La hermandad de los nueve círculos
- Buenos días, señorita Helen. - Saludó Elizabeth a la secretaria de su padre. Helen debía de tener unos cuarenta años, pero aparentaba unos setenta. Lizzy estaba segura que las arrugas de su cara eran el resultado de la expresión de amargura y desagrado que mostraba su rostro desde el día que la conoció.
- Buenos días señorita Elizabeth. ¿Busca a su padre? - Contestó la mujer con un tono robótico.
- Así es.
- Deberá esperar unos momentos, ya que el ministro está reunido en estos instantes.
Elizabeth, resignada porque siempre le ocurría lo mismo, se dirigió a la zona de espera de la planta donde se encontraba el despacho de su padre, a la espera de que finalizara la reunión y se pudieran ir a comer como habían planeado esa mañana.
Lizzy era una joven de 20 años, conocida en su mayor parte por ser la hija de Edward Mahon, el ministro de Economía del parlamento irlandés, aunque ella misma había logrado que su nombre fuera conocido también por ser una de las primeras mujeres en estudiar una diplomatura en el Trinity College de Dublín, además de ser la primera mujer en hacerlo en la rama de economía.
La joven estaba con la mente en blanco, viendo desfilar un sin fin de gente frente a ella, cuando una voz la hizo volver a la realidad:
- Vaya vaya, ¿a quién tenemos aquí? Elizabeth Mahon en persona.
Lizzy no tuvo ni que apartar la mirada para descubrir de quién era esa voz, ya que era inconfundible.
- James O'Flaherty, que alegría oír tu voz. La había echado de menos. - Ironizó la joven.
Elizabeth posó sus ojos ante el joven que se había sentado en un sillón delante de ella. James y ella habían compartido clase durante toda la escuela, y nunca se habían llevado del todo bien. Además, hacía mucho tiempo que no había tenido noticias suyas. Lo último que sabía era que se había marchado a Londres a estudiar, ya que lo había comentado un día su padre cenando, porque tanto él, como el padre de James eran ministros y, sobre todo, amigos.
Pasados todos estos años, había una cosa que la joven Lizzy debía reconocer aunque le costara, y es que ese hombre que se cernía ante ella no se parecía ni lo más mínimo al escuálido chico con el que había crecido. Se había convertido en un joven alto y fornido, había recortado su oscuro pelo y se había desecho de esa desgreñada melena que había tapado sus enormes ojos azules durante años.
- Me contó mi padre que has entrado en la universidad. - Inició él una conversación.
- Así es, economía. Mi padre me dijo que tú te habías ido a Londres.
- Sí, estudio medicina en el Imperial College de Londres.
- Vaya, eso suena importante. No esperaba menos del empollón de clase.
- Yo tampoco esperaba menos de la niña rebelde, la primera en su licenciatura, wow. Tu padre debe estar orgulloso.
- No te he dicho que era la primera mujer de mi grado. - Lizzy alzó la ceja.
- Es cierto. Me lo contó mi padre.
- Tu padre y tú habláis mucho de mí, eh.
- Oh, ya tardaba en salir la vanidosa. Te extrañaba Lizzy.
Ambos se miraron con una diminuta sonrisa en sus bocas y no apartaron la mirada de los ojos del otro hasta que la puerta del despacho del ministro Mahon se abrió y los dos jóvenes se pusieron de pie para esperar a sus respectivos padres.
- ¡Lizzy! Lo siento hija, decidieron hacer esta reunión a última hora.
- No pasa nada papá. He desayunado más para estar prevenida. - Abrazó Elizabeth a su padre.
Cuando se separaron, el ministro se percató de la presencia del hijo de O'Flaherty, quién estaba hablando con su padre.
- Vaya Jimmy, que grande estás. - Saludó su padre dándole un golpe en la espalda.
- Es un placer volver a verlo, señor Mahon.
- Se me ha ocurrido una cosa. - Dijo de repente el padre de la joven. - ¿Por qué no nos acompañáis a mí y a mi hija en la comida? Así nos ponemos al día.
Contrariamente a las plegarias internas de Elizabeth para que rechazaran, los dos hombres aceptaron gustosamente la oferta de su padre, y los cuatro se dirigieron a un restaurante para comer.
La comida no fue tan horrorosa como Lizzy imaginaba. Aunque ella había estado esperando este momento para disfrutar de un momento padre e hija solos, ya que con todo el trabajo que tenía su padre y la universidad pasaban poco tiempo juntos, se sorprendió a si misma de disfrutar de las batallas de la infancia que contaban su progenitor y el señor O'Flaherty. Incluso ella y Jimmy compartieron alguna frase amigable y alguna mirada de compresión ante las historias de sus padres.
- Bueno, ya va siendo hora de que volvamos al trabajo. - Dijo el señor O'Flaherty cuando hubieron terminado de comer.
