Ángeles Sangrientos, IX Legión.

Este capítulo fue editado, pues me di cuenta que varios párrafos habían sido borrados, disculpen las molestias.

Y e de avisar que este capítulo será MUY largo, así que léanlo cuando tengan tiempo de sobra.

"Se llaman a sí mismos ángeles, estos despojos de un millar de infiernos que se han visto elevados y dotados de brillantes armaduras, relucientes espadas y máscaras de forma bella y elegante. Y sin embargo, me pregunto: ¿han llevado puestas esas máscaras tanto tiempo que se han olvidado de lo que aguarda bajo ellas, esa faceta monstruosa que ansía ser liberada?"

—Atribuido a Marlehck Brandt, Rememorador adjunto a la IX Legión entre 811.M30 y 848.M30

Los Ángeles Sangrientos fueron la IX Legión de Marines Espaciales que el Emperador creó para su Gran Cruzada. Su Primarca era Sanguinius, y su mundo natal es Baal.

Emblema de los Ángeles Sangrientos

En combate, la Legión de los Ángeles Sangrientos era la encarnación de la ira del Emperador hacia aquellos que rechazaban el regalo de la Unidad. Liderados por su angelical Primarca Sanguinius, su venida no era nada menos que un juicio apocalíptico descargado sobre los culpables desde las alturas, y descendiendo de los cielos sobre alas de fuego, la Legión conquistó mundos humanos perdidos tanto por su furia sobrenatural como por el terror y el pasmo que engendraba. Naciones enteras cayeron de rodillas, acobardadas por la furia y el esplendor de estos "ángeles rojos", por temor a perecer bajo las brillantes espadas de los Marines Espaciales. A los xenos no se les daba este cuartel, y la ira de la Legión se manifestaba como una marea de carnicería implacable que solo amainaba tras lograr el exterminio absoluto.

Sin embargo, durante la Herejía de Horus sufrieron un gran golpe: la pérdida de su padre angelical a manos del Señor de la Guerra Horus durante la Batalla de Terra. Su muerte fue tan terrible que dejó una cicatriz en todos y cada uno de los miembros de la Legión y, desde aquel oscuro día, se murmura que los Ángeles Sangrientos portan una terrible maldición en la sangre.

Historia

El destino es un amo caprichoso, pues no importa cuánto se retuerza y revuelva su presa, ni qué triunfos alcance ni qué pruebas supere: siempre la alcanzará y aplastará. Los Ángeles Sangrientos lucharon contra el destino escrito en sus propios genes, desafiaron el papel que el Emperador había escogido para ellos y se atrevieron a creer que podían trascender más allá de la oscuridad que les seguía. Tomaron lo peor de la Humanidad y lo hicieron brillante y hermoso, se alzaron sobre lo que habían sido antaño y se elevaron sobre el naciente Imperio como los ángeles guardianes que les daban nombre. Y sin embargo, en sus éxitos arraigaron las semillas de su caída, sembradas en la envidia del Señor de la Guerra caído que veía en ellos todo de lo que él mismo había renegado. El primer golpe de la Herejía de Horus hizo caer a los Ángeles Sangrientos de rodillas, y las tragedias que le siguieron harían pedazos su resolución y los dejarían quebrados. No obstante, por su propia naturaleza la IX Legión no se desesperó ni se rindió ante la oscuridad, sino que volvió a alzarse una y otra vez.

¿Qué podrían haber logrado Sanguinius y sus hijos de no haber sido por el oscuro destino que les acaeció por culpa de la traición y la genética? ¿Qué brillante flor podría haber florecido de la carnicería y la sangre de sus orígenes? Ese futuro desconocido es otra más de las bajas causadas por la guerra civil de Horus. Los Ángeles Sangrientos sufren aún hoy día la lenta degeneración de su noble estirpe con el orgullo testarudo que les caracteriza.

Orígenes: Los Despojos de la Vieja Noche

Hay muchas nobles leyendas sobre las Guerras de Unificación, y sobre las batallas en las que las Legiones recién nacidas del Emperador barrieron a todos los que se Le opusieron. Entre estos relatos, ninguno hay que mencione a la IX Legión, aparte de sombríos rumores y susurros apagados. Mientras que las primeras Compañías de las demás proto-Legiones recibían sus bautismos de sangre en Albia, Yndonesia y Franc junto a las apretadas filas de los Guerreros Trueno, la Novena estaba ausente, asignada a un papel tan vital como desagradable. La antigua IX Legión servía al Emperador del mismo modo que un incendio servía a un general en el campo de batalla: no conquistaban, sino que arrasaban, creciendo y creciendo a medida que avanzaban; eran un arma que no podía ser dirigida ni controlada, solo soportada.

Escasas en número, las Legiones luchaban originalmente como simples vanguardias de fuerzas más grandes, como puñales afilados que complementaban el basto martillo de los ejércitos de la Unificación. Eran el fulcro sobre el que cambiaban las tornas de la batalla, el punto de control, librando batallas a pequeña escala, como asaltos de precisión e incursiones audaces. La IX Legión seguía otro patrón. Incluso en sus primeros días ya era una de las proto-Legiones más grandes, y cuando guerreaban lo hacían como un repentino maremoto, barriendo toda oposición en una oleada de asaltos brutales. Fue desplegada en las zonas de guerra más peligrosas, aquellas regiones malditas arrasadas por la radiactividad y la contaminación química de la Vieja Noche, lugares en los que solo las estirpes más retorcidas y degeneradas de la Humanidad seguían viviendo. En los desiertos que existían más allá del centro de atención de la Historia, mantuvo la línea, sola e ignorada mientras el Emperador proseguía Sus grandes conquistas.

Este sombrío destino no era ningún accidente, ni una elección arbitraria por parte de un general distante, pues cada una de las Legiones había recibido las dotes genéticas adecuadas para cumplir su papel en la obra del Emperador, y la Novena no era una excepción. Mientras otras Legiones reclutaban solo a los mejores, a los príncipes y a los campeones de las naciones conquistadas de la Vieja Tierra, y producían solo unos pocos iniciados, la IX Legión tomó a las hordas de hombres desposeídos y rotos y las convirtió en un ejército de ángeles. Marcadas por una herencia de largas generaciones atrapadas en las zonas radiactivas y las fortalezas hundidas de las envenenadas tierras salvajes de Terra, estas criaturas ya no eran del todo humanas, sino bestias horriblemente mutadas que los tiranos de la Vieja Tierra habían rechazado y cazado. Y sin embargo, de esos materiales tan vulgares emergió una estirpe de Legionarios Astartes uniformes en altura y belleza, dotados de rasgos esculpidos con severa elegancia.

La plantilla genética única del padre aún desconocido de la IX Legión parecía favorecer a los retorcidos y deformes, aunque el dolor que infligía en los que eran introducidos en la Legión era superior a lo que muchos podían soportar. Como los seres debilitados por años de exposición a las zonas radiactivas y venenos más horrorosos pocas veces sobrevivían semejante ordalía, el número de reclutas que sobrevivían para convertirse en Astartes era escaso. No obstante, a diferencia de otras Legiones, la Novena amplió el alcance de sus redes, empleando a tribus enteras de habitantes del desierto, a prisioneros de guerra y al largo cortejo de aspirantes que siempre les seguía los pasos. Los ensangrentados Apotecarios utilizaban sus cuchillas sin descanso para mantener a la Legión en condiciones de seguir luchando incluso en los escenarios de operaciones más infernales, y aunque la leyenda de la Novena languidecía, sus filas no lo hacían.

A medida que sus fuerzas crecían, también lo hicieron los oscuros rumores que les seguían, pues el legado del Emperador les había otorgado otros dones más terribles. Estos les harían ganarse un nuevo epíteto entre la soldadesca de los ejércitos mortales del Emperador: los Devoradores de los Muertos. Esto se debía a que tras cada batalla, las elegantes figuras de la IX Legión acechaban el campo de batalla mucho después de que los combates hubiesen cesado, buscando los mejores entre los caídos y dándose un festín con su carne y su sangre. Muchas de las victorias obtenidas por la Unificación de la Vieja Tierra quedaron mancilladas por la visión de ángeles empapados de sangre rebuscando entre los campeones caídos y heridos del enemigo por los campos inundados de cadáveres, aunque pocos entre sus detractores se dieron cuenta del propósito de esta terrible fijación. Esto, en realidad, también era parte del gran designio del Emperador, pues a través de las mejoras que les habían transformado, los guerreros de la IX Legión robaban al enemigo su poder, absorbiendo sus conocimientos y habilidades y apropiándose de ellos. En los lugares arrasados en los que luchaban solos y lejos de todo apoyo, este rasgo les proveía de información inestimable y convertía a hasta los reclutas más verdes en guerreros listos para la batalla. Sin embargo, la macabra reputación que se habían ganado les envolvió como un sudario, oscureciendo sus logros. Habían sido creados para luchar contra monstruos, en solitario y en los lugares más oscuros, pero al hacerlo se arriesgaban a convertirse en criaturas más horribles que aquellas contra las que combatían.

El Rememorador

La omofágea, uno de los muchos implantes necesarios para transformar a los hombres mortales en Astartes, fue diseñada por el Emperador para permitir a Sus Legiones absorber los recuerdos y habilidades de su enemigo al consumir su carne. Se aloja en la médula espinal, pero en realidad forma parte del cerebro, y consiste en cuatro haces de nervios que conectan la espina dorsal con las paredes del estómago. Capaz de leer y absorber material genético, la omofágea extrae información en forma de recuerdos o experiencias que se añaden a las del receptor. La naturaleza hiperactiva de este órgano en la IX Legión llevó al desarrollo de varios rituales de canibalismo e ingesta de sangre que marcaron la fama de la Legión en sus primeros años. Las mutaciones en este implante que caracterizan a la Legión son la causa más probable para las ansias de carne y sangre experimentadas por muchos de sus reclutas, y antes del condicionamiento y entrenamiento mental introducido por Sanguinius, estos impulsos arraigaron con fuerza en el carácter de la Legión.

Los efectos de la omofágea permitían que los nuevos reclutas fuesen iniciados y proveídos de unas competencias básicas con una rapidez extrema mediante el consumo de la carne de los caídos. Esta práctica necrófaga era habitual en los primeros años de la existencia de la Legión, ya que permitía sustituir con rapidez las bajas sufridas. Por esta razón, los Apotecarios de la IX Legión eran conocidos por llevar grandes reservas de semilla genética a las zonas de combate, listas para la cosecha de nuevas almas que seguía tanto a la gloriosa victoria como a la ignominiosa derrota.

El Culto de los Renacidos

Allí donde acampaba la IX Legión le seguían los peregrinos, una vasta multitud de hombres olvidados y retorcidos que superaba con creces en tamaño a la propia Legión. Acudían para despojarse de los cuerpos deformes que habían sido su carga y su maldición, el legado de la Vieja Noche, y aullaban y clamaban a la IX Legión para que les escogieran y les hicieran renacer. Acudían a someterse a la sangre y el tormento y a alzarse de nuevo como ángeles del nuevo Emperador.

