Dos corazones
Se encontraba rodeado de oscuridad. No podía distinguir nada aparte de su propia silueta. Intentó moverse, pero había una fuerza misteriosa que se lo impedía. Abrió la boca para gritar, pero de ella no salió sonido alguno. Perdió la noción del tiempo y si le preguntáramos cuánto había durado su estancia ahí, no habría sabido contestarnos.
Después de horas, días o meses tal vez, alcanzó a divisar a lo lejos un pequeño resplandor de luz. Sin siquiera haberlo ordenado, sus piernas comenzaron a moverse, primero con lentitud, hasta que alcanzaron una velocidad inimaginable. Sin embargo, la luz parecía estar aun más distante por más que él se acercara.
Todo cesó de un momento a otro. Se halló paralizado de nuevo. Pensó que quedaría sumido en la oscuridad y que la luz desaparecería, pero no fue eso lo que sucedió. Lo que había sido un pequeño resplandor se engrandeció tanto que en poco tiempo lo cubrió todo. Era tan brillante que él pensó que se quedaría ciego.
La intensidad de la luz disminuyó al cabo de un rato. Ya no estaba tan oscuro como antes y se podía distinguir una habitación vacía de grandes dimensiones. Se quedó pasmado al vislumbrar a la mujer más hermosa que jamás había visto caminando lentamente hacia él. Se parecía a alguien... alguien a quien había conocido hacía poco, pero que por alguna razón no lograba recordar.
La mujer tenía los cabellos tan negros que parecía cargar la oscuridad en la que antes estaba sumergido. Su piel era blanca como la de un muerto y sus rasgos eran afilados. Sus ojos parecían reflejar las estrellas. Se quedó boquiabierto al admirar tal belleza.
-Cierra la boca, niño estúpido -habló con rudeza la mujer. Las palabras resultaron ensordecedoras para él, que se había acostumbrado al silencio.
Hizo lo que ordenaba, cerró su boca y comenzó a balbucear una disculpa.
-Lo-lo sien...
-Cállate -ordenó ella-. ¡Vaya, no pensé que serías tan fastidioso! No importa, ya cambiarás eso.
Sus palabras le parecían lejanas. La admiró en silencio, sentía escalofríos de están solo mirarla. Tenía la certeza de que el corazón se le saldría del pecho en cualquier momento. Su corazón... su corazón no latía. No sentía el rítmico golpeteo contra su pecho. Alarmado, palpó el lugar donde se suponía que están su corazón en busca de alguna señal de vida, pero su búsqueda no obtuvo resultados.
-Mi corazón... ¿dónde está mi corazón?
La mujer le dedicó una sonrisa que pretendía ser simpática, pero él notó el toque de malicia que tenía.
-¿E-estoy mu-muerto? -preguntó, temiendo la respuesta.
Ella soltó una sonora carcajada. Su risa era cruel y el sonido quedó rebotando en la habitación.
Una idea repentina y terrorífica invadió la mente de él. Era tan apabullante que tuvo que manifestarla en voz alta:
-¿Acaso eres la Muerte?
La mujer sonrió. Toda la admiración que sentía hacia ella se convirtió rápidamente en repugnancia. Se sintió súbitamente asqueado y tuvo ganas de vomitar.
-Ya veo que no eres tan tonto como pareces. ¡Claro que soy la Muerte! ¿Quién sería, si no? Y tú, niño, estás muerto y completamente a mis servicios.
Tardó un rato en procesar la información, y cayó de rodillas en cuanto lo hizo. Su vida le había sido arrebatada en un abrir y cerrar de ojos. Su familia debería estar devastada. Intentó imaginar el rostro de su mamá, sin embargo, por más que tratara no podía recordarla, ni tampoco a los demás o, incluso, todo lo ocurrido en vida.
-¿Por qué no puedo recordar nada antes de haber llegado aquí? -se atrevió a formular-. ¿Por qué no recuerdo mi vida?
-He tomado todas tus memorias. Te las devolveré cuando considere necesario. Ahora, ¿qué te parece si damos un pequeño paseo?
La Muerte no espero respuesta alguna y chasqueó los dedos. El panorama se transformó inmediatamente. Se hallaban ahora en una habitación rectangular con personas vestidas de negro. Él contuvo el aliento: al centro de todo se encontraba un ataúd abierto. Se acercó lentamente para descubrir... su propio cuerpo.
