11

Gunnie nunca supo dónde había dormido su marido la primera noche, pero sospechaba que en algún lugar cómodo. Su propio descanso había distado mucho de ser apacible, ya que la preocupación lo había despertado con una regularidad metódica. Había ido varias veces a ver cómo estaba su padre, le había dado sorbos de agua, arreglado las sábanas, administrado medicina cuando la tos le empeoraba. Cada vez que se despertaba, Atthaphan miraba a su hijo con renovada sorpresa.

«¿Estoy soñando, bonito?» le preguntaba, y él le respondía con palabras cariñosas y le acariciaba la cabeza.

Con los primeros rayos de sol, Gunnie se lavó, se vistió y se hizo una pequeña coleta en la nuca. Llamó a una criada y le pidió huevos escalfados, caldo, té y toda la comida especial para un enfermo que pudiese tentar el apetito de su padre.

Las mañanas eran tranquilas y silenciosas en el club, ya que la mayoría de empleados dormía después de haber trabajado hasta altas horas de la madrugada. Sin embargo, siempre había un personal mínimo para las tareas ligeras. Cuando no estaba el cocinero, se quedaba un pinche en la cocina para preparar comidas sencillas a quienes las solicitaran, Oyó la tos áspera de su padre. Corrió hasta su habitación y lo encontró tosiendo espasmódicamente en un pañuelo. Las convulsiones angustiosas de su pecho le dolieron como si fueran propias. Rebuscó entre los frascos de la mesita de noche el jarabe de morfina y lo vertió en una cuchara. Al pasar un brazo por la nuca sudada de su padre para incorporarlo, volvió a sorprenderle lo poco que pesaba, y notó cómo el cuerpo se le tensaba para intentar contener otro acceso de tos.

Los estremecimientos posteriores le sacudieron la cuchara y la medicina cayó sobre las sábanas.

—Lo siento —murmuró Gunnie, y secó el jarabe pegajoso antes de volver a llenar la cuchara—. Vamos, papá, poco a poco. El cuello venoso de su padre se movió al tragar la medicina, Después, le arregló las almohadas mientras él tosía un poco más. Gunnie lo recostó y le puso un pañuelo limpio en la mano. Contempló su cara descarnada y su barba entrecana en busca de algún signo de su padre en aquella figura irreconocible. Siempre había sido robusto y rubicundo, incapaz de mantener una conversación sin el uso expresivo de las manos con gestos propios de un ex boxeador. Ahora era la sombra pálida de ese hombre, con el cutis ceniciento y fofo debido a la pérdida rápida de peso. Sin embargo, los ojos azules eran los mismos: redondos y oscuros, del tono del mar de Irlanda. La familiaridad de esos ojos lo tranquilizó.

—He pedido el desayuno —murmuró sonriendo—. Enseguida lo traerán. —Atthaphan meneó la cabeza para indicar que no tenía hambre—. Oh, sí —insistió su hijo, medio sentado en la cama—. Tienes que comer algo, papá. Le secó una gota de sangre de la comisura de los labios con un pañuelo. Su padre frunció el ceño.

—Los Phunsawat —dijo con voz áspera—. ¿Vendrán a buscarte, Gunnie?

—Los he dejado para siempre —respondió él con satisfacción—. Hace unos días me fugué para ca... casarme en Gretna Green. Ya no tienen ningún poder sobre mí.

—¿Con quién?

—Con Lord St. Jumpol.

Llamaron a la puerta y entró la criada con una bandeja cargada de platos. Gunnie se levantó para ayudarla y retiró algunas cosas de la mesita de noche. Vio cómo su padre rehuía el olor de la comida, a pesar de lo sosa que era, y lo compadeció.

—Lo siento, papá, pero tienes que tomar un poco de caldo. Le puso una servilleta sobre el pecho y le acercó el tazón caliente a los labios.

Tras tomar unos sorbos, su padre se recostó en las almohadas y lo observó mientras él le secaba la boca, a la espera de una explicación.

