15

Off se encontró con Plustor en el pasillo, delante de la sala de lectura.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Se ha ido —respondió el romaní con cara inexpresiva—. No logré atraparlo.

—¿Por qué no lo perseguiste? —Una furia devastadora centelleó en los ojos de Off. Plustor, que había estado expuesto al carácter explosivo de Leo Atthaphan durante años, no se inmutó.

—Era innecesario, a mi juicio. No volverá.

—No te pago para que actúes según tu juicio. Te pago para que actúes según el mío. Deberías haberlo arrastrado hasta aquí por el cuello y dejar que yo decidiese qué hacer con ese cabrón.

Plustor permaneció callado y dirigió una mirada rápida y sutil a Gunnie, que se sintió aliviado por el giro que habían dado las cosas. Ambos eran conscientes de que si Plustor hubiera llevado a Way-ar de vuelta al club, Off lo habría estrangulado y lo último que quería Gunnie era que su marido fuese acusado de asesinato.

—Quiero encontrarlo —soltó Off mientras se paseaba como una fiera enjaulada—. Contrata a dos hombres para que lo busquen día y noche. Juro que servirá de ejemplo para cualquiera que piense siquiera en levantarle un dedo a mí esposo. Tráeme una lista de nombres antes de una hora. Los mejores detectives privados disponibles. No quiero a ningún idiota de ese nuevo cuerpo de policía que lo estropee todo como siempre. Venga, muévete. Aunque sin duda Plustor tenía su opinión sobre el asunto, se la guardó para él.

—Muy bien, milord. —dijo, y se marchó.

—No tienes por qué desahogar tu rabia en Plustor —dijo Gunnie para calmar a su furioso marido mientras regresaban a la sala de lectura—. El...

—No se te ocurra intentar defenderlo —lo interrumpió Off—. Tú y yo sabemos que habría atrapado a esa rata de alcantarilla si hubiera querido. Y que me aspen si tolero que le llames por su nombre de pila; no es tu hermano y tampoco un amigo. Es un empleado y a partir de ahora te referirás a él como «señor Pronpiphat».

—Es amigo mío —replicó Gunnie, indignado—. ¡Hace años que lo es! —Los casados no tienen amistad con jóvenes solteros.

—¿Cómo te atreves a insultar mi honor insinuando que... que...? —La multitud de protestas que se agolparon en su interior lo confundieron—. No he hecho na... nada para merecer semejante falta de confianza.

—Confío en ti. De quien sospecho es de todos los demás. Gunnie frunció el ceño, ya que imaginó que se estaba burlando de él.

—Hablas como si me persiguiera una jauría de hombres. Pero en Stony Cross, los hombres se desviaban de su camino para evitar encontrarse conmigo y tú eras uno de ellos. La acusación, aunque cierta, pareció sorprender a Off. Se le tensó el rostro y lo miró con un silencio glacial.

—No lo ponías nada fácil para que alguien se te acercara— soltó pasado un instante—. La vanidad de un hombre es más frágil de lo que te imaginas. Confundimos con facilidad la timidez con la frialdad y el silencio con la indiferencia. Podrías haberte esforzado un poco, ¿sabes? Un breve encuentro, una sonrisa tuya... Era todo el estímulo que habría necesitado para abalanzarme sobre ti como un urogallo sobre el laurel.

Gunnie jamás se lo había planteado de este modo. ¿Acaso él era en parte responsable de su escaso éxito con los hombres?

—Supongo que podría esforzarme un poco por superar la timidez —admitió.

—Haz lo que quieras. Pero cuando estés con Pronpiphat o cualquier otro hombre, será mejor que tengas presente que me perteneces por completo.

—Pero bueno... —se sorprendió Gunnie tras interpretar el comentario—. ¿Será posible que estés celoso? Los rasgos de Off reflejaron rabia mezclada con perplejidad.

—Sí— admitió con brusquedad—. Eso parece.

Y tras una mirada de advertencia, salió de la habitación.

