10

Off estuvo tentado de dejar a Gun en el club con su padre e irse a su casa, situada a poca distancia de St. James. Era difícil resistirse al aliciente de su tranquila y confortable residencia. Quería comer en su propia mesa, y relajarse delante de la chimenea con una de sus batas de seda forradas de terciopelo. Al cuerno con el tozudo de su esposo; que tomara sus propias decisiones y aprendiera a vivir con las consecuencias. Sin embargo, mientras deambulaba por la galería del primer piso, con cuidado de que no lo vieran desde la planta baja, sintió una curiosidad molesta, como cuando se tiene una piedra en el zapato. Se situó junto a una columna para observar el trabajo de los crupiers y el del supervisor general para, desde su rincón, controlar el juego y lograr que todo siguiera el ritmo adecuado. La actividad en las tres mesas de juego parecía un poco lenta. Faltaba alguien que animara las cosas y creara un ambiente que incitara a los clientes a jugar más y más deprisa. Las desaliñadas prostitutas de la casa se paseaban despacio por la sala y se detenían aquí y allá para engatusar a los clientes. Al igual que las comidas del aparador lateral y el bar, las mujeres eran una opción gratuita para los socios. Si un hombre necesitaba una mujer para consolarse o para celebrar, subía con una prostituta a una de las habitaciones del piso de arriba. Off observó con detenimiento las mesas de juego y el bar. Había indicios de que era un negocio en decadencia. Off supuso que, al caer enfermo, Atthaphan no había nombrado a un sustituto digno de confianza, salvo su factótum Nat Sakdatorn, que era inepto, deshonesto o ambas cosas a la vez. Off quería ver los libros contables, los ingresos y gastos, los datos financieros de los socios, las listas de cobros, las deudas, los préstamos, los créditos... todo lo que contribuyera a completar un retrato de la situación económica del club. Al volverse hacia la escalera, vio al gitano Pronpiphat en la penumbra de un rincón. Off se quedó callado para obligarlo a hablar primero. Pronpiphat lo hizo con educación y sin desviar la mirada.

—¿Puedo ayudarlo, milord?

—Puede empezar por decirme dónde está Nat.

—En su habitación.

—¿En qué estado?

—Indispuesto.

—Ya. ¿Se indispone a menudo? —El gitano no dijo nada, pero sus ojos azabache se llenaron de recelo—. Quiero la llave de su oficina —pidió Off—. Echaré un vistazo a los libros contables.

—Sólo hay una llave, milord —repuso Pronpiphat, escrutándolo con curiosidad—. Y la tiene el señor Nat.

—Consígamela. El otro arqueó las cejas.

—¿Quiere que robe a un hombre que está borracho?

—Será más fácil que si estuviera sobrio —comentó Off con ironía—. Y no es ningún robo, ya que la llave, a todos los efectos, es mía.

—Yo soy leal al señor Atthaphan. Y a su hijo. —Su expresión se endureció.

—Yo también. —No era cierto, por supuesto. Off era leal básicamente a sí mismo. Gun y su padre figuraban en un lejano segundo y tercer lugar de la lista—. Tráigame la llave, o prepárese a seguir los pasos de Nat cuando se vaya mañana. El aire estaba cargado de desafío masculino. Sin embargo, pasado un instante, Pronpiphat le dirigió una mirada de aversión y curiosidad.

Cuando se dirigió hacia la escalera a zancadas rápidas, no fue por obediencia, sino más bien por el deseo de averiguar qué se proponía Off.

Cuando Off mandó a Plustor Pronpiphat para que acompañase a su esposo a la planta baja, Gun ya había arreglado la habitación de su padre y llamado a una criada para que le ayudara a cambiar las sábanas. Las que había estaban húmedas de sudor. Aunque su padre se movió y masculló cuando lo giraron con cuidado a uno y otro lado, no se despertó del sopor inducido por la morfina. Le asustó comprobar lo poco que pesaba su huesudo cuerpo, cubierto por una camisa de dormir.

Cuando lo tapó con las sábanas y mantas limpias hasta el pecho sintió una gran compasión por él. Mojó un paño frío y se lo puso en la frente. Su padre suspiró y, por fin, abrió unos ojos que parecían rendijas entre los surcos de la cara. Lo miró sin reconocerlo un largo instante hasta que sus labios secos esbozaron una sonrisa que dejó al descubierto unos dientes amarillentos por el tabaco.

