18

Buscaba algo que no parecía poder explicarse ni siquiera a sí mismo.

—Oh, no —dijo Bas con tristeza, mirando más allá de Gunnie.

—¿Qué pasa? —Gunnie se volvió.

En la habitación sólo estaban ellos dos y una sección de estanterías estaba abierta. Earth, de manera previsible, había seguido los impulsos de su curiosidad insaciable y había cruzado la puerta secreta.

—¿A dónde conduce? —preguntó Bas con un suspiro, reacio a dejar el té a medio terminar.

—Depende de la dirección en que haya ido —contestó Gunnie con ceño—. Es una especie de pasadizo laberíntico que se bifurca, y hay escaleras secretas que conducen al primer piso. Gracias a Dios el club está cerrado; eso reduce los problemas en que podría meterse.

—Recuerda que se trata de Earth Kanawut —dijo Bas con sequedad—. Si existe la menor posibilidad de meterse en problemas, la encontrará.

»Al recorrer el oscuro pasadizo, Earth sentía la misma emoción que de niño, cuando Gulf y él jugaban a piratas en su mansión de la Quinta Avenida de Manhattanville. Una vez concluidas sus lecciones diarias, salían al jardín: un par de diablillos con rizos largos y pantalones rasgados que jugaban con aros y cavaban agujeros en los parterres de flores. Un día se les ocurrió crear una cueva pirata secreta, y se pasaron todo el verano abriendo un túnel en el seto que bordeaba la fachada y los lados de la casa. Lo habían cortado y podado diligentemente hasta que tuvieron un largo canal, donde entraban y salían como un par de ratoncitos. Habían celebrado reuniones secretas en su «cueva pirata» y habían guardado una caja de madera llena de tesoros en un agujero cavado junto a la casa. Cuando el airado jardinero descubrió su fechoría, horrorizado por la profanación de su seto, Earth y Gulf estuvieron castigados unas cuantas semanas.

Con una sonrisa nostálgica al recordar a su querido hermano mayor, Earth sintió una oleada de soledad. Gulf y él siempre habían estado juntos, peleándose, riendo, metiéndose en líos y rescatándose uno a otro. Naturalmente, se alegraba de que Gulf hubiera encontrado a su media naranja en el tozudo Suppasit, pero eso no impedía que lo echara muchísimo de menos. Y ahora que los demás floreros, incluido Gunnie, se habían casado, formaban parte del misterioso mundo conyugal del que él seguía excluido. Pronto encontraría un marido. Algún caballero bueno y sincero que compartiera su pasión por los libros. Un hombre que llevara gafas, y a quien le gustaran los perros y los niños.

Avanzaba a tientas por el pasadizo hasta que casi se cayó por un pequeño tramo de escaleras que se encontró de repente. Un tenue brillo al pie de los peldaños lo impulsó a bajar. A medida que se acercaba a la luz, vio que salía de una puerta entornada. Preguntándose qué habría al otro lado, se detuvo y oyó unos golpecitos repetidos. Una pausa, y más golpecitos. La curiosidad pudo más que él. Empujó la puerta con decisión y ésta cedió. La luz llenó el pasadizo mientras él entraba en una habitación que contenía varias mesas y sillas, y un aparador con dos grandes teteras de plata. Tras rodear la puerta vio el origen de los golpecitos. Un hombre en cuclillas estaba reparando una moldura de la pared y clavaba clavos en la madera con martillazos expertos. Se irguió de un brinco y cambió la forma de sujetar el martillo, para utilizarlo como arma.

Era el gitano, el joven con ojos de pantera hambrienta. Se había quitado la chaqueta, el chaleco y la corbata, de modo que, de cintura para arriba, sólo llevaba una fina y holgada camisa blanca, remetida en unos pantalones ajustados. Verlo provocó en Earth la misma reacción que arriba: una punzada en el pecho seguida de una aceleración del corazón. Paralizado al darse cuenta de que estaba solo en la habitación con él, observó sin pestañear cómo se le acercaba despacio.

Nunca había visto a un hombre de una belleza tan exótica. Tenía la piel del color de la miel, unos ojos avellana claro enmarcados por espesas pestañas negras, y un cabello obsidiana que le cubría parte de la frente. Era muy delgado, casi huesudo, pero su complexión larga y de hombros anchos anunciaba una espléndida madurez física cuando alcanzara la edad adulta.

—¿Qué hace aquí? —quiso saber Pronpiphat, que no se detuvo hasta estar tan cerca que lo hizo retroceder instintivamente hasta la pared. En la limitada experiencia de Earth, ningún hombre se había dirigido a él con tanta confianza. Era evidente que no sabía nada sobre modales de salón.

