12
Cuando Gunnie volvió a la habitación de su padre por la noche, supo que le había llegado la hora. Estaba pálido como la cera, tenía los labios azulados y sus atormentados pulmones ya no podían inspirar aire suficiente. Ojalá pudiese respirar por él. Le cogió una mano helada y le frotó los dedos para hacerlos entrar en calor.
—Papá —murmuró mirándolo con una triste sonrisa y acariciándole el pelo apelmazado—. Dime qué hacer. Dime qué quieres. Él le dirigió una mirada tierna y cariñosa, mientras sus labios, apenas visibles en su arrugada cara, esbozaban una sonrisa.
—Plustor... —susurró.
—Sí, lo llamaré. —Y añadió en voz baja— Papá, ¿Plustor es hermano mío? Él suspiró, haciendo que se le marcaran las arrugas alrededor de los ojos.
—No, cielo. Aunque me habría gustado. Es un buen chico... Gunnie se agachó para besarle una mano y luego se incorporó. Se acercó deprisa al tirador y llamó varias veces.
—¿Sí, milord? —dijo la criada que apareció con inusual prontitud.
—Llame al señor Pronpiphat —ordenó Gunnie, y pensó en avisar también a Off, pero su padre no había preguntado por él. Y la idea de la presencia fría y cerebral de Off, tan discordante con las emociones que él sentía... No. Había algunas cosas para las que podía apoyarse en él, pero ésa no era una de ellas—. Deprisa —murmuró a la criada, y regresó junto al lecho del moribundo. A pesar de sus esfuerzos por ofrecer una apariencia tranquila, su miedo debía de traslucirse, porque su padre le tomó la mano y tiró débilmente para que se acercara más.
—Gunnie —susurró—. Voy a reunirme con tu madre ¿sabes? Va a dejarme abierta la puerta de atrás para que pueda colarme en el cielo. Gunnie rió a pesar de las lágrimas que le llenaban los ojos.
Plustor entró en la habitación. Iba despeinado y, cosa rara en él, desaliñado, como si se hubiera vestido deprisa. Aunque parecía tranquilo y sereno, tenía los ojos húmedos cuando miró a Gunnie. Este se levantó y se alejó de la cama.
—Tienes que inclinarte para oírlo —dijo con voz ronca después de tragar saliva para poder hablar. Plustor lo hizo y le tomó las manos, como Gunnie había hecho.
—Padre de mi corazón —dijo en voz baja— queda en paz con todas las almas que dejas atrás. Y sabe que Dios te recibirá en tu nueva vida. —Atthaphan le susurró algo y el muchacho agachó la cabeza, frotando las manos del anciano para tranquilizarlo—. Sí —respondió Plustor, aunque por la tensión que Gunnie captó en sus hombros, no le había gustado lo que su padre le había pedido—. Me ocuparé de que se haga. Atthaphan se relajó y cerró los ojos. Plustor se apartó de la cama y se acercó a Gunnie.
—Tranquilo —murmuró el joven gitano al notar que él temblaba—. Mi abuela siempre decía que no debes negarte a iniciar un nuevo camino, ya que no sabes qué venturas te esperan en él. Gunnie intentó consolarse con estas palabras, pero se le empañaron los ojos y se le hizo un nudo en la garganta. Se sentó junto a su padre, lo rodeó con un brazo y le puso una mano en el pecho. Su respiración agitada se calmó y emitió un sonido tenue, como si agradeciera su contacto. Cuando Gunnie notó cómo la vida se le iba escapando a su progenitor, sintió la confortante mano de Plustor en el brazo. En la habitación reinaba un doloroso silencio. Gunnie casi podía oír los latidos de su corazón. Nunca había visto la muerte de cerca y tener que perder a la única persona que lo había querido de verdad, le provocaba espanto. Dirigió los ojos llorosos hacia la puerta y vio a Off, con expresión impenetrable, y de repente fue consciente de que, pese a todo, necesitaba que estuviera ahí.
