14
Plustor encontró a Joss Way-ar junto a la cuadra. Way-ar respiraba con dificultad y tenía los ojos desorbitados. Jamás habían sido amigos. Su relación había sido la de hermanos enfrentados que vivían bajo el mismo techo, con Atthaphan como figura paternal. De niños, habían jugado y se habían peleado juntos. De adultos, habían trabajado el uno al lado del otro. Tras las muchas muestras de afecto que Atthaphan le había dispensado a Way-ar, Plustor no habría esperado una traición tan baja. Sentía una mezcla de confusión y rabia, y sacudió despacio la cabeza mientras lo miraba fijamente.
—No sé por qué lo hiciste —empezó—. ¿Qué creías que ibas a ganar con ello?
—Gané un soberano —replicó Way-ar—. Y valía la pena para librarse de ese idiota tartamudo.
—¿Estás loco? —Repuso Plustor con rabia—. ¿Qué te pasa? Se trata del hijo de Atthaphan. ¡No deberías haberlo hecho ni a cambio de mil libras!
—Él nunca hizo nada por Atthaphan —replicó Way-ar con dureza—.Y tampoco por el club. Pero viene al final para ver cómo la palma y se lo queda todo. ¡Maldita sea ese zorro y también el cabrón de su marido!
Plustor lo escuchó, pero no logró entender el motivo de sus celos. A un gitano le costaba comprender que alguien sintiera resentimiento por cuestiones materiales. El dinero sólo daba el placer pasajero de gastarlo. En la tribu nómada a la que Plustor había pertenecido hasta los doce años, a nadie se le ocurría siquiera desear más de lo que necesitaba. Un hombre sólo podía llevar un traje o montar un caballo cada vez.
—Es el hijo de Atthaphan —dijo—. Lo que le haya dado o no, no es asunto nuestro. Pero no hay nada peor que traicionar la confianza de alguien que depende de tu protección. Ayudar a que alguien se lo lleve contra su voluntad...
—¡Volvería a hacerlo! —aseguró Way-ar, y escupió en el suelo entre ambos. Plustor lo observó y se percató de su mal aspecto. Estaba pálido y tenía los ojos apagados.
—¿Estás enfermo? —le preguntó—. Si es así, dímelo. Hablaré con St. Jumpol por ti. Quizá consiga que...
—¡Maldito seas! Estaré mejor sin ti, basura gitana. Estaré mejor sin ninguno de vosotros. Aquel odio violento no dejaba lugar a dudas. No tenía arreglo. La única duda era si llevarlo al club o dejar que huyera. Al recordar el brillo despiadado en los ojos de St. Jumpol, Plustor pensó que el vizconde podría matar a Way-ar, lo que conllevaría sufrimiento a todo el mundo, sobre todo a Gunnie. ¡No! sería mejor dejarlo ir. Con los ojos clavados en la cara chupada de aquel hombre al que conocía desde hacía tantos años, Plustor sacudió la cabeza, perplejo y enfadado. Su gente lo llamaba «pérdida del alma» la esencia de un hombre quedaba atrapada en algún reino sombrío de otro mundo. Pero ¿cómo le había pasado a Way-ar? ¿Y cuándo?
—Será mejor que te mantengas alejado del club —murmuró—. Si St. Jumpol te ve...
—St. Jumpol puede pudrirse en el infierno —gruñó Way-ar, y le lanzó un golpe rápido. Plustor esquivó el puño y saltó hacia un lado. Entornó los ojos al ver cómo el otro se volvía y huía. El relincho nervioso de un caballo bayo atado a un palo cercano lo distrajo. Pensativo, se acercó y acarició el suave cuello del animal. Sus anillos de oro brillaron a la luz de la tarde.
—Era un insensato —dijo al caballo en voz baja para tranquilizarlo. Se le escapó un suspiro al pensar en algo más.
«Atthaphan le dejó un legado, y yo prometí cerciorarme de que lo recibiera. ¿Qué debo hacer ahora?»
Off llevó a Gunnie al club, cuyo silencio resaltaba tras el incidente del callejón. A Gunnie le costó seguir las largas zancadas de su marido y, para cuando llegaron a la sala de lectura de la planta baja, jadeaba. Los estantes empotrados de caoba estaban llenos de tomos encuadernados en piel. También había diarios y revistas dispuestos en soportes especiales. Off lo hizo entrar y cerró la puerta tras ellos.
—¿Te lastimaron? —preguntó con brusquedad.
—No. —Gunnie intentó contenerse, pero las palabras le salieron en un arranque de resentimiento—. ¿Por qué estuviste tanto rato fuera? ¡Te necesitaba y no estabas aquí!
—Había treinta empleados para protegerte. ¿Por qué bajaste? Deberías haberte quedado arriba hasta comprobar quién te llamaba.