Al principio estas muchedumbres no eran más que grupos de vagabundos desesperados, pero a medida que su número aumentaba, aparecieron los Hermanos Rojos entre ellos. Vestidos con hábitos carmesíes, cantaban alabanzas a la IX Legión desde la distancia y recogían los fragmentos abandonados de armadura y los casquillos de las balas dejados atrás por los Legionarios como reliquias. Tejieron una capa de religión y misticismo en torno a los ángeles del Emperador, adoctrinando a aquellos que venían en busca de redención y poniendo orden en las multitudes. Predicaban un credo sangriento de sacrificio y ofrendas de sangre a los ángeles de manos rojas a los que adoraban, rogando unirse a ellos en una eternidad de guerra. Este sueño embriagador resultó ser un reclamo potente, y tanto la Legión como el culto sacaron provecho.

Durante un tiempo, se volvieron indispensables para la joven Legión, dirigiendo a los fieles y engordando sus propias arcas con los diezmos y sobornos de aquellos a los que predicaban. Aunque los guerreros de la Novena les contemplaban con desinterés, los Hermanos Rojos usaron su influencia y su riqueza para gobernar sobre las hordas de peregrinos que seguían a la Legión y para decidir quién sería presentado a los Apotecarios. Sin embargo, sus días estaban contados, pues al final de las Guerras de Unificación, el Emperador decretó la Verdad Imperial, denunciando todas las clases de superstición. Al final, las caravanas de palios de seda de los Hermanos Rojos fueron quemadas por la propia IX Legión, que volvió sus armas contra los sacerdotes y sus devotos con cruel indiferencia, ya que las Guerras de Unificación habían engendrado en sus corazones un carácter frío y sombrío y un menosprecio casual por el sufrimiento y la muerte.

La Legión Resucitada

Las Guerras de Unificación se extendieron por el Sistema Solar como una tormenta imparable y salvaje, y con ellas zarpó también la IX Legión. A pesar de ser una de las Legiones más grandes en aquellos días, al haber reforzado sus filas mediante un extenso reclutamiento durante la guerra por la Antigua Terra, la Novena no tuvo ningún lugar asignado entre las huestes destinadas a asaltar las lunas de Júpiter ni los mundos interiores ricos en recursos. En lugar de eso, su bandera fue plantada entre las lunas artificiales del terrible Neptuno, cuyos túneles laberínticos y oscuros salones eran guarida de incursores xenos y de los últimos colonos humanos degenerados de aquel alejado puesto avanzado. Allí no había mucho que ganar, salvo tiempo, valioso tiempo para que el Emperador pudiera apoderarse de los astilleros de Saturno y hacerse con la lealtad de Marte, para lo cual necesitaba que los incursores y mutantes de los mundos exteriores fueran mantenidos a raya. Con ese fin, envió a la IX Legión a su muerte.

Doce mil guerreros de la Novena, todos ellos veteranos de las guerras de la Antigua Terra, desaparecieron entre las lunas de Neptuno. Mientras el Emperador y Sus grandes ejércitos sometían Saturno, Marte y los mundos interiores, no recibieron ninguna noticia de la IX Legión, ni de su éxito ni de su aniquilación. Para cuando estas conquistas fueron completadas y el Emperador regresó a la fría oscuridad del sistema exterior, pocos esperaban encontrar más que cadáveres congelados. Sin embargo, cuando llegaron a Neptuno se encontraron con que la IX Legión seguía viva y en perfectas condiciones: de hecho, a pesar de la pérdida de buena parte de los miembros del despliegue inicial, el tamaño de sus fuerzas era prácticamente el mismo gracias al reclutamiento realizado entre los despojos de la población apenas humana de Neptuno. Donde otras podrían haber flaqueado y caído, la IX Legión solo se había vuelto más fuerte, alzándose de las cenizas de la derrota como un fénix ensangrentado.

En aquellos sangrientos días, la Legión era una bestia en constante cambio, cuyas filas estaban formadas principalmente por infantería de línea equipada casi en exclusiva para la locura brutal del asalto cuerpo a cuerpo. Este era un papel en el que la Legión destacaba, ya que siempre prefería una carga repentina y aplastante que una larga batalla de desgaste. Entendían perfectamente el efecto de su macabra leyenda en la guerra: solían decidir lanzar sus ataques al anochecer o al amanecer, y decoraban sus armaduras con una amplia variedad de imágenes de osarios, además de salir al campo de batalla sin sus yelmos para que la visión de sus rostros angelicales salpicados de sangre perturbase al enemigo. Algunas Compañías incluso empezaron a incorporar los secretos rituales sangrientos de la Legión a sus doctrinas de batalla, despedazando al enemigo en mitad de la batalla o entregándose a sangrientos festines para romper la moral enemiga y difundir el pánico entre sus filas.

Una y otra vez la IX Legión fue arrojada al crisol de la destrucción, y cada vez emergió tan completa como antes. En cada ocasión tomaban del enemigo lo que necesitaban para seguir luchando y conseguían victorias donde otros solo habían visto derrotas y desesperación, pero esto les transformó. En los silenciosos y oscuros campos de batalla del Cinturón de Kuiper y los interminables desiertos de Rust, la IX Legión fue enviada a luchar y sobrevivir donde otras no podrían hacerlo, a combatir en las operaciones invisibles de contención durante los primeros pasos tambaleantes de la Gran Cruzada. El propio Malcador el Sigilita tomó nota de sus hazañas y la apodó la Legión Resucitada, un título que muchos usarían para referirse a los guerreros indomables de la IX Legión expresando tanto un asombro supersticioso como admiración por su valentía. De hecho, el Sigilita era solo uno de varios oficiales de alto rango de la Divisio Militaris que parecían incómodos con esta rama de las Legiones Astartes, la cual carecía del prestigio o de la clara popularidad de algunas de sus hermanas, como la famosa XIII Legión o la XVI Legión del propio Horus.

Al ser un arma peligrosa y desagradable que solo se desenvainaba en situaciones desesperadas y después se escondía rápidamente de nuevo, la IX Legión se solía ver relegada a la compañía de aquellas Legiones menos favorecidas por los brillantes señores del recién forjado Imperio. De este modo desarrollaron una amarga cercanía con los salvajes Perros de la Guerra (después renombrados como "Devoradores de Mundos") y la a menudo olvidada Cuarta Legión, Legiones ambas que Horus había convertido en sus armas prescindibles, aunque era raro ver a estas Legiones combatiendo juntas. No obstante, fue la labor de estos guerreros ignominiosamente prácticos y ensangrentados la que sentó los cimientos del Imperio, aunque haya pocas canciones que alaben las hazañas que el Emperador les ordenó llevar a cabo en pro del dorado imperio que buscaba construir.

La Novena Inmortal

Una y otra vez los mejores de la IX Legión caían en el campo de batalla, pero los registros de su valor mencionan a menudo al mismo puñado de guerreros y campeones. Algunos rememoradores e historiadores se han basado en esto para hablar de una larga historia de héroes irreductibles, llegando incluso a convertir estos registros recopilados en una serie de estrofas épicas, forjando sus distintas apariciones en una sola leyenda. Sin embargo, la verdadera razón de la longevidad de determinados nombres en el orden de batalla de la IX Legión es mucho menos heroica.

Desde su fundación, la IX Legión había operado en las condiciones más extremas, y la necesidad había obligado a sus guerreros a adoptar una serie de prácticas que en otras circunstancias podrían ser vistas como monstruosas. Una de ellas, alimentada por la naturaleza de su diseño y de las condiciones en las que luchaban, era que los Capitanes caídos fuesen devorados por sus seguidores para preservar sus habilidades y experiencia acumuladas con esfuerzo. Como muestra de honor y gesto pragmático, también se acabó aceptando que los reclutas adoptasen los nombres de aquellos cuyas habilidades absorbían, y los Tenientes tomaban los de sus Capitanes. Tal era el parecido físico entre cada miembro de la Novena y sus angelicales hermanos que la mayoría de extraños no se daban cuenta de esta sutil forma de inmortalidad. El ejemplo más famoso de esto fue la figura que se creía que había dirigido la IX Legión como su primer y único Señor antes del descubrimiento de Sanguinius. Conocido en las crónicas como Ishidur Ossuros, se cree comúnmente que este guerrero dirigió la Novena desde la Unificación hasta el hallazgo de Baal a finales del M30, aunque un análisis detallado de los registros muestra que el guerrero que portaba ese nombre murió varias veces y fue sustituido por otro.

Con el tiempo e innumerables batallas, esta práctica se convirtió en una tradición muy estimada en la Legión, un ritual visceral que unía entre sí a los supervivientes a pesar de sus orígenes a menudo muy distintos. Sin embargo, del mismo modo que unía entre sí a los guerreros de la IX Legión, los alejaba de sus camaradas en el Ejército Imperial y otras Legiones. En los años anteriores al regreso de Sanguinius, no fueron pocos los Primarcas que expresaron su desagrado con las prácticas de la IX Legión, aunque no podían rebatir sus éxitos en la batalla. Tal era el legado de desconfianza y barbarismo que la Novena arrastraba consigo, uno impuesto por la brutal necesidad de su vocación.

Descenso Hacia la Locura

Con cada victoria, las terribles leyendas que rodeaban a la IX Legión crecían y se extendían. Eran los espectros que acechaban las zonas salvajes al borde del avance de la Gran Cruzada, los terrores desatados por el Emperador para despejar Su camino a través de las estrellas. Era un deber y un título que aceptaban con sombrío orgullo, sin rehuir la posición que ocupaban en Su nombre ni las misiones que les eran asignadas. Cada campaña era llevada a cabo con una furia fría que les distinguía del resto de perros de presa y asesinos ocultos del Emperador, un hambre silenciosa y taciturna de sangre y muerte que era tan terrorífica como efectiva. Una vez entrada en combate, la Novena no cedía, no se retiraba, y no podía ser detenida. Luchaba hasta que el enemigo había sido destruido por completo y no dedicaba ningún interés a las nociones de piedad o de la necesidad de levantar un imperio en vez de un cementerio.

Pocos entre los grandes y poderosos la recibían con gusto en la víspera de una batalla, pues el hedor de la muerte y la locura siempre rodeaba a sus guerreros. De este modo, carente de un patrón entre el puñado de Primarcas retornados que la guiara y diera un propósito a sus conflictos, la IX Legión quedó cada vez más aislada y rodeada de infamia. Desarrolló una extraña mezcla de doctrina imperial y rituales sangrientos, y sus filas se llenaron de cultos macabros y sangrientos profetas guerreros a medida que las supersticiones de un centenar de mundos cobraban poder por la naturaleza de su transformación y se enconaban en los peores campos de batalla de la Gran Cruzada. Peor aún, la apariencia de estos ángeles empapados de sangre, altos e impresionantes, a menudo empujaba a aquellos a los que sometían al Imperio a adorarles por temor a enfurecer a los ángeles rojos venidos del cielo. Era una caída en la locura que iba camino de provocar el fin de la Legión, pues de no remitir, se volvería en un peligro peor para el Imperio que los monstruos para cuya destrucción había sido creada.

