Orkos: Garraz y Piñoz

El motor del Zangremóvil rugió mientras el Kamión surcaba a toda velocidad las áridas llanuras del planeta Sacaellum. El Kaudillo Gorzod apretaba con fuerza el volante; el vehículo viajaba una velocidad tan acelerada que su cerebro de Orko rebosaba adrenalina. Pisó el acelerador estampando su pie acorazado con tanta fuerza que hundió aún más el suelo de la cabina. Los tubos de escape vomitaron llamas y una negra humareda, y el Kamión aceleró para unirse a una horda de tanques y buggies de guerra de aspecto destartalado.

—¡Vamoz, muchachoz! ¡Loz e vizto kon miz propioz ojoz, eztán allí ezperando a ke loz pillemoz! —vociferó Gorzod—. ¡Kon toda eza chapa ke lez vamoz a arrankar, zeguro que van a poder apiolar kazi tan mucho komo yo!

El Kaudillo señaló hacia delante con su garra de kombate, y respondiendo a su gesto, la hueste de guerra articulo un grito de batalla que se elevó por encima del estruendo de los motores y el traqueteo metálico de sus tartanas.

La silueta de la accidentada Kaleux Erameas destacaba en el horizonte. Los restos del pecio espacial reposaban en un inmenso cráter con el fuselaje hecho pedazos. Frente a él se abría una vasta extensión de terreno sembrado de restos metálicos, desprendidos de la nave durante el descenso y choque final. Aquellos desechos conformaban una emocionante pista de obstáculos para los Orkos, que serpenteaban alegremente con sus vehículos entre los enormes pedazos de chatarra.

Gorzod dirigió a la temeraria horda hasta un claro entre los desechos próximo a la zona central del pecio; por el camino tan sólo se estrellaron un par de Orkos motorizados. Detuvo su Kamión frente a una brecha inmensa en el casco de la nave y bajó de un salto, aterrizando ruidosamente con el estrépito del metal y los pistones de suspensión de su armadura. Contempló maravillado el escuadrón de tanques imperiales que aguardaban al descubierto frente a la brecha, y su mente de Mekániko chapucero se vio desbordada por la cantidad de artilugios mortíferos que podía crear con semejante potencia de fuego.

Cuando Gorzod se acercó a sus futuros trofeos, observó que muchos de los tanques tenían el casco desgarrado por el lado orientado hacia el pecio, y las zonas circundantes estaban llenas de salpicaduras de sangre seca. Durante apenas un instante se preguntó por qué los pielrozaz habrían dejado allí unos tanques tan estupendos sin ninguna protección, pero su apremiante anhelo pronto eclipsó aquel pensamiento.

—¡Zi modificamoz bien ezoz tankez, podemoz orkanizarloz y dejarloz listoz para luchar! —gritó Gorzod a la recua de Mekánikoz que había congregada cerca, y rápidamente se puso a trabajar en un enorme Land Raider Cruzado.

El aire se llenó con el sonido de soldadores y martillazos, mientras unos Gretchins correteaban de un lado para otro cargados con piezas recuperadas de entre los restos del pecio espacial. Dos de ellos corrieron hacia Gorzod con toda la chatarra que fueron capaces de acarrear. El Kaudillo Orko fue seleccionando las piezas una por una, inspeccionándolas detenidamente para luego remacharlas sin ningún miramiento al lado expuesto del Cruzado a modo de tosco blindaje improvisado.

—¡Ke buena aparienzia tiene ezto! —comentó mientras fijaba la última plancha de blindaje al agujero—. Ahora zólo hay ke darle una manita de pintura azul que da buena zuerte... o a lo mejor roja.

Gorzod se encaramó a su nuevo tanque, riendo entre dientes; estaba deseando experimentar la sensación de velocidad que pudiera arrancarle a aquel motor. Se dijo a sí mismo que aún le harían falta algunos retoques para aumentar su velocidad; después de todo, lo habían construido los pielrozaz. Pero muy pronto entraría con su tanque en aquella ciudad de la que estaban tan orgullosos, y una vez allí los aplastaría a todos y cada uno de ellos. Cuando llegó a la torreta, arrancó de cuajo la escotilla con su garra de kombate y se introdujo en el tanque de un salto.

El olor a sangre y promethium envolvió a Gorzod mientras examinaba el interior del vehículo en busca de algo que sirviera para encenderlo. La luz que se colaba a través de unos orificios en el fuselaje metálico proporcionaba la suficiente luz como para ver el cadáver de un guardia imperial en el asiento del conductor, desplomado sobre el cuadro de mando.

—¡Vamoz ke noz vamoz!

Un chillido ensordecedor resonó dentro del tanque, y Gorzod giró sobre sus talones a tiempo de ver las garras y dientes de los dos Genestealers que se abalanzaron sobre él desde las sombras. Instintivamente levantó el brazo para detener los zarpazos, derribando a uno de los Genestealers y atenazando al otro en una férrea presa. Gorzod cerró con fuerza los dedos de su garra de kombate, reduciendo al Genestealer a una pulpa de trozos viscosos y rociándose la cara de un cálido icor purpúreo.

El otro Genestealer se puso en pie de un brinco y se arrojó contra el costado del Kaudillo Orko, destrozándole con facilidad la armadura de metal y arrancándole un trozo de carne en el proceso. Con un gruñido de dolor, Gorzod agarro el mango de su pistola modificada y disparó a ciegas en la dirección del Genestealer, acribillándolo a balazos. El cadáver del monstruo cayó al suelo con un sonido chapoteante y se sacudió espasmódicamente mientras la vida lo abandonaba. Habiendo vencido a sus enemigos, Gorzod se precipitó hacia la escotilla de la torreta para echar un vistazo fuera.

Al asomar de las oscuras entrañas del tanque, fue recibido por una cacofonía de rugidos y disparos de armas de fuego. Sus Orkos libraban una batalla campal contra una horda de Genestealers que salían del interior del pecio. Al parecer les triplicaban en número.

—¡WAAAGH! —bramó Gorzod, arengando a sus tropas mientras activaba los controles de la torreta del Cruzado y la giraba hacia la oleada de criaturas.

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