—Way-ar me dijo que era Bas Itthipat. Y entonces, cuando vi que eran mis tíos, Way-ar no me dejó volver a entrar en el club. Me empujó hacia ellos.
—Dios mío —soltó Off con los ojos desorbitados—. Voy a despedazar a ese gusano.
—Y mientras todo esto pasaba —prosiguió Gunnie, colérico— tú estabas en la cama con una prostituta.
—En cuanto lo dijo, se percató de que, para él, éste era el quid de la cuestión, más importante aún que la traición de Way-ar o la intentona de sus tíos. Lo que en realidad lo indignaba era que Off lo hubiese engañado tan pronto.
—No es así —replicó él.
—No me mientas —le espetó Gunnie, y la rabia mutua cargaba el aire—. Sé que sí.
—¿Por qué estás tan seguro?
—¡Porque estuviste en el local de madame Godji más de dos horas!
—Estaba hablando de negocios. ¡Hablando, Gunnie! Si no lo crees, allá tú. Si me hubiera acostado con alguien, te garantizo que estaría mucho más relajado de lo que estoy. Al ver los ojos de Off, tan duros como un estanque helado, Gunnie empezó a serenarse. No le quedaba más remedio que creerlo, era evidente que su acusación lo había ofendido.
—Ya —murmuró.
—¿Ya? ¿Es lo único que vas a decir?
—Supongo que no debería haber sacado conclusiones precipitadas. Pero conociendo tu pasado, pensé que...
Sus malas excusas parecieron acabar con el escaso dominio que conservaba Off.
—¡Pues te equivocaste! Por si no te has dado cuenta, estoy tan ocupado que no tengo un solo minuto de descanso en todo el día. No tengo tiempo para ningún revolcón. Y si lo tuviera... —Se detuvo de golpe. Cualquier parecido con el elegante vizconde que él había visto de lejos en el salón de lord Suppasit había desaparecido. Estaba despeinado, magullado y furioso. Respiraba con dificultad—. Si lo tuviera... —Se interrumpió de nuevo, el rostro encendido. Él vio el instante exacto en que perdía el control. Alarmado, intentó dirigirse hacia la puerta, pero al punto él lo sujetó e inmovilizó contra la pared. El olor a lino húmedo de sudor y a hombre excitado anegó las fosas nasales de Gunnie. Off le apoyó los labios en la sien. El corazón de su esposo se saltó un latido. Otro instante de quietud. Gunnie sintió el excitante roce de su lengua en una ceja. Y la respiración sobre ese punto mojado le provocó escalofríos. Off le acercó la boca a la oreja y siguió sus intrincados contornos. Los susurros de Off parecieron llegarle de los rincones más oscuros de su propia mente. Si lo tuviera, Gunnie, ya te habría arrancado la ropa con las manos y los dientes. Ya te habría tumbado en la alfombra, te habría cogido los pezones, erectos de tanto chuparlos y lamerlos, y entonces los mordería con suavidad... —Gunnie se sintió desvanecer mientras él seguía murmurando Con voz queda—. Te besaría el cuerpo hasta los muslos, centímetro a centímetro. Y cuando llegara al vello rojizo, te lamería el pene y lo chuparía hasta que el líquido transparente escurriera indicándome que puedo explorar más, pasearía mi lengua más atrás y la dejaría hasta que sintiera tu entrada palpitar. La rodearía, la acariciaría, la lamería hasta oírte suplicar. Y entonces te chuparía, tan suave y tiernamente que empezarías a gritar de deseo. Introduciría la lengua en tu ano y te saborearía, te comería. No me detendría hasta que todo tu cuerpo estuviera empapado y tembloroso. Y cuando te hubiera torturado lo bastante, te separaría las piernas, te penetraría y te amaría... te amaría... —Off se detuvo y ambos permanecieron inmóviles, excitados y jadeantes—. Estás mojado, ¿verdad? —preguntó por fin con voz casi inaudible. Si hubiera sido físicamente posible sonrojarse más, Gunnie lo habría hecho. El pudor vulnerado le abrasó la piel. Movió la cabeza levemente para asentir—. Te deseo más que a nada en este mundo —musitó Off antes de inspirar entrecortadamente—. Dime qué debo hacer para tenerte. Dime cómo puedo conseguir que yazcas conmigo.
Gunnie lo empujó en vano, incapaz de zafarse de aquel cuerpo estimulante.
—No lo conseguirás —susurró—. Porque lo que querría es lo único que no podrías darme: que me fueras fiel.
—Podría —contestó él con demasiada rapidez. Olía a falsedad.
—No lo creo —susurró Gunnie. Él le cogió la cara entre las manos y le acarició las mejillas con los pulgares, las bocas casi tocándose.