-¿Es este mi funeral? -susurró. La Muerte no contestó.
Recorrió la habitación con la mirada. Todos los rostros le parecían familiares, pero no lograba recordar qué papel habían ejercido en su vida. Se acercó a la persona más cercana y le preguntó:
-Disculpe, señor, ¿podría decirme quién es usted?
La Muerte se posó rápidamente junto a él.
-Los vivos no pueden verte ni oírte, idiota -lo reprendió - Lo único que sienten es una energía extraña.
Él se sintió avergonzado por su débil intento de comunicación. Examinó la habitación de nuevo, esta vez fijándose en una chica en la que no había reparado antes. Se encontraba en un rincón de la habitación y pasaba desapercibida a la vista de los demás. Se acercó a ella hasta que estuvo lo suficientemente para percibir sus lágrimas. Corrían con fiereza por sus mejillas y se notaba que llevaba un buen tiempo llorando. Al acercarse un poco más pudo distinguir su rostro. Dio un paso atrás al darse cuenta que se parecía tremendamente a la Muerte.
-¿Quién es ella? -interrogó y fue ignorado olímpicamente por la Muerte.
Paseó por la habitación y descubrió a más personas llorando, ninguna de manera tan intensa como la chica del rincón, pero llorando a fin de cuentas. Sintió un repentino deseo de marcharse.
-¿Podemos irnos ya, por favor? -le suplicó a la Muerte, sus lágrimas a punto de ser liberadas.
-Como desees. ¡En verdad que eres una amargado! Y yo que me la estaba pasando bastante bien...
La mujer chasqueó los dedos y regresaron a la habitación de la que habían salido.
-¿Y? ¿Qué te pareció? -inquirió ella-. ¿Divertido, no?
-Esto es horrible. ¡Exijo que me devuelvas mi vida! -demandó.
La Muerte lo miró con una mezcla de asombro y enojo. Después se rio con su característica crueldad.
-¡Vaya, vaya! ¡Tienes agallas, muchacho! Me gusta, me gusta. Lamentablemente, no puedo devolverte tu vida. ¡Has muerto, querido, y tendrás que aceptarlo! -hizo una pequeña pausa para sonreír-. Ahora déjame explicarte cómo serán las cosas a partir de ahora. Vamos, siéntate -apareció una silla de un chasquido-. He ejercido este trabajo desde el principio de los tiempos, siglo tras siglo y, gracias a mi condición de inmortal, seguiré trabajando para toda la eternidad. El caso es que se ha hecho algo tedioso y cansado. Necesito un poco de ayuda. Es por eso que a partir de ahora serás mi aprendiz y, con el tiempo, te convertirás en mi ayudante. Te preguntaría qué te parece, pero en realidad no tienes opción
Él seguía cabizbajo. La idea de estar muerto al fin le había entrado y ahora que lo comprendía estaba deprimido y melancólico.
-¿Por qué yo? -su voz se alzó en un suave y leve susurro-. Supongo que no les dices lo mismo a todos los que mueren.
La Muerte le dedicó su sonrisa amarga.
-Digamos que te elegí por capricho.
-¿Por qué? -preguntó con curiosidad-. ¿Es por algo que hice en vida? -Un escalofrío le recorrió al cuerpo entero al recordar que su vida había llegado a su fin.
-Eso no es de tu incumbencia, mocoso. Al menos, no por ahora.
Ella no le reveló nada más al respecto, pero él notó que un brillo malicioso apresaba las estrellas de sus ojos. Curiosamente, el cambio intensificaba su belleza.
-Suficiente charla por hoy. -La malicia se desvaneció tan rápido como había llegado-. Es hora de trabajar.
Desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Él se sintió confundido un instante y luego todo comenzó a transformarse. Se hallaban en una deprimente habitación de hospital. En el centro se encontraba un niño de alrededor de nueve o diez años recostado en una cama, conectado a varias máquinas. A su lado, recargada contra él, se encontraba una mujer que probablemente era su madre. Su rostro estaba fuera de vista, pero por las constantes sacudidas y espasmos de sus hombros podía intuirse con facilidad que estaba llorando.
