La divina comedia egipica
La deidad se despertó de su letargo; y en su somnolencia, dispúsose a estirar sus extremidades delanteras gratamente, como parte de un ejercicio matutino y consuetudinario. Todo esto sucedió al compás de un bostezo.
Pero tal beatitud fue interrumpida por la imprevista aparición de otra entidad en la casa. La miraba con una cara de reproche connatural de una persona que se la pasa haciendo todos los quehaceres de la casa, mientras la otra solo holga y holgazanea deliberadamente. Entonces, con la escoba misma que sostenía cual cetro egipcio, la blandió con celeridad y acribilló reiteradamente al cuerpo inmóvil que yacía acurrucado en el futón.
-¡¡Ya levántate, vaga del orto!! ¡¡Me la paso barriendo todo el puto día, mientras vos lo único que hacés es salir de joda, emborracharte y dormir!! -increpó. Ella intentaba escapar de sus escobazos. Empero, en su afán de eludir aquellos ataques, solo pudo sostenerse piadosamente del apoyabrazos antes de resbalar y caerse al piso, plañiendo histriónicamente.
-¡¡Aaaaaaah, esto es violencia!! -gritó-. ¡Ni que fueras mi mamá! ¡¡Ayudaaaa!!
La algarabía cómica hizo despertar al tercero, que llegó con una remera holgada en cuyo frente estaba dibujada la cara de un michi, y una taza púrpura que rezaba «Egypt's best god», para ver qué pasaba.
-¡Por las barbas de Neptuno! -exclamó-, ¡¿pero qué pasa?!
A lo que el dios egipcio arengó con estas aladas palabras:
-Pasa que esta nefelibata visigoda anestructuralista de tendencias anárquicas se rehúsa a contribuir en la realización de los quehaceres domésticos y lo único que hace es holgar y procrastinar.
Esta respuesta a la deidad dio pábulo al refocilo de su fursona, mancomún a una risita subrepticia contenida por un sutil ademán.
-¡Qué gracioso escenario! -aseveró con comicidad.
Anubis, -que, por cierto, se mostraba como un lucario-, era la deidad egipcia, soberana de la Necrópolis con el encargo de sopesar la moral de las almas para decidir si pasarían al Duat (Más Allá egipcio) o serían comida de Ammyt el Devorador. Era de una idiosincrasia divertida y feliz y de faz ora simple, ora bella.
Constaba también de una voz meliflua; era de constitución enjuta, levemente fornida, de elegancia fluida, ademanes gráciles y de un donaire subyacente.
Transcurrida la escena, Anubis fuese a comprar un kilo de papas y algo de manteca, y fuese caminando, amén de hacer algo de ejercicio; por otro lado, Bastet agarró las llaves del auto y dirigió su rumbo hacia la taberna. Al llegar, abrió las dos pequeñas puertas; acto continuo escupió en la escupidera; y fue tal el énfasis con que entró, sumado a aquel violento escupitajo, que todos los residentes interrumpieron su algazara, clavando la mirada en ella. El ciego la miró, el anolfativo la olió, el sordo la oyó, el mudo exclamó y el tartamudo exclamó por lo bajo una sarta de interjecciones con total corrección y sin hesitar; acto continuo, todos reemprendieron su quehacer. Bastet pidió dos copitas: una de leche y otra de cerveza.
Thot, por otro lado, era el dios del saber y de la escritura y ejercía su cargo de dos formas: como escriba a la hora de anotar el nombre de todas las almas en su transición al Duat, y como médico.
Thot se levantaba a las cinco a. m., Anubis a las seis a. m. y Bastet a las once a. m. Thot trabajaba todo el día y a la noche leía con placer un manual actualizado de ortografía y gramática de la RAE. Durante el trabajo usaba una bata blanca y en sus ratos de ocio un pulóver rosa y unas medias arcoíris, sumado a una remera del mismo diseño. Thot y Anubis compartían distintas características: que aqueste Thot era heterosexual y estotra deidad, Anubis, era homosexual. También que Anubis estaba en una relación amorosa con un humano y Thot anhelaba una.
