Carta de abandono.

"Perdóname por amarte. Jamás quise hacerte el daño que te ocasioné. No medí las consecuencias  de mis actos y mis palabras. Creí que el amor era de tu parte también.
Fui egoísta al confesarme ante tí. Merecía tu respuesta: que siempre me 'apreciaste' como amiga. Es allí donde debí despertar de mi alucinación y haberme detenido, mucho antes de que la verdad me abriera los ojos y me los sacara de cuajo. Cuando se ama no se aprecia ¿Por qué no quise ver?
Pero, no te preocupes, de ahora en más vivirás tranquilo. Ya no tendrás que experimentar lástima por mi, no me volverás a ver; y después de este día en que yo partiré, el resto de tu tiempo borrará de tus memorias el mal entendido que fui en tu camino.
¿Sabes? No tengo miedo a la muerte. A decir verdad, desde mi más temprana edad supimos entablar una férrea amistad; por eso es que a ella no le temo. Pero a su hermano le tengo terror: el 'abandono' es peor que ella. No es gentil ni amable como la parca. Él llega cambiando las maneras de ser de los que amas y luego te los arrebata. El vacío que te deja como tarjeta de presentación no se cubre, ni siquiera, con fragmentos inservibles del corazón magullado.
Tu serás el último valor que me arrebate el abandono. Prefiero tomar la mano de mi oscura amiga e irme a ese lugar que, según las teorías, es mejor que aquí y tienes la oportunidad de resetear tu memoria para que no duela más.
Debo agradecerle a esta vida el que hayas encontrado quien te salve; de alguna manera te envidio. Yo debo hacerlo por mi cuenta.
Por último, vuelvo a suplicar tu perdón por este amor mezquino que desarrollé por tanto tiempo y que inconcientemente tuvo atada tu alma al hueco de mi espíritu.
Solo te pido que avances y me borres del cielo de tus recuerdos.
             Adiós".
Mientras en su cabeza resonaba el eco de las palabras escritas en su carta, sintió la necesidad de cubrir su cuerpo simulando estar en un vientre. Así como la sangre que emanaba de las heridas en sus muñecas también la abandonaba, el calor de su organismo se ausentaba rápidamente y su vista comenzaba a distorsionar las formas. Lo último que vió antes de partir fue la imagen borrosa de alguien viniendo con urgencia hacia donde estaba.
Lo que su ánima vió luego desde arriba fue la silueta de un hombre caer encima de esa masa inanimada, cubriéndola con su humanidad temblorosa e histérica, mientras que de sus ojos brotaban lágrimas amargas de desesperación, tratando inútilmente de detener el fluir del líquido carmesí que seguía su curso hacia el suelo.
Un grito hiriente retumbó en la habitación; luego el silencio reinó, solo para ser quebrado por una frase ahogada en el cuenco del cuello de aquella mujer que yacía ya sin vida: "perdóname por darme cuenta tarde que te amaba ¿Por qué me abandonas?"

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