16

Gunnie se alegró de la actividad constante que hubo en el club los siguientes quince días, ya que le permitió distraerse de su dolor. Cuando dijo a Off que quería ser útil, él lo envió a la oficina a organizar y clasificar la correspondencia y los documentos de contabilidad. También tuvo que supervisar a los pintores, decoradores, carpinteros y albañiles en sus distintas tareas, una responsabilidad que le habría aterrado poco tiempo atrás. Hablar con tantos desconocidos le supuso un esfuerzo angustiante al principio, y se pasó unos días intentando controlar su tartamudez. Sin embargo, cuanto más a menudo lo hacía, más fácil le resultaba.

Le ayudó que los trabajadores lo escucharan con un respeto que nadie antes le había mostrado. Lo primero que hizo Off después del funeral de Leo Atthaphan fue concertar una reunión con el jefe de policía para comentar el reciente endurecimiento de la legislación sobre el juego. Con encanto y persuasión, argumentó que el Atthaphan's era un club social y no únicamente un club de juego. Por tanto, debía quedar exento de las redadas policiales, ya que sus miembros eran, como Off afirmó con solemnidad, «hombres de notable integridad».

Convencido por su ingeniosa lógica, el jefe de policía prometió que no habría redadas en el Atthaphan's siempre y cuando mantuviera una apariencia de respetabilidad.

—Estoy empezando a creer en su capacidad de persuadir a cualquiera de hacer casi cualquier cosa —le comentó Plustor Pronpiphat con admiración al enterarse de su éxito.

—Me parece que Lord St. Jumpol es prueba de ello —comentó Off sonriéndole a Gunnie, sentado cerca de él.

Off y Plustor parecían haber establecido una alianza provisional a efectos de recuperar el buen funcionamiento del club. Sus relaciones no eran lo que se dice amistosas, pero tampoco hostiles. Plustor había tomado nota de la capacidad de liderazgo de Off, que resultó providencial los días posteriores a la defunción de Leo Atthaphan. Off, por su parte, había abandonado su aire de indolencia aristocrática y asumido la dirección del club con determinación y autoridad.

Como cabía esperar, Off era la clase de hombre que los empleados del club despreciaban y al principio, lo consideraron uno más de los «pardillos» o «pollos» que iban al club. Creían que era un aristócrata consentido y autocomplaciente que no tenía idea de trabajar. Era probable que todos supusieran, como Gunnie había hecho, que Off se cansaría pronto de la responsabilidad de dirigir el local. Sin embargo, nadie se atrevió a desafiarlo cuando fue evidente que despediría a cualquiera que no obedeciera sus órdenes.

La muestra más efectiva de su autoridad fue la forma en que había echado sumariamente a Nat Sakdatorn. Además, no podía negarse la entrega sincera de Off. Se interesaba por todo, desde la cocina hasta los costes desglosados de la sala de juegos.

Como aún tenía mucho que aprender de su funcionamiento, se propuso comprender las matemáticas del juego. Gunnie se acercó una noche a la sala de juegos y se encontró allí a Off y Plustor en la mesa central mientras este último le explicaba cómo efectuar el cálculo de probabilidades.

—Sólo hay treinta y seis combinaciones posibles de dos dados, y cada dado tiene seis caras. Cuando se lanzan dos dados a la vez, la combinación resultante recibe el nombre de «probabilidad acumulada» y las probabilidades de que salga son de treinta y cinco a uno.

—Se detuvo y dirigió una mirada inquisitiva a Off.

—Continúa —pidió éste.

—Como cualquier jugador sabe, la suma de las dos caras boca arriba se llama punto. Dos unos suman un punto de dos. Dos seis suman un punto de doce. Pero las probabilidades de sacar un número concreto varían, ya que sólo hay una forma de obtener un dos, pero hay seis formas de obtener un punto de siete.

—Siete es un número natural —murmuró Off con ceño de concentración—. Y como el mayor número de combinaciones dará un natural, la probabilidad de sacar un siete en una tirada es de...