- Sí, mejor será que nos demos prisa. Tenemos una reunión en media hora.
- Deberíamos repetir esto más a menudo. - Se aventuró a decir James.
- A mi me parece bien. ¿Tú que dices, hija?
- Claro. Como veáis.
Tras una corta despedida, los dos miembros del gobierno irlandés marcharon hacia el parlamento, y Jimmy y Lizzy se dirigieron cada uno a su casa.
Horas más tarde, la luz del día empezaba a apagarse pero Elizabeth seguía enfrascada en un trabajo que debía entregar a la universidad el día siguiente.
- Mierda. - Maldijo la joven al darse cuenta de que no le quedaba tinta para la pluma. - Esto ahora no...
Buscó por toda la casa pero no encontró ningún envase de tinta, y, enfadada con el mundo, cogió un par de monedas y se dirigió lo más rápido que pudo hacia la copistería, con la esperanza de que aún no hubiera cerrado.
La suerte se puso de su lado, ya que consiguió llegar antes de que el señor McAllister, dueño de la tienda, cerrara las puertas hasta el día siguiente. Y más feliz que una perdiz con su tinta, lista para acabar el trabajo, se dirigió de vuelta a casa.
Ya llevaba un buen trozo del recorrido hecho cuando a lo lejos vislumbró entre un grupo de gente, una figura que le resultaba conocida, su padre.
- ¡Pap...! - Iba a saludarlo cuando, de repente, una mano le tapó la boca impidiéndole hablar. Elizabeth se empezó a asustar, su barrio era una zona segura, pero una no sabe lo que se va a encontrar cuando cae la noche.
La persona que le había cubierto la boca la cogió de la mano y, de un tirón, la apartó hasta un callejón cercano. Lizzy iba a gritar para salvar su vida, cuando la luz de la farola desveló la identidad de su secuestrador.
- ¿Pero tú estas loco?
- Quieres no gritar. - La riñó Jimmy.
- ¿Me estás siguiendo? - Preguntó la joven en un susurro y, significativamente, enfadada.
- A ti no. - El joven sacó la cabeza por la esquina, mirando hacia la calle, como si estuviera espiando a alguien.
- ¿Me puedes explicar que estás haciendo?
Jimmy se giró de nuevo hacia ella y la cogió de los brazos.
- Mira cielo, tienes dos opciones. O estás calladita y vienes conmigo, así te enteras, o te vuelves a tu casa sin hacer más preguntas.
Elizabeth pareció procesar la información, y en seguida contestó.
- Vale, vamos.
- No esperaba menos de ti, Mahon. Ven. - El joven cogió de la mano a Lizzy y se puso el dedo índice de la otra mano encima de los labios, haciéndole entender que mantuviera silencio.
Despacio e intentando no ser iluminados por la luz de los fanales, los dos jóvenes siguieron al grupo de gente donde se encontraba el padre de Lizzy, y donde también, ella se dio cuenta más tarde, estaba el padre de Jimmy.
Llegaron hasta un edificio señorial bastante grande. El pelotón entró a la casa por la puerta principal, pero Jimmy se dirigió por un callejón que se encontraba por el lado de la casa.
- ¿Dónde vas? - Preguntó Elizabeth susurrando.
- Debe haber alguna entrada para el servicio. - El joven caminaba hasta el final del callejón, cuando vieron una pequeña puerta que irradiaba luz desde dentro. - Bingo. Ahora solo debemos rezar para que esté abierta.
Intentaron abrir la puerta, pero esta vez no hubo suerte. Estaba cerrada.
- Déjame a mí. - Lizzy apartó al joven, se sacó un gancho del pelo y, unos cuantos minutos después, la puerta estaba abierta.
- Vaya, eso no me lo esperaba de ti pequeña Lizzy.
- Sorpresa. - Sonrió ella irónicamente. - Bueno, entremos.
Siguieron su recorrido por los pasillos, con la buenaventura de no encontrarse con ningún sirviente, hasta llegar enfrente de una habitación donde se oían cantos en un idioma foráneo.
Como la puerta estaba un palmo abierta, ambos jóvenes intentaron echar un vistazo a lo que ocurría ahí dentro, y cual fue su sorpresa al encontrarse a toda la gente que llevaban siguiendo un buen rato, haciendo un perfecto círculo, vestidos con túnicas negras y rodeados por miles de velas.
- Gran maligno. - Gritó el que se encontraba en el centro del redondel, levantando los brazos. - Acude a nosotros, oh, gran Lucifer.
Elizabeth se tensó y retrocedió, golpeándose con el pecho de James, qué estaba parado tras ella.
- Necesito salir de aquí. - Susurró la joven.
- Yo también he visto suficiente. Vámonos a casa.
