El niño de los dientes largos



(Leyenda de terror de Cuba)




Todo sucedió en medio de una horrible noche de tormenta. El aguacero no amainaba y un jinete debía atravesar el monte para llegar a casa.

Sin embargo, en medio del camino escuchó un llanto tan fuerte que lograba sobresalir ante el ruido del aguacero. Por instinto, el jinete decidió descender del caballo a pesar de los relinchos, luego se acercó al matorral de donde provenían los chillidos.

Ahí contempló aterrado un pequeño bulto que parecía ser un bebé. Lo tomó entre sus brazos mientras maldecía a la madre por atreverse a abandonar a su propio hijo.

El caballo seguía quejándose pero el jinete le dio una patada y el animal por fin se calmó. Entonces pudo montar de nuevo sin lograr que el bebé dejara de llorar.

Cubrió a la pequeña criatura con su manto, pero los quejidos continuaban. El jinete dijo en voz alta –quizá lo que tiene es hambre, pero solo tengo galletas.– En ese momento, una voz chillona y de ultratumba surgió del pequeño bulto –yo ya tengo dientes para comer –dijo.

Las manos del jinete comenzaron a temblar. Su rostro se puso pálido y poco a poco quitó la tela que cubría la cara del niño. Lo que vio casi lo hizo perder la cordura: no era un bebé, era un monstruo con ojos tan profundos y rojos que parecían querer hipnotizarlo.

La criatura sonrió y entonces pudo apreciar dos dientes tan largos y puntiagudos que mas bien parecían colmillos. El jinete lanzó lejos de sí aquel espantoso bulto y le pidió perdón a su caballo por no haber entendido su rechazo y miedo.

Pronto reanudaron el galope. El jinete sudaba y lloraba. Por más que avanzaran, el llanto de lo que había creído que era un niño no disminuía.

Por fin llegaron al puente para atravesar el río. Aquel estaba casi desbordado y el agua permanecía agitada. El aguacero seguía golpeando sus rostros desesperados.

De pronto, un hombre encapuchado se acercó al jinete y le dijo –No cruces ahora, tanta agua dañó al puente y lo volvió peligroso–. El jinete, un poco aliviado por encontrarse con otro hombre le respondió:

–No me importa, después de lo que he visto solo quiero alejarme de aquí y llegar a casa–. Sin quitarse la capucha, el extraño le preguntó qué era aquello que lo había alterado tanto. –¡No me creerías, hombre!, ¡he visto un demonio disfrazado de niño y tenía colmillos y podía hablar!–

En aquel momento, el extraño se descubrió la cara y mostró dos enormes colmillos que le salían de la boca. Después le preguntó al jinete en tono burlón:

–¿Cómo estos?–

Al día siguiente, la familia del jinete salió a buscarlo acompañada de la gente del pueblo.

Así estuvieron varios días pero nunca encontraron ningún rastro, ni de él ni del caballo.

Desde entonces, la gente dijo que se lo había llevado el río. Aunque, otros juraron que fue algo más, una cosa siniestra que ronda por la isla y se alimenta de la gente.



















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