—Del dieciséis por ciento —apuntó Plustor a la vez que recogía los dados. Sus anillos de oro captaron la luz cuando hizo la tirada hacia el otro lado de la mesa. Tras rebotar en el borde negro, los dados de marfil se detuvieron en el tapete verde. Las dos caras mostraban un seis—. Por otro lado, la probabilidad de sacar un doce es sólo del dos coma siete por ciento. Y, por supuesto, cuantas más veces lanzas los dados, más aumenta la probabilidad. Así que para cuando los has tirado ciento sesenta y seis veces, la probabilidad de sacar un punto de doce es del noventa y nueve por ciento. En ese caso, la probabilidad será distinta para los demás puntos, claro. Puedo enseñárselo sobre un papel; de ese modo es más fácil de entender. Se dispone de una gran ventaja cuando se sabe calcular las probabilidades. Pocos jugadores lo hacen, y eso es lo que distingue a los tramposos de los pardillos. El juego de azar no es equitativo, ni siquiera cuando se juega honradamente, y la ventaja suele ser de la banca en...

Se interrumpió al ver llegar a Gunnie. Una sonrisa le brilló en los ojos.

—Buenas noches, milord. Off torció el gesto al ver el aire de familiaridad que había entre ambos.

—Buenas noches —murmuró Gunnie, y se sentó junto a Off. Lo miró sonriente—. ¿Se te dan bien los números?

—Siempre había creído que sí —respondió él—. Hasta ahora. Pronpiphat, ¿los demás crupiers son expertos en el cálculo de probabilidades?

—Lo suficiente, milord. Todos ellos saben cómo inducir a un jugador a apostar de forma ventajosa para la casa, cómo distinguir a un buen jugador de uno malo...

—¿Quién les enseñó? —preguntó Gunnie. La sonrisa de Plustor mostró un sorprendente destello blanco en su rostro de tez morena.

—Yo, por supuesto. Nadie conoce el juego tan bien como yo.

—Al chico sólo le falta confianza en sí mismo —observó Gunnie a su marido con una sonrisa. Pero Off no reaccionó a la broma. En lugar de eso, dijo con brusquedad a Plustor:

—Quiero una lista, en orden descendente, de todos los préstamos pendientes de pago con sus fechas de vencimiento. El libro contable está en el estante de arriba de la oficina. Empieza ahora mismo.

—Sí, milord. Y, con una pequeña reverencia a Gunnie, se marchó con su gracia y agilidad habituales. Al quedarse con su marido en la sala de juego medio a oscuras, Gunnie sintió un cosquilleo en el vientre. Los días anteriores, sus encuentros habían sido frecuentes pero impersonales y rara vez habían estado a solas. Se inclinó hacia la mesa y recogió los dados para guardarlos en un estuche de piel. Al enderezarse, la mano de Off le acarició la espalda. Su contacto le erizó el vello de la nuca.

—Es tarde —musitó él—. Deberías descansar. Tienes que estar exhausto después de todo lo que has hecho hoy.

—Tampoco he hecho tanto. —Se encogió de hombros, inquieto y Off volvió a pasarle la mano despacio por la espalda.

—Ya lo creo que sí. Te estás excediendo, cariño.

Gunnie sacudió la cabeza.

—Me alegra tener la oportunidad de trabajar —consiguió decir pese a lo difícil que le resultaba pensar con claridad cuando su marido lo tocaba—. Me impide pensar demasiado en... en...

—Sí, lo sé. Por eso lo he permitido. —Le rodeó la nuca con los dedos y a Gunnie le faltó el aliento—. Necesitas acostarte —añadió él, y lo acercó hacia él. Le dirigió despacio la mirada hacia el pecho, volvió a subirla hacia la cara y soltó una risita amarga—. Y yo necesito acostarme contigo, maldita sea. Pero como no puedo... Ven aquí.

—¿Para qué? —preguntó Gunnie mientras él lo sujetaba contra el borde de la mesa y encajaba las piernas entre las suyas.

—Quiero torturarte un poco. —Gunnie dio un respingo.

—Me... —se aclaró la garganta— me imagino que dices «tortura» en sentido figurado.

—Literal, me temo.

—¿Cómo?

—Amor mío —dijo él con dulzura—. Supongo que no esperarás que durante estos tres meses el sufrimiento sea sólo mío. Apóyate en mí. —¿Dónde?