Un día, las deidades egipcias encontrábanse en su solaz discutiendo sobre sus existencias; y, en una parte de la discusión hablaron sobre lo siguiente:
-Che, Anubis -lo interpeló Bastet-, ¿viste cuando perdimos auge a causa de Akenatón?
-Sí, Bastet. Era el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto y su reino empezó alrededor de 1353 a. C., una época en que lo que estaba proponiendo era herejía, durante el reinado de los Amenhotep.
»Y lo que hizo fue imponer su culto a Amón, sublevando a los demás dioses y haciendo que perdiéramos relevancia Amón y todos nosotros, blasfemando nuestras mercedes.
Hubo una vez en que el Humano (novio declarado de Anubis) iba a salir, y le pidió a aquí esta entidad su opinión sobre si olía bien.
-Che, cariño, voy a salir un rato, y me gustaría pedir tu opinión por si huelo bien, porque te considero a vos la fursona idónea para este caso puesto que tenés hipertrofia olfativa.
Sniff, sniff.
Anubis olfateó con denuedo y sin recato su cuerpo curvilíneo ponderando su aroma, el cual era muy apacible y olía a rosas.
-En rigor, y según mis olfateos, considero que vuestra merced huele propiciamente a homosexual; y que, si sale, atraerá a todos y hará dudar de su sexualidad a los heterosexuales.
2
Un día, ocurrió un imprevisto infortunio, el cual ocurrió de esta suerte:
-Hola, Thot, ¿cómo andás? -saludó Anubis.
-Mal, te tengo que decir algo.
A lo que Anubis se anticipó explayando su repertorio de ideas y peripecias contingentes.
-¿Qué? ¿Acaso a un marinero le comen la pierna y persigue en una larga travesía a la ballena blanca que le cortó dicha pierna (Moby Dick)?
-No.
-¿Acaso se libró una lid entre los aqueos y los teucros (Ilíada)?
-No; pero me gusto el libro.
-¿Acaso una persona provecta de adarga antigua y rocín flaco a causa de un paroxismo de locura acaecida por leer muchos libros de caballería se aventura «desfaciendo entuertos» junto a su robusto escudero (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha)?
-No; sin embargo, lo considero categóricamente uno de mis libros favoritos.
-¿Acaso acusan a un negro de haber violado a una mujer blanca (Matar un ruiseñor)?
-No.
A Anubis acabáronsele las ideas.
-Entonces, ¿qué pasó?
-Murióseme el michi.
-¡Noooooooooooooo! -se lamentó Anubis.
Anubis le dio el pésame, y juntos se consolaron mutuamente llorando en un abrazo fraternal, y lamentaron la pérdida del estimado michi, quien era un miembro honorable de la familia.
3
Era invierno, la nieve relucía blanca sobre el empavimentado piso. La gente aprovechaba para descansar y entregarse a la lectura de un libro o a la televisión. Afuera, en la calle, encontrábanse dos personas de suma relevancia para la trama de aqueste capítulo. Estaban en su solaz discutiendo Anubis y el Humano sobre temas de nula trascendencia, cuando de súbito, al Humano, el cual veía a Anubis sin abrigo, en un arrebato de compasión y ternura con el prójimo condescendió en sacarse la bufanda y colocársela a Anubis con sus delicadas manos cuyas uñas barnizadas con esmalte púrpura relucían bajo el fulgor del sol.
-Abrígate, cariño, porque si pasas frío en el cuello te harás mal la glándula tiroides.
A Anubis esto le causó ternura, y le arengó con cariñosas palabras.
-Aww, gracias, cariño. Es muy lindo de tu parte. -Y añadió-: ¿sabías que sos una personita bella?
Las mejillas del Humano se arrebolaron por el rubor, e hizo cara de puchero.
Le dio un beso.
-Y usted mi cachorrito. Ahora sigamos caminando.
Se fueron caminando tomados de la mano.
Anubis era, en rigor, partícipe de la comunidad furry; es decir, una entidad que asumía características antropomórficas, como caminar en dos patas, hablar en el lenguaje humano o reír.
Se detuvieron a comer en una cafetería. Anubis solicitó un café cortado y un tostado, mientras que el Humano se pidió una ensalada. Por un momento, Anubis paró su proceder en la contemplación de aquel rostro, el cual consideró la magnus opus de las faces ontológicas.