—Gunnie —dijo con voz ronca. Él se agachó sonriente aunque a duras penas logró contener las lágrimas.

—Estoy aquí, papá —susurró por fin las palabras que había deseado pronunciar toda su vida—. Estoy aquí para quedarme contigo. Su padre emitió un sonido de satisfacción y cerró los ojos.

—¿Dónde quieres que vayamos primero, mi niño? —Soltó justo cuando Gunnie creía que se había dormido—. Supongo que a la panadería, ¿verdad?

—Claro —contestó él y, tras secarse las lágrimas de los ojos, añadió: quiero un bollo glaseado, y un cucurucho de galletas, y después quiero jugar a los dados contigo.

Su padre rió entre dientes y tosió un poco.

—Deja que papá dé una cabezadita antes de salir. Sé un niño bueno.

—Sí, duerme —murmuró Gunnie a la vez que le daba la vuelta al paño de la frente—. Puedo esperar, papá.

Mientras observaba cómo volvía a dormirse, tragó saliva y se relajó en la silla, situada junto a la cama. No desearía estar en ningún otro sitio. Se arrellanó en el asiento y bajó los hombros como si fuera un títere al que hubieran soltado los hilos. Era la primera vez que se sentía necesitado, que su presencia parecía importarle a alguien. Y, aunque el estado de su padre le afligía, daba gracias por poder acompañarlo en sus últimas horas de vida. No dispondría de tiempo para conocerlo, de modo que siempre serían unos desconocidos, pero estar allí lo compensaba sobradamente.

Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos. Alzó los ojos y vio a Plustor en el umbral, cruzado de brazos y en postura relajada. Gunnie le dirigió la imitación de una sonrisa.

—Su... supongo que te envía a buscarme. —No hacía falta decir a quién se refería, claro.

—Quiere que comas con él en uno de los comedores privados. Gunnie sacudió la cabeza y su sonrisa se volvió irónica.

—Sus deseos son órdenes para mí. —Parodió a un esposo obediente.

Se levantó y alisó las mantas sobre los hombros de su padre. Plustor no se movió del umbral cuando él se acercó. Era un hombre alto, aunque no tanto como Off.

—¿Cómo terminaste casado con lord St. Jumpol? —Quiso saber—. Sé que tiene problemas financieros porque estuvimos a punto de negarle crédito la última vez que estuvo aquí. ¿Te propuso un matrimonio de conveniencia?

—¿Cómo sabes que no estamos casados por amor? —replicó Gunnie. —St. Jumpol sólo se quiere a él mismo —dijo Plustor con una mirada irónica. Gunnie tuvo que esforzarse por contener una sonrisa.

—En realidad fui a verlo yo. Fue el único mo... modo que se me ocurrió para escapar de los Phunsawat.

—Su sonrisa se desvaneció al pensar en sus familiares—. ¿Vinieron aquí en mi busca?

—Tus dos tíos —asintió Plustor—. Tuvimos que dejarles registrar el club para que se convencieran de que no te escondías aquí.

—¡Mecachis! —exclamó Gunnie, tomando prestada la palabrota favorita de Earth Kanawut—. Seguro que después fueron a casa de los Itthipat y los Kanawut. La noticia de mi desaparición habrá preocupado a mis amigos. —Sin embargo, saber lo que había hecho iba a preocuparlos mucho más. Tendría que avisar a Bas y Earth de que se encontraba bien. Gulf estaba de viaje por el continente, así que no se habría enterado de su desaparición—. "Mañana", pensó. Sí, mañana plantaría cara a las repercusiones de su infame fuga. Se planteó enviar a alguien a casa de los Phunsawat a recoger el resto de su ropa, pero seguramente no le permitirían quedársela. Una cosa más para la larga lista de cosas por hacer —encargar enseguida algunos trajes y zapatos—. Cuando mis familiares descubran que estoy aquí —dijo—, ve... vendrán a buscarme. Puede que intenten anular mi matrimonio. Me... —una breve pausa para controlar la voz— me da mucho miedo lo que pueda pasarme si me obligan a volver con ellos.

