22

—Le hice tomar un poco de caldo —explicó Gulf—. Me costó conseguir que lo tragara, ya que no estaba lo que se dice consciente, pero insistí hasta que tomó casi medio tazón. Creo que transigió con la esperanza de que yo fuese una pesadilla que desaparecería si me seguía la corriente. Gunnie había sido incapaz de conseguir que Off bebiese nada desde la mañana anterior.

—Eres fantástico.

—Sí, ya lo sé. —Gulf hizo un gesto de impaciencia, incómoda como siempre que lo alababan—. Acaban de subirte una bandeja; está ahí, en la mesa junto a la ventana. Huevos escalfados con tostadas. Cómetelo todo, cielo. No me gustaría tener que usar la fuerza también contigo. Mientras Gunnie se sentaba y atacaba obedientemente una tostada untada de mantequilla, Gulf cambió el paño de la frente de Off.

—Debo admitir que cuesta aborrecerlo viéndolo tan mal. Y dice mucho a su favor que esté herido por protegerte. —Se sentó en la silla situada junto a la cama y miró a Gunnie—. Me pregunto por qué lo haría. Es egoísta hasta la médula. No es en absoluto la clase de hombre que se sacrificaría por nadie.

—No es tan egoísta —farfulló Gunnie, y acompañó la tostada con un sorbo de té caliente.

—Suppasit cree que St. Jumpol está enamorado de ti.

Gunnie se atragantó un poco y no se atrevió a levantar los ojos del plato.

—¿Por qué cree eso?

—Como lo conoce desde pequeño, lo entiende bastante bien. Y considera que tiene su lógica que hayas sido tú quien finalmente lo conquistó. Dice que un chico como tú sería... mmm... ¿Cómo lo dijo? No recuerdo las palabras exactas, pero era algo como que serías la fantasía más íntima y secreta de St. Jumpol. Gunnie se ruborizó y procuró contestar con sarcasmo.

—Al contrario, su fantasía es tener relaciones con todas las mujeres que se le crucen por delante.

—Esa no es la fantasía de St. Jumpol, cielo, es su realidad —lo contradijo Gulf con una sonrisa—. Y tú puede que seas, en comparación, el primer muchacho dulce y decente con quien se relaciona. Nunca había conocido a alguien como tú, tuvo siempre a cuanta mujer se le atravesó y uno que otro doncel, pero tú, eres distinto ante sus ojos.

—Pasó mucho tiempo contigo y con Earth en Hampshire.

—Yo no soy nada dulce, cielo —aclaró Gulf, divertido con el comentario de su amigo—. Y tampoco lo es mi hermano. No me digas que te has engañado pensando eso todo este tiempo.

Justo cuando Gunnie terminó el plato de huevos con tostadas, lord Suppasit y Plustor entraron en la habitación cargados de tarros, botellas, pociones y diversos artículos. Los acompañaban un par de criadas con aguamaniles de metal humeantes y montones de toallas dobladas. Aunque Gunnie quería ayudar, le pidieron que se apartara mientras disponían los objetos junto a la cama y cubrían al enfermo con toallas hasta dejar al descubierto sólo la herida.

—Sería conveniente que antes tomara un poco de morfina —señaló Suppasit y con un palito y un trozo de lino formó una especie de bastoncillo de algodón—. Es probable que este procedimiento le duela más que el propio disparo.

—Se le puede obligar a tragar —aseguró Gulf—. ¿Quieres que me encargue yo, Gunnie?

—No, ya lo haré yo. —Gunnie se acercó a la cama y vertió una dosis de jarabe de morfina en un vaso. Plustor se situó a su lado y le dio un sobrecito de papel que contenía lo que parecía ceniza verde oscuro.

—El dondiego de noche —aclaró—. Lo encontré en el primer boticario al que fui. El musgo de ciénaga fue algo más difícil de encontrar, pero también lo conseguí.

Gunnie le dio las gracias con un gesto.

—¿Cuánto polvo debo darle? —Para un hombre del tamaño de St. Jumpol, yo diría que dos cucharaditas por lo menos. Gunnie removió el polvo en el vaso con el medicamento color ámbar, que se volvió negro. Sin duda sabría peor de lo que parecía. Sólo esperaba que si Off aceptaba tragárselo, pudiera retener de algún modo ese brebaje tan repugnante. Se sentó en la cama y le acarició el pelo y la mejilla reseca y ardiente.

