Solitaria invencible
La pelea había terminado. El resultado había sido claro desde el comienzo, pero tenía que dejar que su oponente al menos muriera con honor. Advertirle antes de comenzar no sería muy respetuoso. Ya él sabía a quién se enfrentaba, su fama la precedía. Bergdis, hija de Bergen: la pesadilla viviente, guerrera despiadada, bruja asesina, furia escarlata y otros tantos nombres por los que era conocida a lo largo del continente. Todo el que se enfrentara a ella solo podía tener un final, la muerte segura.
Aun así, seguían retándola a duelo una y otra vez, cegados por el deseo de obtener la gloria al derrotarla de una vez por todas. Algo imposible, pues aparte de sus excelentes habilidades de combate, tenía algo que la convertía en un ser prácticamente invencible. Su padre, el mítico guerrero Bergen, al morir no abandono este mundo. Permaneció a su lado, como un terrible guardián protector que luchaba junto a su hija cubriendo sus puntos ciegos. Juntos eran la peor arma asesina que el mundo hubiera visto jamás.
Solo verla, con su armadura de piel que cubría apenas lo necesario de su cuerpo para otorgarle la movilidad y la agilidad que necesitaba para luchar. Con su cabello rojizo y sus feroces ojos azules era totalmente electrizante. El espíritu de su padre a su lado era una presencia que te aplastaba con su mera existencia, aunque estaba reducido a un espectro, su poder era tan colosal como cuando vivía. Incluso cuando dormía era imposible atacarla por sorpresa, ya que Bergen vigilaba su sueño, deshaciéndose de manera despiadada de quien osara molestar a su hija.
A pesar de ser tan temida, con frecuencia se unía a grupos de aventureros para realizar expediciones a lugares remotos, o demasiado peligrosos. Sitios plagados de seres demoniacos, pero llenos de objetos mágicos de inconmensurable valor o misteriosas riquezas. Con ese fin se unió a un grupo de exploradores que se aventurarían en el bosque de Freindhart.
Leihan, un joven espadachín de increíbles habilidades, sobresalía entre el grupo. Aparte de su cuerpo bien esculpido por años de entrenamiento, su rostro era digno de elogio, con una belleza masculina capaz de seducir a cualquier mujer. Su amabilidad y cortesía, siempre tratando a las féminas del grupo como guerreras, como sus iguales, era digno de ver. Normalmente, las mujeres guerreras no eran muy vistas en este tipo de grupos, su papel era ser participantes casi pasivas de las misiones. Aparte de que sus atributos tenían que ver con investigación, magia ya fuera curativa o de apoyo y logística, nunca combate cuerpo a cuerpo. Como sabían que serían discriminadas, si no eran lo suficientemente fuertes, la mayoría se rendía antes de ni siquiera intentarlo. Por lo cual ella un raro espécimen, que provocaba desagrado por su total superioridad en combate.
Durante la expedición, aunque ninguno se acercaba deliberadamente al otro, sus miradas se cruzaban en una silenciosa conversación que nadie parecía notar. Cada vez que enfrentaban cualquier amenaza, los movimientos de ambos se coordinaban de manera perfecta, como si se conocieran de siempre. Leihan, la respetaba, no la trataba de manera condescendiente por ser mujer. Apreciaba su superioridad en combate y disfrutaba estar a su lado. Su conexión era demasiado profunda, sin que mediaran palabras de por medio.
La expedición estaba llegando a su fin. Así que pronto llegaría el momento de la despedida, tal vez en algún momento volverían a compartir su destino, o tal vez no.
Leihan estaba sentado en el suelo, con la espalda recostada en el tronco de un árbol, cerca de una tranquila laguna. Necesitaba descansar, esas últimas bestias que había aniquilado de forma impecable, lo habían dejado exhausto. Alzó la vista al sentirse observado, y su mirada se encontró con unos feroces ojos azules que brillaban de manera intensa. El cabello rojo de Bergdis ondeó por un instante, como un mar de fuego, hipnotizando al joven de manera instantánea.
De ella emanaba un aura de fortaleza intimidante, acentuada por su esbelto cuerpo de tonificadas curvas. Su piel manchada de sangre por la reciente batalla, le daba un aspecto sensualmente salvaje. Con una media sonrisa se agachó hasta quedar a la altura de la cara de Leihan, y sin previo aviso atacó sus labios con un ardiente beso. Aunque estaba sorprendido ante tal acción, el joven se dejó llevar y abrazó a Bergdis juntando sus cuerpos llenos de lujurioso calor. Dos corazones latían de manera desenfrenada, mientras sus lenguas danzaban al ritmo de una indecente danza, deseando cada vez más.