—¿No se lo impedirá St. Jumpol? —preguntó Plustor, y le puso una mano en el hombro para tranquilizarlo. Fue un contacto leve, con la palma apoyada en la frágil curva del hombro, pero lo calmó.

—Si está aquí. Si está sobrio. Si puede —contestó con una sonrisa forzada—. Si, si, si...

—Yo estaré aquí—murmuró Plustor—. Estaré sobrio y podré impedirlo. ¿Por qué crees que St. Jumpol no?

—Es un matrimonio de conveniencia. No le importo en absoluto. No espero verlo demasiado una vez reciba mi dote. Me dijo que tiene cosas mejores que hacer que sentarse en un club de juego de segunda a esperar a que... a que... —Titubeó y volvió la cabeza para mirar a su padre en la cama.

—Puede que haya cambiado de parecer al respecto —comentó Plustor con ironía—. Cuando le di la llave de la oficina, sacó todos los libros y empezó a revisarlos página por página. De aquí a que termine, habrá examinado todo el club con lupa.

Gunnie se extrañó.

—¿Qué puede estar buscando? —preguntó.

Off estaba actuando de una forma extraña. No había razón para que revisara los libros del club con tanta urgencia después de un viaje extenuante. Nada habría cambiado entre ese día y el siguiente. Pensó en la mirada compulsiva de su marido cuando observaba la actividad de la planta baja, y en sus palabras: «Pienso recorrer hasta el último centímetro de este sitio y conocer todos sus secretos.» Como si fuera algo más que un edificio lleno de alfombras raídas y mesas de juego.

Desconcertado, Gunnie siguió a Plustor por la serie de pasillos y pasadizos que constituían la ruta más directa a los comedores de la planta inferior. Como la mayoría de clubes de juego, el Atthaphan's tenía lugares secretos donde esconderse, donde observar, donde pasar solapadamente personas y objetos. Plustor lo condujo hasta un pequeño salón privado, le sostuvo la puerta e hizo una reverencia cuando él se volvió para darle las gracias. Al adentrarse en la habitación, Gunnie oyó la puerta cerrarse suavemente tras él. Off, repantigado en una silla con la confianza relajada de Lucifer en su trono, estaba haciendo anotaciones a lápiz en el margen de un libro contable. Estaba sentado ante una mesa medio llena de fuentes y platos para el comedor principal. Apartó la mirada del libro, lo dejó a un lado y se levantó para apartar una silla de la mesa.

—¿Cómo está tu padre?

—Se despertó un momento —respondió Gunnie con cautela mientras se sentaba—. Pareció creer que yo era pequeño de nuevo.

Vio una fuente con cortes de ave asada y otra con melocotones y uvas de invernadero, y empezó a servirse. El hambre imperiosa, unida a la fatiga, hacía que le temblaran las manos. Off observó sus dificultades y, sin decir nada, le sirvió exquisiteces en un plato: huevos de codorniz hervidos, crema de verduras, lonchas de queso, cortes de carne fría, pescado y pan. Luego le llenó una copa de vino.

—Gracias —dijo Gunnie, tan cansado que apenas sabía qué estaba comiendo. Se llevó el tenedor a la boca y cerró los ojos mientras masticaba y tragaba el bocado. Cuando volvió a abrirlos, vio que Off lo miraba. Parecía tan cansado como él, con unas ligeras ojeras. Tenía los pómulos tensos y estaba pálido. La barba, que tendía a crecerle deprisa, le lucía dorada en las mejillas. De algún modo, el endurecimiento de sus rasgos acrecentaba su atractivo al conferir una gracia irregular a lo que, de otro modo, podría haber sido la perfección estéril de una obra maestra de mármol.

—¿Sigues pensando quedarte aquí? —preguntó mientras pelaba con habilidad un melocotón y le quitaba el hueso. Le pasó una mitad limpia.

—Claro que sí. —Gunnie cogió el melocotón y, al morderlo, notó cómo se le deslizaba el jugo por la lengua.

—Me lo temía —respondió él con sequedad—. Es un error, ¿sabes? No tienes idea de lo que te espera, las obscenidades y comentarios lascivos, las miradas lujuriosas, los roces y pellizcos...