—Off —susurró—. Despierta. Tienes que tomar un medicamento. No se despertó, ni siquiera cuando le pasó un brazo por detrás del cuello y trató de levantarle la cabeza.

—No, así no —dijo Gulf—. Eres demasiado delicado. Yo tuve que sacudirlo con fuerza para que se despertara y tomase el caldo. Deja que te enseñe. Se sentó en la cama a su lado y zarandeó al paciente varias veces sin contemplaciones, hasta que éste gimió y entreabrió los ojos.

Los miró sin reconocerlos.

—Off —dijo Gunnie con ternura—. Tengo que darte un medicamento. Intentó volverse hacia el costado herido y el dolor le provocó una reacción violenta: con un brusco movimiento del brazo arrojó a Gunnie y Gulf fuera de la cama, haciéndolos caer al suelo.

—¡Maldición! —exclamó Gulf.

Gunnie a duras penas logró evitar que el contenido del vaso se derramara. Off, delirante, jadeó y gruñó y se dejó caer en la cama temblando como un guiñapo. Aunque su resistencia consternó a Gunnie, también le alegró comprobar que conservaba parte de sus fuerzas, lo que era preferible a su anterior quietud cadavérica. Gulf, sin embargo, no opinaba lo mismo.

—Tendremos que atarlo —sentenció—. No podremos sujetarle mientras le tratamos la herida.

—No quiero que... —empezó Gunnie pero, para su asombro, Plustor estuvo de acuerdo con Gulf.

—Lord Suppasit tiene razón. Gunnie guardó silencio y contempló el cuerpo tembloroso de su marido. Volvía a tener los ojos cerrados y retorcía los dedos convulsivamente, como si quisiera atrapar algo en el aire. Era increíble que un hombre tan vital pudiera verse reducido a una figura tan enjuta y ojerosa. Haría lo que fuera necesario para ayudarle.

Tomó con resolución unos trapos limpios y se los entregó a Plustor, que fue de una esquina a otra de la cama para atar con firmeza los dos brazos y una pierna de Off al armazón de hierro.

—¿Le doy el medicamento? —preguntó a Gunnie.

—Puedo hacerlo yo —contestó éste y volvió a sentarse en la cama. Tras ponerle otra almohada debajo de la cabeza, le tapó la nariz con los dedos. En cuanto Off abrió la boca para aspirar, le vertió dentro el espeso brebaje. El pobre se atragantó pero tragó el medicamento con el mínimo alboroto posible.

Plustor arqueó las cejas, impresionado por la eficiencia de Gunnie, mientras Off maldecía y tiraba en vano de sus ataduras. Gunnie se inclinó hacia él, lo acarició y lo calmó susurrándole palabras cariñosas. Cuando por fin se tranquilizó, Gunnie alzó los ojos y vio que Gulf los contemplaba con los ojos entornados y sacudiendo ligeramente la cabeza, como asombrado. Gunnie supuso que como sólo había conocido a Off en su papel de arrogante calavera que merodeaba por la finca de Suppasit, verlo en semejantes circunstancias debía de resultarle increíble. Mientras tanto, Suppasit se había quitado la chaqueta y remangado la camisa, y estaba removiendo una mezcla que propagó un hedor cáustico por la habitación.

Gulf, cuyo olfato era especialmente sensible, hizo una mueca y se estremeció.

—Es la combinación de olores más espantosa que he olido en mi vida.

—Esencia de trementina, ajo y otros ingredientes que el boticario sugirió —explicó Plustor—. También dijo que después le aplicáramos una cataplasma de miel, ya que eso evita que las heridas se infecten. Y a continuación extrajo de una caja de madera un embudo de latón y un objeto cilíndrico con un mango en un extremo y una especie de aguja en el otro.

—¿Qué es eso? —exclamó Gunnie, asustado.

—También del boticario —explicó Plustor, y elevó el artilugio para observarlo con los ojos entornados—. Una jeringa. Cuando le describimos lo que pensábamos hacer, dijo que si la herida era tan profunda, la única forma de irrigarla bien era usando esto.

Después de disponer una serie de instrumentos, recipientes de productos químicos y un montón de toallas y trapos doblados, Suppasit se dirigió a los dos jóvenes.

—Esto será bastante desagradable —anunció—. Por tanto, si hay alguien aprensivo... —Miró de modo significativo a Gulf, que hizo una mueca.

