Destination (2/11)
Destination (2/11)
II
Era un buen día o al menos eso esperaba el joven alto y atlético.
Últimamente no le había ido bien en sus trabajos de medio tiempo, no en el sentido de lo exhaustivo, sino que tenía que buscar varios para solventar sus gastos.
Y hoy, Choi Minho se mudaba a su nuevo departamento. Lo había conseguido por un buen precio, relativamente económico, al parecer al propietario anterior le urgía algo de dinero y lo que el joven moreno ofreció le pareció justo.
Tenía dos habitaciones, eso era perfecto, una serviría para instalar sus equipos, así tendría un pequeño gimnasio.
Suspiró y sonrió en medio de lo que parecía la sala-comedor.
—Es hora de desempacar— se dijo y comenzó por las cajas más grandes, las que obstruían su paso. Los muebles grandes como la cama, los sofás, el refrigerador, la estufa y la caminadora ya las había descargado el camión de la mudanza horas antes.
Estaba tan ocupado que no notó cuando se hizo de noche, miró su reloj, eran casi las ocho así que decidió salir de allí por algo de comer, su refrigerador estaba vacío así que se le ocurrió comprar ramen; tomó las llaves del apartamento y salió.
Caminó algunas cuadras antes de llegar a un mini-súper, cogió una cesta, recorrió los pasillos, tomó una bolsa mediana de papas fritas, unas galletas de chocolate, una botella grande de agua y una chica de refresco de cola, un par de botellas de leche, una de plátano y una de fresa, y finalmente tres bolsas de ramen instantáneo.
Fue hasta la caja y pagó, la dependiente le sonrió bastante, pero él ya estaba acostumbrado; uno de sus trabajos consistía en preparar bebidas detrás de una barra en un concurrido club de la ciudad, y no era raro que varias mujeres y hombres coquetearan con él; era un chico alto, de piel bronceada, cejas pobladas y ojos grandes y llamativos, nariz pequeña y labios gruesos, atlético y de buen porte, así que la chica del mini-súper no fue la excepción.
Salió del lugar con su bolsa de plástico y se dirigió de regreso, ya empezaba a tener algo de hambre, se le antojó cenar mientras veía televisión, tal vez repetían algún partido de futbol.
Tomó el ascensor hasta el piso que le correspondía. Sacó la llave de su bolsillo y la introdujo en el cerrojo.
—Qué extraño— se dijo, juraba haber puesto el seguro antes de partir; abrió y prendió las luces, quitó sus zapatos y cerró la puerta a sus espaldas.
A travesó la sala-comedor y al llegar a la cocina dio un pequeño salto sorprendido, no estaba solo.
Un chico se encontraba recargado en la barra de la pequeña cocina, parecía esperar algo o a alguien. Vestía unos pantalones negros ajustados, una playera blanca con un estampado de sujeta-papeles de colores al frente y bajo su gorra se veía su rojizo cabello.
—¿Qq-quién eres?— dijo Minho, quien de puro milagro no dejó caer la bolsa.
—Eso mismo debería preguntar yo— exclamó el joven frunciendo el ceño.
—Soy Choi Minho y ésta es mi casa— dijo ahora más seguro de sí mismo.
—Te equivocas, yo vivo aquí— se separó de la barra y caminó para acercase. El desconocido lo observó, de arriba a abajo, era más alto que él pero no le importó, lo miraba como si fuera un intruso.
—Disculpa, creo que ha habido un error, yo acabo de mudarme a este departamento— explicó el moreno, el otro hizo caso omiso y lo rodeó para seguir inspeccionándolo, Choi continuó hablando; —no sé cómo entraste, pero...
—No recuerdo haber dejado copia de la llave a alguien más— dijo el pelirrojo para sí mismo.
—Tal vez es un mal entendido—, Minho caminó hasta la pequeña barra de la cocina, —podría ser que te confundiste de apartamento, ¿vives enfrente?
El chico negó, —no lo creo.
—Mira, prepararé algo de comer— comenzó a sacar las cosas de la bolsa plástica, —¿te parece que, mientras esperas a que los vecinos lleguen comamos y veamos televisión?— le ofreció, porque sinceramente el desconocido no parecía una amenaza, sino un chico confundido y un poco incómodo.
