23
Antes de que hubiera pasado una semana, Off se había convertido en el peor paciente imaginable.
Se curaba a un ritmo considerable, aunque no lo bastante deprisa para su gusto, y se frustraba él mismo y a todos los demás al exceder todos los límites. Quería ponerse la ropa de costumbre y comer como siempre. Insistió obstinadamente en levantarse y recorrer renqueante los aposentos y la galería superior, sin hacer caso de las protestas exasperadas de Gunnie. Sabía que no podía forzar su recuperación, que exigiría tiempo y paciencia, pero no podía controlarse. Jamás había dependido de nadie y ahora que debía su vida a Suppasit, Gulf, Plustor y sobre todo, a Gunnie, lo embargaban unas sensaciones desconocidas: la gratitud y la vergüenza. No soportaba mirarlos a los ojos, de modo que se refugiaba en una hosca arrogancia. Los peores momentos eran cuando estaba a solas con Gunnie. Cada vez que él entraba en la habitación, sentía una conexión aterradora, una sensación desconocida y lo combatía hasta quedarse exhausto, le hubiera ido bien provocar una discusión con él, cualquier cosa para establecer la distancia necesaria, pero eso era imposible ya que Gunnie satisfacía todas sus peticiones con paciencia y preocupación infinita. No podía acusarlo de esperar gratitud, ya que él no daba a entender que se la debiera. No podía acusarlo de atosigarlo, ya que cuidaba de él con una eficiencia delicada y tenía el tacto de dejarlo solo salvo que él lo llamara. Él, que nunca había temido nada, estaba aterrado del poder que Gunnie tenía sobre él. Y le daba miedo su deseo de estar con él todos los minutos del día, de verlo, de oír su voz. Anhelaba su contacto. Su piel parecía estar pendiente de las caricias de su esposo, como si esa sensación formase parte de su cuerpo. Era algo distinto a la mera necesidad sexual, era una especie de adicción patética e irremediable.
Saber que Joss Way-ar había atentado contra Gunnie le atormentaba aún más. Tenía que averiguar por qué Way-ar había llegado a tal extremo, por qué demonios quería matar a la persona más dulce del mundo. Off quería la sangre de Way-ar. Quería hacerlo picadillo. El hecho de que yaciera indefenso en la cama mientras Way-ar deambulaba libremente por Londres bastaba para ponerlo furioso. No lo tranquilizaba en absoluto que el inspector de policía asignado al caso le asegurara que se estaba haciendo todo lo posible por encontrar a Way-ar.
Así pues, Off había ordenado a Plustor que contratara a más investigadores privados, incluido un ex policía, para que llevaran a cabo una búsqueda intensiva. Mientras tanto, no podía hacer nada más y se consumía en su inactividad forzosa.
Cinco días después de que la fiebre remitiera, Gunnie hizo subir a su habitación una bañera. Off, encantado, se relajó en el agua humeante mientras él lo afeitaba y le ayudaba a lavarse el pelo. Cuando estuvo limpio, seco y debilitado, volvió a la cama recién hecha y dejó que su esposo le vendara la herida. El orificio de bala estaba cicatrizando tan rápido que ya no le ponían musgo y lo llevaba ahora simplemente cubierto con una capa ligera de lino. Seguía provocándole punzadas frecuentes y un ligero dolor, pero sabía que en un par de días más podría reanudar la mayoría de sus actividades normales. Salvo su favorita, la que, según aquel nefasto trato con Gunnie, seguía estando prohibida.
Como la parte delantera del pantalón y la camisa se le habían empapado durante el baño de su marido, Gunnie había ido a cambiarse. Por pura perversión, Off hizo sonar la campanilla de plata que tenía en la mesita de noche unos dos minutos después de que él se hubiera ido. Gunnie regresó enseguida en bata.
—¿Qué quieres? —Preguntó con preocupación—. ¿Ha pasado algo?
—No.
—¿Es la herida? ¿Te duele?
—No.
Él suspiró de alivio y se acercó a la cama. Tomó con delicadeza la campanilla de la mano de Off y la dejó en la mesilla.
—¿Sabes qué? —comentó—. Si no usas la campanilla de forma más juiciosa, le quitaremos el badajo.
—He llamado porque te necesitaba —saltó Off.