—Yo soy aprensivo, como muy bien sabes —admitió—. Pero puedo dominarme si es necesario.

Una sonrisa cariñosa iluminó el rostro impasible del conde.

—Te evitaremos el mal trago, cariño. ¿Quieres salir de la habitación?

—Me sentaré junto a la ventana —dijo Gulf y se alejó agradecido de la cama.

Suppasit miró a Gunnie con una pregunta silenciosa en los ojos.

—¿Dónde me pongo? —dijo éste.

—A mi izquierda. Necesitaremos muchas toallas, así que irás sustituyendo las sucias cuando sea necesario.

—Muy bien.

Ocupó su lugar mientras Plustor se colocaba a la derecha del conde. Cuando Gunnie alzó los ojos hacia el perfil decidido de Suppasit, de repente le costó creer que ese hombre poderoso, que siempre lo había intimidado tanto, estuviera dispuesto a todo eso por ayudar a un amigo que lo había traicionado. Sintió una enorme gratitud, y no pudo evitar tirarle un poco de la manga.

—Tengo que decirte algo antes de empezar...

—¿Sí? —Suppasit ladeó la cabeza hacia él. Como no era tan alto como Off, a él le fue fácil ponerse de puntillas para besarle la mejilla.

—Gracias por ayudarlo —dijo mirándolo a los ojos, que lucían una expresión de sorpresa—. Eres el hombre más honorable que he conocido. Sus palabras hicieron ruborizar aquél cara bronceada por el sol y por primera vez desde que se conocían, parecía que el conde no sabía qué decir.

—Sus motivos no son tan honorables —aseguró Gulf, que los observaba desde el otro lado de la habitación con una sonrisa—. Estoy seguro de que le entusiasma la idea de verter literalmente sal en las heridas de St. Jumpol.

A pesar de su sorna, Gulf palideció y se aferró a los brazos de la silla cuando Suppasit tomó una lanceta delgada y reluciente y procedió a abrir y drenar con cuidado la herida. Incluso después de la dosis abundante de morfina, el dolor hizo que Off arqueara la espalda y se retorciera con el rostro contraído, mientras soltaba protestas incoherentes.

Plustor lo inmovilizó para evitar cualquier movimiento. Lo más difícil fue, sin embargo, cuando Suppasit empezó a verter agua salada en la herida. Off gritó con aspereza y forcejeó mientras su amigo utilizaba la jeringa repetidamente hasta que la solución salina que empapaba las toallas que tenía bajo el cuerpo adquirió un tono rosado debido a la sangre.

Suppasit se afanó de modo firme y preciso, con una eficiencia y energía que cualquier cirujano habría admirado.

De algún modo, Gunnie fue capaz de superar su angustia, que sepultó bajo capas de aturdimiento mientras se afanaba con la misma indiferencia que mostraban Suppasit y Plustor. Metódicamente, retiraba las toallas sucias ponía otras nuevas en el costado de su marido. Para su inmenso alivio, Off se desmayó enseguida, de modo que permaneció ajeno al resto del doloroso tratamiento. Una vez la carne viva estuvo limpia, Suppasit embebió un algodón en la mezcla de trementina y empapó la herida a conciencia. Después se apartó y dejó actuar a Plustor, que envolvió un poco de musgo de ciénaga en un paño de muselina, lo untó de miel y lo aplicó con cuidado en la zona.

—Ya está —anunció el romaní y desató por fin las extremidades de Off—. La curación empezará desde dentro. Seguiremos con las cataplasmas unos cuantos días y después prescindiremos del musgo y dejaremos que crezca piel nueva. Luego, todos aunaron esfuerzos para rodear totalmente la cintura esbelta de Off con una venda de lino y para cambiar las sábanas mojadas a efectos de dejar la cama limpia y seca. Cuando hubieron terminado, Gunnie empezó a temblar debido a la tensión. Vio con sorpresa que hasta Suppasit parecía cansado y que soltaba un largo suspiro mientras con un trapo se enjugaba la sudorosa cara. Gulf se acercó a él para abrazarlo y murmurarle palabras cariñosas.

—Creo que deberíamos cambiar la cataplasma y el vendaje unas dos veces al día —comentó Plustor mientras se lavaba las manos con agua y jabón—. Si al anochecer no le ha bajado la fiebre, doblaremos la dosis de dondiego. —Hizo señas a Gunnie para que se acercara y le lavó también las manos y los brazos—. Todo irá bien, precioso. Cuando el conde drenaba la herida, no se veía tan mal como me temía.

