Mucho cansancio. Hambre y dolor de cabeza. Hoy, se podría decir, no fue un día favorable: las oficinas del gran ministerio te pueden volver loca… más aún los empleados que aman la burocracia de este sistema retorcido que, más que un sistema, parece el mismísimo laberinto de Dédalo ¡Hasta se me hace que encontraré al Minotauro en algún momento!
Salía de arreglar un par de cosas y me encaminaba a tomar el colectivo, con la ansiedad a flor de piel por volver a casa. Allí me esperan mis tres cachorros caninos: Pancho, el líder de mi pequeña jauría; mezcla de lobo, pastor alemán y nube de algodón – como dice la frase: “más bueno que Lassie con bozal” -, la Negra: una extraña combinación entre salchicha extra grande y foca, lustrosa al sol y más dulce que la miel; y por último, el torbellino de la troupe: Bebú, peludo por donde se lo mire, terrible como Iván, pero encantador como un osito de peluche andante ¡Esa es la vida que construí! Al amparo de mi casa, junto a ellos, bajo el sol de las siestas quietas con aroma a mandarinas, en ese pueblito que escogí para vivir el resto de mis días.
En el camino me detuve a comprar algo con qué engañar al estómago. No me gusta llenarme de alimentos chatarra, pues después no me queda espacio para una buena comida: unos tallarines, una tarta, quizás una ensalada… ¡no sé! Algo que no tan solo llene mi órgano digestivo sino también mi alma (así de vacía también se siente cuando las ansias la atacan).
Continué mi andar hasta la esquina donde me detuve a esperar que el semáforo cambiase… siempre me pregunto por qué utilizaron esos colores como señales y no otros, como un rosa, un celeste. Quizás porque son colores demasiados claros, o colores que las personas no respetarían en lo más mínimo (aunque a estos tampoco los respetan ¡condenados automovilistas!)
Mientras continuaba la espera por cruzar, alcancé a divisar entre las personas agolpadas allí lo que sería la sombra de lo conocido... se me cayeron el alma y el helado al piso – tan rico que estaba, aunque era de esos soft que la mayoría de las veces tienen sabor a nada -. Mi desesperación iba en aumento... y el corazón tratando de traspasar mi pecho... y la duda plantada en mi cabeza por saber si era o no... Y el semáforo que jamás cambiaba. Es impresionante como el destino y el karma se ponen de acuerdo para hacerte las cosas más difíciles ya sabiendo de antemano que vienen cruzadas desde el principio. Cuando dio el paso, comencé a correr entre la gente... ¡Dios! ¿Por qué justo en ese momento las piernas me pesaban como si fueran de concreto? Jamás llegaba a él... Y la agitación me mareaba. No pensaba con claridad, y se sumaba la confusión: después de tanto tiempo aparecía así, como si nada, ¡y justo aquí!
Por fin pude alcanzar esa figura. Anclé, con mi último aliento, mi mano en uno de sus hombros y lo obligué a voltearse para... ¿Nada? ¡No era él!
Y me quedé parada en medio de la vereda escuchando como a lo lejos lo que los transeúntes que pasaban a mi lado decían: “¡pobre!, ¿qué habrá visto?” “¡vaya uno a saber! ¡Quizás un fantasma!” “¡Qué pena! Cada vez hay más gente sin cordura”... pero se equivocan: cordura me sobra. Me vendría muy bien una cuota extrema de locura para poder olvidar a quien se aparece de la mano de la nada y me hace recordar dolorosamente que otra vez perdí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top