Destination (5/11)

Destination (5/11)

V

—Parece un buen trato— dijo Onew tras escuchar el relato del alto. Era domingo por la mañana, diez veinte para ser precisos, y ambos se encontraban tomando un ligero desayuno.

Tras haber llegado del trabajo la noche anterior, Minho se había echado a dormir y a partir de ese momento no había vuelto a ver al fantasma.

El moreno no sabía qué argumentar, a lo que el dueño de la librería agregó, —¿sabías que todos tenemos un propósito en esta vida?

—No, no lo sabía— contestó.

—Puede que el chico haya muerto antes de cumplir el suyo, y el tuyo sea ayudarlo a cumplirlo, ¿no lo crees?

—¿Y por qué yo? Ni siquiera lo conozco— exclamó molesto.

—No lo sé— se encogió de hombros ante la reacción del moreno, —pero puede que sea la causa por la cual solamente tú lo ves y escuchas.

Minho se quedó pensativo, podría ser esa una razón válida.

—Bien— dijo por fin, —¿tú me ayudarás? Dime qué debo hacer, ¿cómo averiguo quién es?

Onew sonrió, por supuesto que le ayudaría, sería la primera vez que participaría en un caso como ese, normalmente sólo leía acerca de esas situaciones.

—Primero tiene que decirte qué es lo que recuerda, algún nombre, actividad que solía realizar; no sé, algo; pregúntale— ese fue su primer consejo, luego explicó, —de esa forma podrás saber dónde posiblemente trabajaba o si tenía familia. También le puedes preguntar a los vecinos, si el fantasma dice que vivía allí, alguien debió conocerlo.

El alto se sintió tonto ante aquello, Jinki tenía razón, debía preguntarle a los vecinos.

Aun pensando y tramado un plan, caminó de regresó; entró al edificio y vio a la pareja de ancianos subiendo al ascensor, se apresuró y también lo hizo con ellos.

Estando sólo los tres en el cubículo de metal, Minho se atrevió a preguntar si conocían al inquilino anterior a él.

—Lo siento— dijo la mujer, —sólo conocimos a Kim Kibum, pero él se mudó hace un par de meses dejando vació ese lugar.

—Y además de él, ¿alguien más ha vivido en ese apartamento?— indagó, puesto que Kim Kibum era el propietario, ya había tratado con él para acordar los pagos de la renta, pero este no le comentó nada acerca de un anterior inquilino.

—No que yo recuerde— dijo el hombre, —sólo llegué a escuchar que tenía un compañero, pero nunca lo conocimos, creo que se mudó antes que el joven Kim.

Fue el único dato que obtuvo de aquella pareja.

Llegó a su apartamento y no se sorprendió cuando encontró al chico sentado sobre la barra de la cocina balanceando los pies, lo estaba esperando.

—¿Dónde estabas? Me aburrí aquí solo— balbuceó el pelirrojo inflando las mejillas en un acto infantil.

—Acepto el trato— dijo mientras se dirigía al frigorífico, —te ayudaré para que puedas irte en paz— sacó la botella de agua fría.

—Ya te dije que no deberías hacer eso; puedes enfermarte— bajó de un salto de la barra, —¿sabes cuanta gente pesca una neumonía por cosas así? Es un día soleado, vienes de un clima caluroso y no es adecuado a abras el refrigerador ni mucho menos que bebas esa agua— luego miró el paquete de pasta instantánea que yacía cerca del lavabo, —y tampoco es saludable que comas solamente eso— señaló la bolsa.

—Veo que eres cuidadoso, te preocupas y sabes mucho de esto; no puedo ni imaginar cómo fue que moriste.

El fantasma frunció el ceño, lo había ofendido y Minho lo notó.

—Discúlpame, yo no quise decir eso.

—Está bien, qué más da— cruzó los brazos sobre su pecho y viró el rostro.

El alto sonrió, parecía un niño pequeño; así que suavizó el tono de su voz y preguntó.

—Dime, ¿en verdad no recuerdas tu nombre?

—No, ya te dije que no— seguía molesto.

Minho se acercó, —¿Ni siquiera algo que te guste? ¿Pertenecías a algún club, jugabas bolos?— dio opciones.

Tras unos segundos de silencio, dijo —la leche de plátano, era mi favorita. Y también los chocolates.

—Bien, vamos por buen camino— ironizó, pensó que otros datos serían de mayor utilidad, no esos.

—Pero eso no nos dice nada— contestó, sí que era ingenuo, no notó el tono con que lo había dicho el moreno.

—Ten paciencia— caminó hacia la que era su habitación, planeaba tomar un baño y luego tal vez ver televisión o hacer uso de sus aparatos de acondicionamiento físico... o cualquier otra cosa; —poco a poco irás recordando— dijo lo último en voz alta, ya que el fantasma se había quedado en la cocina.

—Espero que sea pronto, no me gusta esto— dijo el pelirrojo.

—¿Y crees que a mí sí?— el alto lanzó la pregunta al aire antes de abrir el armario.

—¡Bu!— el blanco rostro del joven se asomó de entre las ropas que Minho había colgado en sus ganchos el día anterior. Dio un ligero salto a causa del susto y por supuesto el joven soltó la carcajada.

—¿Qué crees que haces?— reclamó.

—¿No tienes sentido del humor?— preguntó apenas se recuperó y pareció limpiar las lágrimas de sus ojos causadas de tanto reír.