El funeral se celebró la mañana siguiente. Off había acertado en los preparativos, logrando equilibrar una austera dignidad con una ligera pompa. Era la clase de cortejo que había encantado a Leo Atthaphan, tan numerosos que ocupó toda la anchura de St. James. Había una carroza fúnebre negra y dorada, tirada por cuatro caballos, y dos carruajes para la comitiva, tirados también por cuatro caballos, con las bridas adornadas con plumones de avestruz teñidos. El bonito ataúd de roble, adornado con clavos de latón y una placa reluciente con una inscripción, estaba forrado de plomo y soldado para frustrar a los profanadores de tumbas, una lacra habitual en los cementerios londinenses. Antes de que cerraran la tapa, Gunnie había visto uno de los anillos de oro de Plustor en el dedo de su padre; un regalo de despedida que lo había emocionado. Lo mismo que cuando había visto a Off arreglarle el pelo al finado con un peine cuando pensó que nadie lo miraba.

Hacía mucho frío y el viento traspasaba la gruesa capa de lana de Gunnie en su recorrido a lomos de un caballo cuyas riendas sujetaba Off, que caminaba a su lado. Dos docenas de hombres que hacían las veces de pajes y cocheros cerraban el cortejo principal, y su aliento formaba bocanadas de vaho. Iban seguidos de una gran cantidad de dolientes, una curiosa mezcla de personas adineradas, comerciantes, caballeros ostentosos y bribones declarados. Había tanto amigos como enemigos. Pero daba igual la ocupación o la disposición de alguien, había que respetar la tradición del duelo. Se esperaba que Gunnie no asistiera al funeral, ya que se consideraba que la naturaleza de un caballero joven era demasiado delicada para soportar una realidad tan dura. Pero él había insistido en participar. Encontraba consuelo en el ritual. Off se había opuesto hasta que Plustor había intervenido.

—Hay que liberar a Atthaphan de las cadenas del dolor de su hijo —había dicho a Off cuando la discusión subía de tono—. Los romaníes creen que si alguien llora demasiado la muerte de un ser querido, el difunto se ve obligado a volver para consolar al afligido. Si asistir al funeral le permite dejarlo marchar... —Y se encogió de hombros prosaicamente.

Off lo fulminó con la mirada.

—Fantasmas otra vez —refunfuñó con hastío, pero no volvió a mencionar el tema. Como había llorado hasta quedarse sin lágrimas, Gunnie consiguió seguir estoicamente el funeral, incluso cuando empezaron a echar tierra sobre el ataúd ya depositado en la fosa. Sin embargo, unas lágrimas le resbalaron por las mejillas cuando estuvo totalmente tapado. En ese momento Plustor se adelantó con una petaca plateada y según la tradición romaní, vertió solemnemente un chorrito de brandy sobre la tumba. El gesto enojó al anciano pastor, que reprendió a Plustor.

—¡Deténgase! ¡No queremos ninguna de sus costumbres paganas! Manchar un lugar santo con alcohol barato...

—Padre —lo interrumpió Off poniéndole una mano en el hombro— no creo que a nuestro amigo Atthaphan le hubiera importado. —Dejó que una sonrisa conspiradora le iluminara el rostro antes de añadir—: Es coñac francés, y de una cosecha excelente. Quizá podría enviarle unas botellas a su residencia para degustarlo...

El encanto del vizconde calmó al pastor, que le devolvió la sonrisa.

—Muy amable, milord. Gracias —dijo.

Aunque la mayoría de dolientes ya se había ido, todavía quedaban unas cuantas personas esparcidas por el cementerio. Mientras Off hablaba con el pastor y Plustor terminaba el ritual del brandy, Gunnie recorrió con la mirada las fachadas de las tiendas, las casas y la fábrica que rodeaban la plaza. La cara de un hombre de pie junto a una farola al otro lado de la plaza captó su atención. Iba vestido con una chaqueta oscura y una gorra gris y no lo reconoció hasta que esbozó una sonrisa. Era Joss Way-ar. Al parecer, había querido presentar sus respetos a Leo Atthaphan, aunque de lejos. Sin embargo, no parecía un hombre acongojado, sino que tenía un aspecto malévolo, con una mueca de maldad. Sin dejar de mirarlo, se pasó un dedo por el cuello en un gesto que a Gunnie le hizo dar un involuntario paso atrás. Off lo advirtió y se volvió para sujetarlo por los hombros con las manos enguantadas.