El contraste claroscuro, el fondo nemoroso y la figura de aquel amante que se encontraba junto a él subrayaban la beldad subyacente que constituía el quid de su légrima anatomía, que era aquel cariz de su sonrisa seráfica; la cual, en su prerrafaelismo, semejaba la faz de Venus. Todo esto lo arrobaba y lo cautivaba hasta lo inefable.
Anubis sintió nuevos sentimientos encontrados respecto del Humano, y sus ojos resplandecieron por un momento.
Ya llegados a casa, se sentaron en el sillón, y Anubis puso su cabeza sobre el regazo del Humano, y se tapó con una manta, mientras el Humano se ponía a leer algo. Veló por Anubis, hasta que entrambos se durmieron.
4
Noticias:
«El preclaro usuario de la internet llamado IloveUbitch, jáquer profesional y escritor de pacotilla, se declara homosexual enfrente del jurado estatal. La multitud enloquece».
Érase una cálida mañana de abril; los pájaros trinaban en su solaz con afectado virtuosismo y los rayos del sol convergían radiantes sobre la faz de la tierra.
Anubis, en su homosexualidad, tenía pareja, y su pareja era muy tierna: era un ser humano, dulce en su proceder y de figura curvilínea y voluptuosa, pero no más voluptuosa que la de Anubis. Se besuqueaban, se querían, se regalaban cosas y se abrazaban; y, agazapada en la seguridad de las sombras, Bastet, en su calidad de fujoshi, contemplaba con deleite sumo las escenas de ese amorío inmorigerado. Y, en este amor inmorigerado, en el derretimiento temporal que perennizaba el momento, en el devenir del idilio romántico y en los anhelos de la unión carnal subyacía la forma suprema del Eros, del juego fortuito, del beso apasionado.
5
Las deidades egipcias estaban en una fiesta de las elegantes. Cada cual bailaba con una pareja o buscaba una y la fiesta se encontraba en su apogeo. Cuando iban a cambiar de pareja, Bastet, que estaba vestida como caballera (o sea, con esmoquin) le preguntó al Humano lo siguiente:
-Pongo a prueba vuestra longanimidad al preguntarle a vuestra merced con sincera amabilidad si le complacería ser partícipe de una pieza de vals conmigo.
-Oh, no; lo lamento, pero mi amor le pertenece a otro.
-Oh, usted ha roto mi corazón.
Días más tarde, Bastet, quien era multimillonaria a raíz de subir videos graciosos, le escribió al Humano, el intelectual de glauca mirada, lo siguiente:
Bastet: U stupid hooman, gimme my frickin' Whiskas or Imma kill ya w/a spoon. >:3
Humano: What?
Bastet: Whomst'd've taken my mini Bill Cipher's?!!
Humano: Excuse me, but I don't understand you.
Bastet: Dame mi lasaña, John.
Bastet le contó un chiste a Anubis.
-Che, Anubis... -dijo Bastet.
-¿Qué? -preguntó el dios de cerúleo pelaje.
-Había una vez un gato con dieciséis vidas, vino un cuatro por cuatro y lo mató.
Entrambos se rieron tan fuerte que les dio un paro cardíaco y se murieron; empero, como eran inmortales revivieron.
6
Anubis y el Humano se amaban. El Humano consideraba a Anubis como el amor de su vida, como alguien con quien pasar su luna de miel, alguien a quien podía contarle sus cuitas y guarecerse en su mullido y cerúleo pelaje de las penurias y tribulaciones; por otro lado, Anubis también consideraba al Humano como su amor, pero en el fondo tenía cierta melancolía al pensar que tarde o temprano fenecería; en definitiva, amar a un humano le era como adoptar un michi, debido al contraste taxativo entre mortalidad e inmortalidad, el cual, en este caso, iba en detrimento de su felicidad.
-Te amo -le dijo una vez el Humano a Anubis.
-Yo también. Casémonos.
Y, un día cualquiera, celebraron su himeneo. Ambos iban con esmoquin y Bastet lloraba de la emoción. El orador dijo unas palabras, en lo que se pusieron los anillos conyugales y se besaron. Y así fue como se casaron.
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