—Me las arreglaré —dijo Gun, y lo miró sin saber si fruncir el ceño o sonreír.

—Estoy seguro de ello, cariño.

—¿Qué hay en ese libro? —preguntó él tras observarlo mientras bebía un sorbo de vino.

—Un ejemplo de contabilidad creativa. Nat ha estado desfalcando dinero. Retoca un poco las cifras aquí y allá para que no se note. Pero, a lo largo del tiempo, la suma asciende a un importe considerable. Vete a saber cuántos años lleva haciéndolo. Hasta ahora, todos los libros contables que he revisado contienen errores deliberados.

—¿Cómo puedes estar seguro de que son deliberados?

—Siguen un patrón evidente. —Abrió un libro y lo empujó suavemente hacia él—. El club obtuvo unos beneficios de veinte mil libras el año pasado. Si comparas las cifras con el registro de préstamos, ingresos bancarios y salidas de caja, verás las discrepancias.

Gun leyó las anotaciones que él había hecho en el margen según se las iba señalando con el dedo.

—¿Lo ves? —murmuró—. Estas son las cantidades que deberían aparecer. Ha inflado mucho los gastos. El coste de los dados de marfil, por ejemplo. Incluso si admitimos que los dados sólo se usaran una noche, el cargo anual no debería superar las dos mil libras, según Pronpiphat.

—Pero aquí pone que se gastaron casi tres mil libras en dados.

—Exacto. —Off se recostó en la silla y sonrió despacio—. Engañaba a mi padre del mismo modo cuando era joven y yo necesitaba más dinero del que él me daba.

—¿Para qué lo necesitabas?

—Me temo que, para explicártelo, tendría que usar palabras que te ofenderían mucho —aseguró aún sonriente. Gunnie pinchó un huevo de codorniz con el tenedor y se lo llevó a la boca.

—¿Qué vamos a hacer con el señor Nat?

—Despedirlo en cuanto esté lo bastante sobrio para andar —dijo Off a la vez que se encogía de hombros. Gunnie se apartó un mechón que le caía sobre el ojo.

—Pero no tiene sustituto.

—Sí que lo tiene. Hasta que no se encuentre el director adecuado, yo dirigiré el club.

El huevo de codorniz pareció atravesársele en el cuello y Gun se atragantó. Cogió la copa de vino, bebió un sorbo, respiró hondo y luego lo miró con ojos desorbitados. ¿Cómo podía decir algo tan absurdo?

—No puedes hacer eso.

—No lo haré peor que Nat. No ha dirigido nada desde hace meses. En poco tiempo el club se vendrá abajo.

—¡Dijiste que detestabas trabajar!

—Es cierto. Pero me parece que debería intentarlo al menos una vez, para asegurarme.

—Harás las veces de di... director unos días y te... te cansarás. —Tartamudeaba de ansiedad.

—No puedo permitirme el cansancio, amor mío. Aunque el club sigue siendo rentable, su valor va a la baja. Tu padre tiene una importante deuda pendiente de cancelar. Si sus deudores no pueden pagar en efectivo, tendremos que quedarnos propiedades, joyas, obras de arte, lo que sea. Como conozco el valor de las cosas, puedo negociar unas liquidaciones aceptables. Y hay otros problemas que todavía no he mencionado. Tu padre posee unos desafortunados purasangre que le han hecho perder una fortuna en Newmarket. Y ha hecho algunas inversiones insensatas, como las diez mil libras que puso en una supuesta mina de oro de Flintshire, un timo que hasta un niño habría detectado.

—Dios mío —murmuró Gun y se frotó la frente—. Estaba enfermo y la gente se ha aprovechado de él.

—Así es. Y ahora, aunque quisiéramos vender el club, no podríamos hacerlo sin ponerlo antes en orden. Si hubiera una alternativa, la encontraría, créeme. Pero el club es un cedazo, y nadie puede o quiere taparle los agujeros. Salvo yo.

—¡Qué sabrás tú de tapar agujeros! —exclamó él, horrorizado por su arrogancia. Off sonrió con una ceja arqueada, pero antes de que contestara con mordacidad, él se tapó los oídos con las manos y añadió— ¡Oh, no lo digas! —Off contuvo su réplica, aunque sus ojos seguían despidiendo un brillo diabólico, y él bajó las manos con cautela—. Si diriges el club, ¿dónde dormirás?