—Gunnie —murmuró, mirándolo con preocupación—. ¿Estás bien? Él asintió con la cabeza y dirigió de nuevo la mirada hacia la farola. Way-ar ya no estaba.

—Sólo tengo algo de frío —respondió, y los dientes le castañetearon cuando un golpe de viento le quitó la capucha de la cabeza. Off volvió a colocársela y le ciñó más la capa.

—Te llevaré al club —dijo—. Daré unas monedas a los pajes y cocheros y nos vamos. Sacó una bolsita de piel del sobretodo y se dirigió hacia el grupo de hombres que esperaba respetuosamente cerca de la tumba. Al captar la mirada de ansiedad de Gunnie, Plustor se acercó.

—Acabo de ver a Way-ar —informó él en voz baja—. Ahí, junto a la farola. El joven romaní pareció sorprenderse, y asintió en silencio. No tuvieron ocasión de hablar más, pues Off regresó y rodeó los hombros de Gunnie.

—El carruaje está esperando —anunció.

—No era necesario que ordenaras un carruaje —protestó él—. Podría haber ido andando.

—He pedido que preparen el calientapiés —repuso él—. Y Plustor... Ven en el carruaje con nosotros —le dijo.

—Gracias, pero prefiero caminar. —Nos veremos en el club entonces.

—Muy bien, milord.

Mientras se dirigían hacia el coche, Gunnie se obligó a no volverse para mirar a Plustor. ¿Conseguiría encontrar a Way-ar y qué pasaría si lo hacía? Pisó el codillo para subir al vehículo y una vez en su interior, se apresuró a arreglar la capa sobre el calientapiés y se estremeció de agrado cuando el calor le subió hacia las rodillas. Off se sentó a su lado y le sonrió levemente. Recordó su disparatado viaje a Gretna Green y le pareció que había pasado una eternidad. Se acurrucó contra su marido, que no intentó apartarlo.

—Has aguantado bastante bien —comentó él cuando el carruaje arrancó.

—Ha sido el cortejo fúnebre más elaborado que he visto. A papá le habría encantado. Off resopló, divertido.

—Decidí pecar por exceso, con la esperanza de que a él le habría gustado —explicó y añadió—: mañana haré que vacíen los aposentos de tu padre. De lo contrario, nunca nos libraremos del olor a enfermedad.

—Buena idea.

—El club reabrirá sus puertas la semana que viene. Para entonces deberías estar cómodamente instalado en mi casa de la ciudad.

—¿Cómo? —Sorprendido, Gunnie se incorporó para mirarlo—. ¿La de Mayfair?

—Está bien equipada y dotada de personal eficiente. Si no te gusta, encontraremos otra cosa. Pero hasta entonces tendrás que quedarte ahí.

—¿Piensas vivir conmigo?

—No. Seguiré en el club. Así me será más cómodo dirigirlo todo. Gunnie se esforzó por desentrañar su aparente indiferencia. ¿Cuál era la razón de esa repentina frialdad? No le había causado ningún problema, le había pedido pocas cosas, incluso en su dolor. Desconcertado y enfadado, se miró las manos y entrelazó los dedos enguantados.

—Quiero quedarme —afirmó en voz baja.

—No hay ninguna razón para ello —replicó Off a la vez que sacudía la cabeza—. No eres necesario. Será mejor para todos que vivas en un hogar como Dios manda, donde puedas recibir a tus amigos y por la noche no te despierten las actividades de la planta baja.

—Duermo profundamente. Eso no me molesta. Y puedo recibir a mis amigos en el club.

—No abiertamente.

Daba igual que tuviera razón. Gunnie guardó silencio mientras las palabras «no eres necesario» le retumbaban desagradablemente en la cabeza.

—Quiero que vivas en un entorno seguro y respetable —prosiguió Off—. El club no es lugar para alguien tan delicado como tú, eres mi esposo ahora.

—Pero no soy una dama a la que cuidar —objetó Gunnie e intentó adoptar un tono irónico—. Soy el hijo de un jugador y el esposo de un calavera.

—Razón de más para alejarte de mi influencia.

—De todos modos, no me iré. Tal vez podríamos discutirlo al llegar la primavera, pero hasta entonces...