Gunnie sonrió con tristeza. Lo había pensado: no había ninguna necesidad de fingir un romance. Su padre era un hombre práctico, y es probable que nunca hubiera esperado que su hijo se casara por amor.

Desde su punto de vista, tenías que tomarte la vida como venía y hacer lo que fuera necesario para sobrevivir. Si encontrabas algo de placer por el camino, debías aprovecharlo, y no quejarte después cuando tuvieras que pagar el precio por haberlo hecho.

—Casi nadie lo sabe aún —empezó—. De hecho, no es una mala boda. Nos llevamos bastante bien y no me hago ilusiones respecto a él. Atthaphan abrió la boca para que su hijo le diese una cucharada de huevos escalfados. Ponderó la información, tragó la comida y aventuró:

—Su padre, el duque, es un tonto de capirote que no sabe hacer la o con un canuto. Lord St. Jumpol, en cambio, es bastante inteligente.

—Un tipo frío —observó Atthaphan.

—Sí, pero no siempre. Es decir... —Se detuvo de golpe, ruborizado al recordar a Off en la cama haciéndole el amor.

—Es un mujeriego —comentó Atthaphan con sencillez.

—Eso no me importa —respondió su hijo con igual franqueza—. Jamás esperaría que me fuera fiel. He conseguido lo que quería del matrimonio. En cuanto a lo que él quiere...

—Sí, tendrá su dote —dijo su padre, anticipándose—. ¿Dónde está ahora?

—Seguro que todavía durmiendo. —Le dio otra cucharada de huevos escalfados.

La criada lo corrigió.

—Perdone, pero no está durmiendo, joven... quiero decir, Milord. Lord St. Jumpol despertó al señor Pronpiphat al alba y lo está llevando arriba y abajo haciéndole preguntas y dándole listas. El señor Pronpiphat está furioso.

—Lord St. Jumpol suele trastornar así a la gente —comentó Gunnie con sequedad.

—¿Listas de qué? —quiso saber Atthaphan.

Gunnie no se atrevió a decirle que Off pretendía inmiscuirse en la dirección del club. Era muy probable que eso alterara a su padre. Podía encajar con naturalidad el matrimonio sin amor de su hijo, pero cualquier cosa que afectara a su negocio lo preocuparía mucho.

—Oh, creo que quiere cambiar algunas alfombras —comentó vagamente—. Y se le ocurrió mejorar el menú del aparador. Esa clase de cosas.

—Mmm... —Atthaphan frunció el ceño—. Dile que no toque nada sin que Nat le dé permiso.

—Sí, papá —dijo mientras le acercaba el tazón de caldo a la boca.

Gunnie dirigió una mirada disimulada a la criada y entornó los ojos para advertirle que cerrase el pico. La muchacha asintió con la cabeza.

—Al hablar no te atascas tanto como antes —observó Atthaphan —. ¿Cómo es eso, precioso? Gunnie era consciente de que su tartamudez había mejorado la última semana.

—No estoy seguro. Quizás haberme alejado de los Phunsawat me ha permitido sentirme más tranquilo. Me di cuenta poco después de que dejáramos Londres... Y le ofreció una versión expurgada del viaje de ida y vuelta a Gretna Green, que le provocó algunas risas y toses. Mientras hablaban, observó cómo se le relajaba la cara, efecto de la morfina. Se comió un trozo de una tostada intacta de su padre, bebió una taza de té y dejó la bandeja del desayuno junto a la puerta.

—Papá —dijo— antes de que te duermas, te ayudaré a lavarte y afeitarte.

—No hace falta —respondió él con los ojos vidriosos debido a la morfina.

—Déjame cuidarte —insistió Gunnie, y se dirigió hacia el palanganero, donde la criada había dejado una jofaina con agua Caliente—. Después dormirás mejor, ya lo verás.