Gunnie meneó la cabeza con desaliento mientras esperaba con pasividad infantil a que le secara las manos.

—No puedo permitirme ninguna esperanza...

Se le fue apagando la voz. Notó como si el suelo se inclinara bajo sus pies, y se movió con torpeza para tratar de conservar el equilibrio. Plustor lo sujetó y se lo acercó al pecho.

—A la cama —ordenó mientras lo llevaba hacia la puerta.

—Off... —farfulló él.

—Nosotros nos ocuparemos de él mientras tú descansas.

No pudo elegir, ya que su cuerpo, privado de sueño y exhausto, se negó a seguir sosteniéndolo. Lo último que supo fue que Plustor lo acostaba en la cama y lo arropaba como si fuera un niño pequeño. En cuanto su calor corporal empezó a caldear las sábanas frías, se sumió en un sueño tranquilo.

Al despertarse, Gunnie vio la alegre llama de una vela en la mesita de noche. Había alguien sentado a los pies de la cama. Era Gulf, con aspecto desaliñado y cansado. Gunnie se incorporó despacio y se frotó los ojos.

—¿Es de noche? —Preguntó con voz ronca—. Debo de haber dormido toda la tarde.

—Has dormido día y medio, cielo —replicó su amigo con una sonrisa—. Suppasit y yo hemos cuidado de tu príncipe azul mientras Pronpiphat dirigía el club. Gunnie se pasó la lengua por la boca pastosa y terminó de incorporarse, asustado.

—Off... —se esforzó por preguntar mientras el corazón le latía con fuerza—. ¿Está...?

—¿Qué quieres oír primero, la buena noticia o la mala? —repuso Gulf con dulzura tras tomarle la mano entre las suyas. Gunnie sacudió la cabeza, incapaz de hablar. Miró a su amigo con labios temblorosos, sin pestañear—. La buena es que le ha bajado la fiebre y que la herida ya no está infectada —explicó Gulf y sonrió para añadir—. La mala es que tal vez tengas que soportar a ese bribón el resto de tu vida.

Gunnie se echó a llorar de alivio.

—¡Oh, Dios mío!

Se tapó los ojos con la mano libre mientras los sollozos le sacudían los hombros. Gulf le oprimió la mano con fuerza.

—Sí —comentó Gulf con voz seca—. Yo también lloraría si fuera mi marido, aunque por razones muy distintas. Eso hizo sonreír a Gunnie, que sacudió la cabeza sin destaparse todavía los ojos llorosos.

—¿Está consciente? ¿Puede hablar?

—Sí, ha preguntado varias veces por ti, y se enfurruñó cuando me negué a despertarte antes. Gunnie bajó la mano y lo observó a través de las lágrimas.

—Estoy seguro de que no quería ser desagradecido —comentó—. Después de to... todo lo que has hecho...

—No trates de justificarle —indicó Gulf, divertido—. Lo conozco bastante bien. Y desde luego no me creo que quiera a nadie que no sea él mismo, bueno, acaso un poquito a ti. Pero si te hace feliz, supongo que tendré que soportarlo. —Gulf arrugó la nariz y pareció buscar de dónde procedía un olor desagradable antes de detectarlo en las mangas de su saco—. Oh, menos mal que mi familia posee una fábrica de jabón. Porque necesitaré cien pastillas para quitarme la peste de esa maldita cataplasma.

—Nunca podré agradecerte lo suficiente que lo hayas cuidado —dijo Gunnie.

—No hay de qué —contestó alegremente Gulf tras levantarse de la cama y encogerse de hombros—. Valió la pena, aunque sólo sea para que St. Jumpol esté en deuda conmigo. No podrá volver a mirarme a la cara sin la humillación de recordar que le he visto desnudo e inconsciente en una cama.

—¿Lo viste desnudo? —preguntó Gunnie arqueando las cejas.

—Bah —dijo su amigo con afectado desdén, ya de camino hacia la puerta—. Lo vi un par de veces, dada la situación de la herida. —Al llegar a la puerta dirigió a Gunnie una mirada picara—. Sobre ese rumor que circula sobre él, tengo que admitir que se queda corto.

—¿Qué rumor? —preguntó Gunnie sin comprender, y Gulf se fue de la habitación soltando una risita. 


🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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