—Aquí, por supuesto —dijo él.

—Pero yo me he instalado en el único cuarto de huéspedes disponible. Los demás están ocupados. Y no pienso compartir la cama contigo.

—Mañana habrá muchas habitaciones libres. Voy a deshacerme de las prostitutas de la casa.

Las cosas estaban cambiando demasiado deprisa para que Gunnie pudiera asimilarlas. La asunción de autoridad de Off sobre el negocio de su padre se había producido a una velocidad alarmante. Tenía la sensación de haber llevado un gato manso al club para verlo transformarse en un tigre salvaje. Y él sólo podría observar impotente cómo hacía una matanza indiscriminada. Desesperado, pensó que si lo complacía unos días quizá se aburriría. Mientras tanto, debía intentar reducir al máximo los daños.

—¿Echarás las prostitutas de la ca... casa a la calle? —preguntó con una calma forzada.

—Se irán con una liquidación generosa, como recompensa por su lealtad al club.

—¿Quieres contratar otras?

—No es que tenga nada contra la prostitución. De hecho, estoy totalmente a favor de ella. Pero que me aspen si me convierto en un chulo.

—¿En qué?

—En un chulo. Un macarra. Un proxeneta. Caray, ¿llevabas algodón en las orejas cuando eras pequeño? ¿Nunca oíste nada, ni te preguntaste por qué unas mujeres de ropas chillonas subían y bajaban por la escalera del club a todas horas?

—Siempre venía de día —aclaró Gunnie, muy digno—. Rara vez las veía trabajar. Y después, cuando era lo bastante mayor para entenderlo, mis visitas se espaciaron bastante por deseo de mi padre.

—Puede que fuera una de las pocas cosas buenas que hizo por ti. —Off movió la mano con impaciencia para descartar el tema—. Bien, respecto al asunto que nos ocupa, no sólo no quiero tener prostitutas mediocres, sino que tampoco tenemos espacio para alojarlas. A veces, cuando todas las camas están ocupadas, los miembros del club se ven obligados a gozar de sus favores en las cuadras.

—¿De veras? ¿Lo dices en serio?

—Y las cuadras son muy incómodas, hay mucha corriente. Te lo aseguro.

—¿Tú...?

—Pero hay un burdel excelente dos calles más abajo. Espero que podamos llegar a un acuerdo con su propietaria, madame Godji. Cuando un miembro de nuestro club desee compañía femenina, podrá ir al local de Godji, recibir sus servicios con un descuento en el precio y volver una vez aliviado. —Parecía esperar que su esposo elogiara la idea—. ¿Qué te parece?

—Me parece que tienes alma de proxeneta. Sólo que a hurtadillas.

—La moralidad es sólo para la clase media, encanto. La clase baja no puede permitírsela, y la clase alta tiene demasiado tiempo libre por llenar.

Gun sacudió despacio la cabeza. Lo observaba con los ojos desorbitados, y ni siquiera se movió cuando se inclinó hacia él para ponerle una uva entre los labios.

—No hace falta que digas nada —murmuró con una sonrisa—. Es evidente que has enmudecido de gratitud ante la perspectiva de tenerme aquí para cuidarte. —Gunnie frunció el ceño y él sonrió socarrón—. Si lo que te preocupa es que en un momento de debilidad, preso de ardor viril, pueda abalanzarme sobre ti... es posible. —Gunnie sujetó la uva entre los dientes y le sacó las pepitas con los dientes y la lengua. La sonrisa de Off se desvaneció un poco—. Pero tranquilo, de momento eres demasiado novato para tomarme la molestia —añadió tras recostarse en la silla—. Quizá te seduzca en el futuro, después de que algunos hombres se hayan encargado de educarte.

—Lo dudo —replicó Gun con hosquedad—. Nunca sería tan burgués como para acostarme con mi marido. Off soltó una carcajada.

—¡Dios mío! Seguramente te morías por decirlo. Felicidades. No llevamos casados ni una semana y ya has aprendido a enseñar las uñas. 


🔥 𝕭𝖑-𝖋𝖎𝖈𝖘


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