Viéndolo de esa manera, pensó que era demasiado infantil y lindo. Sacudió su cabeza para sacar ese último adjetivo de ella; era algo descabellado, tanto como la situación en la que estaba.

—Iré a ducharme— tomó una toalla limpia de uno de los cajones; —y quédate aquí— aclaró; puesto que era incómodo saber que el joven podría entrar el baño sin siquiera abrir la puerta.

Se miró al espejo y se apoyó en el lavabo, sonrió; —estás loco, Choi Minho— musitó. Estaba en un escenario que ni en sueños hubiera creído posible.

El agua era tibia y agradable aún así no duró mucho tiempo bajo la regadera. Se secó y notó que no había tomado una playera limpia, no se inmutó; sólo se colocó sus pantalones y salió del baño.

—¿Estás allí?— preguntó esperando encontrarse con el fantasma, pero no hubo respuesta. El chico iba y venía cuando se le antojaba así que no le tomó importancia y tampoco insistió, solo cogió la ropa que necesitaba, una playera blanca, y se la colocó.

Fue a la cocina por la botella de agua, la cual no había podido beber a causa del regaño del fantasma y se dirigió al cuarto donde haría ejercicio, pero no contaba con el que el joven estaba allí.

De pie, dándole la espalda a la puerta, el pelirrojo observaba atento una de las paredes; Minho la miró pero no había nada, la pared estaba totalmente limpia, sin ningún estante, cuadro, lámpara o adorno.

—Ésta era mi habitación— musitó el chico de la gorra; levantó una mano y la llevó hasta la pared, se quedó a unos escasos centímetros antes de tocarla, —aquí había una foto.

—¿Una foto? ¿De tu familia?— dio un paso hacia él.

—No lo sé— respondió, luego se quejó y se llevó las manos a la cabeza; —hay.. unas personas... con batas blancas.

El alto lo escuchaba atento, —algunos niños, parece haber mucha luz.

—¿Qué más?— dio otro paso hacia el fantasma.

—Yo... — al pelirrojo se acuclilló, —yo no lo recuerdo, no lo sé— se comenzó a desesperar, varias imágenes pasaban por su mente, pero no podía entrelazarlas, no les veía ningún sentido.

—Calma— instintivamente, Minho se colocó a su lado; —verás que lo recordarás, será poco a poco.

—No sé ni quién soy, no sé mi nombre— parecía que iba a comenzar a llorar, —que tal si fui un delincuente, que tal si en verdad no merecía vivir y este es el castigo que estoy pagando—, se sentó en el suelo, flexionó las rodillas y hundió el rostro en ellas.

El moreno extendió un brazo con la intensión de rodear sus hombros, pero se detuvo; no podía hacer eso, no podía siquiera tocarlo.

—No recuerdas tu nombre pero sí sabes lo que te gusta— trató de reconfortarlo; —dijiste que tu favorita era la leche de plátano y el chocolate; dime, ¿te gusta... el queso?—, sonrió buscando su mirada.

Levantó el rostro, se limpió las mejillas y contestó con la voz entrecortada, —sí, sólo un poco.

—¿Te gusta el kimchi?— cambió la pregunta.

—No, no me gusta— sorbió su nariz.

—¿Y por qué no te gusta?

—Porque Key lo preparaba seguido y llegó a hartarme— explicó con naturalidad. Minho sonrió, le había sacado un dato sin siquiera planearlo, pero no iba a presionarlo, al parecer así no funcionaban las cosas.

—¿Te gusta tomar café?— cambió la pregunta y se arrastró sobre el piso para acomodarse y recargar su espalda en la pared que antes miró atentamente el pelirrojo.

—Sí, sólo con leche—, imitó su movimiento y se colocó a su lado.

Y así pasaron los minutos, en los cuales Minho hacía preguntas muy específicas, poco a poco, el chico de la gorra olvidó su tristeza y tomó confianza para hacer también unas cuestiones.

—¿Desde cuándo trabajas en ese club?— indagó.

—Desde hace —en enumeró mentalmente y con los dedos las semanas que había estado allí, —casi un mes

—¿La paga es buena?

Sonrió, —lo es, pero no es suficiente.

—Entonces, ¿tienes más de un trabajo?

—Sí, así es.

—¿Es cansado?—, el pelirrojo acomodó su mejilla sobre sus rodillas flexionadas para mirar mejor el perfil del moreno.

—Un poco— respondió después de pensarlo unos segundos; —pero es entretenido, sobre todo porque no todos los días hago lo mismo.

—¿Ah, no? ¿Hoy qué trabajo tienes?

—A las once de la noche debo ir al supermercado del distrito norte, ayudaré a descargar los camiones que traen la mercancía.

El fantasma dio un respingo de repente, como si escuchara algo; —¿esperas a alguien?

—Eehh, no— contestó algo confundido.

—¿Estás seguro?

—Sí, cualquiera de ellos me habría avisado ant- — alguien tocando a la puerta lo interrumpió.

Ambos se quedaron quietos por unos segundos; —ha de ser Onew— dijo Minho al ponerse de pie.

—Si te refieres al chico de la otra vez, te equivocas— exclamó el más bajo sin levantarse de su lugar.

El otro lo miró algo extraño, pero aún así fue a abrir.

—¡Minho! Me tenías preocupada ¿Dónde te habías metido? ¿Te encuentras bien? ¿Has estado comiendo saludable?— preguntó una voz femenina.

—¡Yuri! ¿Cómo me encontraste?— exclamósorprendido. 

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