Las semillas de esta destrucción ya estaban sembradas, pues muchos vigilaban a la Legión y sus comandantes, desconfiados de la Novena Inmortal y de sus asesinos cubiertos de sangre. La 14ª Compañía de la IX Legión fue sancionada por Rogal Dorn por sus actos durante el Segundo Asedio de Yarant, donde los guerreros de la Novena se pusieron a matar y consumir prisioneros sobre las murallas de la fortaleza para desmoralizar al enemigo además de obtener inteligencia. Por su parte, el Ejército Imperial presentó una querella contra la Legión después de que se registraran informes de que los soldados heridos de los Rifles de Malagant habían sido masacrados y desangrados por la IX Legión en lugar de dejarles caer en manos del enemigo durante la retirada de Shedim. Este pragmatismo brutal no parecía preocupar a la IX Legión, pero no hacía más que sustentar las reclamaciones de aquellos que pretendían que sufriera el mismo destino que las otras Legiones fallidas.

Hecha pedazos por los dictados de la guerra y las necesidades de la Gran Cruzada, la IX Legión quedó marginada entre sus hermanas. Ahora sus guerreros luchaban en pequeñas Compañías aisladas, y cada una desarrollaba su propia variante distintiva de los cultos rojos que se habían extendido por toda la Legión. Seguían manteniendo una fuerza principalmente compuesta por tropas de infantería de línea y de asalto, pero esto se debía menos a la conveniencia táctica que a la reticencia de la Divisio Militaris a proporcionarles armas y municiones más potentes. Como consecuencia, la Legión recurrió cada vez más a sus propios métodos macabros para ganar sus batallas, valorando la victoria muy por encima del respeto de sus iguales. Su amargo orgullo ante lo que percibían como envidia de los demás les daba fuerzas, pero también servía para empeorar su reputación.

La IX Legión se encontraba en el filo de la navaja. Seguían siendo una pieza necesaria, aunque sangrienta, del plan del Emperador para conquistar la galaxia, pero esa conquista no duraría para siempre, y al final la Novena se convertiría en una carga más que en una bendición en esa nueva Edad Dorada. La IX Legión tendría que rendir cuentas pronto: o bien renacía de nuevo, cambiada y no disminuida como antes, o sería exterminada y borrada de la historia. Fue entonces cuando una flotilla exploradora de la Gran Cruzada descubrió un mundo prácticamente insignificante de ruinas y desiertos, un mundo cuyas lunas también tenían sus propias leyendas de un ángel ensangrentado. Un mundo llamado Baal.

Sanguinius y los Baalitas

Hallazgo en un Paraíso Destrozado

Atrapado en las tumultuosas garras del extremo septentrional del núcleo galáctico, Baal era un mundo muerto desde hacía mucho, reducido a ruinas y desiertos azotados por la radiación por las guerras olvidadas de la Vieja Noche. Las primeras Flotas Expedicionarias lo habían pasado por alto al buscar objetivos para la Gran Cruzada, ya que aunque se encontraba junto a una gran corriente disforme estable, no poseía ningún valor industrial real y apenas estaba poblado. Sin embargo, fue aquí donde el Emperador redescubrió en el 843.M30 a uno de Sus hijos perdidos, el Primarca Sanguinius. Como muchos de los Primarcas, Sanguinius había traído una sangrienta paz a su mundo de adopción y moldeado a las tribus primitivas que allí había encontrado de acuerdo a sus propios ideales. El suyo era un legado de conquista templada con justicia y sabiduría, muy distinto del camino que había tomado la IX Legión que le iba a ser entregada.

Al haber visto la venida del Emperador en sueños proféticos, Sanguinius se arrodilló ante su padre sin protesta ni tardanza, y se formó junto al propio Horus, acompañando al Primarca y a sus Lobos Lunares para ver cómo se libraba la guerra entre las estrellas y entender el funcionamiento del vasto Imperio que el Emperador estaba construyendo.

Mientras Sanguinius establecía un lazo de confianza con su hermano y mentor, la IX Legión fue convocada para recibir a su nuevo señor. Al acudir desde zonas de guerra distantes y repartidas por toda la galaxia, pasaron muchos meses antes de que cada una de las bandas dispersas de la IX Legión fue encontrada y llamada de vuelta. Pasarían dos años y cuatro meses antes de que se completase la reunión, y en el mundo azotado por las tormentas de Teghar se desplegó un ejército de asesinos sombríos con rostros de ángel, aguardando ansiosos una nueva masacre que compartir.

Los Capitanes de la Legión Resucitada, los ángeles empapados de sangre de la Gran Cruzada, se agruparon cuando varios transportes Stormbird que portaban la marca de los Lobos Lunares descendieron desde la órbita. De su interior bajó una tropa de guerreros revestidos del blanco perlado de la Legión de Horus, pero el que los lideraba no era Lupercal, aunque por su estatura era claramente un hijo del Emperador y uno de Sus Primarcas. Sus grandes alas blancas se desplegaron y Sanguinius se reveló ante sus hijos, mostrando facciones esculpidas que eran la viva imagen de los guerreros que se agolpaban a su alrededor. Sanguinius contempló a los guerreros de la Novena, todos ellos marcados por las batallas incesantes tanto en sus orgullosos rostros como en los oscuros rincones de sus espíritus. Estos no eran hombres que fueran a verse impresionados por la pompa y la ceremonia de su escolta, ni por la simple fuerza de las armas. El Primarca alado, en medio de la lluvia y las tormentas de ese lejano mundo, dobló la rodilla ante aquellos asesinos de apariencia áspera y bebedores de sangre cubiertos de cicatrices, y en vez de exigir su lealtad, les ofreció la suya propia.

A aquellos guerreros que lo habían dado todo por el nuevo Imperio y a cambio solo habían recibido desprecio y desconfianza se les ofrecía la lealtad de un Primarca, entregada libremente y sin reservas. Sanguinius se había ganado su devoción con sus actos, y para sellar su unión con ellos dirigió a la Legión reunida en su primera campaña, combatiendo en la primera línea de batalla y demostrando con su valor la sinceridad de su juramento. El tormentoso quinto mundo del planeta, Teghar Pentaurus, fue el escenario en el que Sanguinius luchó por la lealtad de su Legión. Allí derramó su sangre en el torbellino del combate y llegó a entender la verdadera naturaleza de sus hijos. Sanguinius presenció la sed de sangre y el hambre mística que corrían por el corazón de su Legión y las reconoció como su propia oscuridad interior. Las hordas pseudohumanas de Teghar y sus bestias esclavas cayeron ante la IX Legión como el trigo ante la guadaña, y el propio Sanguinius se hizo con la piel de un terrible carnodón como trofeo y como símbolo del pacto que había formado con sus hijos. Tras la sangrienta conclusión de la campaña, Sanguinius vio un posible futuro, un porvenir carmesí de guerra eterna en el que sus hijos se convertirían en auténticos monstruos, en marionetas de una furia oscura y terrible. Sin embargo, el Primarca alado no desesperó.

Incluso en el calor de la batalla, seguía habiendo en los guerreros de la IX Legión una chispa de nobleza, las cenizas aún calientes de su orgullo marcial y su determinación. Luchaban para aferrarse al caprichoso favor de la victoria, no por la pura masacre, y se atenían a sus propios códigos de honor con voluntad de hierro. Estas serían sus armas en la batalla por el alma de la IX Legión, las herramientas con las que elevaría a sus guerreros. El Primarca alado sabía perfectamente que ningún futuro era absoluto y ningún oscuro destino era imposible de reparar, y al concluir la batalla declaró:

"Aunque hay una oscuridad que flota sobre ellos, un futuro empapado de sangre y horror, siguen siendo ángeles. Ángeles de Sangre."

—Sanguinius

La Legión Renace

Los recién bautizados Ángeles Sangrientos no regresaron en masa a Baal, pues ese abrasador desierto no tenía nada que enseñarles que no hubieran aprendido ya en las ruinas de Terra y de un millar de mundos muertos más. En lugar de eso, Sanguinius buscó la ayuda de su hermano, Horus, que había sido su mentor y amigo durante sus primeros años como parte del gran ejército del Emperador. Dividiendo su Legión, cuya heráldica había sido cambiada para honrar al Primarca y combinar con el nuevo nombre que se le había concedido, envió a cada Compañía a servir junto a otra de los Lobos Lunares de Horus. Los Ángeles Sangrientos combatieron al lado de estos renombrados guerreros durante la siguiente década, contemplando la caída de incontables mundos y la realización de campañas de todo tipo, desde las brutalmente simples guerras de exterminio, hasta las letalmente sutiles campañas de guerrilla y sigilo. A la sombra de los Lobos Lunares y del mayor de los Primarcas del Emperador, los antiguos parias de la IX Legión empezaron a ganarse el respeto de sus pares y a adquirir un nuevo sentido del decoro.

Cada una de las campañas fue una nueva prueba, una seleccionada con aguda inteligencia por los dos Primarcas para curar sutilmente las heridas infligidas por el tiempo y el destino a los Ángeles Sangrientos. Sanguinius inspiró en sus hijos un nuevo orgullo, no por la simple carnicería y una eternidad ensangrentada de luchas cuerpo a cuerpo, sino por un futuro en el que se alzarían como modelos del credo imperial, como iguales incluso de los guerreros del propio Horus. En el año que duró el asedio de Anaxis XII, comprendieron el valor de la hermandad al combatir hombro con hombro con los Puños Imperiales contra una marea aparentemente infinita de Hrud. En Cambriole y Prehalt aprendieron a mantener la disciplina cuando enfrentaron sus espadas con las de inescrutables incursores Eldars. Asimismo, en Kentaurus Beta descubrieron algo sobre la piedad cuando Sanguinius les dirigió en la pacificación incruenta de las colonias kentauranas. Con cada batalla, la Legión se liberaba de parte del estigma de su pasado y daba sus primeros pasos flaqueantes por una nueva senda.

Ansiosos de mostrarse dignos del juramento que el Primarca les había hecho, los guerreros de la IX Legión se esforzaron por dejar atrás la ensangrentada soledad que antaño había sido la armadura de su orgullo y por abrazar las nuevas virtudes que Sanguinius les había mostrado. Con su furia templada por la sabiduría y su ansia de sangre dominada con disciplina, cuando la IX Legión regresó de nuevo a Baal, ya no eran la bestia tosca que antaño había acechado Terra, sino una Legión renacida en una forma más en consonancia con su señor de alas de ángel. Allí, en las arenas de Baal, los guerreros de la antigua Novena fueron recibidos por los contingentes recién reclutados y entrenados de entre La Sangre, el pueblo nativo de aquel sistema azotado por la radiación, a quienes el propio Sanguinius había elevado y educado en las artes de la guerra. Las dos mitades de la Legión se unieron, y los guerreros de ambas se extendieron por las muchas Compañías de los Ángeles Sangrientos a fin de reforzarse mutuamente y debilitar la permanencia del pasado terrano de la Legión.