—Sólo estoy dando un paseo —balbuceó.

—¿Le enseñó alguien el pasadizo? Earth vio cómo Pronpiphat apoyaba las manos en la pared, una a cada lado de él, Era un poco más alto que la media, pero no en exceso, de modo que su cuello moreno quedaba a la altura de los ojos de él.

—No; lo encontré yo solo —explicó tras inspirar para ocultar su nerviosismo—. Tiene un acento extraño.

—Y usted también. ¿Es americano?

Asintió con la cabeza, ya que se había quedado sin habla al ver el brillo de un diamante en el lóbulo de la oreja del muchacho. Notó una especie de nudo en el estómago, casi como si sintiera repulsión, y se percató, consternado, de que se estaba ruborizando. Él estaba tan cerca que él notaba su límpido aroma a jabón mezclado con olor a cuadra y cuero. Era un olor agradable, una fragancia masculina muy distinta de la de su padre, que siempre olía a colonia y betún, y a billetes de banco nuevos. Su mirada inquieta recorrió los brazos de Pronpiphat, que la camisa remangada dejaba al descubierto, y se detuvo fascinado en la figura que llevaba dibujada con tinta en el antebrazo derecho: un caballito alado de color negro.

Al percatarse, Pronpiphat bajó el brazo para que lo viera mejor.

—Un símbolo irlandés —explicó—. Un caballo de pesadilla llamado Pooka.

El sonido absurdo de la palabra hizo sonreír a Earth.

—¿Se diluye al lavarlo? —preguntó con vacilación. Pronpiphat negó con la cabeza—. ¿Es parecido al Pegaso de los mitos griegos? —quiso saber Earth y se pegó aún más a la pared.

Pronpiphat le miró el cuerpo en una especie de repaso lento que ningún hombre le había hecho antes.

—No. Es más peligroso. Tiene los ojos amarillos como el fuego, da unos saltos que le permiten salvar montañas y habla con una voz humana profunda como una gruta. A medianoche, puede pararse delante de tu casa y llamarte por tu nombre si quiere llevarte a pasear. Si vas con él, te llevará volando por la tierra y por el mar, y si alguna vez regresas, tu vida ya no volverá a ser igual. A Earth se le puso carne de gallina en todo el cuerpo. Todos sus sentidos le advertían que pusiera fin a esa desconcertante conversación y huyera de aquel hombre a toda prisa.

—Qué interesante —masculló y se volvió en busca de la puerta. Para su consternación, Pronpiphat la había cerrado. La puerta estaba muy bien escondida en los paneles de la pared. Asustado, presionó distintos puntos buscando el mecanismo de apertura. Tenía las palmas sudadas apoyadas en un panel cuando notó que Pronpiphat se inclinaba hacia él por detrás para hablarle al oído.

—No la encontrará. Sólo hay un punto que la abre. Su aliento cálido le acariciaba el lado del cuello y la ligera presión de su cuerpo le daba calor donde lo tocaba.

—Entonces ¿por qué no me dice cuál es? —repuso Earth en su mejor imitación del sarcasmo de Gulf, aunque le consternó oír que sólo sonaba inseguro y perplejo.

—¿Qué me dará a cambio? Earth trató de mostrarse indignado, a pesar de que su corazón le palpitaba desbocado. Se volvió para mirarlo y le lanzó un ataque verbal que esperaba lo hiciera retroceder.

—Señor Pronpiphat, si está insinuando que debería... Bueno, evidentemente no es usted un caballero. —Él no se movió ni un centímetro y esbozó una sonrisa que dejó al descubierto su blanca dentadura— ¿Quiere dinero? —preguntó Earth con desdén.

—No.

—¿Una libertad, entonces? —sugirió tras tragar saliva. Al ver que no lo entendía, aclaró con las mejillas sonrojadas—: Tomarse libertades es dar un abrazo, o un beso...

Algo peligroso brilló en los ojos dorados de Pronpiphat.

—Sí —murmuró—. Me tomaré libertades. Earth apenas podía creerlo. Su primer beso. Siempre lo había imaginado como un momento romántico en un jardín inglés al claro de luna, por supuesto. Y un caballero rubio de cara aniñada le diría algo bonito como un poema justo antes de que sus labios se juntaran. No se suponía que iba a ocurrir en un sótano de un club de juegos con un crupier gitano. Por otro lado, tenía veinte años y tal vez ya iba siendo hora de que empezara a acumular algo de experiencia. Tragó saliva de nuevo, luchó por dominar su respiración y contempló la parte del cuello y el tórax que dejaba al descubierto la camisa medio desabrochada de Pronpiphat.