El parecía demasiado apático para discutir. Se limitó a suspirar y toser mientras contemplaba cómo su hijo acercaba la jofaina de porcelana y los útiles de afeitar a la mesita de noche. Le puso una toalla sobre el pecho y se la ajustó alrededor del cuello. Como nunca había afeitado a un hombre —ni a él mismo, porque carecía de vello, su cutis era como el de un bebé— tomó la brocha, la hundió en el agua y luego en la jabonera.

—Una toalla caliente primero, bonito —murmuró Atthaphan—. Eso suaviza la barba. Nos hemos perdido de mucho, ¿no es así? —dijo, con un poco de tristeza.

Gunnie siguió sus instrucciones. Pasado un minuto, le quitó la toalla y con la brocha le enjabonó un lado de la cara. Decidido a afeitarlo por partes, abrió la navaja, la miró receloso y se inclinó hacia su padre. Antes de que la navaja le tocara la mejilla, le llegó una voz irónica desde la puerta.

—Por los clavos de Cristo, Atthaphan. —Gunnie volvió la cabeza y vio a Off. No hablaba con él, sino con su padre—. No sé si elogiar su valentía o preguntarle si ha perdido el juicio. —Se acercó a la cama con paso lento—. Dame eso, cariño. La próxima vez que tu padre tosa, le vas a rebanar la nariz.

Gunnie le entregó la navaja sin dudarlo. Esa mañana su marido parecía más fresco. Iba impecablemente afeitado, con el pelo lavado y peinado con pulcritud. Llevaba un traje espléndido, con una chaqueta gris marengo oscuro que le realzaba la complexión. El contraste entre los dos hombres, uno tan viejo y enfermo, y el otro tan corpulento y saludable, era notable. Cuando Off se acercó más a su padre, Gunnie sintió el impulso de situarse entre ambos. Su marido parecía un depredador a punto de acabar con una presa indefensa.

—Trae el suavizador, cariño —pidió con una ligera sonrisa. Él fue hasta el palanganero y, cuando volvió con el suavizador, él había ocupado su sitio junto a la cama. —Hay que afilarla antes y después de un afeitado —explicó a la vez que pasaba la navaja por el suavizador.

—Parece bastante afilada —comentó Gunnie.

—Nunca lo está demasiado. Enjabona toda la cara antes de empezar. De esa manera se suaviza la barba.

—Se apartó para que él lo hiciera y después lo hizo a un lado. Con la navaja en la mano, preguntó a Atthaphan

—¿Puedo? Para su asombro, su padre asintió sin vacilar. Gunnie se situó al otro lado de la cama para verlo mejor. —Debes dejar que la navaja haga el trabajo en lugar de hacer presión con la mano —siguió explicando Off—. Afeita en la dirección del pelo, así. Y nunca pases la hoja perpendicular a la piel. Empieza por los lados de la cara, sigue por las mejillas y después por los lados del cuello, así. —Mientras hablaba, Off afeitaba la barba entrecana con movimientos limpios—. Y aclara la hoja a menudo. Trataba la cara de su padre con suavidad, variando el ángulo, estirando zonas de piel para afeitarla más eficazmente. Sus movimientos eran diestros y ligeros.

Gunnie sacudió la cabeza, incapaz de asimilar que estaba viendo a Off, lord St. Jumpol, afeitar a su padre con la pericia de un ayuda de cámara experto. Tras terminar el ritual, Off limpió los restos de jabón de la cara reluciente de Atthaphan. Sólo había un pequeño corte en el borde de la mandíbula.

—El jabón necesita más glicerina —murmuró Off, y presionó el corte con la toalla—. El que prepara mi ayuda de cámara es mejor que éste. Después le pediré que me traiga un poco.

—Gracias —contestó Gunnie, y sintió un cálido cosquilleo en el pecho. Off lo miró y lo que vio en su expresión pareció fascinarlo.

—Hay que cambiarle las sábanas —comentó—. Te ayudaré.

Gunnie negó con la cabeza. No quería que viera a su padre tan consumido. Eso haría que su padre se sintiera en una clara situación de desventaja con respecto a su yerno.