El hambre seguía presente, como una bestia encadenada que acechaba lista para saltar desde el borde de la locura, aguardando la ocasión de ser liberada de nuevo, pero gracias a la fe de su Primarca ahora tenían un firme control sobre sus grilletes. Los Ángeles Sangrientos afilaron sus mentes y sus voluntades, dedicándose al estudio de la sabiduría además del de la guerra. Se convirtieron en eruditos además de guerreros, y bajo la mirada aprobadora de su Primarca alado, dejaron a un lado el barbarismo que antaño habían abrazado y buscaron demostrar que eran una fuerza digna del futuro por el que luchaban. Con el paso del tiempo, el pasado de los Ángeles Sangrientos fue olvidado por aquellos junto a los que luchaban, y el hambre de sangre se convirtió en poco más que un mito, un cuento de terror mal recordado sobre antiguos monstruos que antaño habían servido al Emperador. Los pocos Legionarios que volvían a sucumbir a su sed, o a la furia negra que venía a continuación, eran ocultados silenciosamente, bien recibiendo la paz del Emperador, bien siendo encerrados en Baal. Los Ángeles Sangrientos y su Primarca se unieron a la Gran Cruzada como iguales, sin ser mirados con desprecio por nadie, y siguieron la llamada de la guerra hacia las estrellas.

La nueva Legión revestida de carmesí era a la vez familiar y sin embargo fundamentalmente distinta en su carácter. Seguía guerreando con una furia que sacudía los cielos, pero ahora estaba sometida a una profunda disciplina y movida por un intelecto agudo. Seguían favoreciendo el asalto de choque, cayendo sobre el enemigo de repente y sin previo aviso, pero ahora, con el respaldo de un Primarca, hacían uso de toda la panoplia de tecnologías imperiales. Ahora, cuando llegaban los ángeles, lo hacían cayendo del cielo como una lluvia de fuego, como un millar de luces ardientes contra el cielo del amanecer, como la ira del Emperador encarnada. No obstante, sus habilidades no se limitaban a esto, pues aunque el asalto repentino era su táctica favorita, ahora conocían perfectamente el valor de la retirada fingida, la línea de artillería y cien estratagemas más. Eran una Legión completamente formada, mucho más que la simple maza que habían sido anteriormente, y esta es quizás la prueba más fehaciente del plan del Emperador para Sus Legiones: con sus Primarcas quedaban completas, formando unidades muy superiores a la suma de su legado genético y de las duras lecciones de la Unificación.

Iconos de un Imperio

En el cenit de la Gran Cruzada, mil millares de mundos fueron incorporados al Imperio, innumerables miles de millones de hombres armados lucharon en nombre del Emperador y se forjaron leyendas que perdurarían durante muchas generaciones. De esas leyendas, las Legiones Astartes fueron las más grandes y brillantes, cada una una flamante antorcha de excelencia marcial que iluminaba el camino para los ejércitos mortales que seguían sus pasos, si bien de entre esas Legiones hubo algunas que capturaron el espíritu de la Gran Cruzada mejor que otras. Los Ángeles Sangrientos de Sanguinius se encontraban en ese grupo: la velocidad de su avance, el espectáculo de sus asaltos y el asombro que su aspecto inspiraba les convertían en protagonistas preferidos de los Rememoradores que seguían a las flotas.

Libraban las campañas más nobles, desencadenados contra las más horribles criaturas que se escondían en la oscuridad del vacío, y se les encargó la liberación de aquellos sometidos al azote del alienígena. Mataron monstruos e hicieron seguros los alejados mundos de la Humanidad, y aquellos a los que liberaban los veían como verdaderos ángeles venidos del cielo en su socorro. Entre sus congéneres también fueron muy aclamados, en parte por las campañas que habían librado juntos en años anteriores, por la habilidad que mostraban con las armas en el campo de batalla y por la naturaleza magnánima de sus guerreros. Sin embargo, gran parte de su reputación y de la benevolencia que recibían se debía al noble carácter del propio Ángel, pues de todos los Primarcas del Emperador, él era el más querido y admirado.

Los hijos del Emperador habían sido a menudo una hermandad conflictiva, ya que muchos guardaban rencores o perpetuaban rivalidades mutuas. Entre ellos, Sanguinius era quizás el más admirado y respetado, pues no tenía a ninguno de sus hermanos por inferior a sí mismo y los recibía a todos con una calidez abierta y una buena voluntad que calmaban incluso la rabia de su sombrío hermano Angron. De todos ellos, quizás solo Horus era más respetado, aunque el carácter más frío y taciturno del Señor de Cthonia le volvían una figura más distante que el Primarca alado. Sanguinius era bienvenido entre las cortes de mundos sin número, desde los exóticos tronos de colonias lejanas hasta las barrocas cámaras-nexo de los distantes dominios del Mechanicum. Encarnaba el orgullo y el optimismo de esos años dorados, cuando parecía que nadie podía hacer frente a los ejércitos del Emperador y la galaxia estaba madura para su conquista.

Ullanor sería la prueba de ese destino, una gran campaña que destruiría al mayor rival superviviente para la supremacía humana: el imperio Orko de Urlakk Urg. Fue Horus quien derrotó al enemigo en la mayor batalla de la Gran Cruzada y obtuvo una gran victoria, pero incluso tras esa hazaña, en el Triunfo posterior muchos esperaban que fuese Sanguinius, quien no había estado presente en la lucha, quien recibiese los laureles del Señor de la Guerra. Tal era la reputación y el encanto del Gran Ángel y sus guerreros, que ahora eran vistos como combatientes y eruditos sin igual, que pocos dudaban de la validez de Sanguinius para actuar como sustituto del Emperador, aunque algunos sucumbieron a la envidia mezquina. Este fue el culmen de la gloria de los Ángeles Sangrientos y su señor, una cima en la que se alzarían durante solo un breve momento, y de la cual se precipitarían en una caída que desgarraría los mismos cimientos del Imperio.

Herejía de Horus

Los Ángeles Sangrientos, de todos los guerreros del Emperador, muestran quizás el mayor grado de transformación de su carne desde sus orígenes mortales a los Marines Espaciales en los que se convertirán. Los efectos de esta transformación son incluso más pronunciados de los que sufren los Lobos Espaciales o los Salamandras, los cuales poseen sus propios estigmas. La agresiva reescritura de la hélice genética que produce la sangre de su Primarca es capaz de transfigurar los retorcidos y marcados por la radioactividad habitantes de Baal, creando los guerreros perfectos, iconos vivientes del ideal físico de las Legiones Astartes, cada uno un eco de su Primarca, llamado el Ángel, Sanguinius en su temible gloria.

No obstante, hay un precio para este poder y el proceso de transformación es más arcano, elaborado y doloroso que cualquiera realizado por otra Legión. Incluso con la transfusión directa de la sangre del propio Primarca para estabilizar el proceso, el ratio de bajas entre los aspirantes es terroríficamente alto. Los hay que argumentan también que las cicatrices mentales sufridas por los que sobreviven les cambian profundamente, otorgándoles un sentido de causa y propósito que se manifiesta en un extremado e irracional fanatismo que raya la locura, una seguridad en la causa que puede transmutarse en un instante en rabia maníaca cuando es desafiada.

En combate los Ángeles Sangrientos son la encarnación de la ira del Emperador sobre aquellos que rechazan el don de la Unidad y su llegada a menudo es nada menos que el juicio apocalíptico sobre los culpables. Su ataque sobre un mundo humano no aliado comienza por los implacables asaltos sobre los puntos más fuertes de resistencia enemiga. Descendiendo de los cielos con alas de fuego, la Legión combate tanto a través de su furia sobrenatural como del miedo y el asombro que producen. Al comienzo de sus ataques, los objetivos elegidos son borrados de la existencia y, testigos de la batalla, mundos enteros caen sobre sus rodillas cobardemente antes de que la ira y esplendor de estos "ángeles carmesíes" les hagan perecer bajo sus espadas flamígeras. Contra los xenos no se da cuartel y la ira de los Ángeles Sangrientos es una marea de imparable carnicería que sólo desaparece cuando el total exterminio ha sido conseguido

Posiblemente, de entre los Capítulos Leales, fueron los Ángeles Sangrientos quienes más sufrieron los efectos de la Herejía de Horus, pues el trágico destino de su Primarca ha marcado a la Legión desde entonces. El Señor de la Guerra Horus, que un día fue el Primarca en el que más confiaba el Emperador, se alió con los poderes del Caos y su traición al Imperio fue tan grande que aún hoy es recordada.

Gracias a una serie de eventos, Horus se las ingenió para convencer y coaccionar a algunos Primarcas y ponerlos en contra de su propio padre y mentor, el Emperador. Estos hechos culminaron con el ataque de las fuerzas combinadas del Señor de la Guerra Horus al Palacio Imperial. Los Marines Espaciales se enfrentaron contra Marines Espaciales, traidores contra leales, hasta que el símbolo del divino poder del Emperador estuvo a punto de caer. El Caos tenía las de ganar; los poderes que Horus había conseguido de los Dioses del Caos a cambio de su alma inmortal eran inimaginables.

Sanguinius está inmortalizado en las vidrieras del Sanctus Praetoria Imperator representando el momento en que luchaba por encima de los combatientes, batiendo sus alas, enfrentándose y venciendo a Daemons tan poderosos que hubieran sido capaces de hacer enloquecer a grandes héroes con una sola palabra. Él solo contuvo desde las almenas a los Daemons que pretendían entrar en el Palacio. Llegó un momento en el que tuvo que utilizar sus manos desnudas para acabar con sus adversarios. Las clavaba en el pecho del enemigo y extraía sus corazones aún palpitantes. Aunque su cuerpo estaba completamente manchado de sangre, sus alas se mantuvieron impolutas en todo momento. Muchas son las fuentes que hablan de la valentía de los Ángeles Sangrientos y de su heroica defensa del espaciopuerto del Muro de la Eternidad. Aunque murieron cientos de Ángeles Sangrientos, causaron un mar de bajas como nunca antes se había visto. Muchos relatan cómo un brillante halo de luz bañaba a los hijos de Sanguinius mientras su Primarca volaba por encima de los enemigos acabando con ellos con una espada de fuego. Pero fue en la Barcaza de Batalla de Horus, la Espíritu Vengativo, donde Sanguinius prestó su mayor servicio al Emperador.

El mismísimo Señor de la Guerra se preparó para teleportarse a la superficie del planeta y así supervisar la destrucción de su antiguo señor. Pero entonces un Daemon de la Disformidad le susurró al oído lo que él había estado temiendo. Una flota leal al Emperador bajo las órdenes de Leman Russ y Lion El'Jonson con un ejército de Lobos Espaciales y de Ángeles Oscuros se encontraba a tan solo unas horas de distancia. Iba a llevarle días tomar por completo la última fortaleza de la Humanidad, aunque Horus bajara para ponerse al mando de las tropas. Todo parecía indicar que al Señor de la Guerra se le había acabado el tiempo, y que su apuesta había fallado.

