de asesinato de su esposo le hacía difícil contenerse. Sólo el hecho de que tenía la información que necesitaban lo refrenaba. Nat rió entre dientes y señaló las botellas.
—Sírvanse ustedes mismos si quieren. No suelen visitarme caballeros tan distinguidos.
—Es muy amable, pero no, gracias —dijo Suppasit—. Hemos venido a preguntarle por una anterior visita suya. El honorable señor Joss Way-ar. ¿Sabe dónde está?
—¿Cómo demonios voy a saberlo? —contestó Nat, imperturbable, tras tomar otro trago. Suppasit sacó del bolsillo la pistola hecha de encargo y se la mostró.
—¿Dónde la consiguió? —resolló el borracho con los ojos desorbitados y una tonalidad púrpura en la cara.
—Way-ar la usó la noche del tiroteo —informó Off, esforzándose por controlar la cólera— . Y aunque dudo que el bulto maltrecho que lleva sobre los hombros contenga un cerebro operativo, hasta usted debería poder deducir las consecuencias de su implicación en un intento de asesinato. ¿Le apetece una larga estancia en la cárcel de Fleet Ditch? Podríamos arreglarlo en cuestión de...
—St. Jumpol —advirtió Suppasit en voz baja mientras Nat resollaba y se atragantaba.
—¡Debió de robármela! —Gritó Nat, y derramó parte de la bebida en el suelo—. El muy bribón. No sabía que la tenía él. ¡No es culpa mía, se lo aseguro! Yo sólo quiero que me dejen en paz. ¡Maldito cabrón!
—¿Cuándo fue la última vez que lo vio? —Hará tres semanas. —Una vez terminada la bebida, Nat recogió la botella del suelo y bebió de ella como un niño del biberón—. Se quedaba aquí de vez en cuando después de irse del Atthaphan's. No tenía adonde ir. Ni siquiera le dejaban dormir en un asilo pues ya se le nota la sífilis.
—¿Sífilis? —Off y Suppasit intercambiaron una mirada rápida.
—Sí, el mal francés. —Nat miró a Off con desdén—. Una enfermedad que conlleva la locura. Antes de dejar el Atthaphan's ya mostraba síntomas: habla lenta, temblores faciales, grietas en la nariz. Había que estar ciego para no verlo.
—No suelo examinar el aspecto de mis empleados con tanta atención —dijo Off, mientras las ideas se le agolpaban en la cabeza. La sífilis era una desagradable enfermedad de transmisión sexual que desembocaba en lo que los médicos llamaban «paresia del demente». Provocaba locura, algunas veces parálisis parcial y una pérdida horripilante de las partes carnosas del cuerpo, incluido el tejido blando de la nariz. Si Way-ar la tenía en estado tan avanzado, no había esperanza para él. Pero ¿por qué, en su demencia, se había obsesionado con Gunnie?
—Es probable que ya haya perdido la cabeza —dijo Nat con amargura antes de levantar la botella para echar otro trago. Cerró los ojos al notar el ardor del alcohol y apoyó el mentón en el pecho—. Vino aquí la noche del tiroteo vociferando que lo había matado a usted. Temblaba de pies a cabeza, el hombre y se quejaba de dolor de cabeza. Tenía un montón de ideas raras. Así que pagué a un hombre para que lo llevara a una casa para incurables, la que está en el camino de Knightsbridge. Ahora Way-ar está ahí, o bien muerto o en un estado que haría que la muerte pareciera una bendición.
—¿Por qué trató de matar a mi esposo? —Preguntó Off—. Sabe Dios que nunca le hizo daño.
—El pobre cabrón siempre lo despreció —respondió Nat con aire taciturno—. Incluso desde la infancia. Después de cada visita de Gun al club, cuando Way-ar veía lo que disfrutaba Atthaphan con él, se pasaba días huraño e irritable. Se burlaba de él... —Se detuvo con una sonrisa nostálgica—. Era un niño muy divertido. Pecoso, tímido y redondo como una marsopa. Me dijeron que ahora es una belleza, aunque me cuesta imaginármelo.
—¿Era Atthaphan el padre de Way-ar? —preguntó Suppasit con gesto impertérrito.
La pregunta sobresaltó a Off.
—Podría —dijo Nat—. Su madre Cherreen juraba que lo era. —Dejó la botella a un lado y entrelazó los dedos sobre su prominente barriga—. Era prostituta en un burdel.
