Capítulo 2: ¿No estás cansado?
Después de un rato, Mary trae una bandeja plateada con dos humeantes vasos de chocolate caliente. Las tazas están un poco rotas y descoloridas, pero te da igual. Sólo quieres tomar algo caliente y descansar. Coges con cuidado una de las tazas mientras Mary y William te miran felices. La taza está ardiendo, y tienes que dejarla encima de la mesa para no quemarte las manos. La vuelves a coger y le das un sorbo. El chocolate está achicharrando y está bastante amargo, pero no te desagrada del todo su sabor. Vuelves a tomar otro trago y la dejas nuevamente en la mesa.
-¿Está bueno?-pregunta Williamm, con la mirada clavada en ti. Un escalofrío recorre tu espalda. No sabes por qué, pero esa pregunta te perturba demasiado. Asientes con la cabeza y sigues bebiendo. El noble coge su taza y hace lo mismo. El silencio se apodera de la habitación por unos momentos. Se pueden escuchar el sonido de los truenos y de la lluvia. Es un sonido muy relajante, junto con el suave crepitar del fuego, y bajas la guardia. Piensas que nada malo puede pasar allí; que estás seguro en esa casa. Pf, vaya tontería. Allí nunca estarás seguro.
-Seguro que después de esta taza de chocolate quieres irte a dormir, ¿no?-pregunta Mary.-Ven, termina de cenar y te enseñaré tu habitación.
Haces lo que la anciana te dice y la sigues por los fríos pasillos de la mansión. Durante el trayecto escuchas muchos sonidos extraños, pero los ignoras y sigues caminando. Al fin os paráis delante de una puerta pequeña y podrida de madera. Mary saca unas llaves y la abre con cautela. Luego de comprobar que todo está en calma, te deja pasar.
La habitación no es gran cosa. Hay un par de muebles, una cama de matrimonio, un balcón y un espejo. El papel de la pared está rasgado, y la madera cruje sobre tus pies. Te abalanzas sobre la cama, la cual desprende una manta de polvo al caerte sobre ella.
-No sé si lo sabes, pero aquí tenemos unas cuantas reglas.-carraspeó la sirvienta.-No debes salir de tu habitación a partir de las 12, no curiosees y no intentes entrar en otras habitaciones que no sean las tuyas. De lo contrario, morirás.
Te entra mucho miedo y miras a Mary con cara de preocupación. Ella se ríe y te entorna la puerta. Después de eso, decides acostarte lo más pronto posible y hacerte bolita dentro de tu cama. Ni siquiera piensas en salir para agradecerle a William el hospedaje. Te acuestas incluso con los zapatos puestos, y cierras los ojos fuertemente.
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De repente, sientes un hormigueo por el cuerpo. Intentas silenciarlo dándote la vuelta, pero sigues sintiéndolo. Abres los ojos, ¡y ves que tu cama está infestada de arañas! Pequeñas y repulsivas arañas recorren toda tu espalda, brazos y piernas. Entras en pánico y te levantas como si tuvieses un resorte para sacudirte las arañas de encima. Estaban dentro de tu camiseta, y te la quitas sin ningún tipo de cuidado. Al final, acabas rompiéndola y abriéndole un agujero por la parte de la barriga. Y ahí estás tú en mitad de una habitación polvorienta sin camiseta, en una casa que a saber dónde está y con dos personas que no te inspiran mucha confianza. Genial. Has acabado en el mejor sitio del mundo. Agarras la cortina del balcón, la sacudes, y te la pones en un intento desesperado de no pillar una pulmonía. Bajas los escalones de dos en dos hasta llegar al salón principal y buscas a William. Allí no hay nadie, sólo un montón de ratas. Observas detenidamente toda la sala y los buscas por todos los rincones, pero no aparecen. ¿Dónde narices estarán? Entonces ves que hay un llavero con un montón de llaves encima de la mesa donde hace un par de horas había tomado una taza de chocolate caliente. Por la curiosidad, las agarras y las miras. Las llaves son de muchas formas y colores, y parece que el tiempo no ha desgastado ninguna. Una de éstas está hecha de oro, plata y diamantes, y te llama la atención. Pero lo más raro es que lleva una diminuta mancha roja en la parte que se introduce en una cerradura. Estás a punto de dejarlas en su sitio, pero de repente algo suena; primero logras escuchar un chasquido, como si algunos engranajes de cualquier aparato mecánico empezasen a funcionar. Seguido de eso, va un grave sonido parecido al que da un reloj de pared cuando quiere marcar la hora. Algo así como un ¡dong! Y luego se oye otro, y otro, y otro... Corres para ver de dónde proviene el ruido, y te encuentras con un gran reloj de pared. Éste tiene la siguiente hora: Las doce. Los soniditos siguen sonando, cada vez más potentes. De repente te das cuentas; ¡son las doce! ¡debes correr hacia tu habitación! Subes las escaleras de tres en tres para llegar antes de que el reloj toque la última campanada, y tiras con todas tus fuerzas del pomo de la puerta. Está atrancada. En un último intento de salvar tu vida, agarras una llave blanca como el cuarzo y la introduces en la cerradura de una puerta del mismo color. Ésta se abre, y entras de golpe mientras la puerta se cierra. ¡Dong! Ese es el último.
Tu tiempo se ha acabado.
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