Horus fue el primero en corromperse, tenía el poder de un dios y la astucia de un Daemon. Por eso decidió intentar una última jugada a la desesperada. Todavía podía asesinar al Emperador. Dio la orden de bloquear todas las comunicaciones por red para que los defensores no pudieran tener noticias de sus salvadores, y luego llevó al máximo la capacidad de sus poderes psíquicos para que el Emperador no pudiera enterarse de ello. Por último bajó los escudos de su nave de mando. Se trataba de una invitación y desafío personal que sabía perfectamente que el Emperador no podría rechazar. Le estaba ofreciendo la oportunidad de acabar de una vez por todas con el enemigo que le había hostigado durante tanto tiempo.

El Emperador, junto con Sanguinius, Rogal Dorn y una escuadra de Custodes, no tardó ni cinco segundos en teleportarse al interior de la Barcaza.

El Origen de la Imperfección

Podría separarse la Imperfección en sus dos manifestaciones principales: La Sed de Sangre y la Rabia Negra.

En cuanto a la primera, surgió en Signus Prime, cuando Sanguinius fue incapacitado por Ka'Bandha y tuvo que presenciar como éste masacraba a sus hijos. Éstos entraron en un estado de locura gracias al cual consiguieron salir del pozo de sangre al que les había enviado Horus. Ésta Sed de Sangre les acompañó ya en la Batalla por Terra y a lo largo de todos los milenios siguientes.

En cuanto a la Rabia Negra, surgió en el combate entre Sanguinius y Horus. Se cree que Sanguinius tuvo que sufrir graves daños psicológicos a manos de Horus quien, según creen muchos Ángeles Sangrientos, no podía equipararse a su Primarca en combate singular. Horus, en su ilimitada maldad, se aseguró de que la muerte de Sanguinius fuese la más dolorosa y enloquecedora que pudiera sufrir.

El asalto psíquico del Señor de la Guerra no solo se sintió en toda la galaxia, sino que ha trascendido el paso del tiempo y resuena en las mentes de sus hijos. El sacrificio del Primarca duró lo suficiente como para que el Emperador pudiese alcanzar al Traidor, al que ajustició, no sin que esto le costase un alto precio. El dolor infligido al Primarca fue de tal envergadura que todos sus hijos, sin excepción, lo sienten en su corazón.

El sacrificio de su fundador aún resuena en los corazones de cada uno de ellos y lo hará por siempre; y sus almas siempre se sentirán contrariadas ante la muerte de Sanguinius. Estos recuerdos heredados son tan vívidos que los Ángeles Sangrientos suelen experimentar lo que se conoce como Rabia Negra, mediante la cual entran en comunión con su Primarca.

Cuanto más viejo es un Ángel Sangriento, y cuantas más batallas presencia y derramamientos de sangre lleva a cabo, se vuelve más propenso a contraer la Rabia Negra.

Tras la Herejía

Sanguinius, sabedor del destino que iban a tener todos los que le acompañaban al Espíritu Vengativo, insistió en que su Heraldo Azkaellon, de la Guardia Sanguinaria, permaneciese en Terra a fin de que la Guardia Sanguinaria no se extinguiera del todo y pudiese reconstruirse a partir de ése único superviviente y servir como un faro de esperanza en los días que estaban por venir.

Con todo el dolor de su corazón Azkaellon accedió a cumplir los deseos del Primarca, ya que, aunque anhelaba volver a luchar una última vez junto a Sanguinius, ni se le pasaba por la cabeza hacer peligrar la confianza depositada en él.

Todos los hermanos de armas de Azkaellon y su propio padre murieron en el Espíritu Vengativo; pero él fue la figura clave de los Ángeles Sangrientos en los dolorosos y turbulentos años que siguieron al fin de la Herejía. La muerte de Sanguinius les había dejado sin una línea sucesoria clara y diversas facciones dentro de sus filas se estaban polarizando en torno a los principales candidatos al puesto de Señor del Capítulo. Además, muchos de sus hermanos habían muerto en Signus Prime o entre las ruinas de Terra, y los efectos de lo que después llegaría a conocerse como "La Imperfección" empezaban a extenderse, enturbiando el futuro de la antaño gloriosa Legión.

Sin embargo, fue Azkaellon quien en última instancia vió claro cual debía ser el destino de los Ángeles Sangrientos. Fue defensor de la adopción del Codex Astartes, supervisó la separación de la Legión en los diversos Capítulos que existen hoy en día y se aseguró de que el legado de Sanguinius y de la Guardia Sanguinaria perdurara no sólo entre los propios Ángeles Sangrientos sino también entre sus Capítulos Sucesores; argumentando que de entre todos los problemas y dudas que asaltaban a los Ángeles Sangrientos su nuevo orden de batalla era lo menos preocupante.

Era de la Gran Fisura

Leviathan Derrotado

Tras la terrorífica Campaña del Escudo de Baal, y a raíz de la derrota de la Flota Enjambre Leviathan, los Ángeles Sangrientos comienzan a reconstruirse. Sus existencias de semillas genéticas son recuperadas, ocupando el lugar que les corresponde debajo de los arcos ascendentes de la restaurada Torre del Ángel. Los varios miles de canosos aspirantes que sobrevivieron al asedio fueron todos reclutados, y aquellos que aguantaron son asignados a las enormes Compañías de Exploradores autorizadas por el Comandante Dante para su Capítulo y sus sucesores. Las filas se ven reforzadas por una gran afluencia de Marines Espaciales Primaris, descriogenizados de las bóvedas del ZarQuaesitor o producidos sobre Baal utilizando los mecanismos recién instalados traídos por el Archimagos Belisarius Cawl. Con el comandante Dante declarado regente del Imperio Nihilus por Guilliman, los Ángeles Sangrientos y sus sucesores pronto estarán listos para unirse a la guerra por el territorio del Emperador. Será mejor que estén preparados, ya que la lucha se ha vuelto más desesperada que nunca.

La Galaxia Grita

A pesar de que los esfuerzos por reconstruir Baal continúan, mensajes astropáticos aislados se filtran desde el vacío. Algunos son poco más que pesadillas incoherente tan retorcidas que carecen de significado. Otros son los gritos de la muerte de mundos, suficientemente violentos como para quemar las mentes de los Astrópatas receptores, pero que no contienen información útil. Sin embargo, muchos son suficientemente claros como para ser entendidos, especialmente aquellos enviados desde sistemas vecinos dentro de la Cicatriz Roja. El Comandante Dante reúne múltiples fuerzas de ataque de entre las filas recién reforzadas de su Capítulo, enviando a los Ángeles Sangrientos al vacío como una definitiva fuerza renacida.

Reclutamiento 

Mundo Natal

En la antigüedad, tanto Baal como sus lunas tenían atmósferas similares a la de la Tierra. Varios equipos de exploración, equipados con los mejores trajes antirradiación, han estudiado Baal y sus lunas con detenimiento. Bajo su corteza existe una gran cantidad de información, puesto que los estratos muestran patrones muy diferentes a los que se creía que iban a ser encontrados. Aunque Baal siempre fue un desierto, sus lunas habían sido lugares paradisíacos, donde la gente se concentraba en evolucionar en vez de en sobrevivir. En la superficie de Baal existen las ruinas de edificios que tuvieron que ser construidos por gente muy avanzada para haber soportado así el paso del tiempo. Es obvio que los primeros pobladores de Baal fueron muy evolucionados. El Imperio pudo hacerse una idea de cómo había sido Baal gracias a su arquitectura.

Es causa de gran consternación entre los historiadores imperiales no saber todavía lo que sucedió para que todo esto cambiase. Lo único que se sabe es que el cambio aconteció al final de la Era Oscura de la Tecnología. Las lunas de Baal sufrieron terriblemente. Se han encontrado evidencias de armas tanto víricas como atómicas. Los estratos de estos planetas muestran extensiones de hierba y de desierto contaminadas por la radiación. Lo que habían sido mares se convirtieron en lagunas saturadas de polución y cubiertas por un polvo blanquecino. Millones de personas murieron. Pero la Humanidad prevaleció de alguna manera. Los supervivientes se alimentaron como pudieron de los restos que quedaron de aquella gran civilización. Sin sus trajes antirradiación, hoy característicos, habrían perecido todos. Se baraja la idea, por parte de algunos eruditos imperiales, de que en aquel tiempo de oscuridad algunos supervivientes no solo se convirtieron en carroñeros, sino en algo mucho peor: caníbales.

Uno de los efectos secundarios de la radiación era, por otro lado, inevitable. Con el tiempo, las toxinas químicas y radioactivas acumuladas en los cuerpos de los supervivientes empezaron a causarles mutaciones que los convirtieron en meras parodias de los hombres que sus antepasados habían sido. La desintegración de la sociedad puede ser apreciada en las Cuevas de Lasquo, en Baal Primus: grotescas imágenes de mutantes dando caza y descuartizando al resto de la población fueron dibujadas en las paredes de esta caverna.

Pero, según lo que sabemos gracias al tomo Escritura Baalita, hubo personas que preservaron su carácter humano e intentaron mantenerse cuerdas. Para ello formaron tribus, como la que acogió a Sanguinius, que combatieron a los mutantes, al menos a modo de autodefensa. Pero estas personas fueron las menos, puesto que una nueva y salvaje cultura estaba emergiendo de entre las ruinas de la anterior civilización. La única estructura social que sobrevivió fue la tribu. Tanto en el caso de los purasangre como en el de los mutantes caníbales, los únicos en los que podían confiar eran en ellos mismos y en los de su especie.

Las gentes de Baal se hicieron nómadas: viajaban de un lado a otro, limpiaban cada zona de los pocos recursos que quedaban y guardaban celosamente los despojos que habían logrado reunir. Las tribus estaban constantemente en guerra; las alianzas cambiaban de una semana para otra; la extinción aguardaba a los lentos y a los débiles. Aunque hubo un tiempo en que estas lunas estaban cerca de ser un paraíso, ahora eran un infierno.

Los pocos humanos supervivientes debían luchar cada día por salir adelante. Durante mucho tiempo, tuvo que parecer que los baalitas estaban malditos y condenados y que no pasaría mucho tiempo hasta que las tribus feudales de mutantes tomasen el control absoluto de aquellos planetas convertidos en extensos desiertos. Aunque solo podemos estimar cuándo sucedió, el descenso de Sanguinius trajo la esperanza a un mundo que estaba a punto de morir.

Pruebas

La historia imperial relata cómo entonces el Emperador tomó a Sanguinius y a sus mejores guerreros y se los llevó consigo a la Gran Cruzada, donde los convirtió en una Legión de Marines Espaciales en toda regla. A los baalitas se les implantó la pura y preciosa semilla genética de su Primarca. Tras una bendición tal, ningún hombre podría fallar y los Ángeles Sangrientos unieron sus fuerzas a aquellos que ya combatían en la Gran Cruzada.

A los que se quedaron en Baal Secundus se les encomendó la tarea de defender el derecho de nacimiento del ser humano en aquel planeta para asegurar generaciones futuras de soldados que defendieran el credo imperial y el nombre de los dioses que un día habían caminado entre ellos. Esto explica que incluso hoy en día se sigan reclutando los iniciados para los Ángeles Sangrientos en las lunas de Baal.