La noche más afortunada de su vida fue la que prestó sus servicios a Leo Atthaphan. Este le tomó simpatía y pagó a la madama para que fuera de su uso exclusivo. Un día, Cherreen le dijo que estaba preñada y que el hijo era suyo. Y Atthaphan, que era fácil de convencer, le concedió el beneficio de la duda. La mantuvo el resto de su vida y dejó que el muchacho trabajara en el club cuando fue lo bastante mayor.
Cherreen murió hace muchos años. Justo antes de palmarla, contó a Way-ar que Atthaphan era su padre. Cuando el muchacho se enfrentó a Atthaphan, éste le dijo que, tanto si era cierto como si no, sería un secreto. No quería reconocer a Way-ar como hijo suyo. Por un lado, el chico no fue nunca lo que se dice idóneo y por otro, a Atthaphan jamás le importó un comino nadie que no fuera su hijo. Quería que Gunnie se lo quedara todo cuando él estirase la pata. Way-ar culpaba de ello a Gunnie, por supuesto. Creía que, de no ser por él, Atthaphan lo habría reconocido y hecho más por él. Es probable que tuviera razón en eso. —Frunció el ceño con tristeza—. Cuando Gunnie lo llevó a usted al club, milord, Way-ar ya tenía la sífilis y fue entonces cuando empezó la locura. Un triste final para una vida triste.
Nat se detuvo y dirigió una mirada de lúgubre satisfacción a ambos hombres.
—Si quieren vengarse de un pobre loco, lo encontrarán en el hospital Tottenham —añadió—. Obtengan la reparación que puedan, señores, pero si vamos a eso, el Creador ya ha impuesto a Way-ar el peor castigo que puede soportar un cuerpo.
»Las horas que Off estuvo fuera, Gunnie se dedicó a efectuar pequeñas tareas en el club: ordenar dinero y recibos, contestar correspondencia y por último, ocuparse del montón de cartas sin abrir dirigidas a Off. Naturalmente, no pudo resistirse a abrir unas cuantas. Estaban llenas de insinuaciones e indirectas y dos daban a entender incluso que, para entonces, Off estaría cansado ya de su nuevo esposo. La intención de las remitentes era tan evidente que Gunnie sintió vergüenza ajena. También sirvieron para recordarle el pasado promiscuo de Off, cuando su ocupación principal consistía en coleccionar aventuras amorosas. No era fácil depositar la confianza en un hombre así sin sentirse como un tonto. Especialmente teniendo en cuenta que las mujeres siempre admirarían y desearían a Off. Pero Gunnie creía que su marido merecía la oportunidad de demostrar su valía. Si estaba en sus manos ofrecerle empezar de nuevo y si su apuesta salía bien, las recompensas para ambos serían infinitas. Era lo bastante fuerte como para correr el riesgo de amarlo, para exigirle cosas, para tener confianza en él. Y daba la impresión de que Off deseaba ser tratado como un hombre corriente, tener a alguien que no se fijara sólo en la belleza perecedera de su apariencia y que le interesara algo más que sus técnicas amatorias.
Tras observar, con una punzada de satisfacción, cómo las cartas ardían en la chimenea, le entró sueño y fue a la habitación principal a echarse una siesta. A pesar de su cansancio, le costó relajarse ya que estaba preocupado por Off. Le venían a la cabeza toda clase de pensamientos hasta que su agotado cerebro puso fin a esta inquietud inútil y consiguió dormirse.
Cuando despertó una hora después, Off estaba sentado en la cama junto a él. Le observaba atentamente, con los ojos del color del alba. Gunnie se incorporó y le sonrió con timidez.
—Cuando duermes, pareces un niño pequeño —comentó Off a la vez que le acariciaba el cabello alborotado.
—¿Encontrasteis al señor Way-ar?
—Sí y no. Primero cuéntame qué hiciste en mi ausencia.
—Ayudé a Plustor con las cosas de la oficina. Y quemé todas las cartas de esas mujeres perdidamente enamoradas de ti. La llama era tan grande que me sorprende que nadie llamara a los bomberos.
—¿Leíste alguna? —preguntó Off con una sonrisa.
—Unas cuantas —admitió Gunnie a la vez que alzaba un hombro con indiferencia—. Te preguntaban si te habías cansado ya de mí.