—¿Ah, sí? —replicó Gunnie con paciencia.
—Las cortinas. Las quiero más descorridas.
—¿No podías haber esperado un momento?
—Está demasiado oscuro. Necesito más luz.
Gunnie separó las cortinas de terciopelo y se quedó ahí, recortado por la pálida luz del sol invernal. Con los cabellos sueltos y los suaves rizos pelirrojos que le llegaban casi hasta el hombro, parecía sacado de un cuadro.
—¿Algo más, excelencia?
—Hay una motita en el agua. Gunnie se acercó a la cama y levantó el vaso medio lleno para examinarlo con ojo crítico.
—Yo no veo ninguna —dijo.
—Está ahí—gruñó Off—. ¿Tenemos que discutir la cuestión o vas a traerme agua limpia?
Con infinito autodominio, Gunnie fue hasta el palanganero, vació el vaso en la jofaina de cerámica y lo llenó con agua fresca. Lo llevó a la mesita de noche y miró a su marido enarcando una ceja.
—¿Es todo, milord?
—Pues no. El vendaje me aprieta demasiado. Y el extremo suelto me queda en la espalda. No llego.
Cuanto más majadero se mostraba Off, más irritantemente paciente se volvía Gunnie. Se inclinó hacia él, le murmuró que se volviera un poco, le aflojó el vendaje y le arregló de nuevo los extremos. El roce de sus dedos en la espalda, tan fríos y delicados, aceleraron el pulso de Off. Tumbado boca arriba de nuevo, luchó contra la excitación que su proximidad le producía. Alzó los ojos con desesperación hacia Gunnie y vio sus hermosos labios en forma de arco, su piel suave y cremosa, la irresistible distribución de sus pecas. Él le puso una mano en el pecho, sobre el corazón desbocado, y jugueteó con la alianza que colgaba de la cadena.
—Quítamela —masculló él—. Es un engorro. Me estorba.
—¿Para qué te estorba? Off olió su piel, la fragancia limpia y cálida y se removió en la cama.
—Quítamela y déjala en el tocador —logró farfullar.
Gunnie ignoró la orden, se sentó en la cama y se inclinó hacia él hasta que sus cabellos sueltos le rozaron el tórax. Off permaneció inmóvil, pero tembló por dentro cuando él le pasó un dedo por la mandíbula.
—Te he afeitado bien —observó Gunnie, satisfecho—. Puede que haya pasado por alto uno o dos puntos, pero por lo menos no te destrocé la cara. Ayudó mucho que te estuvieras quieto.
—Estaba demasiado asustado para moverme —contestó él, y Gunnie sonrió divertido. Incapaz de seguir sin mirarlo, Off contempló los ojos sonrientes de Gunnie, tan redondos e increíblemente azules.
—¿Por qué llamas tan a menudo con la campanilla? —susurro él—. ¿Te sientes solo? Sólo tienes que decirlo.
—No me siento solo —respondió como un niño obcecado.
—¿Quieres que me vaya entonces? —repuso él con dulzura socarrona. Off notó un calor traicionero en la entrepierna.
—Sí, vete —contestó, y cerró los ojos mientras absorbía con avidez la fragancia de su proximidad. Pero Gunnie se quedó y el silencio se prolongó hasta que Off tuvo la impresión de que los latidos de su corazón debían de oírse.
—¿Quieres saber qué creo, cariño ? —preguntó Gunnie por fin.
—No especialmente. —Apretó los labios y cerró los ojos.
—Creo que si me voy de esta habitación, vas a usar otra vez la campanilla. Pero no importa las veces que me llames ni las que yo acuda, nunca podrás decirme lo que realmente quieres. Off entreabrió los ojos, lo que fue un error. Tenía la cara de Gunnie muy cerca y sus suaves labios a escasos centímetros.
—En este momento sólo quiero algo de tranquilidad —refunfuñó—. Así que si no te importa... Gunnie le besó los labios suavemente para acallarlo. Off se excitó fulminantemente y levantó las manos como para apartarle la cabeza, pero en cambio sus dedos temblorosos se la sujetaron para profundizar y prolongar el beso con una urgencia voraz. Se avergonzó al descubrirse jadeando como un muchacho inexperto cuando Gunnie terminó el beso. Él tenía los labios rosados y húmedos y las pecas le brillaban como oro en polvo sobre las mejillas.
