19
Aunque la ropa que Bas Itthipat le había llevado era más adecuada para un medio luto que para un luto riguroso, Gunnie decidió ponérsela. Entendió que, como ya había ido contra los dictados de la corrección al llevar telas distintas al crespón y como apenas había ya nadie en el club que se atreviera a criticarlo, daría lo mismo si iba de negro, marrón o gris. Además, a su padre no le habría importado. Recogió la nota que Bas había puesto entre las prendas y leyó con una sonrisa lo que su amigo le había escrito con picardía: «Me confeccionaron esta ropa en París sin tener en cuenta las consecuencias de la virilidad del señor Itthipat. Para cuando pueda volver a ponérmela, estará pasada de moda. Acéptala como regalo, amigo mío.»
Se probó el traje de suave lana gris, el saco forrado de seda y descubrió que le iba muy bien. Sin embargo, el placer quedó un poco mermado por la nostalgia de recordar a su padre. Al recorrer con tristeza la sala de juego principal, vio que Off hablaba con un par de albañiles cubiertos de polvo. Como era mucho más alto que los dos, agachaba la cabeza al hablar y dijo alguna ocurrencia que les hizo reír. Una nota de humor permaneció en los ojos de Off cuando vio a Gunnie. Su mirada se suavizó y se despidió de los albañiles para dirigirse hacia él. Gunnie se esforzó por contener un repentino deseo, temeroso de parecer tontamente encaprichado de su propio marido. Sin embargo, por mucho que intentara ocultar sus sentimientos bajo la superficie, parecían aflorar y centellear de modo visible como si fueran polvo de diamante. Lo extraño era que Off parecía igual de contento de verlo, y se desembarazó por una vez del aspecto de calavera hastiado para sonreírle con verdadero cariño.
—Gunnie ¿estás bien?
—Sí, yo... No. —Se frotó las sienes—. Estoy cansado y aburrido. Y tengo hambre.
La risa de Off pareció resquebrajar su melancolía.
—Puedo hacer algo al respecto.
—No quiero interrumpir tu trabajo —dijo él tímidamente.
—Pronpiphat se encargará de todo por un rato. Ven, vamos a ver si la sala de billar está vacía.
—¿Billar? ¿Para qué quieres ir ahí?
—Para jugar, por supuesto. —Off le dirigió una mirada sugerente.
—Pero los jóvenes como yo no saben jugar a billar.
—En Francia sí.
—Por lo que dice Bas, en Francia tanto hombres como mujeres hacen cosas que aquí no hacemos.
—Sí —asintió Off—. Son muy avanzados, los franceses. En cambio, los ingleses tenemos tendencia a recelar mucho del placer.
La sala de billar estaba desocupada. Off pidió que les llevaran una bandeja con algo de comida, se sentaron en una mesita y charlaron mientras tomaban bocados. Gunnie no entendía muy bien por qué dedicaba tiempo a entretenerlo, cuando había tantos asuntos que requerían su atención. Tras años de ver el aburrimiento plasmado en el rostro de los hombres cuando hablaba con ellos, la confianza en sí mismo le había quedado reducida al mínimo. Sin embargo, Off escuchaba con atención todo lo que decía, como si lo encontrara de lo más interesante. Lo animaba a decir cosas atrevidas, y parecía que sus intentos de discutir con él le deleitaban.
Cuando Gunnie terminó de comer, Off lo llevó a la mesa de billar y le entregó un taco. A continuación procedió a enseñarle los aspectos básicos del juego.
—No me digas que es demasiado escandaloso para ti —le dijo con burlona severidad—. Después de fugarte conmigo a Gretna Green, puedes hacer cualquier cosa. Inclínate sobre la mesa. —Gunnie obedeció con torpeza y se sonrojó al notar cómo él se inclinaba sobre él y lo cubría de modo excitante con su cuerpo para enseñarle a sujetar bien el taco—. Ahora pasa el índice y el pulgar alrededor del taco, como una embocadura —oyó que le decía—. Así. No lo sujetes con tanta fuerza, cariño. Relaja la mano. Perfecto. —Tenía la cabeza tan cerca de la suya que le llegaba la fragancia a colonia de sándalo que emanaba su piel cálida—. Trata de imaginar una ruta entre la bola blanca y la bola de color. Tienes que golpear justo aquí para enviar la bola de color al agujero. Es un tiro directo ¿lo ves? —dijo mientras señalaba un punto sobre el centro de la bola blanca—. Agacha un poco la cabeza. Tira hacia atrás del taco y golpea la bola blanca con un movimiento suave.