-Observa con atención -ordenó la Muerte en un murmullo apenas audible.
Él enfocó toda su atención en observar detalles que podrían haberle pasado desapercibidos; sin embargo, no encontró nada. Entonces se dio cuenta de que lo que buscaba no era algo que pudiera verse, era una sensación. Una oleada de desesperación lo recorrió de arriba abajo y supo que había encontrado lo que buscaba.
-Se siente... raro -reflexionó.
-¡Exacto! Eso, muchacho, es lo que se siente cuando la muerte de alguien se aproxima.
-E-entonces... ¿él va a morir? -preguntó señalando al niño en cama.
-¡Pues claro! ¿A qué otra cosa habría venido yo aquí?
La Muerte se acercó al niño con una velocidad impresionante.
-Escucha con atención si es que quieres aprender. ¿Cómo mueren las personas? Bien, las muertes ya están programadas.
-¿Programadas?
-Sí, mocoso. No me interrumpas. Como decía, ya están planeadas. Yo recibo un llamado de aquella sensación que describes como extraña, me dirijo al lugar y...
-Pero, ¿qué pasa si varias personas mueren y están en diferentes lugares? ¿Cómo se hace en esos casos?
-¿Qué te dije sobre las interrupciones?
-Perdón.
La Muerte soltó un suspiro desesperado.
-Puedo estar en varios lugares a la vez. Por ejemplo, en este mismo instante, una parte de mí está llevándose la vida de un hombre al que le dispararon en batalla. -Esbozó una sonrisa despiadada.
-Ah, ya veo...
-Volvamos al tema. Para tomar la vida de alguien primero hay que lograr ver sus recuerdos. -Colocó su mano en la frente del niño, que tembló notablemente-. Concentras toda tu energía hasta que recolectas los recuerdos como si fueran tuyos. -Se alejó un poco del niño-. Una vez que los tienes, buscas el más feliz de todos.
-¿Y luego?
-Estoy empezando a cansarme de ti. ¿Podrías dejar de interrumpir de una vez por todas?
-Lo-lo siento.
-Bien. Después, con el recuerdo en mente, acaricias su mejilla suavemente. -La Muerte tocó al niño de nuevo-. Y eso es todo.
Al momento que su mano hizo contacto con la piel del pequeño, los aparatos del hospital comenzaron a pitar con desenfreno y un segundo después irrumpieron en la habitación los doctores y enfermeras. La madre del niño intensificó su lloriqueo.
-Vámonos, ya acabamos aquí. -La Muerte se alejó con su sonrisa cruel y altanera.
Él sintió que algo dentro de sí se estrujaba. Le parecía incorrecto dejar que la madre del niño lidiara sola con su dolor, pero con su condición invisible, le parecía que no podía hacer mucho para ayudarla. Finalmente, decidió acercarse a ella y acarició sus manos con dulzura. No le importó que la señora se estremeciera, simplemente quería consolarla de alguna manera.
****
Episodios parecidos sucedieron al anterior. Presenció la muerte de una viejita con cara amable, un choque automovilístico donde murieron más de tres personas y, lo que más le dolió, la defunción de un perrito.
La Muerte le insistía que debía olvidarse de cualquier sentimiento de compasión o piedad porque serían un obstáculo difícil de superar cuando le tocara el turno de tomar las vidas de las personas; él parecía no poder desprenderse de sus emociones.
Se pasaba los días y las noches atestiguando últimas palabras, suspiros de angustia, llantos desgarradores y, en el mejor de los casos, sonrisas satisfechas.
Un día, la Muerte anunció que era tiempo de que él pusiera en práctica todo lo aprendido. El miedo y los nervios lo carcomían por dentro, pues no sabía si sería capaz de cumplir con la encomienda. Con un chasquear de dedos, llegaron a un campo tan hermoso que por un momento él se quedó sin respiración. Las flores se esparcían bajo sus pies como un mar por la arena y los acariciaban con suavidad. Las tonalidades variaban: azul celeste por acá y turquesa por allá. Lamentablemente, no era ahí donde debían quedarse, así que se encaminaron a un gran río donde una pareja de jóvenes amantes se encontraba descansando a la sombra de un árbol enorme.
