23. La perra perdida


Por andar de pendeja y de curiosa, terminé haciendo una especie de "invocación", creyendo que no pasaría nada. Total, estuve como una hora encerrada en mi cuarto, junto a mi perrita, esperando que pasara al menos algo, pero nada. Por un momento, la llama de la vela que tenía conmigo se fue haciendo más grande y comenzó a moverse como loca, lo tomé como algo sin importancia. Unos minutos después, mi perrita comenzó a rasguñar la puerta en señal de que quería salir, me paré del suelo y le abrí pero volví a cerrar la puerta. Segundos después la escuché gruñir a algo, pensé que quizá se había topado con una rata y seguí esperando. Luego de unos diez minutos, me levanté para recoger todo y encender las luces debido a que me sentía incómoda ante el silencio de la casa. Me paré y, cuando fui a encender las luces de la sala, sentí un escalofrío y me entró un miedo bastante extraño, algo así como el presentimiento de que algo malo había pasado. Quise dejarlo pasar, pero el sentimiento era demasiado fuerte; entonces recordé a mi perrita y la llamé, pero no apareció. La verdad, ahí me entró un poco de miedo y la volví a llamar, pero nada. Hice lo mismo varias veces, pero era como si se la hubiera tragado la tierra. Recuerdo que sentí terror y comencé a buscarla como desquiciada en cada rincón de la casa, incluso moví muebles y salí al patio varias veces, pero no había nada. Sentí desesperación y bastante miedo, lo peor era que no había manera de explicarles a mis padres que la perrita había desaparecido. Volví a buscarla por toda la casa, pero obtuve el mismo resultado; la perrita había desaparecido. La verdad, quise llorar y sentí que me volvería loca, incluso deseé estar soñando o cualquier otra cosa que me trajera de nuevo a mi perrita. Como último recurso, tomé una botellita de agua bendita que tenían mis padres en su habitación y grité en medio de la sala: "¡Por favor, devuélvemela!"; suena ridículo pero fue lo único que se me ocurrió en ese momento gracias a la culpa que sentía. Incluso ya estaba a punto de chillar y patalear.

Entonces, haciendo un berrinche comencé a soltar maldiciones mientras buscaba una última vez a la perrita; ya por último salí al patio, pero resultó ser lo mismo, no había nada. Ya llorando, me regresé adentro cuando, toda llorosa y limpiándome los mocos, vi al animal sentado a un lado de la mesa, mirándome. Juro que en ese momento sentí un alivio enorme. La cargué y le comencé a hacer mimos mientras agradecía a Diosito.

Esa fue la última que me pasó, aunque la verdad tengo muchas historias más, pero en esa la verdad que sí sentí un miedo tan profundo al pensar que había perdido a la perra y que nunca la volvería a ver.

Anónimo

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