—Gracias, pero no —dijo—. Llamaré a la criada.

—Muy bien. —Miró a Atthaphan y añadió— Con su permiso, señor, vendré a verlo más tarde, cuando haya descansado.

—De acuerdo —accedió su padre con la mirada perdida. Cerró los ojos y suspiró.

Gunnie arregló rápidamente la habitación mientras Off limpiaba la navaja, la afilaba otra vez y la dejaba en su estuche de piel. A continuación llevó a su marido hacia la puerta de la habitación y se detuvo para mirarlo con la espalda apoyada contra la jamba.

—¿Has despedido ya a Nat? —le preguntó con preocupación. Off asintió, puso una mano en la jamba, por encima de su cabeza, y se inclinó hacia él. Aunque era una postura relajada y natural, Gunnie tuvo la sensación de ser sutilmente dominado. Lo desconcertó percatarse de que no era una sensación desagradable del todo.

—Al principio se mostró hostil —explicó Off— hasta que le dije que había repasado algunos libros. Eso lo amansó como un cordero, porque sabe la suerte que tiene de que no lo denunciemos. Pronpiphat le está ayudando a hacer el equipaje para asegurarse de que se va de inmediato.

—¿Por qué no quieres denunciarlo? —Sería publicidad negativa. Cualquier insinuación de problemas financieros pone nerviosa a la clientela de un club como éste. Es mejor asumir las pérdidas y empezar desde ahí. —Observó sus rasgos tensos y lo dejó anonadado al decir en voz baja— Gírate.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó con los ojos como platos.

—Gírate —repitió Off, y esperó hasta que él obedeció despacio. El corazón le dio un vuelco cuando su marido le levantó las manos para apoyarlas en la jamba—. Sujétate ahí, cariño.

Esperó, desconcertado y nervioso, sin saber qué se proponía Off. Cerró los ojos y se tensó al notar sus manos en los hombros. Él le acarició la espalda, como si buscara algo, y después empezó a masajearlo con movimientos suaves y seguros para aliviarle los músculos doloridos. Le buscó puntos tensos, lo que lo hizo inspirar con fuerza. La presión de las manos aumentó, deslizando las palmas por la espalda a la vez que hundía los pulgares a cada lado de la columna. Para su sonrojo, Gunnie se encontró arqueando la espalda como un gato. Off fue subiendo despacio hasta alcanzarle los agarrotados hombros y cuello, y se concentró en ellos hasta que él emitió un suave gemido.

Un hombre joven como él, podía convertirse en esclavo de esas manos expertas. Lo tocaba con una sensualidad perfecta, produciéndole un enorme placer. Apoyado contra la jamba, Gunnie sintió que su respiración se volvía lenta y profunda. El masaje le relajó toda la espalda y él deseó que no terminara nunca.

Cuando Off apartó por fin las manos, él se sorprendió de no desmoronarse. Se volvió para mirarlo, convencido de que recibiría una sonrisa burlona o un comentario irónico. En cambio, él se había sonrojado y mantenía una expresión impasible.

—Tengo que decirte algo —masculló—. En privado. Lo tomó del brazo, lo sacó al pasillo y lo metió en la primera habitación disponible, que resultó ser la que Gunnie había ocupado la noche anterior. Off cerró la puerta y se inclinó hacia él con rostro imperturbable. —Pronpiphat tenía razón —le dijo sin rodeos—. A tu padre no le queda mucho tiempo. Será un milagro si llega a mañana.

—Sí. Cualquiera puede verlo. —Hoy he hablado con Pronpiphat largo y tendido sobre el estado de tu padre, y me ha mostrado un folleto que dejó el médico al hacer el diagnóstico. —Off se sacó de la chaqueta un papel doblado y se lo dio. Gunnie leyó «Una nueva teoría sobre la tisis» en el encabezamiento. Como la única luz de la habitación procedía de la ventana y tenía los ojos cansados, sacudió la cabeza.