Lo observaba fijamente, y algo en su mirada lo tranquilizó. Un suave suspiro salió de los labios de Leo Atthaphan, y ya no hubo nada más. Gunnie comprendió que todo había terminado. Apretó una mejilla contra su cabeza y le cerró los ojos.
—Adiós —susurró mientras sus lágrimas caían sobre el pelo de su padre. Pasado un momento, Plustor lo ayudó a incorporarse.
—Gunnie —murmuró el joven—. Ahora tengo que... tengo que arreglar el cadáver. Ve con tu marido. Gunnie asintió e intentó moverse, pero tenía las piernas paralizadas. Plustor le apartó el pelo de la cara y le dio un beso dulce y casto en la frente. Se alejó de él y avanzó a trompicones hacia su marido, que se adelantó y le tendió un pañuelo. Gunnie lo aceptó agradecido. Demasiado consternado para ver o importarle dónde iban, se secó los ojos y se sonó la nariz mientras Off lo sacaba al pasillo. Lo rodeó con un brazo y le sujetó por la cintura con la otra mano.
—No dejaba de sufrir —le susurró con naturalidad—. Ha sido lo mejor para él.
—Sí —logró responder él, aturdido—. Sí, claro.
—¿Te dijo algo?
—Mencionó a mi madre. —La idea le hizo aflorar nuevas lágrimas, pero sus labios esbozaron una sonrisa torcida—. Dijo que ella iba a ayudarle a colarse por la puerta de atrás del cielo.
Off lo llevó a su habitación. Gunnie se dejó caer en la cama y, tras sonarse con el pañuelo, se acurrucó de costado. No había llorado nunca así, sin sollozar. La tristeza le salía por la garganta y la presión de la pena en el pecho no se reducía. Fue vagamente consciente de que alguien corría las cortinas y de que Off pedía a una criada que llevara una jarra de vino y otra de agua fría a la habitación. Aunque Off permaneció en el cuarto, no se acercó a él, sino que se paseó de un lado para otro, hasta que al final se sentó en una silla junto a la cama. Era evidente que no quería acunar a Gunnie mientras lloraba, que rehuía esa intimidad emocional. Podía compartir con él su pasión, pero no su dolor. Aun así, no tenía ninguna intención de irse. Después de que la criada llevara el vino y el agua, Off apoyó a Gunnie en las almohadas y le dio una copa llena. Mientras él bebía, tomó un paño mojado en agua fría y se lo puso con cuidado sobre los ojos hinchados. Su actitud era cariñosa y extrañamente solícita, como si atendiera a un niño pequeño.
—Los empleados —farfulló Gunnie al cabo—. El club. El entierro...
—Yo me encargaré de todo —dijo Off con calma—. Cerraremos el club y dispondré los preparativos del entierro. ¿Quieres que avise a algún amigo tuyo? Gunnie sacudió la cabeza.
—Los pondría en un compromiso. Y no me apetece hablar con nadie.
—Comprendo.
Off se quedó con él hasta que hubo tomado una segunda copa de vino. Al comprender que estaba esperando que le diera pie para irse, dejó la copa vacía en la mesita de noche y dijo con voz ronca:
—Ahora descansaré un poco. No hace falta que te quedes conmigo, cuando hay tantas cosas que hacer. Tras evaluarlo con la mirada, Off se levantó de la silla.
—Llámame cuando te despiertes —pidió.
Tumbado en la cama, medio piripi y adormilado, se preguntó por qué la gente decía siempre que la muerte de un ser querido era más fácil cuando tenías tiempo para prepararte. No le parecía nada fácil. Y esas mismas personas podían haber añadido que su dolor debería ser menor ya que apenas había conocido a su padre. Pero eso lo aumentaba. Tenía tan pocos recuerdos para consolarse, tan poco tiempo pasado juntos. Junto con la tristeza, tenía una lúgubre sensación de privación, y debajo de todo eso, incluso una leve rabia. ¿Era tan poco digno de amor que por eso había tenido tan poco en la vida? ¿Carecía de algún don esencial para atraer a los demás? Consciente de que sus pensamientos estaban derivando hacia la autocompasión, cerró los ojos y soltó un suspiro tembloroso.
