DERRUMBE
Décima noche que no podía conciliar el sueño. Dar vueltas en la cama no ayudaba con la situación, sumado a que los ladridos los perros de la cuadra parecían intensificarse cada un decibelio por minuto... o es tanta la paranoia por no poder descansar que hasta el oído se me agudizó (¡malditos canes! ¡vayan a librar sus batallas a otro lugar!). El clima tampoco contribuía: era casi mediados de noviembre y la sumatoria del valor más la humedad amenazaban con volver a cualquier ser viviente una masa mojada y pegajosa: el sumum del asco. Parecía haberme acostumbrado a este insomnio. Era casi fin de año; las actividades se intensificaban, las preocupaciones eran directamente proporcionales a esas actividades intensificadas. Lo único que podía decirme a mí misma era "resiste, ya falta menos"; aún así sentía que no lo iba a lograr. Habían pasado meses de la separación por "confusión" y "aclaració de ideas" de mi pareja. Había esperado y continuaba aguardando su regreso... pero su confusión se aclaró a la semana siguiente de abandonarme: su mente despejada tenía cabello largo hasta la cintura, dorado como el sol, unas piernas infartantes, un cuerpo espigado y el as bajo la manga de haberlo conquistado.
Desde esa vez es que siempre, antes de irme a la cama, me paro frente al espejo desnuda y me miro. Lo único que consigo son miradas de desprecio, el rechazo crónico hacia mi cuerpo voluminoso y sin formas agradables; mis senos abatidos por la gravedad, y esa voz en mi cabeza diciéndome que él tenía sus razones en dejarme: yo no lo valía... no lo valgo; y así, con ese abatimiento después del horrible rito nocturno me iba a acostar sin poder dormir.
Sin embargo, esta noche se siente distinta. Ya había pasado por mi "abucheo" mental en contra de mi fisonomía y mi estima. Me encontraba en la cama girando para un lado y para el otro cuando percibí un dolor agudísimo en mi ojo derecho. Al principio le resté impirtancia, pues las punzadas iban y venían. Se volvieron una constante al acercarse la finalización del año. No fue hasta que sentí una puntada desgraciadamente profunda que me hizo saltar al suelo. Quedé inmóvil en el lugar esperando el dolor nuevamente pero no ocurrió aquello: algo más inquietante me hizo correr alarmada hacia el espejo del botiquín del baño. Mientras esperaba la oleada dolorosa nuevamente, de manera instintiva llevé la mano izquierda hacia mi rostro, una manía que tengo cada vez que estoy exasperada. Cual fue mi angustiante sorpresa: sentir que mi cara estaba a medias, como si el lado derecho no estuviese. Eso me llevó a abalanzarme deecontroladamente hacia el sanitario. Cuando llegué allí, el corazón y las sienes me latían desbocadamente; el miedo me inundaba poco a poco.
Sin prender la luz me paré frente al espejo. Pasados unos minutos, tomé el valor de accionar el interruptor, solo para asistir a lo que sería mi desbastación: el lado derecho de mi faz, junto con la parte del cráneo correspondiente, se habían desboronado; como si una vieja construcción se estuviese derrumbando. Se veían los escombros sumergidos en el interior de ese hueco y unos cuantos que habían caído en mi hombro... lo más triste fue ver cómo con un simple y delicado toque el resto de mi cara, cabeza, cuello y anatomía implosionaron, quedando tan solo ruinas en el piso del baño.
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