—También creo que vas a perder nuestra apuesta —susurró Gunnie con voz agitada.
—¿Te parece que estoy en condiciones de ir detrás de alguien más? —Se quejó Off, a quien la frustración le ensombreció el rostro—. A menos que me traigas una mujer a la cama, no estoy como para...
—No me refiero a que la pierdas por acostarte con una mujer —aseguró Gunnie con un brillo pícaro en los ojos y empezó a desabrocharse la bata. Las manos le temblaban levemente—. La perderás conmigo.
Off observó incrédulo cómo se levantaba para quitarse la bata. Quedó desnudo ante él, con los pezones erectos y rosados. Había adelgazado, y las caderas le marcaban con generosidad las curvas de su cintura. Off miró el triángulo pelirrojo de aquel deseable pubis rodeando el delicioso pene y su propia entrepierna dio un respingo.
—No puedes hacerme perder la apuesta —graznó—. Eso es trampa.
—No prometí no hacer trampa —replicó Gunnie con desenfado, y se estremeció al meterse en la cama con él.
—Maldita sea, no pienso colaborar. Yo... —Siseó al notar la suavidad del cuerpo de Gunnie, el roce de su pene en la cadera cuando él deslizó una pierna entre las suyas. Apartó la cabeza cuando él intentó besarle—. No puedo... —balbuceó para disuadirlo—. Estoy demasiado débil.
Fogoso y resuelto, le hizo volver la cabeza hacia él.
—Pobrecito —murmuró sonriente—. No te preocupes. Iré con cuidado.
—Gunnie —suplicó Off, excitado y furioso, con voz ronca—. Tengo que demostrar que puedo pasar tres meses sin... No, no hagas eso. Maldita sea, Gunnie... Su esposo había desaparecido bajo las sábanas y le iba plantando besos por el tórax hacia el abdomen, con cuidado de no descolocar el vendaje. Off trató de incorporarse, pero una punzada en la herida aún no sanada del todo lo tumbó de nuevo con un gruñido de dolor.
Después gruñó por una razón muy distinta:
Gunnie había alcanzado su pene, tieso y dolorido y le lamía delicadamente el glande. Era evidente que no tenía ninguna experiencia en esos menesteres. No sabía nada de la técnica y mucho menos de las demandas de un hombre con Off. Pero eso no le impidió aplicarse con un ardor inocente, dándole besos breves en la zona sensible y prolongándolos cuando le oía gemir. Jugueteó con escasa habilidad con los testículos y luego tanteó con los labios y la lengua hasta llegar de nuevo a la punta vibrante del turgente miembro.
Entonces intentó averiguar cuánto le cabía en la boca. Off se aferró al edredón con el cuerpo ligeramente arqueado, como atado a un potro de tortura. Una excitación desbocada le recorría los nervios y le nublaba la mente. Todos los recuerdos de antiguos amantes desaparecieron para siempre de su memoria. Sólo estaba Gunnie, su cabellera pelirroja que le acariciaba el estómago y los muslos, sus dedos juguetones y su boca traviesa que le producían un placer indescriptible. Cuando ya no pudo contener más sus gemidos, Gunnie se situó a horcajadas sobre él, y ascendió despacio por su cuerpo como un felino. Le buscó la boca con besos provocadores, mientras los pezones le acariciaban el pecho y él se restregaba contra él ronroneando de satisfacción al absorber la calidez del cuerpo masculino de su marido. Él soltó un grito ahogado cuando Gunnie deslizó una mano entre ambos. Estaba tan excitado que tuvo que manipularle con cuidado el sexo antes de lograr encajárselo entre los muslos. Su vello púbico le hizo cosquillas en la piel sensible mientras lo guiaba hacia el pequeño orificio bajo de su cuerpo.
—No —logró decir Off al recordar la apuesta—. Ahora no. Gunnie, no...
—Oh, deja de protestar. Yo no armé tanto jaleo en nuestra noche de bodas y eso que era virgen.
—Pero no quiero. Oh, Dios mío. Madre mía...