-¿No te apetece un chapuzón? -preguntó el chico al tiempo que se quitaba la camisa.
La chica se sonrojó.
-N-no sé nadar.
-¡Vamos! No te pasará nada. Yo estoy aquí para cuidarte, ¿recuerdas?
La chica seguía dubitativa, pero comenzó a desvestirse ante la mirada inquisitiva de su novio. Ambos se encontraban en ropa interior. El chico se acercó a ella y la abrazó con ternura.
-Te amo, Nat.
-Yo también te amo, Max.
Se basaron y abrazaron con afecto, mientras la Muerte y su aprendiz los observaban a la distancia.
-¿A quién...?
-¿A quién debes matar? Ya verás.
-¿Y cómo... cómo sé cuándo es el momento indicado? -preguntó, nervioso.
-Te darás cuenta.
Los amantes se internaron en el río lentamente. El chico se zambulló primero y animó a su novia para que se le uniera.
-¿Esta muy fuerte la corriente? -preguntó ella con desconfianza.
-Tranquila. Está perfecta.
La chica se adentró en el agua. Sonrió al darse cuenta que el chico decía la verdad: la corriente era soportable. Su novio le devolvió la sonrisa. Nadaron juntos unos cuantos minutos, entre risas y confesiones de amor. Sin embrago, su felicidad no duró demasiado, pues la corriente comenzó a fluir con rapidez y arrebató a la chica de los brazos de su enamorado.
-¡Nat! -gritó sorprendido.
Nadó tras su novia con intención de socorrerla; ella no paraba de gritar. Cada vez que abría la boca, tragaba grandes cantidades de agua. El chico al fin la alcanzó e hizo un gran esfuerzo para sacarlos a los dos del río.
-Prepárate -le ordenó la Muerte a su aprendiz.
Max tendió el cuerpo de Nat sobre la hierba fresca mientras llevaba a cabo un intento desesperado por salvar la vida de la chica que amaba.
La Muerte le dio un fuerte empujón a su estudiante de manera que quedara justo al lado de la chica. Él enfocó toda su atención en la importante tarea que se traía entre manos. Tocó la frente de Nat de manera suave y cariñosa, esperando que el recuerdo más feliz apareciera. Supuso que el ambiente cambiaría y se vería sumido en medio de una fiesta, un concierto o algo parecido, pero permaneció en el mismo lugar. Sin embargo, en el río comenzaron a surgir las siluetas de dos personas hasta materializarse por completo. Pronto, Max y Nat estaban de nuevo dentro del agua donde chapoteaban y reían. Si antes no se había fijado con atención, ahora podía darse perfecta cuenta de la bella y encantadora sonrisa que adornaba el rostro de la chica. Una sonrisa de absoluta felicidad, de esas que no es muy común encontrar.
La escena se desvaneció en un instante y se halló de nuevo con su mano en la frente de ella. A punto estaba de efectuar el movimiento que le arrebataría la vida cuando sus ojos repararon como relámpagos en Max, el novio de la chica. Lloraba desconsoladamente, una de sus manos sosteniendo la de ella mientras la otra acariciaba el cabello de su enamorada con ternura. Le rogaba, con susurros, que despertara, que no lo abandonara. Fue entonces cuando él tomó una decisión. ¿Cómo podía quitarle a la chica amada a aquel chico desesperado? ¿Quién era él como para hacer eso, eh? Además, eran tan jóvenes... Entonces se preguntó qué edad tenía él cuando había muerto, pero en seguida acalló ese pensamiento diciéndose que eso no importaba en aquellos momentos.
Retiró su mano de la frente de la chica y se apartó lentamente de la pareja. Nat abrió los ojos de súbito y en la cara de Max se vislumbró un destello de esperanza. La Muerte, al darse cuenta de lo que pasaba, apartó su aprendiz de un empujón y realizó el proceso de defunción en un segundo. El peso muerto de Nat cayó sobre Max, que lloraba y maldecía con gritos que retumbaban en la cabeza del pobre estudiante y de los que probablemente jamás se olvidaría.
-¡Jamás vuelvas a hacer eso! -aulló la Muerte llena de ira-.¿Me escuchaste?
El muchacho deseó que la tierra se lo tragara.
-¿Me escuchaste? -repitió-. ¡Contéstame!