—Gunnie —dijo Off en voz baja—. No te estoy dando a elegir. Se puso rígido y se separó de él.

Ni una habitación entera llena de calientapiés habría acabado con el frío que le recorría las venas. Buscó ansiosamente argumentos para disuadirlo, pero él tenía razón, no había ningún motivo para que se quedara en el club. Se le hizo un nudo en la garganta y pensó que ya debería estar acostumbrado a que no lo quisieran, a estar solo. ¿Por qué le seguía doliendo? ¡Oh, cómo le gustaría ser como Off y tener una capa de hielo protector alrededor del corazón!

—¿Y nuestro trato? —preguntó cabizbajo—. ¿Vas a ignorarlo o...?

—De eso nada. Voy a llevar una vida de monje hasta que llegue el momento de cobrar mi premio. Incluso me resultará más fácil resistir la tentación si no te tengo cerca.

—A lo mejor soy yo quien no resiste la tentación —murmuró Gunnie—. Quizás encuentre un caballero complaciente que me haga compañía. No te importaría ¿verdad? Hasta que las palabras le salieron de los labios, jamás se habría creído capaz de decir algo así. Sin embargo, en medio de su desesperación sentía un impulso irresistible de lastimarlo y hacerlo rabiar. Pero no lo logró. Tras un breve silencio, oyó su respuesta aterciopelada.

—En absoluto, encanto. Sería egoísta por mi parte negarte semejante diversión en tus horas de ocio. Haz lo que quieras, siempre y cuando estés disponible cuando yo te necesite.

»Detrás de las calles de moda y de las plazas respetables de las zonas acaudaladas de Londres, había un mundo oculto de callejones y edificios ruinosos, donde la gente vivía en una miseria atroz. El crimen y la prostitución eran las únicas formas de supervivencia en esas zonas. El aire estaba cargado de olor a desperdicios y aguas residuales, y los edificios estaban tan apretujados que en algunos puntos un hombre sólo podía pasar entre ellos andando de lado. Plustor se aventuró en ese complejo laberinto de calles, consciente de los múltiples peligros y trampas que esperaban al visitante desprevenido. Entró en un patio a través de un pasadizo abovedado de unos treinta metros de largo y tres de ancho. Estaba cubierto de estructuras altas de madera, cuyos contrafuertes superiores tapaban el cielo invernal. Los edificios eran albergues o casas de beneficencia donde los indigentes, hacinados, dormían amontonados como los cadáveres de una fosa común. Unos colgajos de tela pútrida pendían de los contrafuertes. Las ratas recorrían las paredes y desaparecían en las grietas de los cimientos. El patio estaba vacío salvo por un par de chicas sentadas en un umbral y varios niños escuálidos que buscaban trastos, huesos o harapos. Tras dirigir una mirada recelosa a Plustor, los niños desaparecieron por el fondo del patio. Una de las jóvenes prostitutas de pelo rizado sonrió, dejando al descubierto una dentadura irregular.

—¿Qué hace un muchacho tan atractivo como tú en Angman's Court?

—Estoy buscando a un hombre moreno, así de alto. —Plustor hizo un gesto para indicar un metro noventa—. ¿Ha pasado por aquí hace un momento? Las chicas rieron.

—Mira qué quiere —exclamó una de ellas con regocijo.

—Es un rarito —dijo la otra—. Vamos, cariño, no necesitas a ningún hombre cuando podrías estar conmigo. —Se bajó la blusa para mostrar un tórax esquelético y unos pechos escasos y caídos—. Ven a mover la cama conmigo. Seguro que lo haces muy bien, ¿verdad? Plustor se sacó una moneda de plata del bolsillo.

—Dime por dónde se fue —pidió mientras las muchachas miraban la moneda con avidez.

—Te lo diré por otra moneda —dijo una—. Tienes unos ojos preciosos. Nunca he estado con un chico que... Una carcajada áspera retumbó en el patio y se oyó la voz burlona de Joss Way-ar.

—¡No me encontrarás, gitano asqueroso! Plustor se volvió y escrutó los edificios, donde asomaban varias caras manchadas de hollín por las puertas y ventanas, y por encima de los tejados sin tejas. Ninguna de ellas era reconocible.