Cuando Plustor salió de la habitación de Leo Atthaphan, se encontró con St. Jumpol en el pasillo.
—Si a mi esposo le consuelan los trillados sermones gitanos, no tengo inconveniente en que se los recites —le soltó éste, ceñudo y con una nota de arrogancia en la voz—. Ahora bien, si vuelves a besarlo otra vez, por muy platónica que sea la manera en que lo hagas, te convertiré en un eunuco.
El hecho de que St. Jumpol pudiera mostrar unos celos ridículos cuando el cadáver de Leo Atthaphan todavía estaba caliente podría haber indignado a muchas personas. Plustor, sin embargo, observó al autocrático vizconde con un interés especulativo.
—Si lo hubiera querido de ese modo —dijo Plustor, midiendo deliberadamente su respuesta para ponerlo a prueba— ya lo habría tenido.
Un destello de advertencia en los ojos azules de St. Jumpol reveló fugazmente un oscuro sentimiento que no admitiría jamás. Plustor nunca había visto nada parecido al deseo que St. Jumpol sentía por su esposo. Ante él, St. Jumpol prácticamente vibraba como un diapasón.
—Es posible querer a alguien sin desear acostarse con él —señaló Plustor para tranquilizarlo—. Pero parece que usted no lo cree así. ¿O acaso está tan obsesionado con él que no entiende que pueda haber alguien que no sienta lo mismo que usted?
—No estoy obsesionado con él —le espetó St. Jumpol.
Plustor apoyó un hombro contra la pared y lo miró a los ojos.
—Claro que lo está. Cualquiera lo ve.
—Otra palabra y seguirás los pasos de Nat —gruñó St. Jumpol arrugando el ceño.
Plustor levantó las manos en gesto de excusa.
—Entendido. Por cierto, las últimas palabras de Atthaphan fueron sobre Way-ar. Existe un legado económico para él en el testamento y Atthaphan quería que lo recibiera.
—¿Por qué dejaría dinero a Way-ar? —preguntó St. Jumpol entornando los ojos. Plustor se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero yo, de usted, cumpliría la última voluntad de Atthaphan.
—Si no lo hiciera, ni él ni nadie podría hacer nada al respecto.
—Pero correría el riesgo de que su fantasma atormentado rondara el club para siempre.
—¿Fantasma? —St. Jumpol le lanzó una mirada incrédula—. No hablas en serio, ¿verdad?
—Soy gitano —contestó Plustor con naturalidad—. Claro que hablo en serio.
—Sólo medio gitano. Lo que me lleva a suponer que la otra mitad tendrá una pizca de cordura y sensatez.
—La otra mitad es irlandesa —indicó Plustor.
—Dios nos ampare —resopló St. Jumpol, y se marchó sacudiendo la cabeza.
Con los preparativos del funeral, la confusión en el club y la necesidad de restaurar el edificio, Off debería haber estado demasiado ocupado para interesarse por su esposo. Sin embargo, Gunnie pronto supo que preguntaba con frecuencia a las criadas cuánto había dormido, si había comido, y por sus actividades en general. Al enterarse de que no había desayunado ni almorzado, ordenó que le llevaran una bandeja a su habitación con una escueta nota adjunta.
"Milord: De aquí a una hora me devolverán esta bandeja para que la examine. Si hay algo que no hayas comido, yo mismo me encargaré de administrártelo por la fuerza. Que aproveche" O.
Para satisfacción de Off, Gunnie acató la orden. Sin embargo, se preguntó si la nota estaba motivada por la preocupación o por simples ganas de intimidarlo. No obstante, poco después Off no puso reparos en pagar a un sastre el doble de lo normal para que le confeccionara tres trajes de luto a una velocidad encomiable. Por desgracia, la selección de telas fue del todo inadecuada. —En el primer año de luto, estaban obligados a llevar sólo trajes de una tela apagada, rígida y de urdimbre retorcida. A nadie le gustaba, porque era peligrosamente inflamable y tendía a arrugarse y deshilacharse con la lluvia—. Off, sin embargo, había encargado batista y cachemira.