Asintió levemente, profiriendo una silenciosa afirmación.
-Espero que no vuelva a suceder.
La Muerte chasqueó los dedos y, al instante, él experimentó la sensación más dolorosa que jamás podría imaginarse. Le gritó a su mentora, suplicando que la tortura parara, pero ella lo ignoró.
-Esto no te lo había dicho, pero creo que es un buen momento para hacerlo. Las muertes de las personas ya están escritas, por lo que deben acontecer en un momento exacto. Si eso no sucede, las almas no tienen un buen pasaje al "otro lado". Así que, si no tomas sus vidas en el momento adecuado, las condenarás a lo que estás sintiendo ahora mismo. ¿Acaso quieres eso?
Él negó como pudo, pues el tormento por el que pasaba impedía que se moviera con agilidad. La Muerte chasqueó de nuevo y el sufrimiento se detuvo al mismo tiempo que desaparecían del río, dejando a un muchacho desconsolado llorando por la muerte de su primer amor.
****
Se preparó hasta que sus emociones quedaron profundamente enterradas dentro de él, hasta que sus dudas y vacilaciones se disolvieron. Se preparó hasta que fue capaz de arrebatarle la vida a cualquiera sin titubear ni una sola vez. Su mentora, la Muerte, parecía notablemente orgullosa, aunque de vez en cuando demostraba su característico desdén.
-Hoy veremos un caso especial -le informó-. Terminarás tu entrenamiento y pronto podrás operar por tu propia cuenta.
Chasqueó los dedos, un movimiento al que ya se había acostumbrado, y el paisaje se transformó. Se encontraban en un apartamento un tanto pequeño y se dirigieron a la habitación al fondo de un pasillo. Entraron para encontrar a una chica tendida en la cama, aparentemente lo demasiado exhausta como para hacer algo más. Él la reconoció de inmediato: era aquella chica que lloraba inconsolable en su funeral. La sorpresa se apoderó de sus facciones, pero la eliminó de manera rápida.
La Muerte se acercó a la muchacha y le acarició el cabello suavemente; sin embargo, no efectuó el proceso con el que su aprendiz tanto se había familiarizado.
-¿La reconoces? -interrogó su tutora.
-Sí. Es la chica del funeral.
-¿No la conoces de algo más?
Rebuscó dentro de su cabeza, intentando encontrar el rostro de la chica entre sus memorias. Observó la habitación en busca de algún objeto que le trajera algo a su mente, pero lo único que atrajo su atención fue un periódico que reposaba sobre la mesita de noche. Analizó el resto del cuarto, mas no encontró nada.
Negó con la cabeza.
-¿Estás seguro -habló la Muerte, su voz adquiriendo cada vez más desdén-, Isaac?
Y chasqueó los dedos.
Se encontraba en una playa llena de gente. Una mujer (su madre) jugaba con él en el mar. Una ola lo revolcó, lo arrastró hasta la orilla y él reía, reía, reía.
Primer día de clases: los nervios lo roían hasta lo más profundo de su ser. Se topó con un chico, Tobías, y se hicieron amigos de por vida.
Su padre lo golpeaba como castigo por la mala nota que había obtenido en el examen de matemáticas.
Un día de campo soleado.
Una noche de desvelo.
Un refresco.
Una disculpa.
Clases de historia.
Y ella.
Ella con sus cabellos y ojos negros, su piel blanca como el papel, su sonrisa enigmática. Ella y su nombre que sonaba a primavera e invierno, al día y la noche, al sol y a la luna. Su nombre como un susurro cómplice, un acuerdo tácito.
Medea.
Medea Lenz.
Los recuerdos llegaron en tropel a su mente. Lo aplastaron con fuerza y su peso lo hizo caer de rodillas. Sintió que se hundía en un abismo sin fin, y que no había escapatoria. Los sentimientos que tanto se había esforzado en hacer desaparecer emergieron a la superficie sin esfuerzo aparente. Lloró por todo lo que había perdido y por las cosas que nunca podría hacer.
El toque de la Muerte sobre su hombro lo devolvió a la realidad. La miró con repulsión y, al ver la sonrisa satisfactoria y cruel que asomaba por los labios de su tutora, tuvo ganas de vomitar.