Gunnie le había situado la punta del sexo en su abertura, tan ajustada y suave que lo dejó sin aliento. Gunnie se estremeció mientras seguía guiándole el miembro con la mano para introducírselo del todo. Ver las dificultades que él tenía para situarlo bien lo excitó todavía más, provocándole un hormigueo en todo el cuerpo. Y entonces se produjo el deslizamiento lento y milagroso de la dureza en la suavidad.
Off recostó la cabeza en la almohada con las facciones desencajadas de deseo mientras se miraban a los ojos. Gunnie emitió un murmullo de dolor, que se volvió satisfactorio segundos después y cerró los ojos mientras se concentraba en aumentar la penetración. Se movió con cuidado, demasiado inexperto para establecer o seguir un ritmo.
Off había sido siempre bastante silencioso en sus relaciones íntimas, pero mientras el cuerpo exuberante de Gunnie ascendía y descendía, y su pene mojado le frotaba y acariciaba la pelvis, se oyó a sí mismo mascullar súplicas y palabras excitantes. Logró inclinarlo más hacia él y hacerlo apoyar más en su cuerpo para ajustar el ángulo entre ambos. Gunnie se resistió un poco porque temía lastimarlo, pero él le tomó la cabeza entre las manos.
—Sí, amor mío... —le susurró, tembloroso—. Así, cariño... Sí, muévete así... A él se le desorbitaron los ojos cuando notó la diferencia en la postura, la mayor fricción en la zona más sensible. Off estableció un ritmo para aumentar la profundidad y penetrarlo con movimientos regulares. El mundo se redujo al lugar donde ambos se unían literalmente. Gunnie cerró los ojos y sus párpados ocultaron su mirada perdida. Off vio cómo se ruborizaba. Lo adoraba y sin dejar de provocarle placer con sus embestidas, lo embargó una ternura inmensa.
—Bésame —pidió con voz gutural y acercó los labios a los suyos para saborearle despacio la boca con la lengua.
Gunnie sollozó y se estremecía de placer con las caderas pegadas a las suyas cada vez que él lo penetraba por completo. Off se entregó a él para que llegara al éxtasis en grandes oleadas voluptuosas. Cuando se relajó sobre él e intentó recuperar el aliento, Off le acarició la espalda sudada y le deslizó los dedos con suavidad hacia el redondeado montículo de las nalgas. Para su placer, Gunnie se retorció y se tensó sin poder evitarlo. Si estuviera pletórico de fuerzas... Oh, las cosas que le haría. En lugar de eso, se desplomó en la cama exhausto con la cabeza dándole vueltas.
Gunnie se separó de él con torpeza y se acurrucó a su lado.
—Estás intentando matarme —farfulló Off y notó que él le daba un beso en el hombro.
—Ahora que has perdido la apuesta, tendremos que pensar en otro pago, puesto que ya pediste disculpas a lord Suppasit —susurró Gunnie. Aunque le había costado horrores, Off había pedido perdón tanto a Suppasit como a Gulf antes de que se marcharan del club.
Había descubierto así que lo único peor que pedir disculpas es que te perdonen. Lo había hecho sin que Gunnie estuviera presente, para no aumentar su propia vergüenza—. Gulf me lo dijo —aclaró él, como si le leyera el pensamiento.
Levantó la cabeza con una sonrisa lánguida.
—Se suponía que iba a mantener la boca cerrada —refunfuñó Off y volvió a bajarle la cabeza hacia su hombro.
—Los floreros nos lo contamos todo.
—Dios me ampare —farfulló Off unos segundos después de cerrar los ojos y sumirse en un sueño profundo y reparador.
»La noche siguiente Suppasit fue al club y se sorprendió al saber que Off había bajado a la sala principal de juego por primera vez desde el tiroteo.
—Un poco pronto, ¿no? —preguntó cuándo Gunnie entró con él en los aposentos privados del primer piso. Los observaba atentamente un empleado al que Plustor había apostado en la galería, una de las nuevas medidas de seguridad. Hasta que atraparan a Way-ar, se controlaba discretamente a todos los clientes.
—Está yendo demasiado deprisa —respondió él—. No soporta la idea de parecer inútil y cree que nada puede hacerse bien sin su supervisión.