—¿Puedo leerlo después? —preguntó.

—Sí. Pero te haré un resumen: la tisis es causada por unos minúsculos organismos vivos invisibles a simple vista. Se encuentran en los pulmones afectados. Y la enfermedad se transmite cuando una persona sana respira el aire que una persona enferma exhala.

—¿Seres pequeñitos en los pulmones? —dijo Gunnie sin comprender—. Eso es absurdo. La tisis se debe a una predisposición natural a la dolencia, o por estar demasiado tiempo expuesto al frío y la humedad...

—Como ninguno de los dos es médico o científico, no tiene sentido discutir. Sin embargo, por precaución tendré que limitar el tiempo que pasas con tu padre. El papel se le cayó de la mano. Después de todo lo que había pasado para estar con su padre, aquel desalmado trataba de negarle los últimos días que podría estar con él. ¿Y todo por una teoría médica aún no demostrada que había leído en un simple folleto?

—¡Ni hablar! —Exclamó con un nudo en la garganta—, Ni... ni lo sueñes. Pa... pasaré todo el tiempo que quiera con él. Yo te importo un co... comino, y él menos. Sólo quieres ser cruel para de... demostrarme que pu... puedes...

—He visto las sábanas —replicó Off con brusquedad—. Está tosiendo sangre, mucosidad y vete a saber qué más. Cuanto más tiempo pases con él, más probabilidades hay de inhales lo que sea que lo está matando.

—No me creo tu estúpida teoría. Podría encontrar decenas de mé... médicos que la desvirtuarían en un mi... minuto.

—No puedes correr el riesgo. Maldita sea, ¿quieres yacer en esa misma cama con los pulmones pudriéndose dentro de seis meses?

—Si eso pa... pasa, no es asunto tuyo. Hubo un tenso silencio, y Gunnie tuvo la sensación de que sus amargas palabras habían causado más daño del buscado.

—Tienes razón —replicó Off con aspereza—. Si quieres ser un tísico, adelante. Pero no te extrañes si rehuso sentarme junto a tu cama retorciéndome las manos. No haré nada por ayudarte. Y cuando estés expulsando los pulmones por la boca, me complaceré en recordarte que es culpa tuya por ser tan idiota y tozudo —concluyó con un movimiento irritado de las manos.

Gunnie, demasiado condicionado por sus muchos encontronazos, con el tío Ice para distinguir entre un gesto enojado y el inicio de una agresión física, se estremeció instintivamente y levantó los brazos para cubrirse la cabeza. Pero como el golpe esperado no llegó, soltó el aire, bajó titubeante los brazos y vio que Off lo observaba con asombro.

La expresión de su marido se ensombreció.

—Gunnie... ¿creías que iba a...? Dios mío. Alguien te pegó en el pasado. ¿Quién fue el malnacido? —Alargó la mano hacia él demasiado deprisa, y Gunnie reculó bruscamente, chocando contra la pared. Off se detuvo—. Maldita sea —masculló y lo miró con intensidad. Tras un largo instante, dijo en voz baja— Jamás te pegaría. Jamás te lastimaría. Lo sabes ¿verdad? —Paralizado por aquellos ojos claros y brillantes que lo observaban, Gunnie no podía moverse ni decir nada. Se sobresaltó cuando él se acercó despacio—. Tranquilo —murmuró Off—. Deja que me acerque. No pasa anda. Tranquilo. —Lo rodeó con un brazo y con la mano libre le acarició el pelo. Él suspiró de alivio. Off lo acercó más a él y le rozó la sien con los labios—. ¿Quién te lastimó? —quiso saber.

—Mi... mi tío —logró contestar. La mano de Off en su espalda se detuvo.

—¿Norrapat? —preguntó.

—No, el otro.

—Phunsawat.

—Sí. —Gunnie cerró los ojos al notar cómo él lo estrechaba entre sus brazos. Acurrucado contra el firme pecho de su marido, con la mejilla en su hombro, inhaló su limpia fragancia y el sutil aroma de colonia de sándalo.