En un segundo, la tristeza fue rápidamente sustituida por la rabia. Estaba furioso. Se abalanzó sobre la Muerte, pero ella lo inmovilizó con un chasquido de dedos.
-¡Felicidades! Has recuperado tus recuerdos. Ahora podrás contestar mi pregunta correctamente. -señaló a la chica-. ¿La conoces?
El asintió con énfasis y las lágrimas acentuaron su respuesta. Sin embargo, su llanto ya no representaba la tristeza que sentía, sino toda la ira contenida que parecía no poder expresar de alguna otra forma además de los gritos y sollozos ahogados que liberaba de las profundidades de su garganta
-¿Recuerdas el dolor que experimentaste aquella vez en el río? ―inquirió la Muerte. Por supuesto que él lo recordaba a la perfección, incluso creía que la sensación jamás lo abandonaría por completo―. Ella lo siente todos los días de su miserable existencia, aunque de manera distinta. Se le enreda en el corazón y le carcome el espíritu. Hace que le salten las lágrimas sin esfuerzo alguno y le tiemble el cuerpo de pies a cabeza. Su alma tensa y gastada se siente tan desgraciada que he recibido su llamado en varias ocasiones y todas ellas lo he ignorado. ¿Sabes por qué no dejo morir a esta miserable rata? ¿Sabes por qué, Isaac? -su nombre se le atoró a medio camino, como si el odio con el que fue pronunciado le impidiera salir flotando en forma de palabra.
El muchacho negó con la cabeza, rezando para que todo aquello fuera una pesadilla de la cual despertaría en cualquier momento, ansioso de regresar al instituto junto a la chica de ojos nublados e indescifrables que en nada se parecía a la que robaba el protagonismo del horrible sueño que estaba viviendo. Pero el hechizo maldito no se rompió. Y él no despertó.
-Porque me gusta verla sufrir.
La voz de la Muerte fue apenas un audible susurro, pero a Isaac le pareció como si le estuviera gritando al oído.
―La muy idiota cometió un error que sabía que no perdonaría. ¿Sabes cuál fue? ¿No? Bien, te lo diré: dejarte vivir.
Isaac cambiaba de emociones tan rápido que comenzó a marearse. De la tristeza al enojo y de éste al asombro.
-Ella era mi aprendiz antes de que tú lo fueras. Mi pequeña y fuerte Medea. ¡Imagínate la magnitud de mi ira al enterarme que lo había arriesgado todo por un mortal como tú! -Sus palabras hacían notar todo el desprecio y repugnancia que sentía hacia él-. ¡Arriesgarlo todo por un beso! ¡Menuda tontería humana!
Al muchacho le costó un momento atar cabos. El beso, pensó. El beso era el momento en el que tenía que arrebatarme la vida.
-Como verás, yo terminé lo que ella no tuvo el valor de hacer. -Sonrió cruelmente.
El fondo del pozo en el que Isaac caía parecía no llegar jamás, lo que hacía el descenso aún más doloroso.
―Así que aquí estamos y esta es tu prueba final si es que deseas dejar de ser mi aprendiz y convertirte en mi ayudante.
Después de escuchar lo mucho que sufría Meda, Isaac estaba ansioso por brindarle a su alma un pequeño descanso aunque eso significara que tendría que matarla. La Muerte soltó una risotada despiadada al advertir el brillo de esperanza en los ojos del muchacho.
-No, cariño. ¿En serio creías que la última prueba sería tan fácil? ¡Morir sería un regalo para ella! Y lo que menos se merece es eso. No, no, no. Escucha con atención las instrucciones, pues no pienso repetirlas: déjala vivir. Tienes hasta que el sol se oculte para completar tu entrenamiento y, si lo logras, inmediatamente te convertirás en mi ayudante.
Y le dedicó su sonrisa desalmada una vez más antes de chasquear los dedos y desvanecerse.
Al liberarse de la parálisis en la que había estado sumido, corrió hacía la chica hasta postrarse a altura suficiente para contemplar sus ojos oscuros, rojos e hinchados por las eternas lágrimas
silenciosas que brotaban de ellos. El observar eso y compararlo con su brillante sonrisa de antaño hicieron que Isaac llorara con la misma fuerza que ella.