—No puedo ponérmelos —dijo una ceñudo Gunnie mientras alisaba los trajes con las manos. Los había extendido sobre la cama. Off los había subido en persona apenas fueron entregados en el club. Ahora estaba en una esquina de la cama, apoyado con indiferencia contra el pilar tallado. Salvo la camisa blanca, vestía completamente de negro. Naturalmente, se veía guapísimo, ya que la oscuridad de las prendas proporcionaba un contraste exótico con el brillo dorado de su piel y sus cabellos. No por primera vez, Gunnie pensó con ironía si sería posible que un hombre tan atractivo tuviera un carácter decente; sin duda lo habían consentido desde la infancia.
—¿Qué tienen de malo los trajes? —preguntó Off mirándolos—. Son negros, ¿no?
—Pues sí, pero no son de crespón.
—¿Quieres llevar crespón?
—Por supuesto que no. Nadie quiere. Pero si la gente me ve llevar cualquier otra cosa, habrá muchas habladurías.
—Gunnie —replicó Off con una ceja arqueada—, te fugaste de tu casa para casarte con un conocido calavera y estás viviendo en un club de juego. ¿A cuántas habladurías más crees que puedes dar pie? —Gunnie dirigió una mirada dudosa al traje que lucía, uno de los tres que había llevado consigo la noche que huyó de casa de los Phunsawat. Aunque las criadas y él se habían esmerado por limpiarlo, la lana marrón estaba manchada y se había encogido en aquellos puntos en que se había mojado y enlodado. Y picaba. Quería ponerse algo limpio y suave. Alargó la mano hacia el terciopelo negro y lo acarició con los dedos, de modo que dejó en él un rastro brillante—. Debes aprender a ignorar lo que diga la gente —murmuro Off, y se acercó. Situado tras él, le puso las manos en los hombros, lo que lo sobresaltó un poco—. Así serás más feliz. Las habladurías sobre los demás suelen ser ciertas, pero nunca lo son si se refieren a uno mismo —añadió divertido.
Cuando notó que Off le recorría la hilera de botones de la camisa, Gunnie se puso tenso.
—¿Qué estás haciendo?
—Te ayudo a cambiar de traje.
—No quiero. Ahora no. Yo... ¡Oh, no, por favor! Pero él le puso una mano en la espalda para que no se moviera mientras le seguía desabrochando con la otra.
En lugar de presentar una batalla poco digna, Gunnie se sonrojó y se quedó quieto.
—De... desearía que no me trataras de manera tan displicente —comentó, y notó que se le erizaban las zonas que iban quedando al descubierto.
—«Displicente» implica indiferencia —replicó Off, y le pasó a retirar la camisa dejándola caer en el suelo—. Y no es ése mi caso, cariño.
Gunnie se estremeció al quedarse en ropa interior. Cuando bajo también el pantalón.
—No estaría de más cierto respeto —dijo—. Sobre todo después de... después de...
—No necesitas respeto. Necesitas consuelo y apoyo, y puede que un buen revolcón en la cama conmigo. Pero como te niegas a eso, te daré un masaje en los hombros y algunos consejos. Dicho esto, le puso las manos en los hombros desnudos y empezó a masajearle los tensos músculos con amplios arcos descritos con los pulgares en la parte superior de la espalda.
Gunnie gimió e intentó soltarse, pero su marido lo hizo callar y siguió masajeándolo con pericia.
—No eres el mismo de hace unos días —murmuró—. Ya no eres el florero del baile, un virgen, y tampoco el niño indefenso que vivía bajo el yugo de los Phunsawat. Eres un vizconde con una fortuna considerable y un marido caradura. ¿No te basta? —Gunnie sacudió la cabeza, cansado y confundido. A medida que Off le aliviaba la tensión de la espalda, el control de sus emociones parecía desvanecerse. Temía romper a llorar, así que guardó silencio, cerró los ojos y se concentró en mantener una respiración regular—. Hasta ahora te has pasado la vida intentando complacer a los demás —prosiguió Off—. Con muy poco éxito, por cierto. ¿Por qué no intentas complacerte a ti mismo, para variar? ¿Por qué no vives según tus propias normas? ¿Dónde te ha llevado seguir las convenciones sociales?