Para decidir quién es merecedor de engrosar las líneas de los Ángeles Sangrientos, los jóvenes de las tribus purasangre deben tomar parte en violentos y magníficos torneos que se celebran en el duro entorno de su planeta natal. Estas prácticas y rituales se mantienen inalterados desde que se celebraran por primera vez para satisfacer los requerimientos de reclutas de La Sangre. Los torneos acontecen una vez por generación en La Cuna del Ángel, el acantilado donde fue encontrado Sanguinius, y son convocados por "grandes carros voladores" (las Thunderhawks de los Ángeles Sangrientos).

Los aspirantes deben llegar a la Capilla del Desafío como sea; este es un proceso que descarta a los guerreros más débiles de entre los que pretenden unirse a las filas de los Ángeles Sangrientos. Deben recorrer muchos kilómetros de desierto y escalar diferentes cumbres y acantilados con la única ayuda de sus alas de ángel, un artilugio primitivo hecho con pellejo de animales y que apenas soporta el peso de los participantes. Deben atravesar cañones infestados de escorpiones de fuego y de sedientos, una especie que deseca a sus víctimas con su mero contacto. Este camino está lleno de los esqueletos de aquellos que subestimaron sus peligros. Cuando llegan a la Capilla del Desafío, se inician luchas fratricidas como las luchas de gladiadores que acontecen en Ultramar. Solo los mejores sobreviven.

Cuando quedan unos cincuenta aspirantes, las Thunderhawk de los Ángeles Sangrientos los recogen y se los llevan para que pasen las siguientes pruebas. Aquellos que no superan estas últimas pruebas pasan a ocupar puestos de responsabilidad en la sociedad baalita o a formar la guardia de la Capilla de la Prueba hasta la siguiente generación de aspirantes.

Los elegidos son llevados a la Fortaleza-Monasterio de los Ángeles Sangrientos, donde tienen visiones de tan gloriosa magnitud que los dejan paralizados. Luego marchan junto a sus futuros hermanos y es entonces cuando se hace patente la verdadera diferencia entre unos y otros.

El clima y la atmósfera de Baal tienen efectos degenerativos en aquellos que han vivido muchos años en él. Muchos de los aspirantes portan consigo las marcas de su vida en el planeta; es imposible que una persona normal no acabe sintiendo los efectos de la radiación. Pese a su juventud, suelen tener la columna curvada y el cuerpo lleno de lesiones y su crecimiento suele ser raquítico debido a la malnutrición. Por contra, el impresionante físico de los Marines Espaciales, con rasgos delicados, una piel suave y dientes blancos, es el ideal de belleza de cualquier escultor.

Los aspirantes son llevados a la Gran Capilla de los Ángeles Sangrientos, donde deben mantener una vigilia de tres días y tres noches. Algunos se quedan dormidos pese a realizar grandes esfuerzos por no hacerlo y deben abandonar la contienda. Tras esto, los Sacerdotes Sanguinarios entran en la capilla, iluminada con velas. Estos nobles individuos cumplen el papel de los Apotecarios del resto de Capítulos, pero su cometido es diferente. A ellos se les ha confiado el cuidado de la sangre de Sanguinius.

Se dice que el cáliz que ofrecen a los aspirantes una vez concluida la vigilia contiene parte de este precioso líquido. Tras beber del Cáliz de Sangre, los aspirantes caen en un profundo letargo y son llevados por los sirvientes de la sangre al Apothecarion, donde se les inocula la simiente genética de Sanguinius. Los sirvientes de la sangre los llevan luego al Salón de los Sarcófagos mientras cantan el Credo Vitae. Esta asombrosa sala parece una catedral, pero es mucho más grande y podría albergar pequeñas construcciones en su interior. Las paredes están decoradas con sarcófagos dorados el doble de grandes que un ser humano. Se encierra a cada uno de los aspirantes dormidos en un sarcófago y se los enchufa a nodos que los conectan a equipos de mantenimiento de vida. Allí permanecen durante un año, en el que son alimentados por vía intravenosa con nutrientes y con la Sangre de Sanguinius.

Muchos aspirantes mueren durante este proceso, puesto que sus cuerpos no son capaces de resistir y asimilar todos los cambios que acontecen tras habérseles inoculado la semilla genética. Aquellos que soportan la prueba de la sangre crecen fuertes y alcanzan parte del poder de su Primarca. Se rumorea que, en ocasiones, un aspirante despierta antes de tiempo y sufre una terrible claustrofobia encerrado en el sarcófago, tras lo que sale de la prisión catatónico, loco o incluso peor.

Si los cuerpos de los aspirantes se adaptan, salen del sarcófago con una extraordinaria masa muscular y habiendo asimilado todos los órganos implantados en su cuerpo en el Apothecarion. Mientras duermen, sueñan con las vivencias del propio Sanguinius, cosa que deben considerar como un regalo. Así la esencia del Primarca permanece en las mentes de sus nuevos hijos y estos sueños y visiones se imprimirán para siempre en su alma. Cuando los aspirantes son sacados de sus sarcófagos, han cambiado tanto que no pueden creer que solo un año antes fueran unas criaturas mediocres que habitaban Baal Secundus. Ahora son altos, fuertes y sobrehumanamente poderosos. Sus cuerpos reestructurados poseen ahora la tremenda belleza de su padre, sus sentidos se han afinado y sus músculos son más fuertes que el acero templado.

Aun así, solo han dado el primer paso para llegar a convertirse en Marines Espaciales de los Ángeles Sangrientos.

Doctrina de Combate

Las Compañías de los Ángeles Sangrientos combaten como se podría esperar de una Compañía del Adeptus Astartes. La 2ª, 3ª, 4ª y 5ª son Compañías de Batalla; estas cuatro Compañías forman el grueso del ejército y normalmente son las que soportan lo más duro de la batalla. Las compañías de especialistas se mantienen en la reserva y solo son desplegadas cuando es necesario.

No obstante, no se puede confiar en que estas compañías vayan a comportarse tal y como lo harían las de los Ultramarines o los Puños Imperiales, puesto que la fuerza de la maldición que portan en la sangre puede convertir al más taciturno veterano en el guerrero más fanático, deseoso exclusivamente de acabar con el enemigo y acallar su sed de sangre. La Rabia Negra puede poseer a un Ángel Sangriento incluso durante el combate, se trate de un devastador o del conductor de un Vindicator. Por tanto, nunca se sabe si un contingente de Ángeles Sangrientos acatará las órdenes y mantendrá la posición. Existen tantas posibilidades de esto como de que se lancen corriendo contra el enemigo mientras gritan desaforados. Esto ha supuesto el exterminio total de muchos de los enemigos de los Ángeles Sangrientos. Posiblemente, una de las cargas más famosas tuvo lugar durante la Batalla de la Colmena Tempestora, donde los Ángeles Sangrientos asaltaron en masa y con tanta ferocidad que destrozaron las líneas enemigas, lo que les permitió vencer en una batalla que los estrategas imperiales consideraban perdida de antemano. Se dice que el celo fanático de los Ángeles Sangrientos llevó a la victoria aliada en Armageddon. El hecho de que sean tan impredecibles hace que no sean muy apreciados por otros comandantes imperiales, pero no les importa. Saben que su constante lucha contra las Rabia Negra les hace más fuertes, no más débiles.

Organización

Antes de la Herejía

En todas sus encarnaciones, la IX Legión ha desafiado el estándar por el que se mide a los Marines Espaciales. En sus primeros días, operaba con un orden de batalla y estructura de mando tan sencillos que apenas podía llamarse un ejército, ya que consistía solo en Compañías formadas por masas de infantería sin apenas tropas especializadas de ningún tipo. En la mayoría de casos, esas tropas eran equipadas como Escuadras Segadoras, optimizadas para el combate cuerpo a cuerpo y equipadas con armas que requerían pocos suministros, lo que las convertía en los guerreros perfectos para las operaciones llevadas a cabo lejos del grueso de la Gran Cruzada. Las peculiaridades aberrantes de la Legión y la sed roja que acosaba a sus guerreros hacían añicos su disciplina y dificultaban cualquier intento de lograr una organización a gran escala. Las tácticas solían ser desarrolladas y aplicadas a nivel de Compañía o incluso de escuadra durante el combate, en lugar de formar parte de un enfoque estratégico general de la Legión.

Esta forma única de operar, luchando lejos de otras unidades y con escasa supervisión de la Divisio Militaris, sirvió para limitar el impacto de las prácticas más aberrantes de la Legión sobre la moral de las unidades aliadas. Por ello nunca hubo un esfuerzo organizado por someter a la Legión a la misma norma que a otras de la Hueste Imperial, y los diversos generales y comandantes que combatían junto a la Novena aceptaban de forma tácita y cómplice que la Legión debía actuar como escogiera. Sus primeros comandantes eran más caudillos que verdaderos oficiales, que imponían la disciplina a punta de espada, se ganaban el respeto de sus hombres con la fuerza de sus brazos, y recorrían el campo de batalla como fuerzas viscerales de la naturaleza. Cuando estos comandantes respetados avanzaban, los guerreros de la Novena les seguían. Cuando mantenían la posición, sus seguidores se atrincheraban, y cuando deponían las armas, quienes les rodeaban dejaban de matar. Era una estructura brutalmente eficiente, una que solo podía ser desbaratada por una tasa enorme de bajas, ya que incluso si un caudillo caía, había una docena de veteranos listos para dar un paso al frente y ocupar su lugar.

Todo esto cambiaría con el regreso de Sanguinius. El Primarca alado trajo un sentido del orden a su díscola Legión, implantando una nueva estructura con la esperanza de contener su hambre. Aunque en esencia este nuevo orden parecía encajar con el Principia Bellicosa, el esquema por el que se organizaban la mayoría de Legiones, en realidad también se desviaba mucho del patrón estándar. Conservaba la estructura básica de Compañías, que inicialmente dividían a la Legión en 200 unidades de unos 300 guerreros aproximadamente cada una, aunque a finales de la Gran Cruzada estas cifras habían aumentado hasta las 300 Compañías de 500 guerreros. Sin embargo, más allá de esta estructura básica había muchas discrepancias, todas ellas escogidas por el Gran Ángel con un propósito dentro de sus planes. Estas Compañías se agrupaban en Huestes para las campañas que requerían más fuerzas que las de una sola Compañía, aunque cada Hueste era una entidad efímera que se formaba y deshacía en función de las necesidades.

Las Tres Esferas

Sanguinius creó tres Esferas para abarcar sus Huestes, tres cámaras con las que aportaría orden y propósito a los guerreros de la Legión. Cada una era una estructura separada y distinta de las Trescientas Compañías y de los dictados del Principia Bellicosa, y formaba un estrato diferente de organización que permitía a los guerreros de la IX Legión concentrar su hambre y su rabia hacia un fin único y dominarlo. Sin embargo, no eran una simple herramienta, sino un plan elegante y habilidoso diseñado para promover las mejores cualidades de la Legión al tiempo que proporcionaba una vía de escape para las peores. Era la obra maestra del Gran Ángel, el cumplimiento de un juramento y la salvación de sus hijos.