—Gunnie, no podré cumplir nuestro acuerdo. No puedo vivir contigo, verte todos los días, y no tenerte. No puedo... Notó que su esposo temblaba y agachó la cabeza para besarle el cuello. Él reaccionó al calor persuasivo de sus labios, y al contacto de sus dedos, que le acariciaban el pecho. Al oír su gemido apagado, él lo besó apasionadamente. Él volvió la cabeza casi por inercia, con un hormigueo de placer en los labios.
—No, Off...
Él le pasó la mejilla por los cabellos, y de pronto soltó una carcajada suave e irónica.
—Tendrás que pensar en una forma de solucionar esto, Gunnie. Piensa en algo deprisa porque si no... —Se detuvo para mordisquearle la oreja—. Si no, voy a follarte hasta dejarte sin sentido.
—Esa palabra no... —se indignó él con los ojos desorbitados, pero él lo acalló con un beso. Off retrocedió y lo observó con una exasperación divertida.
—¿No te gusta la palabra en sí, o el sentimiento que expresa?
Gunnie se escurrió entre su cuerpo y la pared.
—No me gusta que sólo me desees porque no puedes tenerme —le dijo—. No quiero ser una novedad...
—Esa no es la única razón —repuso él con rapidez. Él le lanzó una mirada escéptica.
—Además, nunca seré pa... parte de un harén.
De repente, Off desvió la mirada, como tocado en un punto vital.
Gunnie esperó a que él aceptase la verdad de sus palabras. Su marido alzó despacio los ojos y los fijó en los suyos.
—De acuerdo —dijo con voz ronca—. Acepto tus condiciones. Seré... monógamo. —Le costó pronunciar esta palabra, como si perteneciese a otro idioma.
—No te creo.
—¡Recórcholis, Gunnie! ¿Sabes cuántos hombres y mujeres han intentado arrancarme esta promesa? Y ahora, la primera vez que estoy dispuesto a hacerla, no me crees. Admito que tengo un historial agitado...
—Promiscuo —lo corrigió él.
—Vale, promiscuo, libertino, como prefieras —soltó él con un resoplido de impaciencia—. Me lo he pasado muy bien, y no voy a pedir perdón por ello. Jamás me he acostado con un hombre que no lo deseara. Ni, con una mujer que no me lo suplicara, que yo sepa, no he dejado a nadie, nunca, insatisfecho.
—No es eso —comentó Gunnie, ceñudo—. No te culpo por tu pasado ni intento castigarte por él. —No hizo caso de su resoplido escéptico y prosiguió— Pero has de admitir que no te hace especialmente idóneo para la fidelidad, ¿no crees?
—¿Qué quieres de mí? ¿Qué me disculpe por ser hombre? ¿Un voto de celibato hasta que hayas decidido que merezco tus favores?
La pregunta sorprendió a Gunnie. Las mujeres solían entregarse con facilidad a Off. Si lo hacía esperar ¿perdería el interés por él? ¿O quizá podrían llegar a conocerse y comprenderse de un modo distinto? ¿Podría llegar él a valorarlo por aspectos más allá de los carnales? Quería ser para él algo más que alguien con quien compartir la cama.
—Off —preguntó con prudencia— ¿alguna vez has hecho algún sacrificio por alguien?
Él apoyó un hombro contra la pared con aspecto de ángel triste.
—¿Qué clase de sacrificio?
—Cualquiera.
—Pues... no.
—¿Cuál es el período más largo que has estado sin... sin... —buscó una expresión aceptable— sin hacer el amor?
—Yo no lo llamo así —soltó Off—. El amor no tiene nada que ver en ello.
—¿Cuánto tiempo? —insistió.
—Un mes, quizá.
—Muy bien —dijo Gunnie tras reflexionar un instante—, si no tienes relaciones con nadie en seis meses, me acostaré contigo.
—¿Seis meses? —Exclamó Off abriendo unos ojos como platos—. Cariño ¿qué te hace pensar que vales medio año de celibato?
—Tal vez no lo valga. Tú tienes la respuesta. A Off le habría encantado informarle de que no lo valía. Sin embargo, mientras lo repasaba con la mirada, Gunnie vio el inconfundible brillo de la lujuria en sus ojos. Lo deseaba con locura.
—Imposible —sentenció.
—¿Por qué? —Porque soy Off, Lord St. Jumpol. No puedo ser célibe.
Todo el mundo lo sabe. Era tan arrogante y estaba tan indignado, que Gunnie tuvo que morderse el labio para evitar reírse.
Finalmente, logró hablar con calma.
—Seguro que no te pasaría nada si lo probaras.
—Ya lo creo que sí —le contradijo, y trató de explicárselo—. Eres demasiado inexperto para entenderlo, pero algunos hombres poseen un apetito sexual mayor que otros. Resulta que yo soy uno de ellos. No puedo pasar largos períodos de tiempo sin... —Se interrumpió con impaciencia al ver su expresión—. Maldita sea, Gunnie, no es sano que un hombre no libere regularmente su simiente.
