Caperucita y el Lobo

¿Alguna vez has sentido tanta hambre que pensabas que tus tripas te carcomerían por dentro? ¿Has sentido que los sentidos se te nublan y dejan paso a una sombría oscuridad? ¿No? Pues yo sí.

Llevaba una semana sin comer. ¡Una semana! Me había desmayado alrededor de seis veces en ese lapso. Jamás había sentido tanta hambre en toda mi vida.

La comida estaba en decadencia, todo gracias a los humanos que cada vez respetaban menos los límites del bosque y se atrevían a adentrarse a lo profundo para buscar presas que cazar.

Me llegó una imagen de Tax, el líder de la manada, que lo mostraba a él abalanzándose sobre un joven cervatillo. Maldito lobo, él siempre lograba conseguir comida.

Alcancé a arrastrarme hasta donde se encontraba la mayoría de los lobos que pertenecían a nuestra manada y me coloqué junto a Ceila, una loba de pelaje tan blanco como la nieve, mi amiga.

«¿Conseguiste algo?» me preguntó a través del lenguaje de imágenes que utilizamos los lobos para comunicarnos.

«Nada» le transmití una imagen que me mostraba vagando por el bosque. «¿Y tú»

De inmediato me llegó la representación de Ceila cazando una ardilla y no pude evitar sentir envidia de ella.

«No te preocupes, Tom. Pronto encontrarás algo».

«Eso espero».

Me alejé de la manada y vagué en el bosque en busca de alimento. Una ardilla hubiera sido incluso suficiente, lo importante era ingerir algo.

Un olor peculiar captó mi atención después de haber pensado que no encontraría nada. Me dejé guiar por mi olfato y minutos después salí de la espesura y frondosidad de troncos y hojas para encontrarme en un claro. Una niña se encontraba en el medio y sostenía con aprehensión una canastilla de la cual provenía el olor de comida.

-¿Hay alguien ahí?

Aunque no entendí lo que dijo, pude sentir el miedo en su voz.

Intenté hacer el menor ruido posible mientras me aproximaba a ella. Una hoja crujió bajo mis patas y me maldije por haber sido tan poco cuidadoso.

-¿Hay alguien ahí? -repitió la niña. Giró sobre sus talones y me escondí justo a tiempo para que no me descubriera.

Estaba a punto de salir de mi escondite cuando mi mirada alcanzó a percibir un lobo abalanzándose sobre la muchacha.

Discutí conmigo mismo, pues no sabía si permanecer escondido o salir en defensa de la chiquilla. Al final, ganó la segunda opción.

Salí de un salto y me topé frente a frente con Tax, que atacaba a la niña con una fiereza propia de un demonio. Sin embargo, y por más que Tax la embistiera, la niña no soltó su canasta en ningún momento. Supongo que su contenido era muy importante para ella.

Me abalancé sobre Tax y le clavé una potente mordida en el lomo. El líder de la manada aulló de dolor y sorpresa y después soltó un gruñido enfurecido. Se sacudió de mi agarre y yo fui a parar al suelto de forma violenta y acompañado de un ruido sordo.

«¡Aléjate de aquí, Tom! ¡Si no lo haces sufrirás las consecuencias!»

Ignoré su mensaje y me levanté como pude. La niña se había ido alejando con lentitud.

Me abalancé nuevamente sobre el lomo de Tax, pero esta vez mi mordida dejó un reguero de sangre en su pelaje gris. Tax se zafó de mi agarré y encajó su filosa dentadura en mi cuello. Aullé de dolor y la oscuridad nubló mi mente por un momento. Le envié una imagen a Ceila de lo que estaba ocurriendo para que viniera lo antes posible.

Me forcé a resistir unos minutos más de pelea antes de que mi amiga llegara acompañada de casi todos los miembros de la manada. De inmediato se armó un alboroto tremendo y las mordidas y los rasguños eran recibidos por doquier.

Logré escabullirme en medio del barullo hasta llegar a la niña, que aferraba su cesto con fuerza y tenía la cara comprimida por el miedo. La muchacha retrocedió de inmediato al ver que me acercaba, claramente aterrada. Me tendí en el pasto y adquirí la expresión más inocente que pude para hacerle saber que no pensaba hacerle daño.

La chiquilla tardó un rato, pero cuando al fin se dio cuenta de que no la lastimaría acercó su mano lentamente para acariciarme. Me dejé tocar y después me levanté bruscamente. Tenía que sacarla de ahí antes de que las cosas se pusieran peor.

Empecé a trotar y la niña me siguió. Pronto mi trote se convirtió en un galope apresurado y los pasos de la muchacha se volvieron grandes zancadas.

Me detuve cuando sentí que estábamos suficientemente apartados del peligro. La niña paró entre jadeos de cansancio y respiraciones agitadas. Tenía la cara roja por el esfuerzo que había ejercido al seguirme el paso.

-¡Me has salvado! -habló-. ¡Gracias, gracias, gracias!

No entendí ni pico de lo que dijo, pero pude percibir el alivio en su voz.

La chica abrió su canasta y el olor a pavo inundó mis fosas nasales. El hocico se me hizo agua y las tripas soltaron un ruidoso reclamo.

-Ten, amiguito -dijo tendiéndome una enorme pierna de pavo. ¡Una pierna de pavo!

Estaba tan emocionado que se olvidaron los pocos modales con los que contaba y le arrebaté el trozo de carne. Después, no pude contenerme y aullé de pura felicidad como no había hecho en mucho tiempo. La chica soltó una carcajada.

