Eldars: Renacer
Todo estaba en calma en el interior del templo, el tenue y delicado olor del incienso impregnaba el aire, y el suave tintineo de las campanillas sonaba dulcemente en una cámara lateral. Sirech estaba sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo blanco, con los ojos cerrados y sumido en una profunda meditación. Consideró la ironía del templo, cómo podía ser tan tranquilo en tiempo de paz, y sin embargo vibrar tan intensamente con los ideales del combate y la guerra cuando despertaba el Avatar. El Exarca estaba volviendo a ser totalmente consciente de su entorno cuando notó una perturbación en el aura del templo. Al abrir los ojos miró a su alrededor, pero no pudo ver nada. Alguna cosa había cambiado, pensó. Algo había cargado la atmósfera de tensión. Como no echó a faltar nada, Sirech decidió proseguir con sus tareas rituales. Se dirigió a la sala que servía como armería del templo, y empezó a comprobar las armas y armaduras de sus guerreros Escorpiones Asesinos. Empezó por su propio armamento, repasando con su ojo experto la catapulta shuriken de su Pinza del Escorpión, comprobando la flexibilidad de los dedos del guante.
De repente volvió a aumentar la tensión, lo que causó que el Exarca se pusiera en alerta. Como si hubiera oído pisadas detrás suyo, se giró lentamente y miró a través de la puerta de la armería hacia la sala principal, con los ojos peligrosamente entrecerrados. Con un jadeo de sorpresa se dio cuenta que el portal a la Telaraña, la puerta que conducta a los templos de Escorpiones Asesinos en otros mundos, estaba activo. Tan solo otro Exarca podía saber cómo abrir el portal. Si la Telaraña estaba abriéndose en este extremo, a Sirech no le quedaba demasiado tiempo para prepararse para la visita. ¿Por qué no le habían avisado?
Dirigiéndose rápidamente hacia el altar situado en medio de la sala, Sirech cogió un puñal que había sobre su superficie de piedra y se hizo un corte en la palma de la mano. Manteniendo la mano sobre el altar, el Exarca permitió que su esencia vital cayera sobre un cuenco de plata que había en el centro. Cerrando los ojos una vez mas, Sirech inició la meditación de la guerra, centrando todos sus pensamientos en Khaine, derribando las barreras que constreñían sus instintos salvajes cuando no se encontraba en la batalla. Normalmente, la culminación del ritual sería ponerse su armadura de Exarca, colocándose en ultimo lugar su casco para representar la transición de la paz a la guerra. Cuando esto sucedía, su propia consciencia era absorbida por las numerosas joyas espirituales que decoraban la armadura, fundiendo sus pensamientos con los de los Eldars que habían utilizado la armadura antes que él durante los cientos de generaciones trascurridas desde la fundación del templo.
Sin embargo, Sirech no iba a ir a la guerra. Iba a encontrarse con un Exarca como él, y por tanto no era necesario colocarse la armadura. En vez de ello, la plegaria a Khaine. Sirech sumergió sus dedos en el cuenco, y con movimientos fluidos empezó a dibujar su runa sobre la cara y frente, como una mascara simbólica. Mientras sentía cómo su fluido vital resbalaba por la piel, los pensamientos de Sirech empezaron a dirigirse hacia recuerdos de guerras, imágenes de batallas en las que había luchado. En su vida diaria estos recuerdos quedaban suprimidos por los escudos mentales que había construido a lo largo de años de entrenamiento, pero en cuanto asumía el aspecto del dios de la guerra Khaine que encarnaba, las escenas de odio y masacres volvían una vez más a su mente. Al dibujar el ultimo trazo de la runa sobre sus labios y notar el sabor de su propia sangre, los últimos bloqueos de su psique se rompieron, y toda la furia y pasión de su sanguinaria raza inundaron su mente. Durante un instante el Exarca se estremeció por la intensidad de sus sentimientos, emitiendo un ligero gemido mientras las sensaciones inundaban su cuerpo. Era por esto que se había visto atrapado en la Senda del Guerrero, era por esto que estaba condenado a ser un Exarca para toda la eternidad, durante el resto de su larga vida, e incluso después de su muerte.
Dominando sus repentinamente violentos impulsos, el Exarca miró hacia la puerta a la telaraña. Mientras observaba el brillante disco de energía negra, pudo notar como el templo empezaba a inundarse de la voluntad de Khaine. La furia y la destrucción parecían saturar el aire. Una figura con armadura atravesó el portal. Tambaleante, se apoyó en la pared y se deslizó hasta el suelo. Sirech corrió junto al recién llegado, y entonces retrocedió anonadado. Allí, recostado contra la pared de su templo, estaba el Cazador en las Sombras, el Señor Fénix Karandras. Sirech pudo observar que la armadura del guerrero ancestral había sido perforada por diversos puntos, y en su placa pectoral había un agujero particularmente profundo y suficientemente ancho como para pasar su puño por él. Aunque era evidente que estaba gravemente herido, no había ni rastro de sangre en el Señor Fénix. A través de los agujeros de la armadura Sirech tan solo podía ver una turbulenta nube de estrellas; el Señor Fénix había trascendido la necesidad de poseer una forma física. Lentamente, Karandras se agitó. Los brillantes ojos amarillentos de su casco se dirigieron hacia Sirech. Sin decir ni una palabra, el Cazador en las Sombras levantó una mano, como si necesitara ayuda. Sin pensar lo que estaba haciendo, Sirech le sostuvo por el brazo.
