18. ¡Esa es mi cama!


Mi familia siempre ha sido grande y ha estado unida. Por eso, mi abuelo construyó una casa espaciosa para todos sus hijos, pero murió cuando yo era muy pequeña. La casa tiene siete cuartos, tres en la parte de delante. Está dividida por la cocina y luego otro pasillo lleva a cuatro cuartos que dan al patio. Lo curioso es que hay una reja que divide el segundo pasillo con el resto de la casa. La reja casi siempre estaba cerrada, siempre me pregunté por qué razón.

Crecí con mis tíos y primos; en cierto modo era extraño. Recuerdo que un día no había luz y, como siempre que se daba tal situación, contábamos historias de terror. Cuando todos se aburrieron y se fueron a dormir, me quedé con mi prima; ella y yo continuamos hablando. Me contó que mi abuelo era un brujo y que practicaba en la casa. Como de costumbre, no le creí. Tenía reputación de mentirosa. Me dijo que esta vez era de verdad, que el abuelo sembró un gran árbol en el patio y en las noches llamaba a espíritus, y que por esa razón cerrábamos la reja del segundo pasillo: para que no lastimaran a la familia. Especialmente a mi tía, que dormía en el último cuarto de la casa. Ella sufría de insomnio y mi prima me dijo que era porque en las noches la iba a visitar una niña que se acostaba en su cama con ella. No le creí.

En ese momento, llegó la luz y me fui a dormir. Como todos vivíamos juntos, dormía con mi mamá y mi hermana en el mismo cuarto. Esa noche, no podía dormir pues pensaba en las palabras de mi prima. Me levanté a tomar agua y llamó mi atención que la reja no estuviera cerrada. Ignoré el hecho y tomé mi vaso de agua. Simplemente observé el árbol a través del pasillo. No había más nadie despierto. Cuando levanté la mirada, bajo el árbol había una mujer de cabello negro vestida de blanco que me observaba fijamente con una sonrisa que me heló la sangre y me hizo desviar los ojos. Cuando volví a mirar, la mujer no estaba, y corrí a mi cuarto.

A los pocos días, mi papá llegó de su viaje y me dijo que tenía que dormir con mi tía. No estaba muy segura, pero de todas formas lo hice. Los nervios provocacaban que me despertara cada cierto tiempo.

Observé el reloj de mi tía. Las manecillas apuntaron a las tres y tres de la mañana y dejaron de moverse. Observé la habitación nerviosa y encontré a un niña de cabello rubio observándome desde una esquina. No podía moverme ni gritar. La niña me preguntó:

-¿Quién eres?

No podía contestar. La niña, al percatarse de que la ignoré, se transformó. Su cabello comenzó a moverse de una forma amenazadora, su cara tomó una expresión espantosa y sus ojos azules se volvieron rojos.

-¡Esa es mi cama! -gritó con una voz horrible-. ¡No te quiero volver a ver aquí!

Dicho eso, desapareció. Por fin logré moverme y percatarme de que mi tía no se había ni movido. Corrí a la sala y cerré la reja y así esperé hasta la mañana.

Al poco tiempo me mudé de esa casa de locos. Hace unos días regresé a la casa a visitar a mi tía, que sigue viviendo allí. Todos se quedaron afuera y yo decidí entrar a convencerme de que esas eran cosas de mi imaginación de pequeña. La reja estaba abierta y pasé al segundo pasillo. La atención que sentía al estar en el último cuarto ahora la sentía al cruzar la reja. Encendí la linterna de mi teléfono y entré una a una a las habitaciones; la atención extraña estaba en cada una de ellas. Entré al último cuarto y me sentí asfixiada así que rápidamente salí de allí. Volteé a ver el cuarto cuando estuve afuera. La puerta se cerró con fuerza en mi cara y lo que me preocupó es que ese día no había viento. Salí corriendo del segundo pasillo y fui afuera con los demás.

Es inevitable que vuelva a esa casa, solo sé que no cruzaré más esa reja.

everfalone

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