—Way-ar —dijo con cautela, girando el cuerpo a medida que recorría la escena con la mirada—. ¿Qué quieres del hijo de Atthaphan? Se oyó otra carcajada desagradable, al parecer de otra dirección esta vez.

Plustor avanzó por el patio, incapaz de discernir dónde estaba Way-ar.

—¡Quiero cargármelo!

—¿Por qué?

—Porque esa sanguijuela me lo ha quitado todo. Quiero verlo muerto. Lo lanzaré a las ratas para que sólo dejen los huesos.

—¿Por qué? —insistió Plustor atónito—. Me ha pedido que te ayude, Joss, pese a tu traición. Quiere entregarte el legado que te dejó su padre para que tengas dinero y...

—¡Qué el diablo se lleve a ese putillo! Plustor sacudió la cabeza, incapaz de entender de dónde salía tanto resentimiento.

Al oír un roce detrás de él, se agachó justo para que un palo lanzado violentamente pasara por el lugar que había ocupado su cabeza. El agresor no era Way-ar, sino un hombre que rebuscaba en las basuras y que había decidido probar suerte como ladrón de callejones. Tenía el característico aspecto joven y viejo a la vez de alguien que ha vivido en la calle desde siempre. Plustor lo derribó con un par de puñetazos que dieron con él por tierra. Unos cuantos hombres más aparecieron en el otro lado del patio, al parecer decididos a atacar en grupo. En clara desventaja numérica, Plustor retrocedió hacia el pasaje abovedado, seguido por la voz de Way-ar.

—¡Acabaré con él! ¡Lo haré!

—¡Jamás lo tocarás! —replicó Plustor con cólera impotente mientras dirigía una última mirada a Hangman's Court—. ¡Te mandaré al infierno antes de que logres ponerle un dedo encima!

—¡Pues tú me acompañarás! —se regodeó Way-ar y volvió a reírse cuando Plustor ya se alejaba.

Más tarde, Plustor buscó a Gunnie. Off estaba atareado con los carpinteros encargados de reparar el intricado parquet del comedor principal. Lo encontró en la sala de juego vacía, revisando fichas y separándolas en montones. Se acercó a él sin hacer ruido. Gunnie se sobresaltó levemente cuando le tocó el hombro, y sonrió aliviado al ver que era él. Era extraño que Plustor pareciera preocupado, pues no era nada dado a la angustia o la ansiedad. Sin embargo, los acontecimientos del día habían dejado su huella y le habían transmitido una visible tensión.

—No conseguí atraparlo —se lamentó en voz baja—. Se ocultó en un edificio de los barrios bajos y me habló desde las sombras. Nada de lo que dijo tenía sentido. Te guarda mucho rencor, Gunnie, aunque no entiendo por qué. Nunca ha sido un hombre afable, pero esto es distinto. Es una especie de locura. Tengo que contárselo a St. Jumpol.

—No lo hagas, por favor. Sólo serviría para ponerlo furioso. Ya tiene bastantes cosas entre manos en este momento.

—Pero si Way-ar trata de lastimarte...

—Aquí estoy seguro ¿no? No se atreverá a venir al club.

—Hay pasadizos secretos para entrar en el edificio.

—Pues ciérralos. Puedes ¿no?

Plustor arrugó el entrecejo.

—La mayoría. Pero no es cuestión de ir arriba y abajo con mi juego de llaves...

—Comprendo. Haz lo que puedas. —Pasó los dedos por un montón de fichas desechadas y añadió con aire taciturno—. En realidad no importa, porque me iré pronto. Mi marido quiere que me instale en su casa de aquí a quince días. Cree que no debo vivir en el club ahora que mi padre... —La voz se le apagó con desconsuelo.

—Puede que tenga razón —dijo Plustor en un tono hábilmente desprovisto de pena—. No es el lugar más seguro para ti.

—No lo hace por mi seguridad. —Hizo girar una ficha negra como una peonza en el tapete verde—. Lo hace para que guardemos las distancias.

La leve sonrisa que asomó a los labios de Plustor lo frustró y lo animó a la vez.

—Paciencia —le aconsejó Plustor. Y lo dejó observando cómo la ficha giraba hasta que se le acababa el impulso. 

🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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