Por un instante el universo entero pareció que se detenía. Sirech sintió como era absorbido por el Señor Fénix, y su presencia arrancada de la realidad hacia otro reino. Con un destello cegador, su espíritu colisionó con el de Karandras, y su mente se lleno de viñetas caleidoscópicas.
Un grupo de niños se apiñaban detrás suyo mientras la muchedumbre corría descontroladamente por las calles, rompiendo ventanas y derribando puertas. Él estaba de pie, con una espada en su mano, bañado en la sangre de otros Eldars.
Estaba mirando por una intrincada ventana hacia las estrellas, observando por ella el mundo que acababa de dejar atrás. De repente su mente explotó por el aullido del Gran Enemigo en el momento de nacer. A su alrededor sus amigos y parientes caían al suelo, con los ojos en blanco y los labios entreabiertos.
Estaba luchando contra Arhra. Sus armas refulgían a la luz de a luna de algún mundo alienígena. Su espada sierra mordió el estomago de su enemigo y Arhra lanzó un contraataque desesperado para obligarle a retroceder antes que el traidor se girara y saltara a través del portal a la Telaraña.
Junto a él avanzaban numerosos soldados Mon-keigh. Ante él había filas y mas filas de humanos Marines Espaciales. Todos ellos habían sucumbido ante el poder del Caos, y su líder intentaba destruir el Imperio de la Humanidad, sometiendo la galaxia bajo el poder de los Dioses Oscuros. Su máscara escupía muerte mientras cargaba entre los acorazados humanos.
Los gritos de los Eldars moribundos saturaban el aire, e incluso el cielo parecía a punto de arder con fuego púrpura. Un escuadrón de Falcones pasó por encima suyo antes de explotar en medio de una gran llamarada, derribados por las terriblemente poderosas armas de las Pesadillas.
Rivalizó con el bestial rugido de los Orkos con su propio aullido de rabia, atravesando con su puño el pecho de su líder. Separándole la cabeza de los hombros, sostuvo en alto el preciado trofeo para que todos pudieran verlo, regocijándose por la victoria.
Los jeroglíficos de los Necrontyr adornaban los muros del túnel, maquinas semi-inteligentes se lanzaban contra él para proteger la cámara de estasis que había al final del corredor. Sin ningún esfuerzo acabó con ellas. Estaba decidido a destruir el cubil del antiguo horror, firme en su convicción de que nadie podría desafiar el poder de los Eldars.
Las visiones se sucedieron, llenando la mente de Sirech como si fueran sus propias memorias. Por su mente pasaron una batalla tras otra, combates contra abominaciones alienígenas de mas allá de la galaxia, desde los Carroñeros de los primeros días hasta la nueva amenaza de los Tiránidos. Y después de cada secuencia de imágenes venia la imagen de la muerte, del fin de la vida física de ese espíritu. La siguiente se iniciaba con el descubrimiento de la armadura de Karandras por algún Eldar. A veces era un Explorador en un mundo largo tiempo olvidado. En otras ocasiones era en medio del fragor de una batalla. La última batalla era en un mundo situado a tan solo unos pocos días de viaje del mundo astronave, donde se había reunido una gigantesca horda Orka que había empezado a enviar sus toscas astronaves hacia el infinito. Sirech vio sus propios recuerdos incorporados a la psique del Cazador en las Sombras, desde su primera batalla en Durya hasta la visión de su propio brazo acudiendo a ayudarle. Sirech se dio cuenta de que ya no podía diferenciar entre sus recuerdos y los de los demás. Una voz le habló, liberándole de todos sus temores.
—Bienvenido, Exarca Sirech. Con tu esencia vital, seguiremos viviendo.
Sirech sintió como los últimos vestigios de su verdadera identidad desaparecían, y notó como gritaba, tanto de miedo como de alegría.
Karandras abrió sus ojos y observó el cuerpo vacío del Exarca que yacía junto a él. Mientras se levantaba, la armadura del Señor Fénix empezó a auto repararse, los cortes en su cuerpo se cerraron y sellaron sin dejar ni un solo rastro. Observando el templo a su alrededor, reconoció el lugar donde se encontraba gracias a los recuerdos de Sirech. Gracias a estos mismos recuerdos, sabía dónde se encontraba la Cúpula de los Videntes de Cristal, y salió del templo con la intención de avisar a los Videntes del peligro que se cernía sobre su mundo astronave.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top