Al intentarlo, la punta del taco no acertó en aquel punto de la bola blanca, que salió rodando hacia el costado de la mesa.
—Eso se llama pifia —observó Off, y cogió la bola para volver a ponerla en su sitio inicial—. Cuando pase esto, entiza la punta del taco y adopta una expresión ceñuda. Eso da a entender que la culpa es del taco y no de tus aptitudes. —Gunnie notó que una sonrisa le asomaba a los labios, y se inclinó otra vez sobre la mesa. Puede que estuviera mal, dado que la muerte de su padre era tan reciente, pero se estaba divirtiendo por primera vez desde hacía mucho tiempo. Off volvió a inclinarse sobre él por detrás y le puso las manos sobre las suyas—. Deja que te muestre el movimiento adecuado del taco. Mantenlo recto, así. —Se concentraron juntos en el deslizamiento regular y constante del taco por el pequeño círculo que Gunnie formaba con el índice y el pulgar. Era prácticamente imposible que el significado sexual de aquel movimiento le pasara por alto y Gunnie se ruborizó a su pesar.
—Debería darte vergüenza —le murmuró él—. Ningún muchacho recatado pensaría algo así. Gunnie rió nervioso, y Off se apartó para observarlo con una sonrisa.
—Vuelve a intentarlo —dijo.
Él se concentró en la bola blanca, retrocedió el taco y golpeó con fuerza. Esta vez la bola de color cayó limpiamente en el agujero.
—¡Lo he conseguido! —exclamó emocionado. Off sonrió y le preparó para varias tacadas más. Le situaba el cuerpo, le ajustaba las manos, y ponía cualquier excusa para rodearlo con los brazos.
Gunnie, que se lo estaba pasando muy bien, fingía no darse cuenta de sus caricias descaradas. Sin embargo, cuando le hizo fallar un tiro por cuarta vez, se volvió hacia él, acusador.
—¿Cómo quieres que tire como es debido si me pones ahí la mano?
—Intentaba ajustarte la postura —replicó Off con picardía. Al ver la mirada burlona de su esposo, sonrió y se apoyó en la mesa de billar—. Es culpa tuya que me vea obligado a portarme así. Te aseguro que hasta a mí mismo me parece horroroso que el único placer del que disfruto estos días sea perseguirte como un adolescente que va detrás de una criada.
—¿Perseguías a las criadas cuando eras un muchacho?
—Por Dios, claro que no. ¿Cómo se te ocurre? —Off pareció indignarse. Gunnie fue a disculparse, pero entonces él añadió con petulancia—. Ellas me perseguían a mí.
Gunnie soltó una carcajada y lo amenazó con el taco.
—Tranquilo, geniecillo —le dijo él, riendo y le quitó el taco—. Te cargarás la poca inteligencia que me queda y entonces ¿de qué te serviría un marido así?
—Serías puramente decorativo.
—Ah, bueno, supongo que eso tiene cierto valor. Que Dios me ayude si alguna vez pierdo el atractivo.
—A mí no me importaría.
—¿De veras? —preguntó Off con una sonrisa burlona.
—Si... —Se detuvo, violento de repente—. Si algo le pasara a tu atractivo, no me importaría tu aspecto. Seguiría... —vaciló— seguiría queriendo que fueras mi marido.
La sonrisa de Off se fue desvaneciendo poco a poco. Le dirigió una mirada larga e intensa y su rostro reflejó algo extraño, una especie de pasión y vulnerabilidad.
—Eres la primera persona que me dice tal cosa —comentó con voz grave—. Espero que no seas tan iluso como para atribuirme dotes que no poseo.