—Donde quieras. —Esperó hasta que, indeciso, él le puso las manos en la chaqueta de lana fina. Entonces lo miró fijamente a los ojos—. Voy a avivar en ti el mismo fuego que me consume, Gunnie.

—Off... —Intentó zafarse, pero él lo inmovilizó con más fuerza contra la mesa.

—Tengo derecho a besarte —le recordó—. Todo lo que quiera y tan a menudo como quiera. Ese fue nuestro trato. Él dirigió una mirada nerviosa alrededor—. Me importa un comino que alguien nos vea —le dijo él—. Eres mi esposo. —Y se inclinó para acariciarle la mejilla—. Mi premio. Mi placer y mi dolor. Mi deseo infinito. Nunca he conocido a alguien como tú, Gunnie. —Le rozó el puente de la nariz con los labios—. Te atreves a exigirme cosas que nadie nunca osaría. De momento pagaré ese precio, cariño. Pero después tú pagarás el mío, multiplicado por mil. Le tomó los temblorosos labios con los suyos mientras le sujetaba la nuca con una mano. Era un hombre al que le gustaba besar casi tanto como el propio acto sexual. El beso empezó siendo el roce suave y seco de unos labios cerrados y fue aumentando de presión hasta abrirle despacio la boca. Gunnie notó la invasión sutil de su lengua. Echó atrás la cabeza para apoyarla, impotente, en la palma de su mano mientras el repentino martilleo de su corazón le bombeaba la sangre a toda velocidad.

Off lo besó con ardor. Le acarició suavemente el pecho mientras con el pulgar le buscaba el pezón a través de la camisa. Ansioso, separó los labios de su boca y se los deslizó por el cuello hasta encontrarle el pulso. A Gunnie se le tensaron las piernas y lo aferró por los hombros para no perder el equilibrio. Off suspiró y lo atrajo con más fuerza hacia su cuerpo. Cuando volvió a besarlo, él ya no pudo contener los gemidos de súplica mientras se excitaba más y más.

Al oír un carraspeo incómodo, Gunnie interrumpió el beso y soltó un gritito ahogado. Off, comprendiendo que había entrado alguien en la sala, le recostó la cabeza en su pecho y le acarició la mejilla sonrojada con un dedo. Habló con frialdad mientras Gunnie oía cómo el corazón le latía con fuerza.

—¿Qué ocurre, Tawan?

—Perdone, milord —respondió sin aliento Tay Tawan, uno de los miembros del personal de la sala de juego— tenemos problemas. Los carpinteros encontraron una botella de ron y están los tres como cubas. Han empezado a pelearse en la cafetería. Dos de ellos se han liado a puñetazos y el otro está rompiendo los platos del aparador.

—Dígale a Pronpiphat que se ocupe de ello —ordenó Off.

—El señor Pronpiphat dice que está ocupado.

—¿Hay una pelea de borrachos y está demasiado ocupado para tomar cartas en el asunto? —preguntó Off incrédulo.

—Sí, milord. —Pues encárguese usted.

—No puedo, milord. —Levantó un dedo vendado—. Ayer por la tarde me rompí el nudillo en una pelea en el callejón.

—¿Dónde está New?

—No lo sé, milord.

—¿Me está diciendo que, de treinta empleados que trabajan aquí, no hay ninguno disponible para impedir que los carpinteros destrocen la cafetería cuando deberían estar reformándola? —exclamó Off.

—Sí, milord. En la pausa furiosa que siguió a la respuesta de Tawan, los ruidos de porcelana rompiéndose y de muebles estrellados contra las paredes hicieron tintinear levemente las arañas del techo. Unos gritos incomprensibles acompañaban el estruendo a medida que la riña se intensificaba.

Off apretó los dientes.

—¿Qué diablos le están haciendo a mi club? —dijo Gunnie. Confundido, sacudió la cabeza y miró el rostro colérico de su marido y luego el cuidadosamente inexpresivo de Tawan.