-Me alegro de que te guste. -Se tendió junto a mí mientras yo la ignoraba, completamente concentrado en devorar el pavo-. Por cierto, me llamo Arianne. Claro que a ti eso no te importa. ¡Ni siquiera sé por qué estoy hablando contigo si de seguro ni me entiendes!

Y siguió parloteando por un tiempo. Yo, como ya he dicho muchas veces, no entendí nada de lo que decía, pero era reconfortante escuchar su voz.

El bosque se encontraba tan apacible que me entraron ganas de echarme una siestecita, pero algo me detuvo.

«¿Te encuentras bien?» me llegó un mensaje de Ceila.

«Perfectamente». Le envié la imagen del trozo de pavo que acababa de zamparme.

Después de comunicarme que se encontraba muy feliz de que hubiera encontrado comida, mi amiga de blanco pelaje me advirtió que era peligroso volver a la manada en esos momentos. Dos lobos habían resultado muertos en la riña y Tax se encontraba bastante furioso.

«Más te vale alejarte un tiempo, Tom. No quiero que te pase nada».

«No te preocupes, Ceila. Estaré bien». O al menos eso esperaba.

-¿Sabes, lobo? Se supone que esa pierna de pavo era para mi abuela, pero siento que tú te la merecías más que aquella vieja gruñona y malhumorada. Lo que me hace recordar que tengo que ir a su casa. Un placer conocerte, lobo. -La chica hizo una clase de reverencia usando su vestido y fue ahí que me di cuenta de que su blanca caperuza estaba manchada con gotas de sangre en algunas partes.

La muchacha emprendió la marcha hacia quién sabe dónde y, como yo no tenía nada que hacer, la acompañé.

-Ya veo que no me desharé de ti tan fácilmente -exclamó con una sonrisa.

Caminamos por minutos que se me hicieron horas hasta que llegamos a la casa del prado que tantas veces había visto. Siempre que pasaba por ahí me preguntaba por qué un humano tendría su hogar en las profundidades del bosque y siempre me terminaba yendo sin respuesta, pues la cabeza me dolía de tanto intentar encontrar una.

-Espera aquí -ordenó la chica. Tocó la puerta y abrió una persona que se parecía mucho a ella, solo que su rostro estaba más arrugado que una pasa.

-¡Al fin llegaste! No sabes cuánto tiempo te estuve esperando. Ya era hora de que me trajeras la pierna de pavo que tanto me gusta.

-Acerca de eso... Hoy no traje pavo.

-¡Tonterías, niña! Tu madre siempre me envía un trozo.

-Es que me lo comí en el camino.

La anciana guardó silencio un momento y luego soltó un suspiro.

-¡Dios, dame paciencia! ¡Estos jóvenes de hoy en día que han perdido el respeto hacia los mayores! ¡Ay, mamá!

Pude sentir lo decepcionada e irritada que se sentía la mujer mayor con la muchacha y no pude contener el gruñido furioso que salió de lo más profundo de mi ser. La anciana se dio cuenta de mi presencia.

-¡Fuera de aquí bestia inmunda! -gritó en mi dirección. Entró a su casa y salió con un plato que después me aventó. Por suerte logré esquivarlo.

-¡Abuela! -le reclamó la niña.

-Vamos, Arianne, entra en la casa.

La chica me dirigió una mirada lastimera y entró en la casa junto a la mujer parecida a ella.

-¿Qué son esas manchas rojas en tu caperuza, eh? ¿Acaso ya te llegó el menstruo?

-¡Abuela!

Las dos desaparecieron tras la puerta.

Solté un pequeño llanto al quedarme solo, sin la agradable compañía de la muchacha.

«¿Cómo van las cosas por ahí?» le pregunté a Ceila.

«Casi nada ha cambiado. Tax ya se tranquilizó un poco, pero aún no es recomendable volver».

Me quedé plantado en la entrada de la casa esperando que la chica saliera, sin embargo eso no ocurrió.

Después de esperar lo que me pareció una eternidad, la puerta se abrió y por ella salió la niña.

-Espero que la próxima vez me traigas mi pierna de pavo.

-Sí, abuela.

La muchacha salió corriendo en mi dirección después de despedirse de la anciana.

-Lamento hecho esperar tanto -depositó una caricia en mi lomo.

Caminamos por el bosque, justo como antes. El ambiente era pacífico y agradable hasta que se escuchó un ruido con el que me había ido familiarizando durante las últimas semanas. Disparos. ¡Cómo me molestaba que aquellos humanos se estuvieran apoderando de nuestro bosque!

Ignoramos los disparos y seguimos caminando, lo que fue un gran error. Los tiros se escuchaban cada vez más cerca, hasta que nos encontramos justo en frente del humano que estaba provocando tanto estruendo.

-¡Vaya, vaya! ¡Un lobo! Dime, cariño, ¿te ha hecho daño este animal? -le habló a la muchacha.

-¡No! Es inofensivo -contestó ella.

-Ya lo creo.

Los sucesos siguientes ocurrieron muy rápido.

Sonó un disparó y lo próximo que vi fue a la chica tendida en el suelo, su caperuza tornándose cada vez más roja.

-Unas por otras, ¿no lo crees, amigo? -exclamó con una sonrisa triste-. Esta vez era mi turno de salvarte.

La chica cerró los ojos y, por más que lo intenté, no logré que los volviera a abrir. El hombre, al ver lo que había causado, huyó rápidamente del lugar.

Y yo me quedé ahí, rodeado de aullidos empapados de tristeza, el corazón roto y el estómago más vacío que nunca.

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