La más externa de las tres Esferas abarcaba a las tropas rasas de la Legión, los guerreros que empleaban cuchillos y bólteres en el campo de batalla. Conocidos en la Legión como los Malak, estos guerreros solo tenían un deber: luchar siguiendo las órdenes de sus Capitanes. Obedecían, mataban y practicaban las artes que les había otorgado su Primarca, y mediante estas simples disciplinas y la infinita concentración de sus mentes sobrehumanas mantenían a raya las depredaciones de su hambre. En el seno de esta Tercera Esfera había pocas distinciones, títulos y órdenes sencillos para aquellos que destacaban en artes específicas de la guerra y de la paz, los modelos a imitar en sus misiones y los ángeles de pequeñas acciones. Estos eran los tiradores, poetas y duelistas de la Legión, su firme diestra y su corazón latente, y aunque estos no eran más que pequeños honores, eran muy valorados por quienes los recibían.

La Segunda Esfera se componía de los comandantes y líderes de la Legión, los Poderes y Dominios que se alzaban al lado de Sanguinius. En ellos recaía el deber del mando, de ejecutar los deseos de Sanguinius con celeridad y buen juicio. A diferencia de quienes luchaban a sus órdenes, soportaban la carga del libre albedrío, de disponer de tiempo para pensar y reflexionar como quisieran mientras la maldición les acechaba. Eran los planificadores y estrategas de la hueste carmesí, quienes dirigían las batallas y las guerras como los hombres menores dirigían sinfonías, utilizando cada instrumento a su disposición al máximo de sus posibilidades. Del mismo modo que la tropa encontraba la paz en sus estudios, también cada uno de los poderosos se convirtió en un maestro de muchas disciplinas, tanto de la pluma y el pincel como de la espada y las armas de fuego. Aunque no eran ni los fanáticos monomaníacos de Legiones como los segadores rojos de Angron o los famosos tácticos de Guilliman, había pocos que pudieran igualarles en las artes de la guerra en su conjunto.

La Primera Esfera, la última demarcación de la nueva Legión de Sanguinius, abarcaba las filas de los Inmortales. Estos guerreros se encontraban en presencia del Primarca, y no operaban dentro de una de las Trescientas Compañías sino que eran los guardias y sirvientes del propio Gran Ángel. Cada uno de ellos, al ser introducido en las filas de la Primera Esfera, renunciaba a su nombre común para tomar uno nuevo, y cedía su identidad para llevar a cabo la obra del Primarca sin culpa ni remordimientos. Eran la ira de Sanguinius, su severa resolución y sus ojos vigilantes, todos ellos encarnados y dedicados a un propósito. Dependía de estos guerreros para que se cumplieran las misiones más peligrosas, enviándolos a luchar en aquellos campos de batalla y a cumplir aquellos encargos que manchaban el alma y provocaban que el hambre surgiese rugiendo a la superficie. Gracias a la armadura de los nombres y personalidades que los guerreros de la Primera Esfera vestían como si fueran suyos, podían eludir el coste de sus actos y emerger de su servicio sin mácula para ocupar de nuevo su puesto en las filas de la Legión.

La Primera Esfera se componía enteramente de una serie de Órdenes guerreras, cada una de las cuales operaba de forma independiente de las Trescientas Compañías. La primera y la más famosa era la Guardia Sanguinaria, la guardia personal del propio Primarca, pero había muchas más, cada una dedicada a una misión y deber específicos. Pocos fuera de la Legión han hecho un listado completo de estas Órdenes, pero aquí se enumeran las más famosas e importantes:

La Guardia Sanguinaria - Sus miembros también eran conocidos como los Ikisat o los Ardientes, por su ardor y devoción inamovible. Cada guerrero portaba el título de Serafín, y estaba encargado de la seguridad del Primarca. En raras ocasiones, también eran asignados como guardias de otros comandantes, como señal del favor del Gran Ángel.

Los Paladines Carmesíes - También conocidos como los Keruvim o los Vientos de Tormenta, por la repentina aparición de su ira y el duradero fervor de su odio. Servían como guardianes de los salones y santuarios del Primarca. Siguiendo sus órdenes, también iban a la batalla como expresión de su determinación y escudo de su voluntad.

Los Ojos Ardientes - También conocidos como los Ofanim y Los de Muchos Ojos, estos herméticos guerreros eran la Vergüenza del Ángel, su policía secreta y sus agentes en las sombras. Vigilaban a la Legión en busca de signos de traición y locura, y actuaban para aliviar su culpa eliminando estas manchas. No solían ser vistos en el campo de batalla, y luchaban en solitario y con armas consideradas indignas de los verdaderos guerreros.

Las Lágrimas del Ángel - También conocidos como el Filo Roto o la Mano Muerta, por la cruel devastación que causaban en el enemigo. Cada guerrero portaba el título de Erelim, y actuaba como la ira de Sanguinius enviada por su voluntad a arrasar a aquellos que consideraba indignos de ser salvados. Era la Orden que más se veía en acción, ya que cumplía el papel que en otras Legiones recaía en las Escuadras Destructoras.

Jerarquía de Mando

Los señores de las huestes carmesíes de Sanguinius tenían mucho en común con la oficialidad definida en el Principia Bellicosa, pero había varias diferencias, tanto pequeñas como grandes. La autoridad se dividía estrictamente entre las tres Esferas de la Legión, y cada oficial actuaba en su propio nicho de la forma en que el propio Primarca se lo había indicado. Este estricto sistema superpuesto era menos flexible que el de algunas Legiones, pero proporcionaba una cadena sólida de responsabilidad y control que limitaba el efecto del hambre siempre presente y la rabia repentina de los Ángeles Sangrientos. Para mitigar la posibilidad de cualquier derrumbe de la autoridad, los Ángeles Sangrientos mantenían un gran número de suboficiales, lugartenientes y sargentos de diversos tipos, todos capaces de tomar con rapidez el mando en caso de que su superior muriese en medio de la batalla.

En el campo de batalla, la cadena de autoridad estaba siempre clara para los Ángeles Sangrientos, y la obedecían por completo. Desobedecer o cuestionar órdenes era un grave pecado, que solo se cometía en las situaciones más serias y que recibía los castigos más duros, incluso si se resultaba estar en lo correcto. Su deber era únicamente obedecer: cada guerrero se preocupaba exclusivamente de la acción, relegando al hambre al fondo de su mente y dejando que aquellos que habían sido ascendidos por encima de él se ocupase de las consecuencias. En los Ángeles Sangrientos, toda la autoridad procedía directamente de Sanguinius y fluía desde él a través de los Lords Comandantes, los Capitanes y más allá, en una línea continua e irrompible. Este hecho mantenía a su Legión centrada y concentrada, y hacía que cada palabra de un Sargento en el calor de la batalla fuese la palabra del propio Sanguinius, y que cada asentimiento de un Capitán fuese una inclinación de la cabeza del mismísimo Primarca.

Los Ángeles Sangrientos también se diferenciaban en aspectos más pequeños, ya que como muchas Legiones tenían sus propios títulos y nombres para las autoridades y una hueste de divisiones menores adecuadas a su estilo. Aquellos que comandaban Huestes y tenían autoridad sobre Capitanes menores eran conocidos como Archeins, más que con el antiguo título de Pretores, y los líderes de Compañía también eran llamados Dominios. En cada Compañía había varios suboficiales, los Poderes que dirigían las tropas de la Compañía a la guerra y las Virtudes que se alzaban como sus modelos en otras empresas. Muchos de ellos eran conocidos por el objeto de su devoción, y títulos como "Archein de la Sabiduría" y "Poder de la Espada" eran distinciones que tenían tanto de señal de respeto como de designación táctica en una Legión cuyo Primarca urgía a sus hombres a que fueran más que simples armas.

Disposición Bélica al Inicio de la Herejía

En los últimos años de la Gran Cruzada, los Ángeles Sangrientos eran, si no la más preeminente de las Legiones de la Hueste Imperial, al menos una de las principales. En los años transcurridos desde que Sanguinius tomase el mando de la Legión esta se había revitalizado hasta tal punto que pocos recordaban ya la antigua Legión Resucitada. Si antes habían sido la retaguardia medio olvidada de la Gran Cruzada, ahora se encontraban al frente de cada avance, y quienes se habían burlado de ellos en el pasado ahora les cantaban alabanzas en cada corte del extenso dominio del Emperador. Eran una fuerza de combate temible, capaz de quebrar imperios y destruir mundos, y su lealtad al Emperador era inamovible. La Legión era el fuerte cimiento sobre el que se estaba levantando el Imperio, y mientras siguiese en pie, ese dominio no caería.

En todo momento la Legión contaba con casi 120000 guerreros, incluyendo a los heridos, divididos en hasta 300 Compañías. Era, por tanto, una de las Legiones activas más grandes de su época, siendo superada quizás solo por los Ultramarines y los Guerreros de Hierro. Cada una de sus Huestes era una fuerza predispuesta para el asalto y las operaciones de desembarco orbital, pues una gran proporción de su infantería iba equipada para el combate cuerpo a cuerpo, y sus vehículos eran adaptados para los asaltos a gran velocidad y las operaciones de penetración. Con pocos recursos defensivos en comparación con otras Legiones más equilibradas, estaban en desventaja en caso de implicarse en un conflicto a gran escala sin disponer de la iniciativa operativa, pero con la Gran Cruzada alcanzando su cenit esa situación parecía impensable. Estas Huestes estaban dispersas por toda la galaxia, participando en operaciones a gran escala, y además existían fuerzas de custodia en cada una de las bases y reductos principales de la Legión: Baal, Saiph y Canopus.

De estas bases, Baal era la más grande, ya que aunque la segunda luna quedó como territorio sacrosanto de los nativos de La Sangre, el mundo vacío y arrasado por la radiación al que orbitaba fue transformado por el Mechanicum de Anvillus por invitación del propio Sanguinius. Allí, donde ningún ser humano sin modificaciones podía caminar, los Tecnosacerdotes levantaron un centro de manufactura que era la envidia de muchos mundos forja menores, y que aportaba la mayor parte de la munición y servicios técnicos que precisaba la IX Legión. Baal, como mundo natal de Sanguinius, poseía una amplia guardia permanente, principalmente formada por Paladines Carmesíes, aunque normalmente también solía poder encontrarse una Compañía que estuviera reaprovisionándose. Canopus también servía como centro de fabricación, aunque su tamaño y sofisticación eran menores, y por ello producía enormes cantidades de proyectiles y municiones sencillas para alimentar los hambrientos cañones de la Legión. Era una escala habitual para las tropas destinadas a los frentes de la Gran Cruzada, y podían encontrarse muchas unidades descansando allí. Finalmente, Saiph era el puesto avanzado permanente más pequeño de la Legión. Servía solo como fuente de reclutas, tomados de las tribus eternamente enfrentadas del planeta, y solo disponía de una escuadra de custodios.