Volvieron a unir sus manos y retomaron el camino hasta la salida del edificio por la que habían entrado. Cuando salieron, Lizzy oyó maldecir a James, y lo siguiente que sitió fue estar contra la pared del edificio del otro lado del callejón, y los labios de Jimmy encima de los de ella.
La joven intentó apartar al chico, quién estaba muy pegado a ella, pero no se movió ni un milímetro. De repente oyó unos pasos acercarse, y entonces lo comprendió todo, y le siguió el juego a su acompañante.
- Como son los jóvenes de hoy en día. - Oyó Elizabeth una voz a lo lejos. - Deberían buscarse una habitación.
Se oyeron dos risas y seguidamente la entrada del servicio abrirse. Cuando la puerta se cerró, James se separó de ella de la misma forma brusca con la que se habían unido, la volvió a tomar de la mano y sin mirarla a los ojos ni un segundo, salieron de allí corriendo en dirección a casa del hijo del ministro.
Cuando ya estaban ambos sentados en el salón del caserío, con una taza de té en la mano, cortesía de la ama de llaves de los O'Flaherty, fue cuando sus miradas se volvieron a unir, y entonces hablaron. Ambos se veían asustados, pero los dos sabían que el otro no lo iba a reconocer.
- ¿Desde cuando? - Preguntó ella.
- ¿Desde cuando qué?
- ¿Desde cuando sabes esto?
James inhaló profundamente, y empezó a relatar su descubrimiento.
- La primera noche que llegué, mi padre se había ausentado de casa tras cenar. Yo había decidido escribirle una carta a mi madre, qué está cuidando de mi abuela en Galway, así que, tras escribir el mensaje, fui en busca de un sello de lacre y un poco de cera para cerrar el sobre a la habitación de mis padres. Desde que yo era pequeño, mi padre había guardado ahí todos los objetos relacionados con la escritura: papel, tinta, plumas, sellos, todo. Pero cual fue mi sorpresa al ver que lo había cambiado de sitio, y en vez de eso, el cajón estaba repleto de cartas. Abrí una para calmar mi necesidad de saber de que trataban, y todas hablaban de reuniones, del grandísimo señor de las tinieblas, de recuperar el poder perdido, y de no se cuantas mil locuras más como estas, y todas venían firmadas por 'La hermandad de los nueve círculos'.
- Entonces decidiste investigar...
- Así es. Pero apareciste tú y casi me fastidias todo el plan.
- Perdón, pero yo que iba a saber que mi padre pertenece a una secta satánica. - Respondió ella irritada.
- Shh. Baja la voz.
- Lo siento. Pero mi padre siempre ha sido católico, apostólico y romano, nunca en mi vida habría podido imaginar que además de Dios, también hacía culto a Satán. - Susurró Lizzy.
- Pero eso no es lo peor. - James sacó una hoja del interior de su chaqueta y se la tendió a Elizabeth. - Toma, lee esto.
La joven tomó la carta, la desplegó y empezó a leer en voz baja:
"Querido hermano Peter,
Dentro de poco se celebrará la misa negra, y como es de tu conocimiento, deberemos ofrecerle un alma humana a nuestro querido creador y protector. Este año le toca a usted. Debe seguir el ejemplo de los hermanos que han realizado este sacrificio antes, hermanos como Michael, William, Patrick, Edward..."
- ¡Mi padre!
- Shhh.
- Perdón. - Volvió a susurrar histérica Lizzy. - ¿Me estás diciendo que mi padre, mi propio padre, el hombre que me ha dado la vida y me ha criado, ha realizado un sacrificio humano en honor a Belcebú?
- No solo eso. Lee más abajo. - James se levantó y se sentó junto a ella, señalándole una parte al final de la carta. - "Como ya sabrá, para que la misa funcione y nos ampare, el alma otorgada deberá ser de un ser amado, no sirve cualquier persona..."
- Eso significa... - Elizabeth estaba petrificada.
James como muestra de afecto y apoyo, cogió la mano de la chica y le dio un apretón.
- ¿Cómo murió tu madre Lizzy? - Preguntó en un tono calmado.
- Mue...muerte súbita. Los médicos no tenían respuestas, aunque algunos lo relacionaron con una gripe pasajera.... Mi padre la ma... mató.
- Es la opción más probable. Y mi padre seguramente quiera entregar mi alma a diablo, ya que fue su insistencia la que me hizo venir aquí esta semana.
Lizzy volteó la cara hacia James, sus ojos rojos amenazaban con dejar caer ríos de lágrimas.
- ¡No! Debemos hacer algo para evitar todo esto.
- Lo sé. Llevo dos días debatiendo internamente si ir a la policía con todas las pruebas o no, pero primero quería confirmar lo que hemos visto esta noche. - La voz de James se empezaba a cortar, y el agarre de las manos de ambos cada vez era más fuerte. - No... no quiero denunciar a mi padre.
