ANTÍPODAS
Según su signo, él es de tierra. Según el mío, soy de aire. Uno tan arriba y el otro tan abajo. Que yo soy agua porque fluyo en calma o arraso como inundación… él, tan solo es aceite: denso, no afecto a mezclarse y doloroso cuando se calienta y salta.
No me gusta hablar por las mañanas, pero él me obliga a gesticular algo (que mascullo por lo inferior de mi rabia matutina) porque tiene esa magia del “todo lo puede”… porque es él… aunque yo sea yo. Y entonces, ¿por qué emulsionamos? Por el simple hecho de que él me salvó de odiarme y destruirme… yo… yo aún no sé que le di a él o de qué lo rescaté.
Por ahí pienso que él está conmigo por un compromiso: me vió tan desvalida, como cordero huérfano dejado en medio de la nada. Yo no lo ví en un principio… ¡bah! No lo quise ver: me daba cierto temor su luz sobrehumana… en realidad, a mí me daba miedo todo aquello que era demasiado bueno para ser cierto. Yo siempre creí que nada bueno, fantástico y maravilloso era para mí. Él tuvo la valentía de ponerse frente a mí y tratar de desmitificar todo lo oscuro de mi vida… aún sigue tratando, sigue luchando… él es mi guerrero… yo muchas veces me convierto en un arma de doble filo que solo sabe lastimar: primero yo; él es efecto colateral.
Muchas veces no entiendo por qué Dios me mandó un ángel en forma de él: tan dulce, tan diáfano, tan brisa, tan misericordia… y siento que yo no lo merezco… ¡maldito amor propio que te fuiste al tacho cuando la adolescencia apenas florecía! Si tan solo me hubiese aferrado con uñas y dientes a creer en mi propio yo, en mi ser de luz, en mi eje celestial, él no estaría librando batallas contra el monstruo de mi autodesprecio… Si él despertase de esta utopía que enarbola como estandarte, lógicamente se iría por donde vino… ¿En qué cabeza cabe amar a alguien que no se ama? ¿Esa persona puede amar?
Y él solo atina a abrazarme y decirme que es un proceso largo, costoso y doloroso el descubrirse y amarse... él ya estuvo en ese calvario y pudo solo con esa aberración… yo solo atino a llorar mudamente primero para luego apretujarme contra su pecho y desatar una maroma de lágrimas que impregnan su remera y su alma… y él llora junto a mi… me enseña que no es de débiles y que nadie se hunde en la angustia.
¿Y yo? ¿Yo qué le enseñé? ¿Yo qué le di? ¿Yo de qué lo salvé? Gracias a él y a sus ganas de que lo ame sin reparos, comprendí que le enseñé a pelear encarnizadamente por lo que vale la pena; le di un motivo para brillar aún más, para continuar siendo mi faro; y lo salvé de que mi oscuridad lo engulla porque él insistió que todo lo oscuro tiene algo de luz y viceversa. Y es ahí cuando comprendo que el vivir lo amerita.
Él es mi luna cuando yo soy Lilith… él es mi alfa cuando estoy en modo omega… él es quietud cuando activo mi vendaval… él es silencio mental cuando yo grito muda al mundo… y sin darnos cuenta nos volvemos uno; él derecha, yo izquierda; él acción, yo reacción… él tranquilidad, yo alerta… él, mi espejo… yo, su reflejo… Él sabe ser él… yo aún estoy transitando el camino de ser yo… aunque, cuando lo miro, yo quiero ser él… mi mundo es él.
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