—No; ya estás lo bastante dotado sin necesidad de eso —replicó Gunnie antes de darse cuenta del doble sentido de la frase. Se sonrojó—. Es decir... no me refería a... Pero Off rió en voz baja, la tensión desapareció y tiró de él hacia él.
Gunnie reaccionó ansiosamente, y la diversión de su marido se disolvió como azúcar en brandy caliente.
Lo besó más, con más pasión.
—Gunnie, cariño... —susurró—. Te deseo tanto. Dios mío..., aún faltan dos meses, trece días y seis horas para poder acostarme contigo. Diablillo. Me vas a matar. Él, apesadumbrado por el trato infame que le había impuesto, le acercó los labios a los suyos. Off gimió y lo besó mientras alargaba la mano para cerrar la puerta de la sala de billar. Buscó a tientas la cerradura, giró la llave y se arrodilló ante él. Gunnie apoyó los hombros contra la pared. Estaba tan confuso y excitado que la cabeza le daba vueltas. Off le bajó el pantalón y buscó con las manos dentro de la ropa interior.
—No, Off —susurró tembloroso, consciente de que no estaban en un sitio privado—. Por favor, aquí no puedes... El ignoró sus protestas, siguió rebuscando y le bajó el interior hasta las rodillas.
—Me volveré loco si al menos no te tengo así.
—No, no... —suplicó Gunnie débilmente, pero él no podía oírlo. Le había puesto la mano en el tobillo y le mordisqueaba y lamía una rodilla. Gunnie sintió un súbito y abrasador deseo, y el corazón se le desbocó. Off le subió la parte delantera de la camisa poco más arriba de la cintura y le pidió que la sujetara.
—Aguanta esto —masculló. Él no debería haber obedecido, pero sus manos parecían tener vida propia y sostuvieron la tela a la altura de su estómago.
Off le recorrió el muslo con la boca, de modo que su aliento cálido le excitaba la sensible piel de esa zona. Cuando le rozó el pubis, Gunnie gimió de placer. Los dedos de Off viajaron por su parte trasera, como tanteando el terreno —en cuanto le hizo separar un poco las piernas—. Lamió su pene y la creciente excitación de Gunnie, provocó que se humedeciera, junto con la saliva que iba dejando a su paso tras cada lamida, embadurnó sus dedos y los frotó en su cavidad, introdujo primero un dedo y de inmediato fue apretado y absorbido, ya que el húmedo orificio se contraía ansiosamente.
—Oh, Off... —murmuró con los ojos medio cerrados mientras la pasión le sonrojaba el cuerpo y se lo cubría de irregulares zonas rosadas.
—Callad.
Le introdujo más el dedo mientras con la boca le chupaba la hinchada erección. Gunnie apretó los dientes y arqueó la espalda. Off no se detuvo ni le concedió un instante para recuperar el aliento, sino que siguió acariciándolo y atormentándolo, lo que hizo que sus sensaciones aumentaran, cuanto más chupaba, Gunnie mas gemía, mientras más profundo hurgaba el dedo de Off, el más se retorcía. Off chupaba el pene y hacia leves succiones, para aumentar el placer en su esposo. La excitación de Gunnie, estaba llegando al límite, estaba a punto de estallar si no se detenía, la tortura que estaba impartiendo, su marido, le hacía sentir que podría llegar a morir de tanto placer, hasta llegado un momento, contuvo un grito y se estremeció dejando que todo el placer se derramara en forma de un viscoso y caliente líquido dentro de la boca del Lord, pero Off, no se apartó, provocándole así oleadas de placer hasta que se quedó finalmente inmóvil, agotado y desprovisto de sensación.
Off se puso de pie, presionó su cuerpo excitado contra el de Gunnie, que le rodeó la cintura con los brazos y con los ojos cerrados, apoyó la mejilla en su hombro.
—Nuestro trato... —farfulló.
—Dijiste que podía besarte —le susurró él junto al oído—.
Pero no especificaste dónde, amor mío.
🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘
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