- ¿Crees que yo si? Si mi padre es llevado a prisión me quedo sola. Sola.
- No. No te vas a quedar sola. Se que hace mucho tiempo que no nos veíamos, y que nuestra relación no ha sido la mejor durante todos los años que hemos convivido, pero te prometo que no te voy a dejar sola. Nunca.
Los ojos azules de él se encontraron con los de color ámbar de ella. Ambas miradas hablaban por sus dueños, haciendo miles de promesas y juramentos, los cuales sellaron con un casto beso.
Al separarse, James se secó las lágrimas con el puño de la chaqueta y luego limpió delicadamente con el pulgar el resto de llanto de las mejillas de la joven.
- Sabía que te gustaba desde la escuela. - Dijo él, intentando aligerar un poco la pena.
- Eres idiota. - Sonrió su compañera, dándole un golpe en el brazo.
- Entonces, ¿qué podemos hacer?
- Podríamos llevar todo lo que tenemos, todas las pitas, al periódico. De forma anónima, y que así ya sean ellos quienes decidan si llevarlo a la policía. Por lo menos no nos sentiremos tan culpables...
- Es increíble lo bien que funciona eso que tienes ahí dentro. - Dijo señalando la cabeza de la joven.
- Lo sé, pero debemos darnos prisa.
- Tienes razón. Vamos.
Con las manos aún unidas, como lo llevaban haciendo una buena parte de la noche, se dirigieron con todas las cartas de la secta y con un escrito que habían redactado explicando la situación, al periódico. Aunque no se sentían bien con ellos mismos, ambos tenían razones de peso para hacerlo, y afortunadamente contaban con el total apoyo por parte del otro.
A la mañana siguiente, Lizzy se despertó a causa de unos fuertes golpes en la puerta. Salió disparada de su cuarto y al llegar al recibidor, un grupo de policías tenía reducido a su padre contra el suelo.
- Señor Edward Mahon, queda usted detenido por prácticas satánicas y por el asesinato de su esposa, Frances Mahon.
El ya antiguo ministro levantó la vista y la clavó en su hija, que estaba parada al final de las escaleras, con cara de absoluto pánico.
- Lo siento hija mía. Lo hice por nuestro bien, para tener protección y poder de por vida. - Decía mientras los policías lo levantaban del suelo esposado y lo llevaban hacia la salida.
- ¿Dónde ves tú el bien? ¡Me dejaste sin madre! - Gritó ella, colérica.
- Lo siento, lo siento pequeña ...
- Ojalá te pudras en la cárcel, y si alguna vez sales, espero que recuerdes que no tienes ninguna hija. Yo a partir de hoy estoy muerta para ti, ¿ME OYES? MUERTA. - La joven iba levantando la voz a medida que los policías arrastraban a su padre fuera de casa.
Cuando todos los policías se habían marchado con el político, Lizzy cayó al suelo de rodillas con un llanto desgarrador. Pero a los pocos segundos, notó como alguien se arrodillaba junto a ella y la encerraba en un abrazo, acariciándole el pelo e intentando calmarla.
- Ya está. - Oyó la voz de James.
- ¿Tu padre...? - Consiguió articular ella.
- Han pasado primero por mi casa. En el momento que han salido por la puerta, he venido lo más rápido posible.
Elizabeth se apretó más a él, hasta que sus reservas de lágrimas se agotaron completamente.
- Lizzy, levántate. Vamos a hacer el equipaje.
- ¿Equipaje? ¿dónde vamos?
- A Galway, con mi madre y mi abuela. Será mejor que nos alejemos de aquí durante un tiempo.
- ¿Y la universidad?
- Antes de irnos pasaremos por allí. He tenido una idea.
Ambos pasaron unas semanas en Galway, primero apoyando a la madre de él, a la cual todas las noticias le cayeron como un jarro de agua fría, y más tarde, intentando olvidarse de sus problemas y empezando una relación. Algunos días después, y con la ayuda de James, el Trinity College y la London School of Economics aceptaron el cambio de expediente de Elizabeth para que ésta pudiera acabar la diplomatura cerca del chico.
Pasados los años, nunca volvieron a Dublín, y lo último que supieron de sus padres era que ambos habían fallecido en la cárcel.
- Al final han conseguido lo que querían. - Dijo James, al acabar de leer la carta de su madre, donde informaba del fallecimiento de su progenitor.
- Sí. Los dos, por fin, se han reunido con el maligno. - Le contestó Elizabeth, quién caminaba de un lado al otro de la sala intentando dormir a su hija, qué descansaba entre sus brazos.
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Cantidad de palabras de la historia: 3084.
He querido centrarme en el ocultismo relacionado con las prácticas espirituales de magia negra, aunque soy consiente de que existen muchas ramas relacionadas con ésta práctica.
¡Gracias por leer <3!
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