—Llámalo rito de iniciación —dijo Off, y se marchó a paso rápido. Gunnie se arregló la ropa y corrió tras él. ¿Rito de iniciación? ¿A qué se refería? ¿Y por qué no intervenía Plustor? Siguió a Off procurando no tropezar. El ruido resonó más fuerte cuando se acercaba al reducido grupo de hombre reunidos en la cafetería, cuyos gritos y exclamaciones llenaban el aire.

Off se quitó la chaqueta y se la dio a alguien antes de abrirse paso a empujones hacia la pelea. En el centro del corrillo, tres hombres se daban puñetazos y se empujaban mientras los espectadores los jaleaban entusiasmados. Off se acercó estratégicamente al contendiente que tenía más dificultades para mantenerse de pie, lo hizo girar y le asestó un par golpes que lo tumbaron sobre la alfombra. El par restante se volvió contra Off. Uno de ellos intentó sujetarle los brazos mientras el otro lo amenazaba con los puños. Gunnie soltó un grito de alarma, que, de algún modo, llegó a oídos de Off por encima del estrépito general. Dirigió la vista hacia él y en ese instante uno de los carpinteros lo sujetó brutalmente por el cuello. De esta guisa, el otro empezó a atizarle en la cabeza.

—¡No! —gritó Gunnie, e intentó avanzar hacia su marido, pero un brazo férreo lo retuvo por la cintura.

—Espera —le dijo una voz conocida al oído—. Dale una oportunidad.

—¡Plustor! —Se volvió como un poseso y lo miró con ojos llenos de pánico—. Le harán daño —dijo con desesperación—. Ve a ayudarlo, Plustor. Tienes que hacerlo...

—Ya se ha soltado —observó el joven romaní suavemente. Mira, no lo está haciendo mal. Uno de los contendientes le lanzó un potente derechazo, pero Off se agachó y le respondió con un puñetazo rápido.

—Plustor ¿por qué diablos no vas a a... ayudarle?

—No puedo.

—¡Sí que puedes! Tú estás acostumbrado a pelear, mucho más qu... que él.

—Tiene que hacerlo él —explicó Plustor con calma—. En caso contrario, no tendrá ninguna autoridad. Los empleados del club tienen una idea del liderazgo que exige acción además de palabras. St. Jumpol no puede pedirles que hagan algo que no esté dispuesto a hacer él mismo. Y él lo sabe. De lo contrario, no estaría enzarzado con esos tipos. Gunnie se tapó los ojos cuando un carpintero se acercó a su marido por detrás mientras el otro le soltaba una serie de golpes al pecho y la cara.

—¿Sólo le serán leales si sabe usar los puños en una ridícula exhibición de fuerza bruta?

—Básicamente, sí. Quieren ver de qué pasta está hecho. Tranquilo, todo irá bien —comentó con voz divertida. Él no lo soportaba. Se estremecía y se retorcía con cada impacto, con cada gruñido de dolor.

—Esto es insoportable —gimió—. Plustor, por favor...

—Nadie lo obligó a despedir a Nat y dirigir el club él mismo —señaló—. Forma parte del trabajo, cielo. Él lo entendía. Su padre había participado en numerosas peleas la mayor parte de su vida. Pero Off no había nacido para eso; no poseía la brutalidad necesaria ni el gusto por la violencia que distinguían a Leo Atthaphan. Sin embargo, cuando hubo tumbado a otro carpintero y se encaró con cautela al último adversario en pie, fue evidente que, tanto si formaba parte de su carácter como si no, estaba dispuesto a demostrar su valía.

El borracho se precipitó hacia él y Off lo derribó con una combinación rápida: dos izquierdazos y un derechazo. El tipo cayó al suelo con un gemido y el público celebró la victoria de su jefe con gritos de aprobación y aplausos. Off, que recibió la aclamación con un gesto adusto de la cabeza, vio que el brazo protector de Plustor rodeaba a Gunnie y su semblante se ensombreció. Algunos de los entusiastas espectadores ayudaron a salir a los aturdidos carpinteros. Otros fueron a buscar escobas y cubos para limpiar el lugar. Todos dirigían miradas mucho más simpáticas que antes a Off. Mientras se secaba un hilillo de sangre de la comisura de los labios con la manga de la camisa, éste se agachó para recoger una silla caída.

Plustor se acercó a felicitarlo.

—Pelea como un caballero, milord.