La piel le brillaba como si fuera de satén ámbar. Cuando se acercó más a él, su aroma le anegó la nariz como si se tratara de la fragancia de una especia. Pronpiphat alzó una mano hacia su cara y al hacerlo, con los nudillos le rozó involuntariamente el pecho. Aturdido, él pensó que tenía que haber sido sin querer, mientras el pezón se le contraía bajo la camisa de seda. La mano de Pronpiphat le sujetó con suavidad el rostro y se lo inclinó hacia arriba. Mientras le miraba las pupilas dilatadas, llevó la yema de los dedos a los labios y se los acarició hasta que estuvieron separados y temblorosos. Le puso la otra mano tras la nuca para acariciársela y luego apoyarle en él la cabeza, lo que fue muy oportuno ya que toda su columna vertebral pareció disolverse como azúcar. Le puso los labios sobre la boca con una presión tierna para explorarla con suavidad. Él sintió un placer cálido por todo el cuerpo, hasta que ya no pudo resistir el ansia de apretar su cuerpo contra el del muchacho. Se puso de puntillas, le tomó los hombros con las manos y se le cortó la respiración cuando él le deslizó las manos por el cuerpo. Cuando por fin Pronpiphat levantó la cabeza, Earth descubrió, avergonzado, que estaba aferrado a él como un náufrago.

Apartó con rapidez las manos y retrocedió todo lo que le permitía la pared. Confuso y abochornado por su propio comportamiento, lo miró ceñudo.

—No he sentido nada —dijo con frialdad—. Aunque supongo que hay que reconocerle el mérito de haberlo intentado. Y ahora, si me dice dónde está la... —Soltó un gritito de sorpresa cuando Pronpiphat volvió a acercarse a él y se percató, demasiado tarde, de que se había tomado su comentario desdeñoso como un reto. Esta vez, tras sujetarlo por la nuca, lo besó con labios más exigentes. Con inocente asombro, notó el contacto sedoso de su lengua, una sensación que lo hizo estremecer de placer. Pronpiphat terminó el beso con una caricia con los labios, lo miró a los ojos y lo retó en silencio a negar que estaba excitado.

—Nada —dijo él con voz débil tras reunir el poco orgullo que le quedaba. Esta vez él lo estrechó totalmente contra su cuerpo y lo besó con un ardor inusitado. Earth no se había imaginado que un beso pudiera ser tan apasionado. La boca de Pronpiphat se apoderó de la suya mientras con las manos le sobaba el cuerpo. Notó cómo le separaba los pies con los suyos y aumentaba el contacto de sus cuerpos. Lo incitó y lo acarició con sus besos hasta que él tembló como un animalito desamparado entre sus brazos. Para cuando sus labios se separaron, Earth estaba exhausto, con toda la conciencia concentrada en las sensaciones que lo conducían hacia un fin desconocido.

Abrió los ojos y lo miro aturdido.

—Ahora ha estado mejor —consiguió decir con temblorosa dignidad—. Me alegro de haberlo conocido. —Se volvió, pero no sin ver cómo él sonreía.

Pronpiphat alargó la mano para pulsar el mecanismo oculto y abrir la puerta. Para turbación de Earth, entró con él en el pasadizo oscuro y lo acompañó escaleras arriba guiándolo como si tuviera ojos de gato en la oscuridad. Cuando llegaron arriba, donde era visible el contorno de la puerta de la sala de lectura, se detuvieron.

—Adiós, señor Pronpiphat —musitó Earth, necesitado de decir algo—. Es probable que no volvamos a vernos nunca. —Ojalá fuera así, porque estaba claro que no podría volver a mirarlo a la cara.

—Tal vez una noche me aparezca en tu ventana —le susurró al oído Pronpiphat—. Para tentarte a dar un paseo por la tierra y por el mar. Y si dejas que te lleve, no volverás a ser el mismo. Y, dicho esto, abrió la puerta, empujó con suavidad a Earth hacia la sala de lectura y la cerró de nuevo.

Earth parpadeó confundido al ver a sus amigos.

—Debería haberme imaginado que serías incapaz de resistirte a una puerta secreta. ¿A dónde lleva el pasadizo? —preguntó Bas.

—Gunnie tenía razón —respondió Earth, ruborizado.

No lleva a ningún sitio al que quisiera ir. 

🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: #offgun