—El interés de St. Jumpol por este sitio parece bastante auténtico —comentó Suppasit con una sonrisa—. Admito que nunca habría imaginado que asumiera una responsabilidad así por voluntad propia. Durante años ha llevado una vida ociosa, sin objetivos, en la que desperdiciaba su considerable inteligencia. Pero al parecer lo único que necesitaba era una salida adecuada para su talento. Se acercaron al balcón para asomarse a la sala principal, que estaba abarrotada. Gunnie distinguió el cabello dorado de Off, medio sentado en el escritorio del rincón, relajado y sonriente mientras charlaba con un grupo de hombres. Su actuación diez días atrás, cuando había salvado la vida a su esposo, le había granjeado la admiración y simpatía públicas, en especial después de que un artículo del Times lo tildase de héroe. Eso y la percepción de que había renovado su amistad con el poderoso Suppasit, había bastado para que Off gozara de una inmediata popularidad. Diariamente llegaban al club montones de invitaciones que solicitaban la asistencia de Lord St. Jumpol y su esposo a algún baile, velada u otro evento social y que ellos declinaban debido al luto. También recibían cartas perfumadas y escritas por manos femeninas. Gunnie no se había atrevido a abrir ninguna, ni había preguntado por las remitentes. Las cartas se habían acumulado en la oficina, cerradas e intactas, hasta que esa misma mañana Gunnie se había decidido a comentarlo mientras desayunaban en la habitación de Off.
—Tienes un montón de correspondencia sin abrir que ocupa la mitad de la oficina. ¿Qué quieres que hagamos con todas esas cartas? —Una sonrisa pícara le asomó a los labios al añadir—: ¿Quieres que te las lea mientras descansas?
—Deshazte de ellas —soltó Off con brusquedad—. O mejor aún, devuélvelas sin abrir. Su respuesta le provocó una profunda satisfacción, aunque procuró ocultarlo.
—No me opondría a que mantuvieras correspondencia con mujeres —comentó—. Muchos hombres lo hacen sin que eso implique ninguna falta de decoro.
—Yo no. —Off lo miró a los ojos como para asegurarse de que lo entendía—. Ahora no.
Ahora, de pie junto a Suppasit, Gunnie observó a su marido con un placer posesivo. Off seguía demasiado delgado, aunque había recuperado el apetito y su elegante traje le quedaba un poco grande. Pero tenía los hombros anchos y un color saludable y la pérdida de peso le realzaba la bella estructura ósea de su cara. A pesar de que se movía con dificultad, seguía poseyendo la gracia depredadora que las mujeres admiraban y que los hombres trataban, en vano, de emular.
—Gracias por salvarlo —dijo a Suppasit sin apartar los ojos de su marido.
—Tú lo salvaste, Gunnie, la noche que le propusiste casarte con él —respondió el conde, y lo miró de reojo—. Lo que demuestra que los momentos de locura pueden tener a veces resultados positivos.
Si no te importa, bajaré para informar a St. Jumpol de las novedades sobre Way-ar.
—¿Lo han encontrado?
—Todavía no. Pero pronto lo harán. Llevé la pistola de Way-ar a Manson e Hijo y les pedí información sobre el encargo original, visto que no logré descifrar el nombre grabado en el escudete. Resulta que la pistola tiene diez años, lo que conllevó una larga búsqueda en muchas cajas de documentos antiguos. Hoy me confirmaron que la habían hecho para Lord Belworth, que vuelve a Londres esta noche para atender asuntos parlamentarios. Por la mañana iré a verlo para preguntarle sobre esta cuestión. Si averiguamos cómo Way-ar se hizo con la pistola, quizá nos ayude a localizarlo.
—Costará mucho encontrar a un hombre que se esconde en una ciudad que tiene más de un millón de habitantes —comentó Gunnie con ceño.
—Casi dos millones —precisó Suppasit—. Sin embargo, no tengo ninguna duda de que lo encontraremos. Tenemos los recursos necesarios y lo lograremos. Gunnie no pudo evitar sonreír al pensar que el conde hablaba como Gulf, que nunca aceptaba una derrota.
—Estaba pensando que eres la pareja ideal para un hombre tan tenaz como Gulf —dijo al ver que Suppasit arqueaba las cejas al detectar su sonrisa.
—Me parece que no es más resuelto ni tenaz que tú —replicó él con una sonrisa. Y añadió—. Simplemente, él lo exterioriza más que tú.
🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘
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