Los recursos navales de la Legión también eran impresionantes, con más de 300 naves de gran tamaño, muchas de ellas cruceros pesados o acorazados de diversas clases. La mayoría de estas naves estaban adaptadas para efectuar asaltos orbitales, y contaban con baterías de pesados cañones lineales para bombardeos, raíles de lanzamiento para Cápsulas de Desembarco o vastas bodegas-hangar desde las que desplegar Stormbirds o Thunderhawks. Pocas Legiones podían competir en potencia de fuego o masa con semejante flota, aunque su debilidad yacía en la obsesión de los Ángeles Sangrientos por ese único tipo de estratagema. En términos de naves de apoyo, la flota estaba menos surtida, y contaba con menos de 600 naves de menor tamaño, en general cañoneras de escolta más lentas y pocas naves de asalto rápido. Este era otro efecto secundario de la especialización de la Legión, ya que estas naves no solían ser necesarias para su estrategia y especialidad favoritas, salvo como protección para los cruceros de mayor tamaño.

En suma, los Ángeles Sangrientos constituían una de las mayores amenazas para la naciente rebelión de Horus, podían rivalizar con cualquiera de las Legiones Traidoras que el Señor de la Guerra enviase contra ellos, y su lealtad al Emperador era incuestionable. Si les atacaba abiertamente, devastarían sus fuerzas y le dejarían incapaz de asaltar Terra, pero si les dejaba estar, no podría atacar Terra sin que los Ángeles Sangrientos golpeasen sus flancos expuestos. Algunos de sus aliados urgieron a que la IX Legión fuese destruida pieza a pieza, atacando a cada una de sus Huestes mientras se encontraban en campaña y aniquilándolas por separado mientras eran vulnerables. Mortarion era partidario de esta solución, pues de todos sus hermanos él era el que menos aprecio sentía por el Primarca alado y sus sueños brujos. Sin embargo, Lorgar convenció a su Señor de la Guerra de que había otra forma de resolver la cuestión, una que no solo eliminaba un obstáculo sino que les proporcionaba un recurso. Se había tendido una trampa, y el Señor de los Portadores de la Palabra le habló al Señor de la Guerra de Signus, y de una marca de sangre.

Tras la Herejía

Aunque la organización de los Ángeles Sangrientos es muy parecida a la del resto de Marines Espaciales, adscribiéndose en muchos preceptos al Codex Astartes, existen notables excepciones. Los Ángeles Sangrientos tienen en su organización muchas escuadras especialistas que no tiene ningún otro capítulo aparte de sus Capítulos Sucesores: los Ángeles Sanguinarios, los Ángeles Escarlata, los Bebedores de Sangre y los Desgarradores de Carne. Es importante mencionar que los Bebedores de Sangre sí que se adhieren completamente al Codex Astartes y que sus marcas son parecidas a las de los Ultramarines.

Quizá la excepción más notable que muestran los Ángeles Sangrientos es su preponderancia de tropas de combate cuerpo a cuerpo. La probabilidad de convertirse en un Marine de Asalto en los Ángeles Sangrientos es mayor, puesto que es en combate cuerpo a cuerpo donde estos Marines Espaciales pueden exorcizar el fantasma de su memoria ancestral.

Todos los Ángeles Sangrientos poseen una habilidad innata para el combate aéreo. Aunque la mutación que produjo las alas de Sanguinius nunca se ha repetido, los herederos del Primarca comparten un amor por volar que es imposible de entender para otros. Para un Ángel Sangriento un propulsor de salto no es solo una máquina o herramienta en el campo de batalla, es una extensión de su forma física, una manifestación del vínculo espiritual entre el Primarca y sus descendientes, y un recuerdo de que, incluso en la muerte, su mano aún guía al Capítulo. Esto también es así en los Ángeles Sangrientos Primaris como con cualquier otro hijo de Sanguinius, también explica de alguna forma porque muchos Ángeles Sangrientos son naturalmente pilotos talentosos.

Incluso las Escuadras de Devastadores, aquellas a las que se les confía la tarea de llevar a cabo el fuego de apoyo, suelen correr hacia el enemigo para trabarse en combate cuerpo a cuerpo con el enemigo (como sucedió durante la Masacre de Trachesai en el año 230 del Milenio 34).

Los miembros de la 1ª Compañía combaten como tropas de asalto cuando no lo hacen vestidos con su armadura de Exterminador. Toda la 8ª Compañía está dedicada al combate cuerpo a cuerpo y sus miembros se encuentran entre las mejores tropas de asalto del Imperio. Los Marines Espaciales que no están equipados con propulsor de salto suelen utilizar Land Speeders, Rhinos y Land Raiders. La 10ª Compañía está compuesta exclusivamente por Exploradores y sus miembros son extremadamente agresivos: se infiltran en las posiciones enemigas y no dan cuartel al adversario. El resto de compañías siguen la estructura del Codex Astartes, aunque la mayoría de los Rhinos y Predators tienen motores tipo Lucifer (copiados de la PCE del Predator Baal, exclusiva de los Ángeles Sangrientos) para poder llegar antes hasta el enemigo. Las escuadras especialistas se distinguen por el color de sus cascos: rojo para las Escuadras Tácticas, azul para los Devastadores, amarillo para las Escuadras de Asalto y dorado para los Veteranos.

El cuartel general también incluye unos rangos que no existen en ningún otro Capítulo y que reflejan su naturaleza única. Entre estos se encuentran la Guardia Sanguinaria y los Sacerdotes Sanguinarios, custodios de la sangre de Sanguinius que efectúan potentes transfusiones de sangre a sus hermanos de batalla con el Exsanguinador, incluso en medio de un combate.

Otra excepción a la organización Codex estándar es la inclusión de escuadras de la Guardia de Honor, la gran élite de las tropas de asalto de los Ángeles Sangrientos y los guardaespaldas de sus mejores héroes. Estos guerreros reemplazan al habitual cuartel general y pueden incluir un Sacerdote Sanguinario o un Portaestandarte. Se dice que no existe otra unidad tan formidable como esta en todo el Adeptus Astartes. Los cascos de los miembros de la Guardia de Honor son dorados, un símbolo de esperanza para sus aliados y de desesperanza para sus enemigos.

Los Ángeles Sangrientos también son conocidos por su Dreadnought modelo Furioso, un modelo creado por el Señor de la Forja del Capítulo hace muchos milenios para que los héroes de estos Marines Espaciales pudieran satisfacer su ansia de sangre incluso cuando sus cuerpos ya están rotos más allá de toda salvación. Los dos puños de combate del Furioso son un terrible obstáculo para cualquier oponente, ya que pueden desgarrar con facilidad el adamantio de un Land Raider.

Finalmente, aunque es quizá lo más notable, la organización de los Ángeles Sangrientos a menudo se ve perturbada por aquellos que sufren la Rabia Negra. Estos desafortunados forman la Compañía de la Muerte. Curiosamente, no existe un método para determinar cuántos guerreros se verán afectados por la maldición antes de la batalla.

Creencias

Sanguinius era un visionario. Durante su juventud quiso conseguir unas condiciones de vida nuevas y mejores para su gente. Cuando se unió a la Gran Cruzada, siguió pensando esto mismo, pero a un nivel mayor. Quería una vida mejor para toda la Humanidad y el fin de las luchas provocadas por el colapso de la civilización durante la Era Oscura de la Tecnología.

Los eruditos han determinado que esta visión de Sanguinius contribuyó en gran medida a dar forma a su Capítulo. Existe un poso místico en todas y cada una de las enseñanzas y doctrinas de los Ángeles Sangrientos y una fuerte creencia de que las cosas pueden cambiar para mejor. Después de todo, el proceso que de un carroñero hace un espléndido hombre respalda esta forma de pensar.

Esta creencia puede apreciarse en todo lo que hacen los Ángeles Sangrientos: luchan por alcanzar la perfección. Sus obras de arte buscan la belleza y la simetría. Practican la disciplina marcial incesantemente. Sus doctrinas están impregnadas con la idea de la mortalidad y la grandeza perdida del Hombre.

Los Ángeles Sangrientos se encuentran entre los Marines Espaciales más longevos. Una de las peculiaridades de su semilla genética es que alarga enormemente la vida del individuo; por ello, no es extraño que un Ángel Sangriento alcance el milenio de edad. De hecho, el actual Señor del Capítulo, el Comandante Dante, tiene más de 1.100 años. Esta esperanza de vida permite al Ángel Sangriento perfeccionarse tanto en el arte como en la guerra. Gozan de siglos para dedicarse a estudiar y mejorar las disciplinas del Capítulo y esta es una de las razones de que los estandartes de los Ángeles Sangrientos se encuentren entre los más elaborados.

La característica más extraña de todas las que posee el Capítulo fue presenciada por el Inquisidor Garillion en su viaje a la Fortaleza-Monasterio de Baal en el 1929734.M40. Los Ángeles Sangrientos tienen el hábito de dormir siempre que pueden en los sarcófagos en los que fueron creados. Piensan que así están más cerca de Sanguinius. Mientras duermen en el sarcófago, su sangre sufre unos procesos de purificación. Con esto, el Capítulo tiene la esperanza de retrasar la degeneración genética hasta que pueda encontrarse una cura definitiva para la Rabia Negra.

De todas formas, al estudiar la marcialidad de los Ángeles Sangrientos queda claro que no existe otro Capítulo que defienda más fervorosamente y con más celo la voluntad del Emperador. De hecho, los Ángeles Sangrientos son los responsables del éxito de algunas de las más importantes campañas del Imperio y el número de alienígenas y herejes que han ajusticiado en nombre del Emperador es tan grande que resulta imposible de determinar.

Semilla Genética

Este Capítulo, que ocupó un puesto de honor entre los demás en su día, rechaza ahora la compañía de otros miembros del Adeptus Astartes.

Sed de Sangre

Algunos oficiales del Imperio han informado, preocupados, de que el Capítulo está afectado por una terrible sed, una necesidad de sangre, que los eruditos paranoicos denuncian como el primer síntoma de su acercamiento al Caos. Se sabe que los propios Ángeles Sangrientos pasan mucho tiempo buscando una cura para su condición, lo que no implica que sean un Capítulo que esté tratando en vano de evitar la insidiosa influencia del Caos.

El destino de los desafortunados que sufren el legado de su Primarca solo se conoce en el propio Capítulo. Existen historias que hablan de una cámara en el interior de la Fortaleza-Monasterio de Baal y de alaridos que salen de ella y que piden la sangre de los vivos. No obstante, no encontrarás a ningún hermano que quiera hablar siquiera de la existencia de este lugar.

Existen muy pocos informes de casos de inestabilidad genética durante los primeros años del Imperio o a lo largo de los milenios en los que los Ángeles Sangrientos fueron cobrando forma. Sin embargo, hoy en día, debido a la sed de batalla que sienten, una sed de sangre, hace que los Ángeles Sangrientos se consideren inestables.

Su temible reputación los aleja de muchas alianzas con diferentes fuerzas imperiales. Es así como su maldición se ha extendido como un cáncer no solo en el cuerpo y la psique de los Ángeles Sangrientos, sino también en su honor.

Fuentes

Codex: Ángeles Sangrientos (Ediciones 5ª, 7ª y 8ª).

Deathwatch: Rites of Battle (Juego de rol).

Warhammer Monthly 1 "Bloodquest" [Ver Bloodquest].

Web de Games Workshop.

Acechante del Vacío, por Aaron Dembski-Bowden.

The Horus Heresy VIII.

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