No hubo respuesta, sólo una mirada; entonces el moreno caminó hasta la sala seguido de cerca por el joven desconocido; el aparato ya estaba instalado por lo que sólo lo encendió y sintonizó el canal de deportes; —espera aquí, no tardaré en hacer el ramen.
El pelirrojo se sentó y pareció quedar hipnotizado por el televisor; el alto aprovechó y se escabulló hasta la cocina.
Sacó una olla y puso agua a calentar. Vertió el contenido de la bolsa de pasta instantánea y buscó los palillos para removerlos. Sólo el sonido de la televisión inundaba el lugar.
Apagó el fogón y sacó un par de tazones, sirvió el ramen y se dirigió a la sala de estar.
—Aquí está el... — se quedó de pie en medio del sofá más grande y el televisor, el extraño muchacho ya no estaba.
Miró la puerta, cuando llegó del mini-súper no le había puesto todos los seguros, aun así, no había escuchado el ruido característico de la puerta cuando el joven se marchó.
Dejó los tazones en la mesita junto al sofá más pequeño y se dirigió a la salida, acechó por el pasillo, miró a la izquierda y luego a la derecha, no había rastro de él. Se encogió de hombros, probablemente encontró su apartamento y se quedó allí, aun así tuvo en cuenta que a partir de ese momento debía poner más atención a los cerrojos de la puerta.
Cenó mientras veía el resumen deportivo de la semana, lavó los trastes y se dispuso a dormir.
Se cercioró de que todo estuviera bien cerrado, ventanas y puerta, y se fue a dormir, ya mañana terminaría de desempacar.
.
Se levantó cuando apenas los rayos de sol entraron por su ventana, se colocó una sudadera, sus pants de algodón, luego sacó del frigorífico la leche de fresa y la bebió rápidamente, se colocó sus zapatos deportivos y se fue a trotar y a conocer los alrededores.
Dio vuelta a tres manzanas circundantes, encontró, además del mini-súper de la noche anterior, una florería, una tienda de pasteles caseros y una librería bastante peculiar.
La librería parecía antigua, además de ediciones nuevas y "normales", ofrecía libros de segunda mano y tenía un anuncio donde decía que había descuentos y promociones en el área de esoterismo.
—Vaya— pensó, —tal vez esos libros no se venden mucho, por eso los están rematando.
Finalizó su rutina y regresó a casa, sacó de la bolsa de su sudadera la llave, la introdujo y esta vez sí comprobó que había pasado el cerrojo antes de irse.
Abrió, entró, se quitó los zapatos, cerró la puerta tras su espalda y luego dejó la llave en la mesita de la sala.
—¡Wow!— exclamó al momento que casi se va de espaldas por el susto. El mismo chico de la noche anterior, vistiendo la misma ropa, lo estaba esperando en la cocina.
—¿Cómo entraste?— preguntó el alto.
—¿Cómo más? Te había dicho que aquí vivo.
El moreno miró para todos lados, tal vez estaba en un programa de cámara escondida o algo similar.
—Choi Minho, por favor, váyase de mi casa— pidió.
Se llevó la mano a la nuca, al principio eso pudo ser gracioso, pero ahora no, incluso daba miedo.
—Lo siento, ya pagué dos meses de renta— lo rodeó y se dirigió al frigorífico.
—Oye, no hagas eso— exclamó el pelirrojo, —estás sudado, acabas de ejercitarte y un cambio de temperatura podría hacerte daño.
Minho lo ignoró, sacó la leche de plátano y le quitó la tapa de aluminio.
—Y eso es mío— dijo nuevamente el extraño chico e intentó arrebatarle la botella.
Minho abrió los ojos enormemente y muy sorprendido al notar cómo la mano del muchacho atravesó la suya junto con la botella, parecía una escena de la película: Ghost, la sombra del amor.
El joven pelirrojo también pareció sorprenderse, dio algunos pasos hacia atrás y en vez de chocar contra la barra de la cocina, la atravesó.
—Oh, Dios mío— exclamó Minho.
—¿Qué es esto?— musitó el muchacho.
—¿Quién eres?— preguntó el moreno.
—Yo... yo... no lo sé—, sus ojos se abrieron aúnmás; parecía asustado, se llevó la diestra a la boca y luego, ante la presenciadel alto, desapareció.
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