Bergdis se detuvo, tan abruptamente como había comenzado, y le lanzó una ardiente mirada mientras con un dedo acariciaba sus labios. Leihan respiraba de manera entrecortada, con deseos de continuar mientras su abultada hombría, empujaba dentro de su pantalón, deseando ser liberada. Ella se levantó de improvisto mientras le lanzaba una mirada cómplice y lamía sus labios de forma sugerente.
—Primero debo quitarme este desagradable hedor a sangre de bestia —dijo Bergdis sonriendo deliciosamente mientras comenzaba a caminar hacia el agua con intenciones de lavar su cuerpo.
Era una clara invitación, pasarían la noche juntos.
Entró a la tienda de campaña de Bergdis. Su interior, apenas alumbrado de manera tenue por titilantes velas, creaba un ambiente aún más íntimo. Ella lo esperaba, de espaldas, mientras peinaba su cabello de manera pacífica. Al sentir su presencia, se detuvo y simplemente dejó caer la toalla que cubría su cuerpo, dejando su piel desnuda al descubierto. Su espalda, bien definida, era un espectáculo digno de ver, esto sumado a las perfectas curvas de su trasero y sus fuertes piernas serían más que suficiente como para excitar a cualquier hombre.
Leihan se acercó lentamente y deslizó los apenas las yemas de los dedos por su espalda desnuda. Ella gimió ante tan suave toque, esperando más. El joven apartó el cabello rojo de la nuca y rozó con sus labios la piel expuesta de manera deliciosa, saboreándola lentamente. Una sonrisa siniestra cruzó los labios del joven recordando el extraño rumor que lo había llevado hasta este momento.
Meses antes había escuchado algo muy interesante en uno de los gremios de cazadores acerca de Bergdis. Al parecer un guerrero, luego de beber hasta el cansancio, decía haber tenido el placer de disfrutar una noche de placer con ella. Nadie lo tomó en serio o le creyó, las palabras de un hombre borracho no sonaban lo suficientemente convincente. Aunque lo fuera, no había manera de seducir a una mujer tan feroz, el solo pensarlo era tan espeluznante como el hecho de tener que enfrentarse a ella. Sin embargo, las palabras fueron repetidas más de una vez porque contenían una valiosa información. Cuando ella tenía intimidad con un hombre, era el único momento en el que la espectral figura de su padre no la acompañaba, respetando su privacidad. Creando un único momento donde estaría totalmente vulnerable.
Entonces sería él quien la derrotara, el único hombre capaz de vencer a la mejor guerrera. Era risible que estuviera tan expuesta, tan a su merced. Que el placer fuera su debilidad. Leihan había actuado todo el tiempo de forma magistral, como un pavo real, exponiéndose para atraer a una posible pareja. Mostrando sus habilidades a sabiendas de que ella solo apreciaría alguien fuerte, pero a la vez con buenas cualidades físicas. Tan perfecto e irónico que fuera derrotada fuera del campo de batalla.
Sacó la daga que traía escondida de manera silenciosa, mientras el ruido de la carne siendo cortada y el sonido de la sangre rompían el silencio. Leihan se apartó sorprendido, mirando hacia el suelo, donde ahora estaba su brazo luego de ser cortado limpiamente. El sonido del rojo líquido, escapando de su cuerpo sin control, era totalmente grotesco mientras él seguía sin entender lo que había sucedido. Ella estaba desarmada, desnuda, vulnerable. ¿Entonces quién lo había atacado? Comenzó a mirar a su alrededor, buscando al atacante mientras apretaba su hombro ensangrentado, con expresión de total desconcierto.
Entonces la vio, una extraña figura etérea que flotaba al lado de Bergdis. Había visto innumerables veces la imagen de Bergen, así que sabía que no era él. Esta era la silueta de una mujer, con una oscura mirada, tan terrible como la de la muerte personificada.
—Mi padre respeta mi privacidad, pero mi madre siempre está conmigo —sentenció Bergdis con fría voz mientras sus ojos azules, como gélidos trozos de hielo, lo miraban sin piedad— nadie lo sabe, pues los que tienen el placer de conocerla no llegan a contarlo
Leihan no tuvo tiempo de pedir ayuda mientras su cabeza era separada de su cuerpo de forma brutal. Bergdis solo se limitó a observar un espectáculo del que había sido testigo muchas veces antes, mientras el espíritu de su madre devoraba la carne del joven hasta los huesos. Apenas quedó la sangre manchando el suelo, como única evidencia de su previa existencia.
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