—¿Debo tomarlo como un cumplido? —ironizó Off.

—Lo hace bastante bien contra un par de borrachines —observó Plustor, impertérrito.

—Había tres al empezar —gruñó Off.

—Tres borrachines, entonces. Pero puede que la próxima vez no tenga tanta suerte.

—¿La próxima vez? Si crees que voy a tomarme esto por costumbre...

—Atthaphan lo hacía —replicó Plustor—. Nat también. Casi cada noche hay algún lío en el callejón, en la cuadra o en las salas de juego. Es normal, ya que los clientes dedican horas al juego, el alcohol y las mujeres. Nos encargamos de ello por turnos. Si no quiere que le dejen maltrecho una vez a la semana, tendrá que aprender algunos trucos para acabar rápidamente con una pelea. Salen menos lastimados usted y los clientes, y mantiene alejada a la policía.

—Si te refieres a las artimañas que se usan en las peleas barriobajeras y en las riñas de callejones...

—¿Piensa practicar media hora diaria en un club pugilístico? —repuso Plustor, mordaz. Off fue a replicar, pero al ver que Gunnie se acercaba ansioso, algo le cambió en la cara.

Por alguna razón, la preocupación de su esposo lo sosegó.

—¿Te han lastimado? —preguntó él, nervioso. Off estaba desaliñado e irritado, pero no parecía herido. Él negó con la cabeza y dejó que él le apartara unos mechones sudados que casi le tapaban los ojos.

—Estoy bien —murmuró—. En comparación con la paliza que me dio Suppasit, esto no ha sido nada.

—Le esperan más palizas si no acepta algunas sugerencias sobre cómo pelear —terció Plustor. Y sin más se dirigió hacia la puerta y llamó—: ¡Oab! Ven aquí un momento. No, no para trabajar. Necesitamos que le des unos cuantos golpes a St. Jumpol. —Se volvió hacia Off y comentó con inocencia—. Vaya, no se ha hecho de rogar. Viene corriendo.

Gunnie contuvo una sonrisa y se retiró hacia el rincón, ya que comprendió que la intención de Plustor era ayudar a su marido. Si Off insistía en pelear caballerosamente, no tendría nada que hacer en el club. Oab, un empleado joven y fornido, entró en la cafetería.

—Oab es nuestro mejor luchador —observó Plustor—. Le enseñará algunas maniobras básicas para tumbar a un hombre. Oab, hazle un cruzado especial. Pero suave, no vayas a romperle la espalda. Oab, que parecía encantadísimo de tener aquél oportunidad, lo atacó con decisión, le sujetó el cuello con un brazo rollizo, le tomó el brazo libre y se lo pasó por encima del hombro, lo que hizo que Off se girara violentamente y aterrizara de espaldas con un gruñido de dolor. Oab iba a saltarle sobre el abdomen, pero Plustor intercedió para refrenar su ímpetu.

—Ya está bien, Oab. Es suficiente por ahora. Gracias por tu colaboración. Gunnie lo observó todo con un puño cerrado sobre la boca.

Plustor se inclinó para ayudar a Off a levantarse, pero éste rechazó la mano que le tendía y se puso de pie por sus propios medios. Luego miró a Plustor con una expresión tan adusta que habría intimidado a cualquier hombre. Plustor, sin embargo, habló con naturalidad:

—Es un movimiento bastante simple. Cuando estén de lado, rodee el cuello del otro con el brazo, sujétele el brazo, mueva el cuerpo así y su oponente caerá sin remedio. Según la fuerza con que lo golpee contra el suelo, no podrá moverse durante varios segundos. Vamos, pruebe conmigo.

Al practicar la maniobra en Plustor, Off se contuvo caballerosamente. Aprendió deprisa, y tumbó al joven gitano con una extraña mezcla de eficiencia y renuencia.

—No puedo luchar de esta forma —masculló.