—Pues no. —Le deslizó una mano por el muslo—. Estoy cansado de incontables noches de chismorreo repetitivo y tibio coqueteo. Estoy cansado de encuentros sin sentido con mujeres aburridas y de jóvenes que solo buscan dinero. Todos son iguales para mí ¿sabes? La única persona que me ha importado alguna vez eres tú.
—Comprendo que te deseen —dijo Gunnie y le rodeó el cuello con los brazos—. Pero no estoy dispuesto a compartirte.
—No tendrás que hacerlo. —Le tomó la cara entre las manos y le dio un beso rápido en los labios.
—Cuéntame lo de Way-ar —pidió Gunnie, y deslizó las manos para acariciar las muñecas de su marido.
Guardó silencio mientras Off describía el encuentro con Nat y sus revelaciones sobre Joss Way-ar y su madre. Se sorprendió y sintió una enorme lástima por él. El pobre Joss no tenía la culpa de su origen, ni de la indiferencia con que había sido criado y que lo había llenado de tanto resentimiento.
—Qué extraño —murmuró—. Siempre creí e incluso deseé que Plustor fuera mi hermano, pero jamás se me ocurrió que lo fuese Joss. Way-ar había sido siempre tan inaccesible y agresivo...
Sin embargo, ¿hasta qué punto fue ello consecuencia del rechazo de Leo Atthaphan? Sin duda no sentirte querido por el hombre que puede ser tu padre, ser un secreto vergonzoso para él, amargaría a cualquiera.
—Fuimos al hospital Tottenham, donde está ingresado en la sala de incurables —prosiguió Off—. Es un lugar inmundo, que necesita fondos desesperadamente. Hay mujeres y niños que... —Se detuvo con una mueca al recordarlo—. Prefiero no describirlo. Un administrador del hospital nos dijo que Way-ar fue ingresado con sífilis terminal.
—Quiero ayudarlo —dijo Gunnie con decisión—. Al menos podemos enviarlo a un hospital mejor...
—No será posible, cariño. —Off le recorrió la mano con la yema de los dedos—. Murió hace dos días. Nos mostraron la tumba donde está enterrado junto con otros dos pacientes. Gunnie apartó la mirada para asimilar esta información. Le sorprendió que los ojos se le llenaran de lágrimas y se le hiciera un nudo en la garganta.
—Pobre hombre —dijo con voz ronca—. Lo compadezco.
—Yo no —repuso Off—. Aunque haya crecido sin el cariño de su padre, eso no lo diferencia de muchísima otra gente que se ha abierto paso en el mundo sola. Lo tuvo mejor que Pronpiphat, cuya sangre gitana lo convierte en víctima de prejuicios. No llores, Gunnie. Way-ar no se merecía ni una lágrima.
—Lo siento —se excusó él tras suspirar—. No suelo ser tan emotivo, pero es que estas semanas han sido muy difíciles. Tengo los sentimientos a flor de piel y no logro controlarlos como es debido. Off lo acercó y lo estrechó entre sus brazos musculosos.
—Cariño, no te disculpes por ser emotivo. Has pasado las de Caín. Y sólo un desalmado como yo podría apreciar el coraje que se necesita para ser sincero con los sentimientos de uno mismo. Él suspiró tembloroso.
—Tal vez esté mal por mi parte, pero a pesar de que compadezco a Way-ar, me siento aliviado de que haya muerto. Por su culpa, casi te pierdo. Off buscó entre los rizos de su esposo hasta encontrar el delicado contorno de la oreja.
—No tendrás tanta suerte.
—No lo digas ni en broma —replicó Gunnie. Echó la cabeza atrás parar mirarlo, todavía entre sus brazos—. Yo... —la voz le tembló— creo que no podría vivir sin ti.
Off le deslizó la mano por la nuca, lo acercó de nuevo a su hombro y apoyó un momento la cabeza en el cabello de su esposo.
—Por cierto, Gunnie —musitó— debo de tener corazón después de todo, porque ahora mismo me duele muchísimo.
—¿Sólo el corazón? —sugirió con ingenio Gunnie, lo que le hizo reír.
—También otras cosas —concedió mientras lo tendía en la cama con un brillo pícaro en los ojos—. Y como eres mi esposo, es tu deber aliviar todos mis dolores.
Gunnie levantó los brazos y lo atrajo hacia él.
🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘
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