—¿Con qué frecuencia? —le preguntó—. ¿Más de una vez?

—Eso ya no impo... porta.

—¿Con qué frecuencia, Gunnie? —se obstinó Off.

—No muy a me... menudo. Pero, a veces, cuando le disgustaba a él o a la tía Pi... Piglet, perdía los estribos. La última vez que intenté escaparme, me pu... puso un ojo mo... morado y me partió el labio.

—¿Ah, sí? —Off hizo una larga pausa y después dijo con escalofriante suavidad— Voy a despedazarlo vivo.

—¡No! —Exclamó Gunnie—. Sólo quiero estar a salvo de él De to... todos ellos. Off apartó la cabeza para mirarle las facciones encendidas.

—Estás a salvo —aseguró en voz baja, y le acarició el pómulo antes de reseguir la hilera de pecas doradas con la yema de un dedo hasta la nariz. Cuando él cerró los ojos, le recorrió con suavidad las cejas con el dedo y le frotó la mejilla con la palma—. Gunnie... —musitó— te juro por mi vida que nunca te causaría un dolor así. Puedo ser un marido terrible en cualquier otro sentido, pero no te lastimaría de ese modo vil. Créeme.

La delicada piel de Gunnie absorbió las sensaciones con avidez. Su contacto, su sensual aliento en los labios. Temía abrir los ojos o hacer algo que interrumpiera aquel momento mágico.

—Sí, te creo —consiguió susurrar—. Sí. Yo... Entonces recibió un suave beso en los labios, y otro. Se entregó a él con la respiración entrecortada. La boca de Off era apasionada y tierna, y le invadía la suya con una presión comedida. Cuando Off notó que él se balanceaba y que podía perder el equilibrio, le tomó una mano y se la puso con cuidado en la nuca. Gunnie levantó también la otra y se aferró a él sin dejar de corresponder a sus dulces besos. Off respiraba deprisa y su tórax le rozaba el pecho al moverse. De repente sus besos se volvieron más intensos, e imprimió a la pasión una urgencia que lo llevó a restregarse contra él, ardiente de excitación. Off gimió, y apartó los labios.

—No... —susurró—. Espera, cariño. No quería empezar esto. Sólo quería... Maldita sea —resopló. Gunnie le aferró la chaqueta y ocultó la cara contra su corbata de seda gris. Él le sostuvo la parte posterior de la cabeza con la mano, ambos cuerpos temblorosos—. No he cambiado de idea —le dijo contra el cabello—. Si quieres cuidar a tu padre, tendrás que seguir mis normas. Mantén la habitación ventilada; la puerta y la ventana han de estar siempre abiertas. Y no te sientes demasiado cerca de él. Además, cuando estés con él te atarás un pañuelo sobre la nariz y la boca

—¡Que dices! —Se soltó de él y le dirigió una mirada incrédula—. ¿Para qué no me entren unos diminutos seres invisibles en los pulmones?

—No me pongas a prueba, Gunnie. Estoy muy cerca de prohibirte totalmente que lo veas.

—Me sentiría ridículo con un pañuelo en la cara —protesta él—. Y ofendería a mi padre.

—Me importa un bledo. Ten claro que si no me obedeces, no lo verás. Gunnie se separó de él enfurruñado.

—Eres igual que los Phunsawat —soltó con amargura—. Me casé contigo para obtener mi libertad. Y en lugar de ello, solo he cambiado de carcelero.

—Nadie goza de total libertad, cielo. Ni siquiera yo. Gunnie lo miró ceñudo.

—Tú por lo menos tienes derecho a decidir por ti mismo.

—Y por ti —se burló él, que parecía disfrutar con la rabia que le había despertado—. Caramba, menuda demostración. Tanta rebeldía apasionada me excita indeciblemente.

—No vuelvas a tocarme —espetó Gunnie—. ¡Nunca!

De modo desesperante, Off soltó una risita y salió al pasillo. 

🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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