Gunnie se planteó las preguntas, y siseó de placer cuando Off encontró un punto particularmente dolorido.
—Me gustan las convenciones —dijo al cabo—. No tiene nada de malo ser una persona corriente.
—No. Pero tú no eres corriente, o nunca habrías recurrido a mí en lugar de casarte con tu primo Pak.
—Estaba desesperado.
—Esa no fue la única razón —objetó Off con apenas un susurro—. También te apetecía hacer una maldad.
—¡No es verdad! —Disfrutaste acorralando a un calavera infame en su propia casa con una oferta irrechazable. No trates de negarlo; ahora te conozco lo suficiente como para saberlo. A pesar de su dolor y preocupación, Gunnie no pudo evitar sonreír.
—Puede que lo disfrutara por un momento —admitió—. Y desde luego disfruté pensando en lo furiosa que se pondría mi familia cuando se enterara. —Su sonrisa se desvaneció cuando añadió con aire taciturno— ¡Cómo detestaba vivir con ellos! Ojalá mi padre me hubiera tenido aquí, con él. Podía haber pagado a alguien para que me cuidara...
—¡Por las barbas de Neptuno! —Exclamó Off—. ¿Por qué iba a querer tu padre a un niño en su mundo amoral?
—Porque era familia suya. ¡Porque era lo único que tenía! Off negó con la cabeza.
—Los padres no piensan así, cariño. Tu padre supuso correctamente que sería mejor para ti vivir lejos de él. Sabía que no te casarías nunca si no te criabas de un modo respetable.
—Pero si hubiera sabido cómo me tratarían los Phunsawat, cuánto me maltrataban...
—¿Por qué supones que tu padre no habría hecho lo mismo? —repuso Off—. Era boxeador, caramba. No es que fuera famoso por su dominio de sí mismo. Podrías haber conocido con todo detalle el mapa de su palma si lo hubieras visto más a menudo.
—¡Te equivocas completamente! —exclamó Gunnie con vehemencia.
—Cálmate —murmuró Off, y cogió el traje negro de terciopelo—. Como te dije, yo jamás aprobaría pegar a un niño o una mujer por ningún motivo. Pero el mundo está lleno de hombres que no tienen este escrúpulo concreto, y es probable que tu padre fuera uno de ellos. Discútelo, si quieres, pero no seas tan ingenuo como para poner a Atthaphan en un pedestal, cariño. En el contexto de este mundillo (jugadores, bribones, tramposos, delincuentes y timadores) era un hombre bastante decente. Estoy seguro de que ése le habría parecido un panegírico adecuado. —Le ayudó a pasar los brazos por las mangas de la camisa y alisó la tela, para luego empezar a abotonarla—. Esta vida no es para ti —prosiguió—. Deberías estar en alguna finca de campo, sentado en una manta tendida en el césped y comiendo fresas con nata. Dando paseos en carruaje. Visitando amistades. Algún día deberías dejarme que te diera un hijo. Sería algo en lo que ocuparte. Y así tendrías algo en común con tus amigos, quienes sin duda ya habrán empezado a procrear.
Sorprendido por la tranquilidad con que le hacía la sugerencia, Gunnie dirigió la mirada hacia su atractivo rostro, tan cercano al de él. Era como si acabara de proponerle comprar una muñeca. ¿Era realmente tan insensible como parecía?
—¿Te interesarías por tu hijo? —logró preguntarle después de tragar saliva varias veces.
—No, encanto. Estoy tan poco hecho para tener un esposo y una familia como tu padre. Pero me encargaría de que tuvierais de todo. —Un brillo pícaro le asomó a los ojos—. Eso sí, me dedicaría con entusiasmo a engendrar hijos, aunque no a criarlos —comentó mientras le abrochaba también el chaleco. Y añadió— Piensa qué quieres.
Hay pocas cosas que no puedas tener, siempre y cuando te atrevas a alcanzarlas.
🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘
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