—Si lo sujetan por detrás —dijo Plustor, que ignoró su comentario—normalmente podrá soltarse con un cabezazo hacia atrás. Empiece con la cabeza agachada, con el mentón hacia el pecho. Apriete los dientes, mantenga la boca cerrada y lance la cabeza hacia atrás con fuerza, hacia la cara de su adversario. No hace falta que apunte. Y para el cabezazo hacia delante... ¿Lo ha hecho alguna vez? ¿No? Bueno, el truco consiste en mirar fijamente a los ojos del contrincante al hacerlo. Apunte a una parte blanda de la cara; no lo dirija nunca contra la frente o el cráneo. Use el peso de su cuerpo y procure golpear con la parte baja de la frente.

Off soportó la lección a regañadientes, mientras los dos hombres más jóvenes le enseñaban golpes en el cuello, patadas y otras técnicas para atacar los puntos vulnerables de la anatomía humana. Participó cuando se lo pidieron y mostró unas aptitudes físicas que parecieron complacer a Plustor. Sin embargo, cuando el romaní empezó a explicarle diversas maneras de propinar puntapiés en la entrepierna, Off ya no aguanto más.

—Basta —gruñó—. Se acabó, Pronpiphat.

—Pero todavía hay algunas cosas...

—Me da igual.

Plustor intercambió una mirada con Gunnie, que se encogió de hombros y sacudió ligeramente la cabeza. Ninguno de los dos entendía qué había provocado su irritación. Pasado un momento, Plustor despidió a Oab con unas palabras de elogio. Se volvió después hacia Off, que se alisaba la chaqueta con rabia apenas contenida.

—¿Cuál es el problema, milord? —preguntó con calma.

—Nunca he pretendido ser un modelo de virtudes —respondió Off tras resoplar—. Y en el pasado he hecho cosas que sonrojarían al mismísimo diablo. Pero hay ciertas cosas a las que ni siquiera yo podría rebajarme. Los hombres de mi posición no dan patadas, rodillazos en la entrepierna ni cabezazos cuando pelean. Y tampoco golpean el cuello, hacen la zancadilla o, Dios me libre, tiran del pelo. Aunque Gunnie habría creído imposible que los ojos de Plustor tuvieran un aspecto frío, de repente parecieron de ámbar.

—¿Cuál es exactamente su posición, si no le molesta que lo pregunte? —Soltó el joven gitano con cierta mordacidad—. ¿Es noble? No vive como tal. Duerme en un club de juego, en una habitación que hace poco ocupaban un par de prostitutas. ¿Es un hombre delicado? Acaba de pelearse con un par de idiotas borrachos. Es un poco tarde para ponerse exigente ¿no cree?

—¿Me criticas porque tengo principios? —replicó Off con frialdad.

—En absoluto. Lo critico por tenerlos dobles. Los romaníes tenemos un dicho: «No puedes montar dos caballos con un solo trasero.» Si quiere sobrevivir aquí, tendrá que cambiar. No puede hacerse pasar por un aristócrata diletante que está por encima de estas cosas. Está intentando asumir un cargo que ni siquiera yo podría ocupar, caramba.

Tendrá que tratar con jugadores, borrachos, ladrones, mentirosos, jefes de pandillas, abogados, policías, y más de treinta empleados que están convencidos de que va a ahuecar el ala en un mes. Ahora que Atthaphan está muerto, ha ocupado su lugar como uno de los grandes de Londres. Todo el mundo le pedirá favores o intentará aprovecharse de usted, o querrá demostrar que es superior a usted. Y nadie le dirá toda la verdad. Sobre nada. Tendrá que agudizar sus instintos y lograr que la gente tema contrariarlo. Si no, sus probabilidades de éxito serán tan pocas que...

Era evidente que le habría gustado proseguir, pero la expresión de Off pareció indicarle que era mejor callarse. Se pasó la mano por el despeinado cabello azabache y se marchó.

Pasó largo rato antes de que Gunnie se atreviera a acercarse a su marido, que estaba mirando fijamente la pared, absorto en sus pensamientos. Él advirtió que, si bien la mayoría de gente solía parecer mayor cuando estaba cansada y tensa, Off tendía a parecer más joven.

—¿Por qué te obstinas? —murmuró mirándolo—. No es sólo por el dinero. ¿Qué esperas encontrar en este sitio? Las preguntas de Gunnie encendieron un brillo irónico en los ojos de su marido.

—Cuando lo sepa, te lo comunicaré —masculló. 

🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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