Haciendo grandes esfuerzos, ordenó a su cuerpo que se apartara de ella y recorrió la habitación con pasos aprisionados. Caminó hacia la mesita de noche donde reposaba el periódico en el que había reparado antes; sin embargo, retrocedió de un tirón al observar que una de las fotos de la portada coincidía con las facciones de su rostro. El título era: Tragedia en instituto tras la misteriosa muerte de Isaac Porto, y el artículo resumía todo lo que había vivido en tres tristes párrafos.
Salió de la habitación y deambuló por el departamento. Pudo darse cuenta del cambio que había aplastado al lugar, pues donde todo antes era pulcro y ordenado ahora era un revoltijo de basura y otras muchas cosas más. Mientras pagaba no podía parar de replantearse la encrucijada en la que estaba atascado. Su mirada cayó sobre un bote vacío de helado sabor a menta con chispas de chocolate y su mente viajó hacia aquella agradable sesión de tutoría en la que Medea y él habían visto una de las muchas películas que existen sobre la Segunda Guerra Mundial mientras comían aquel helado. Recordaba haberle prestado más atención a la manera distraída en la que ella enrollaba un mechón de su pelo que a la película en sí.
Los recuerdos querían apoderarse completamente de él cuando sintió la presencia de alguien junto a él. Volteó ligeramente la cabeza y descubrió que Medea se encontraba a pocos pasos. Reparó en su aspecto con más atención y esta vez notó lo enmarañado que estaba su cabello, su piel de un tono enfermizo y los múltiples cortes y cicatrices que surcada su cuerpo. No pasó por alto la peligrosa delgadez de su cuerpo y el rostro demacrado. Su corazón tembló entristecido al contrastar lo mucho que Medea había cambiado.
La chica rebusco entre el desorden del lugar hasta encontrar un pequeño frasco blanco. Al tenerlo entre sus manos regresó a su habitación. Su andar era lento y cansado, como si levantar los pies del suelo le costará un esfuerzo horroroso. Isaac la siguió.
Medea estaba sentada al borde de la cama destendida mientras vaciaba en su mano el contenido del frasco. Eran pastillas para dormir de las más potentes, de esas que no están a la venta del público y necesitan una receta de lo más específica para conseguirlas. Isaac se preguntó cómo las habría obtenido, pero dejó el pensamiento de lado al darse cuenta de lo que Medea estaba a punto de hacer. Sin haber querido, la decisión que debía de tomar se le había adelantado.
Medea se llevó las pastillas a la boca y las tragó.
Isaac contuvo un suspiro. Decidiera lo que decidiera debía darse prisa.
A Medea comenzaba a invadirá un estupor somnoliento. Isaac se posicionó a su lado y con todo el amor y ternura del mundo acarició la frente de ella.
El entorno cambio al instante del contacto. Vio a Medea llegando a aquel apartamento por primera vez, su rostro brillante con una preciosa sonrisa. Isaac espero regresar a la realidad, un tanto decepcionado de no haber aparecido en los recuerdos de la chica que amaba, pero para su sorpresa los recuerdos siguieron avanzando. Se vio a sí mismo estudiando, riendo y almorzando con ella. Revivió cada momento a su lado a través de las memorias hasta que llegó al final. Hasta que llegó al beso. Su beso. Observó los ojos desorbitados de Medea miró con vergonzoso orgullo la pasión con la que él la besaba. Deseo quedarse en aquel instante para siempre, mas la realidad lo golpeo como pesadas gotas de lluvia estrellándose en su piel.
Regresó a la habitación con los ojos anegados de lágrimas. La respiración y el ritmo cardiaco de Medea habían disminuido considerablemente. Isaac le lanzó una mirada y advirtió que sus labios se movían lentamente.
-Gra... gracias -hizo una larga pausa antes de continuar-. I... Isaac.
Y sonrió.
Él gritó de dolor al escuchar su nombre pronunciado de aquella manera llena de sufrimiento.
Y acarició su mejilla con los recuerdos aún en su mente.
Los últimos rayos de sol se colaron a través de la ventana a pesar de las cortinas corridas. Aquella tarde un corazón paró de latir mientras que otro se rompía y curaba al mismo tiempo, para después entregarse de lleno a una perpetua tortura.
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