—Tres meses —cedió él—. Y es mi última oferta.
—¡No!
—Pues ve a buscarte otro —repuso Gunnie con tono inexpresivo.
—Te deseo a ti. Solamente a ti. Vete a saber ¿por qué? —Off lo fulminó con la mirada, con los ojos como hendiduras brillantes—. Debería forzarte. No tienes derecho legal a rechazarme. A Gunnie le dio un vuelco el corazón y palideció. Pero no iba a ceder. Algo en su interior la compelía a hacerle frente como a un igual.
—Adelante, pues —lo desafió con serenidad—. Fuérzame. Vio el parpadeo de sorpresa de su marido, el movimiento de su garganta al tragar saliva, y entonces lo supo.
—No puedes. Jamás habrías violado a Gulf. Era sólo un farol. Eres incapaz de forzar a nadie —sentenció con una sonrisa, asombrado de su descubrimiento—. Gulf no corrió el menor peligro, ¿verdad? No eres el bribón que finges ser, Off St. Jumpol.
—¡Sí que lo soy! —Lo sujetó y lo besó con rabia. Pero Gunnie no se resistió. Cerró los ojos y lo dejó hacer. Poco después, Off gemía y lo besaba con una excitante pasión llena de ternura. Cuando Off por fin apartó la cabeza, ambos estaban temblando.
—Gunnie... —graznó—. No me pidas esto.
—Tres meses —insistió él—. Si lo consigues, me acostaré co... contigo siempre que lo desees.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Todo el tiempo de vida que nos conceda el Señor. Pero si no lo logras... —Se detuvo para pensar la peor consecuencia posible, algo que lo sublevara profundamente—. Si no lo logras, irás a ver a tu antiguo amigo lord Suppasit para disculparte por raptar a Gulf Kanawut.
—¡Mierda!
—Ése es mi precio.
—Demasiado alto. Yo jamás me disculpo.
—Pues entonces rechaza mi desafío. O si lo aceptas, esmérate por conseguirlo.
—¿Cómo sabrás que no hago trampa?
—Lo sabré. Hubo un largo momento de silencio.
—¿Dónde está tu alianza? —preguntó de repente Off. La sonrisa de Gunnie se desvaneció.
—Me la quité —masculló sin más explicaciones, ya que le daba vergüenza admitir que lo había hecho por despecho.
—¿Qué hiciste con ella?
—Yo... Está aquí—dijo, y rebuscó torpemente en el bolsillo—. Volveré a ponérmela si quieres.
—Dámela.
Gunnie supuso que quería quitársela para siempre y cerró con fuerza la mano. De repente, descubrió que le había tomado mucho apego al maldito anillo. Aun así, el orgullo le impidió pedirle que lo dejara conservarlo. A regañadientes, se sacó la alianza de oro del bolsillo y tocó con la yema del dedo por última vez aquellas palabras grabadas: Tha Gad Agam Ort...
Off tomó el anillo e intentó ponérselo. Como tenía las manos mucho más grandes, sólo le cabía en la punta del dedo meñique. Entonces le sujetó el mentón y lo miró con dureza.
—Acepto la apuesta —dijo con gravedad—. Voy a ganarla. Y de aquí a tres meses, volveré a ponerte esta alianza en el dedo, te llevaré a la cama y te haré cosas prohibidas en el mundo civilizado. La determinación de Gunnie no lo protegió de la alarma que hubiese sentido ante una afirmación tan inquietante. Y tampoco impidió que las rodillas le fallaran cuando él lo atrajo bruscamente para besarlo. Llevó las manos hacia la cabeza de su marido con un movimiento tembloroso. Era imposible resistir la textura de su pelo, sus rizos tan frescos y densos en la superficie, y tan cálidos y húmedos en la raíz. Deslizó los dedos entre aquellos relucientes cabellos dorados y lo atrajo más hacia él, gozando con la presión ardorosa de sus labios.
Sus lenguas se encontraron, se deslizaron, se rozaron, y con cada caricia Gunnie notó una oleada de calor en la entrepierna. Su pene se llenó al instante, su ano se contraía y lo sentía tenso y húmedo. Le asombró percatarse de lo mucho que deseaba volver a tenerlo ahí. Cuando se separaron, la frustración se apoderó de ambos.
—No dijiste que no pudiera besarte —comentó Off con ojos ardorosos—. Voy a besarte todo lo que quiera y tan a menudo como quiera, y tú no rechistarás. Es la concesión que harás a cambio de mi celibato. Maldita sea. —Sin darle tiempo a aceptar o negarse, lo soltó y se dirigió rápidamente hacia la puerta—. Y ahora, si me disculpas —añadió desde el umbral— tengo que ir a matar a Joss Way-ar.
🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘
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